ANILLO DE ORO



No sé por qué nunca quise llevar sobre mi cuerpo abalorios o joyas, ni siquiera una imperceptible cadena alojada al cuello, he sentido siempre cierto rechazo instintivo a estos. No me incomoda en otras personas, al contrario, me agrada. Incluso, el día que me casé, cuando la jueza pidió que nos pusiéramos los anillos, le dijimos que no los teníamos, no por olvido sino por deseo expreso de ambos. Se quedó sorprendida.
El caso es que hace dos días llega a mis manos un anillo de oro, no para quedarse sino con destino a la fundición. De pronto, surge en mi mente: ¿por qué no?, pruébatelo. Como se suele decir: “me vino como anillo al dedo”. Curiosamente no sentí ningún tipo de rechazo, al contrario, parecía que lo había llevado siempre. Mi esposa, a la que no tengo, mayormente, que manifestarle mis pensamientos, pues se anticipa a ellos, me dijo: “¿Por qué no te lo quedas?”
La decisión final no dependía tanto de mí sino de que su dueño quisiera que su destino cambiara. No hubo problema por su parte. Así, pues, lo que durante decenios fue un imposible se transformó en un “sí” sin ninguna duda.
Esto puede parecer que carece de importancia y, en cierto modo no la tiene, salvo por el día en que llega a mis manos. Acababa de escribir el relato titulado “Campo de sueños”, sobre aquellos días que se quedan grabados en el alma a fuego y de cómo éste transcurría con normalidad. Estaba claro que aún no había sonado el reloj de pared anunciando las doce y dando por concluida la jornada del diecisiete.

Hace unos años, dicho día, un sueño tuvo lugar en el que un ser me llamaba, yo estaba acompañado por varias personas, unas semejantes a mí y otras que parecían provenir de otra realidad. Hacía caso omiso a dicho requerimiento, presentía que aquello por vivir tras la puerta donde se encontraba él  iba a desestabilizarme, dolerme… Quienes me acompañaban aprobaban que diera un paso adelante y traspasara la puerta. Así lo hice. En el fondo, los desafíos no me asustan. La mayor parte de lo ocurrido allí no quedó registrado en la memoria de quien lo soñó, sí el resultado final: saldría victorioso de la prueba a la que me sometí, tuvo lugar un proceso alquímico, “el plomo se trasmuta en oro”.
Podría haber sido un sueño más, pero era una señal, un aviso de lo que estaba gestándose. Todo cuanto creía estable empezó a tambalearse, absolutamente todo. Mi ser experimentó la muerte sin necesidad de que muriera físicamente. Ésta es infinitamente más dolorosa, pues era mi ego quien estaba luchando por sobrevivir, por gobernar mi existencia.
No sabía del poder que albergaba en mí, y del que habita en este mundo. Ocurrieron hechos que me manifestaron la realidad de fuerzas que, aparentemente, no existen. Cada uno de nosotros con nuestros pensamientos somos capaces de crear entidades que pululan junto a nuestras vidas, que nos influyen, aunque no determinan. Puede que éstas carezcan de personalidad, son formas-pensamientos que nosotros alimentamos noche y día, generalmente siendo inconscientes de ello. Son nuestros “hijos”. Cuando, algunos de ellos, se dan cuenta que ya no queremos alimentarlos, que sienten que les llega el final, se manifiestan con toda su crudeza: disfrazados te ofrecerán todo un reino en el que tú serás el regente. Recordé el pasaje del Evangelio en que Jesús es tentado en el desierto. ¡Qué verdad esconde!
Físicamente ocurren acontecimientos en los que tienes que entregarte por completo, donde sale lo mejor y lo peor de cada uno. No caben equívocos, las decisiones tibias no entran en este “juego”. También tengo que dejar claro que no sólo son negativas estas formas-pensamientos. Somos nosotros quienes determinamos su inclinación en la balanza, en esencia son neutras. Nuestra voluntad es determinante. No sabemos la capacidad que tenemos de trasformar la materia, somos aprendices de alfarero trabajando la arcilla y, ellos son como ésta, maleable. Podemos imaginar y dar forma tanto a dioses como a demonios. Esto es solamente el abecé de cuanto nos ofrece el universo. Este mundo en el que nos manifestamos es una creación conjunta. Cuanto vive en él “antes” es imaginado por una entidad y ésta le da la vida de una forma que sólo los amantes saben hacer: fundiéndose ambos, olvidándose de sí mismos. Es el Amor la causa y la consecuencia. Ambos van conociéndose y generando vida sin cesar.
Es el amor, el olvido de mí mismo, la clave que me hizo decantarme y rechazar el “reino” que se me ofrecía. Es cierto que morí de algún modo, aunque lo que sucedió fue que la pieza de barro que estuve moldeando dejó de ser deforme y adquirió una belleza que no imaginaba. Mi ego no desapareció, ocupó el lugar que le correspondía. Entró conmigo, con mi alma, tras la puerta, fundiéndonos ambos con lo que encontré al otro lado: el fuego ocultaba la visión del Ser que Es, que Soy, que Somos. Di un paso más…

Hace dos días que llevo un anillo de oro y me agrada.



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