Sé que estás ahí. Tú sabes que
estoy aquí.
Puede que no fuera una
casualidad. Quizás los acontecimientos estuvieran encadenados para que
ocurriera el encuentro.
Mi memoria lo ha ocultado. Cuesta
cualquier esfuerzo por recordar y, sin embargo, sé que tú estabas allí. Mi
razón te niega. Mi alma te anhela.
No eres otro, sé que soy yo quien
se encontró consigo mismo. ¿Locura? ¿Imaginación? ¿Realidad? No, no estoy para
dar una respuesta. El alma sabe.
No ocurrió en un instante, en un
lugar concreto, a una hora determinada. Fue un proceso paulatino. Años de ir
encajando piezas sueltas, formar con ellas posibilidades que al poco tiempo eran
descartadas una y otra vez. Puede que esperaras el momento propicio en que yo
estuviera atento, sin distracciones; o puede que esperaras que ya nada deseara,
que abandonara la búsqueda. Llevas años insinuándote, apareciendo y
desapareciendo, dando toques de atención. ¿Es ahora? ¿Ya fue?
¿Cómo traducir en palabras lo que
escapa a la razón, lo que no ha ocurrido en este espacio temporal y, a pesar de
ello, tan real…? Todo juicio me lleva a un callejón sin salida.
Tú sabes, yo sé.
Llevo tiempo intentando
comprender qué pasó aquel día y, sobre todo, por qué.
No voy a obtener respuesta, no es
eso lo que buscas. Pues tú, yo, sabemos. No se trata de alcanzar ninguna cima.
Se trata del alma humana, de conseguir que se inflame y, esto solamente sucede
paso a paso, peldaño a peldaño. Ni ascendiendo ni descendiendo, sino yendo al
centro, donde todos los caminos se encuentran, donde tú y yo dejamos de existir
separadamente.
Antes del primer día, de la
primera noche ya éramos, mejor dicho “soy”.
Mi morada, no está en un lugar determinado y, a pesar de ello, tengo donde
refugiarme, donde reposar cuando cansado estoy. Tengo una apariencia que me
distingue de otros, no para reforzar una personalidad, sino para multiplicar
las de todos eternamente.
Soy desde un principio que nunca existió
y, aun así, renazco una y otra vez. Ni siquiera espero que la muerte me lleve,
lo hago en cada momento en que soy más consciente de quien soy. Hoy, una vez
más, cual recién nacido, me he llevado en brazos, con amor, al otro lado. Tú
has muerto, yo he muerto; tú has renacido, yo también.
Te conocen por muchos apelativos,
muchos hablan de ti. Yo callo tu nombre.
No eres sólo una palabra más o
menos hermosa, una ensoñación, una quimera. No eres sin más la luz y la
oscuridad, sino la causa y final de ambas. Hoy, aquí y ahora, vives en todo
corazón que palpita. Tomas innumerables rostros como tuyos; sueños como tuyos.
Despiertas en cuantos lo solicitan, y esperas, pacientemente, el alba de un
nuevo día para quienes sueñan aún. Despiertos o dormidos, nada es diferente de
ti, pues tú no distingues una mano de otra, ambas son tu creación, en ellas te
manifiestas por igual.
Ahora sé lo que mi razón no
comprende.
Más allá del tiempo y el espacio,
donde éste se crea y recrea, esperas, pacientemente, que la chispa se convierta
en llama, la llama en fuego y el fuego en incendio que extinga el alma y la
fusione con el sol que no quema.
Hoy, llevaba en mis brazos un
recién nacido, sin nombre. Luce como el
sol.