“ABAJO”, AL OTRO LADO.



Intranquilo y dubitativo ante la responsabilidad que acarreaba una nueva inmersión en el “barro” ‒tiempo hacía de mi última vez‒, andaba de un lado a otro. Decir “sí” implicaba olvidarme nuevamente de mi “paraíso”, de mis amigos, de una paz y comprensión inigualables. Es mi alma quien así meditaba en silencio. Claro que mi mutismo era leído por cualquiera, pero me permitía esta licencia muy “humana” adquirida al otro lado de la Vida ‒el reino donde nada permanece inalterable‒, muy al contrario del lugar en que me hallo, donde el fuego interno es la luz infinita en la que soy, somos… pura y eterna conciencia. Cuando me vaya me la llevaré conmigo. Es la joya que me calmará cuando sumergido en las agitadas aguas de mis emociones sienta ahogarme; la claridad, cuando mi mente sea arrastrada a las sombrías profundidades de mi alma; el calor, cuando el frío contacto con mi ego me haga olvidar quien soy.

‒¡Hola! 
Levanto la vista, aún ensimismado en mis pensamientos. Sonrío. Levanto mi mano, devolviendo el saludo. Una vieja amiga se acerca. Ella ya ha decidido la fecha de su partida, será unos pocos años antes que la mía, lo cual si seguimos el plan trazado, nos reencontraremos “allá abajo”. Esta vez será un encuentro breve, mas ambos sabremos que somos viejos amigos del alma.
‒¿Aún dudas? ‒me dice.
‒No es la duda la causa de mis “males”, sino si seré capaz de soportar la fuerte atracción de la materia, si podré domesticar a tan brutal contrincante o seré absorbido por ésta. Sé que el fracaso no existe, que cualquier decisión que tome será comprendida dada la dificultad de mi objetivo. También sé muy bien que no estaré solo, tú y otros ya hemos acordado ayudarnos mutuamente allanando un poco el camino cuesta arriba que nos espera.
‒¿Temes que te ocurra como en el pasado sucedió? No estés preocupado, cuanto pasaste ha sentado una base inalterable en tu alma. Ya sabes de qué estás hecho, y esto no se olvida nunca. Te aferrarás a ello cuando te sientas abandonado, vacío. Recordarás. Escucharás, sin palabras, cómo fluye la Vida y te dejarás llevar, del mismo modo en que un recién nacido es mecido en los brazos de su madre amante. Sólo sentir, nada más.
‒¿Cuándo partes? ‒le pregunté.
‒Al alba de un nuevo día en la Tierra que me verá nacer. Ya sabes que nuestro tiempo aquí nada tiene que ver con el de “abajo”: un día son mil años y mil años, un día. Es “ya”, cuando así lo sienta mi Ser Profundo, mientras tanto, disfruto de mi estancia. Hasta pronto. Nos veremos cuando así lo deseemos.
‒Hasta dentro de un rato, ‒le contesté sonriendo.
Su alma es pura alegría, por donde pasa deja su estela que tarda en disolverse…
Ni siquiera aquí existe la casualidad. Sus palabras han calado en mí. La decisión está tomada. Acepto el riesgo.

Todo cuanto me rodeaba está desapareciendo:  casas, gentes, paisaje…, todo.
Ahora la nada. Es aquí, donde el alma pierde su nombre, ni arriba ni abajo, nada donde asirme. Es la Voz del silencio la que me habla, sin palabras. “Sí”, es todo cuanto me atrevo a pronunciar. Una cálida luz me envuelve. Soy la luz, es cuanto necesito saber.
Al fondo, un punto oscuro me atrae irremediablemente. Un llanto, el mío, rompe el silencio. Tanta luz me ciega. Cuesta adaptarse a la oscura luz de “abajo”.


LIBRE… EN TI



Te vi,
vi la vida pasar en ti.
¡No te alejes!
Déjame sentirte una vez más,
escuchar tus mudas palabras.
Alma,
al trasluz te muestras espléndida.
¡Vuela! ¡Vuela!

Alma mía,
dejo atrás el dolor,
la aflicción…
¡Soy libre!
¡Siempre lo he sido!
Hoy lo descubrí.

Tú, ya no eres diferente a mí.
Te busqué lejos,
no te hallé en los templos,
ni siquiera en el desierto.
Escuché la voz de maestros,
reflexioné sus enseñanzas
hasta que sus palabras se disolvieron en la nada.
Entonces apareciste tú, desnuda.
Y supe que siempre era yo quien me señalaba siempre el camino.

Soy el sonido de una oración silenciosa.
Te siento,
alma mía,
callada,
como la llama que nunca se apaga en mí.
¡Vuelo!
Libre… en ti.



EL ÁGUILA



En la aldea estaban inquietos contemplando la puesta del Sol, era la última según les habían contado. Un aldeano, triste, se alejó  tomando el camino al monte. Cuando llegó a su cima, rompió a llorar. No comprendía qué estaba pasando. ¿Era verdad que la vida acabaría, que en la nada se disolvería la existencia de todos?
La oscuridad de la noche le alcanzó. Un águila revoloteaba sobre el aldeano. Acabó posándose junto a él.  ¡Acompáñame! –le conminó–.  Él, extrañado, se acercó al águila. ¡Sube sobre mi lomo!, casi le exigió éste.  Al poco se encontraron volando rumbo al Este. Un viento cada vez más intenso soplaba tras ellos, tanto que se encontraron en las antípodas de su mundo en pocos minutos. Llegaron a una playa en una isla perdida.
¡Observa el mar! –dijo el águila.
El aldeano así lo hizo sin saber porqué. En segundos, sobre la inmensidad del mar, en medio de la oscuridad, una pequeña luz asomaba por el horizonte. Poco a poco se fue haciendo más grande. El aldeano sorprendido contemplaba un Sol como el que él conocía. Sin palabras, el águila, le requirió que subiera nuevamente sobre él.
Emprendieron el viaje de vuelta a la aldea. Otra vez el viento sopló con fuerza. En segundos se encontraron a la entrada de ésta. Otra vez la noche. Se despidieron con un ¡hasta pronto!
El aldeano alborozado corrió a comunicar a sus congéneres que pronto saldría el Sol, pues lo había visto. ¡No había muerto! Les contó su encuentro con el águila, pocos le creyeron. A él no le importó, lo había vivido y nada necesitaba demostrar, sólo dejar que el tiempo pasara. Sabía que la esperanza de un nuevo amanecer, la certeza de un nuevo día no eran una quimera, sino una realidad porque él lo contempló.



TU PATRIA ES LA HUMANIDAD



En medio de la batalla,
la guerra sin tregua avanza.
Tus ojos enrojecidos,
cansados,
hartos de llorar por los hijos muertos,
los amigos desaparecidos.
Las noticias nada bueno presagian.
Nuevas armas
llegan:
explosivos que no distinguen a unos de otros,
amigos de enemigos,
ricos de pobres,
de ideologías.
Bombas que cercenan la vida sagrada.
El odio,
la venganza,
sentimientos de la bestia inhumana,
¡alejaos de esta tierra!

¿Aún no estás cansado de sufrir?
¿Quieres aún más dolor?
Con la violencia sólo conseguirás hundirte en el fango,
en un mundo de pesadilla.
Las víctimas se levantan y te recuerdan
que la vida es sagrada.
Tu siembra de terror
sólo alargará tu agonía,
estás muerto en vida.
¡Resucita!
Deja las armas y habla.
Acaba con la pesadilla de tu alma.
Tu patria es… la humanidad.


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