UN DÍA CUALQUIERA




Te levantas un día cualquiera. Todo parece rutinario, organizado, sin sobresaltos y… sin embargo, un instante, un segundo, ¡todo ha cambiado! Ya no habrá más rutina, todo lo que estaba construido se ha desmoronado como un castillo de naipes, quedan las cartas… caídas, que hay que recomponer una a una, pero ya nada será igual. La Vida te acaba de mostrar, puede que de una forma brusca, que lo pasado es eso, pasado. A partir de ahora hay que empezar de cero, aunque con la memoria de una “vida pasada” en esta misma existencia.

"Me he quedado sin el trabajo por el que me esforcé tantos años en conseguir…" "El camión que se quedó sin frenos acabó estrellándose contra el banco, en el que casualmente me encontraba esperando el bus que me llevaría a casa a descansar un día más…" "Me ha abandonado aquella persona que creía sería quien me acompañaría toda la vida…" "Perdí todo el dinero que había atesorado debido a una desacertada decisión…" "Comprendí…"


Sea como sea, la Vida hoy es diferente. Me ha llevado a estar cara a cara ante mí, desnudo, sin adornos, ni siquiera un objetivo… ¡vacío de cuerpo y alma! ¿Y ahora qué? ¿Aún espero algo o tiro la toalla? Ahora soy como un niño, sin edad, con la mirada expectante ante un incierto futuro, viniendo de un pasado que se me escapa por segundos, son vagos los recuerdos… y a cada segundo se desvanecen aún más.

Este instante que ahora vives es el que te has regalado para sentir la Vida de un modo que nunca imaginaste, ser consciente de aquello que pasó de refilón anteriormente y dejaste escapar. Ahora puedes abrir los ojos al verdadero ser que eres y que esperaba, en silencio, el momento en que pudieras mirarte cara a cara, ya sin miedos irracionales, sin posesiones efímeras… Como un recién nacido, tienes toda una vida por delante, una oportunidad de oro que no has de despreciar.

Un día cualquiera ya no serás quien fuiste: despertarás de un largo letargo, de sueños que se esfuman cada amanecer. Un día cualquiera saldrás, cual mariposa, del capullo en el que te encerraste. Morirás al pasado y saldrás volando, conociendo de primera mano una dimensión que te llevará a explorar al ser que eres, siempre fuiste y serás.




CRISTO REVOLUCIONARIO



Hace dos mil años, en una sociedad donde unos pocos tienen el control económico, político, social, religioso –léase romanos y sus lacayos: la jerarquía religioso-política judía–, la libertad se limita hasta tal punto en que ésta consiste en conseguir el sustento diario y con el gravamen de la entrega de gran parte de la riqueza generada a quienes detentan el poder, tanto en tributos, como en especie.

Jesús se decantó por denunciar la opresión a que su pueblo era sometido, lo que le granjeó la enemistad del poderoso y la confusión entre aquellos  que le escucharon y siguieron. Gran parte de ellos le veían como un líder que les llevaría a la victoria frente a sus opresores. La espada colgaba de la cintura de muchos de ellos, algo que Jesús consintió, ¿por qué?
Sabía el contexto en el que vivía el pueblo judío y su labor educativa nunca pasaba por la imposición de ninguna pauta, ni siquiera que dejaran sus armas, apelaba a un trabajo de transformación que demandaba un gran esfuerzo por parte de sus seguidores y, ello, requería tiempo, mucho tiempo…

Cuando los hablaba de libertad, lo hacía de la que los emancipa de sus propios “demonios”. Si la jerarquía judía cometía todo tipo de injusticias, abusos, no les exoneraba a ellos de tales tentaciones cuando tuvieran la mínima ocasión. Si Él, tal como pedían muchos, se convirtiera en rey de los judíos, no por ese hecho y por arte de magia, su mundo sería de la noche a la mañana un paraíso. Al contrario, a la mañana siguiente todo seguiría igual. El trabajo que Él solicitaba era un cambio de dirección en sus corazones, sin este cambio todo estaría condenado al fracaso. Este cambio implicaba al otro como a un igual.

Ni siquiera le gustaba el papel que le estaban dando de “maestro” pues apuntaba una y otra vez a que ellos mismos eran sus propios maestros. No los dejó nada escrito ni fundó ninguna organización: la semilla que dejó germinaría con lentitud en su interior. Y, ésta, no era nada con la que se pudiera mercadear, dogmatizar, aprisionar... Sólo podría eclosionar. El Espíritu del que Él los hablaba les habitaba desde siempre. Su “Padre” no era más que ese Espíritu, y únicamente requería su reconocimiento, su consciencia en sus mentes y corazones de dicha existencia. La Hermandad, era una consecuencia lógica de dicho descubrimiento.

La muerte de Jesús en la cruz era resultado del temor del poderoso ante la posible pérdida de sus privilegios. Dicho acto, fue “aprovechado” por Él para acabar con el mayor temor de la humanidad: la extinción de la vida. El cuerpo físico fue fusionado con la semilla que le habitaba, “El Padre”, a un punto tal que nunca antes había sido alcanzado en este mundo. “Naciendo” de nuevo a la vida en un cuerpo de luz que sus seguidores pudieran visionar. Y se mostró ante éstos: “Mi Padre y Yo somos Uno”.  Abrió de este modo la puerta certera a la Eternidad de toda la humanidad.

“Ama a Dios –tu Padre, tu Espíritu–, sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Con este sencillo mensaje abrió una brecha en los duros corazones de quienes le escucharon. Iba más allá de una rebelión ante el poder opresor externo. No es sólo cuestión de cambiar a un tirano por otro en nombre de una supuesta liberación  patriótica. Llegaba a la raíz del problema que se haya en todo ser humano y al que él no era ajeno. Pero él supo verlo y trabajó hasta sublimar la materia con la que estaba hecho su cuerpo. El amor era y es su mensaje de liberación. Por eso no distinguía entre judíos y gentiles, sabía lo que le hermanaba con ellos, lo cual no le hizo ser un fiel súbdito resignado y silencioso. Su vida no estaba encauzada a “vegetar” sino a revolucionar el alma colectiva humana. El sufrimiento llevaba, y aún lleva, instalado en demasía en este mundo.

Su mensaje revolucionario está hoy más vivo que nunca. Hay tiranía y esclavitud. Hay luchadores blandiendo aún la espada en alto. Hay confusión y pesimismo. También hay esperanza y, quienes están trabajando en sí mismos, están resquebrajando el duro corazón colectivo, estableciendo puentes por encima de cualquier  limitación entre unos y otros, pues en todos habita la Semilla de la Vida… aunque para algunos sea sólo una utopía.

El paraíso del que Él hablaba está aquí, en el alma que ha encontrado la paz, aunque siga siendo un peregrino en el sendero al infinito. “Por sus frutos los conoceréis”.



RECORDÉ



Miré afligido al horizonte.
De pronto,
del mar,
surgió lentamente una brillante Luna llena.
La oscuridad de la noche poco a poco fue desapareciendo.
Y recordé…
Que el amor teje con hilos invisibles nuestras almas,
uniendo,
lenta pero inexorablemente,
unas con otras,
hasta que todas seamos una y multitudes,
multitudes y una.
La Luna me hizo un guiño.
Volví a mirar… sonriendo al horizonte.



EN UNO DE TANTOS PRINCIPIOS




En la sala del Consejo de Ancianos se estaba tomando una decisión crucial. ¿Era el momento adecuado para tomar contacto y establecerse en el planeta, que en gestación, alumbraría por fin seres capaces de acoger almas provenientes de otros mundos?

No todos estaban de acuerdo, el riesgo del fracaso era grande y el tiempo para que los autóctonos alcanzaran cierto autoconocimiento de sí mismos demasiado largo. ¿Esperar o emprender el “descenso”? Implicarse podría ser considerado como una agresión si no era bien comprendida la labor que se iba a encomendar a quienes aceptaran el reto.

A lo lejos una luz brillaba en el horizonte nocturno, no era una estrella, sino el planeta más próximo al suyo. Unos ojos lo contemplaban con inquietud y también con un profundo amor. El era un “explorador de la conciencia”, y sabía que allí se estaba debatiendo un profundo conflicto entre dos fuerzas aparentemente opuestas. La naturaleza animal había llegado al límite de su progresión, mas la humana estaba abriendo, por fin, los ojos a un mundo virgen. 

Desde aquí –se decía–, contemplar tal alumbramiento de vida era visto como un regalo sin igual. Sabía de las dificultades del proceso, él mismo las había vivido, y por ello, su amor, se acrecentaba más y más. La Tierra daba un paso de gigante. El Ser que la conformaba, al igual que el Ser que eran todos en su planeta, formaban parte junto con otros de Uno, que aunque les trascendía, se sabían fusionados a Él. Había experimentado en sí mismo la fusión con esta Presencia: sus conciencias se habían fundido. Una gota de agua no es distinta al océano en que vive –le gustaba repetir una y otra vez cuando era preguntado por los más jóvenes estudiantes de la conciencia.

Llamado por un anciano del Consejo, un viejo amigo suyo,   no tardó en presentarse. Su alma le decía que esta vez sí era el momento. No se equivocó. Tanto  él, como otras y otros, fueron invitados a participar en el proyecto “Tierra”. No lo dudó, aceptó. Pudo haber elegido un destino más allá de la Presencia, en sistemas solares y galaxias donde también tenía una cita pendiente… pero sería en otra “realidad”: su decisión era inapelable. 

Sabía que entrar otra vez en la dimensión del espacio-tiempo, tan “lejano” ya para él, era un acto que le devolvía a la experimentación del sufrimiento, de la separación de su ser, su conciencia, de la Presencia. Era el modo en que habían elegido algunos para asentarse en la Tierra. Empezar otra vez desde cero, como un autóctono de ésta. Otros optaron por la plena consciencia…

Así pasó durante millones de años de la Tierra por muchas experiencias. Encarnaciones, lo llamarían en su nuevo hogar, pero bien sabía que su vida es una sola. Olvidó su origen, pero no su propósito, que aunque dormido en un principio, esperaba el momento del despertar, como espera la semilla sembrada en invierno las lluvias y el calor de la primavera para brotar y florecer. Cuando una semilla germina, las que están a su lado, consecuencia de su vibración, emprenden el mismo camino… Esta era y es su misión. Es el calor del amor que les habita quien obra el “milagro”. Todo pensamiento, él lo sabía muy bien, crea vida, y el amor es el pensamiento más puro que cualquier ser pueda imaginar. La imaginación es el pilar de la vida.

Su despertar, como el de sus congéneres terrestres, fue gradual. Recordar su origen podría ser un obstáculo más que un trampolín. Vivir encerrado cuando se ha sentido la libertad puede hacer que la locura llegue por implosión. Algo diferente a sus parientes planetarios, pues estos sí que partían de cero realmente, aunque su florecimiento les abría la puerta del Ser que les dio la vida y su sentido de ser, nunca experimentarían tal agonía y sí su propia fusión, su personal “ascensión”.

Ya no sabía si pertenecía a este u otro mundo. En realidad ya no le importaba, se sentía y siente habitante de la Eterna Presencia. En sueños revivía una y otra vez escenas incomprensibles; acertijos que no llegaba a esclarecer. Cuanto más se preocupaba menos comprendía, así pues, dejó a un lado las elucubraciones y se centró en lo que consideraba esencial: ser. “Ser, es todo cuanto tienes que hacer” –escuchaba en el silencio.

Y siendo, recordó su origen. Y supo que tras ese origen, se ocultaban infinitos principios. Que tras cada noche, se gesta un nuevo amanecer. Oscuridad y luz son las dos caras de una misma moneda. 

Hoy, aquí, muchas flores están abriéndose gracias al sol que las calienta; dicho calor no proviene del que vemos cada día, sino del sol que alimentamos con el amor que somos capaces de compartir y habita muy dentro de cada una y uno, pues la Eterna Presencia todo lo habita, todo ES. Muchas de ellas un día decidirán dejar caer sus semillas en mundos inhabitados, a las que cuidarán y morarán, serán Uno con ellas…, será uno de tantos principios.


A MI PADRE



No tuvimos mucho tiempo para conocernos. Posiblemente vivíamos realidades diferentes a pesar de estar en el mismo mundo. Horas y horas pasaban cuando te marchabas de madrugada a traer “el pan de cada día”. Llegabas cansado, agotado… y este agotamiento sumado al dolor que siempre te acompañaba acabó por pasar “factura” a tu cuerpo. La guerra hizo sus estragos en el alma de tantas personas que les agotó las esperanzas, en la tuya.
Hoy tengo claro que sigo construyendo donde tú dejaste ladrillos apilados junto a las paredes que levantaste con tus propias manos. Son los pilares de un puente indestructible lo que tantas manos estamos trabajando.
Ahora lo ves todo más claro, dado que tu visión ha cambiado de perspectiva –es lo que tiene no estar atado a un cuerpo físico–. Ves con otros ojos, comprendiendo que no era banal tu paso por aquí. Eras y sigues siendo un eslabón necesario en la construcción de un mundo mejor.
¿Volverás por aquí?
Sé que no hay muro que nos separe a pesar de la “distancia”, que nada es cuando somos capaces de mirar un poco más lejos de lo que nos alcanza la vista. Hay realidades que sólo se ven con el alma amante. Y tú, hoy, eres real, envuelto en un cuerpo de luz. Aunque te recuerdo como eras, intuyo que eres mucho más…

¡Ah! Gracias papá. Tú ya sabes por qué.



REENCUENTRO DE ALMAS


El VIEJO BAÚL


Abrí el viejo baúl en el que guardo mis recuerdos, cuesta abrirlo, parece un poco atascado; veo que hay papeles que han perdido su brillo, algunos están enmohecidos, otros amarillentos e incluso los hay agrietados.

Por casualidad recogí una fotografía en la que se encontraban antiguos amigos que ya no volveré a ver. Reaparecían retazos de tiempos de alegría junto a ellos, otros que mejor no recordar, lo que me indicaba que viejas heridas aún no habían cicatrizado. Leí antiguas

cartas escritas desde la inocencia y me preguntaba: ¿Así pensaba y sentía?

¡Cuánto nos moldea la vida!


 Una piedra pequeña que ya ni recordaba y que sin embargo apretaba en mis manos en muchas ocasiones, ¡si ella quisiera hablar, cuánto diría de mis sentimientos encontrados! Unas notas de colegio, una imagen ante mí de filas de chicos esperando una botella de leche cantando “montañas nevadas, banderas al viento…”. Sí, era mi montaña pero nunca fue mi bandera, demasiado dolor en los corazones dejó como para ser admirada por mí. Una bola de cristal gastada por el contacto con la arena; una chapa con la imagen de Re, jugador del club de futbol Zaragoza, rechazado por los niños, tenía pocas letras y cuando nos jugábamos los cromos nos hacía perder. Un mechón de cabello… je, je, alguna niña lo echó en falta, aún se acordará de ese día, supongo que ya me habrá perdonado. El carmín, en forma de labios, impregnado en un pequeño pañuelo blanco, y un “te quiero” casi imperceptible en tinta de algún “bic”, que tantos dedos mancharon. Un billete del metro, recuerdo de mis primeras salidas en solitario a descubrir otros mundos. ¡Tantos recuerdos guardados! Algunos quedarán grabados a fuego en mi alma, otros, los menos, se quedarán en este baúl olvidado en un rincón de esta casa.



Miré por última vez el viejo baúl y lo cerré… A la mañana siguiente sonó la alarma del despertador. No quería llegar tarde a mi cita, un tren me esperaba con rumbo aún desconocido. ¿Con quién me encontraré en ese tren? Salí sin mirar atrás, tarareando: “Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti…”.


LA NOTA


Miré a mi alrededor, la estación estaba repleta de gente, era un día clave del año: Nochevieja. Muchos encuentros y despedidas, alegrías y tristezas. Ramo de rosas para una novia que desde el último permiso el militar no vio. Besos que nunca acaban al marido que el destino le hizo marinero, seis meses de ausencia son demasiado, a los que ninguno se acaba de acostumbrar. El grupo de estudiantes ansiosos de disfrutar de las pistas de esquí y de alguna noche loca en la discoteca. Un turista, un tanto despistado, fotografiando a los limpiadores del andén, confundiéndoles con dios sabe quién. Y en medio de toda esta multitud, me preguntaba: ¿qué demonios (dejémosles existir aunque sea sólo en estos momentos) hago yo aquí?

Sólo sabía que debía de tomar ese tren. El billete lo encontré en la mesita de noche con una nota en la que decía: "Urgente, sin falta, toma el tren, no es necesario que lleves equipaje, allí te esperan. Firmado por ´El Jefe´". Así que cuando “El Jefe” te dejaba una nota o cualquier otra señal inequívoca, uno sabía que no era el momento de hacer preguntas sino de pasar a la acción, las respuestas vendrían solas una vez que tomara el dichoso tren. Sin tiempo para largas despedidas, nunca bien aceptadas por todos, sin darme casi cuenta me encuentro ante la puerta del vagón nº 17, desde luego “El Jefe”, así le gustaba además que le llamara, tenía un magnífico sentido del humor… negro. No perdía detalle ni nada dejaba al azar, sabía lo que para mí significaba ese número, pero eso es otra historia.


Entré en el vagón deseando encontrarme a quien me esperaba según la nota. Sólo faltaban cinco minutos para que saliera el tren y quien suponía que subiría al tren no aparecía, por lo visto a alguien se le pegaron las sábanas. El silbato de la estación daba comienzo al cierre de las puertas automáticas. Este tren provenía del Este y no podía esperar ni un minuto más y los que ya venían en él deseaban más que yo que partiera. Las ruedas comenzaron a dar sus primeros giros con algún chasquido insufrible. Me asomé por la ventanilla intentando ver a alguien acercarse corriendo, pero nada, sólo pañuelos despidiendo a los que se van. Pasados cinco minutos la ciudad se perdía en un horizonte de asfalto y hormigón.



El traqueteo del tren me produjo sopor. Comencé a ver ovejitas: una, dos, tres… y entré en el mundo de los sueños. Me vi por encima del tren, contemplando la ciudad al fondo, y al otro extremo grandes montañas cubiertas de nieve eterna. De pronto me encontré en medio de ellas, acercándome rápidamente a lo que parecía ser un inmenso jardín, cerca edificios que parecían hechos de cristal. Una silueta de mujer. Parecía haberse fijado en mí. Me acerqué a ella, era luz y fuego a la vez, sonriendo me llamó por mi nombre. Al instante, sin saber cómo, nos encontramos en medio del espacio infinito. Había junto a nosotros más seres como ella, de ambos sexos y algunos que fundían a ambos. Me señaló una franja en el horizonte estelar. Me di cuenta que mis pies dejaban de pisar “algo” que sentía como metálico para encontrarme suspendido en un oscuro cielo franqueado por millones de lejanas estrellas mezcladas con galaxias que se acercaban a un ritmo vertiginoso. Sentí marearme. De pronto la escena cambió, frente a mí la mujer y alrededor… nada. Me dijo: “Fíjate en mis ojos y no lo olvides”. Más allá de un rostro - extremadamente bello- que no era de este mundo, sus ojos me impresionaron; pues mostraban lejos de cualquier duda a alguien conocido, aunque no sabría encontrar en mi memoria ningún dato que lo corroborara. Eran grandes, rasgados (otra vez), que en silencio lo decían todo.


Sobresaltado desperté del sueño, alguien agitaba mi hombro. ¡Despierta! Un poco trastornado me giré hacía quien interrumpió mi dulce sueño. Una mujer vestida con un sari hindú, me sonrió. Me fijé en la pintura que destacaba en el entrecejo, lo que me llevó a bajar un poco la vista hacia sus ojos. Extrañamente me recordaban a la mujer del sueño. ¡No me lo podía creer! ¡Sin duda era ella!


“El Jefe” nunca dejará de sorprenderme: “Allí te esperan”, decía la nota...


A lo largo del tiempo las almas nos vamos reencontrando. Hemos forjado entre todas una red, una cadena, que entrelazada está construyendo una realidad impresionando en ella lo mejor que somos capaces de crear. El amor que generamos hace que en silencio, casi imperceptiblemente, se vaya materializando. Claro que, antes, hemos de dejar en el olvido nuestro viejo baúl y ser capaces de interpretar las notas, las señales, que “El Jefe” nos deja en cualquier momento de nuestro diario existir.


Un tren nos espera, viene del Este…





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