SINFONÍA



Otros nombres, otros rostros. Muchas tierras pisaron nuestros pies. Alentados por un deseo innato grabado a fuego, acordamos un nuevo encuentro y aunque nuestras personalidades sean hoy completamente diferentes y aun bañadas por la amnesia, un hilo conductor haría posible lo que nuestras almas anhelan. Nos planteamos nuevos retos, sabríamos que viejos conflictos podrían aparecer, más también conocíamos la fuerza que nos habita y los acabarían disolviendo. Somos capaces de comprender la singularidad de nuestro proyecto: un instrumento diferente a otros tocando en una sinfonía, una sinfonía inacabada que espera nuestra aportación creativa. Puede que con sonidos estridentes mientras ensayamos, descompasados… Posiblemente tardemos tiempo en alcanzar un sonido mínimamente aceptable, pero, ante todo, es y será el nuestro, nacido de nuestras entrañas. 

En cada una, en cada uno, está la melodía inscrita, tiene el ritmo que nuestros corazones quieren imprimirlo. Dejemos que siga fluyendo y nuestras personalidades dancen al compás, cada una diferente, mas imprescindible. Aunque tenemos todo el tiempo del mundo, es ahora cuando “los astros se han confabulado para que así sea”, porque nosotros lo hemos decidido así.

Ofrezcamos la singularidad de nuestra alma, dejemos que nuestra personalidad esté en sintonía con ella. Trabajemos en la cotidianeidad, donde nuestros pies tocan tierra, pues el instrumento que tocamos no sabe de barreras de tiempo ni espacio. Paso a paso, sabiendo que no estamos solos. El Sol que tú ves es el mismo que veo yo.

Yo escucho el sonido de tu alma, ¿escuchas tú el mío?

Una sinfonía está sonando. Unas palabras la acompañan: “Escucha la canción de la alegría…”


COMO MI ALMA



Una hoja cae...
La última.
El árbol se desnuda... como mi alma.
Día a día,
tras las lluvias de otoño,
bajo el rigor del invierno,
acabará disolviéndose... como mi alma.
Volverá la primavera... como mi alma.


MI ESTACIÓN




Con mi bastón, ligero de equipaje. Sin mapa ni guía.
Sin trayecto trazado voy  caminando.

El día llegando a su fin.
El cansancio haciendo mella.
A la vera del camino me siento.
Parada forzada.

Una bandada de pájaros guiados por las estrellas sigue su rumbo.
Conocen su ruta para subsistir. Las estaciones sus vidas van marcando.
La primavera florecida, el verano reluciente, el otoño dorado, el invierno gélido.

Así, cavilando, el sueño me va venciendo.
El Sol emerge.
Me levanto, doy unos pasos y sigo caminando.
Y me voy preguntando…
¿Cuál estación marca mi tiempo?
Qué importa,
ni el futuro ni el pasado...
Sólo sigo la estela de los pájaros.



SOY EN EL NO-SER




Contemplo mi vida, con sus alegrías y tristezas. 
Cuando veo el camino transcurrido, siempre acabo mirando el agua serena del lago. Veo a quien no es y sin embargo ahí está. Lo toco y se disgrega, volviendo instantes después a mostrarse como antes. 
Me levanto y sigo mi camino. ¿Habrá desaparecido mi rostro con mi partida, o algo de mí permanece en el lago para siempre?
Levanto la vista hacia la bóveda celeste. En la despejada noche, elevo mi mano hasta “tocar” una estrella con un dedo. ¿Qué nos separa, qué nos une? 
Soy en el No-ser. 
Sigo caminando, eterno peregrino.


EL OTRO MAESTRO



En los últimos días del Maestro caminaba junto a Él un anciano delgado y andrajoso. Escuchaba sus palabras siempre desde lejos, apartado de todos. Las arrugas de su rostro revelaban una vida dura bajo el sol ardiente y abrasador del desierto.
Algunas miradas cruzadas, mas ningún diálogo surgía entre ellos.

Al alba, cuando aún dormían todos los que querían escuchar sus palabras, bajo algunos olivos, el Maestro se acercó al anciano que se encontraba recostado en una piedra. El rocío empapaba sus ropas, le tapó con su manto y le preguntó:
– ¿Venerable anciano porqué me sigues si tú ya vives en el reino de Dios?

El anciano le miró, sus ojos se perdían en la oquedad ocular, mas unas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas. Una voz casi inaudible surgió desde lo más profundo de su alma:
–Maestro, desde niño he escuchado una voz interior que me repetía sin cesar que viviría lo suficiente para verte. Sí, vive desde hace años en mí la gracia del Creador, pero la soledad siempre fue mi compañía, hasta que hace unos días unos pastores me hablaron de un hombre que predicaba el amor para con los enemigos. No quería morir sin conocerte y escuchar tus palabras y saber si eras aquel que siempre esperé.

–Venerable anciano, tú me precedes en el Reino de Dios, estabas en él cuando mi Padre me envió a este mundo y me recibirás cuando a él vuelva. Eres bienaventurado y puro de corazón, muy pronto verás a Dios.

El anciano se recostó en el hombro del Maestro cerrando sus ojos por última vez. Le besó en la frente y tras unos minutos de silencio dejó el cuerpo envuelto con el manto.
Se levantó, al acercarse a aquellos que comenzaban a despertarse no pudo impedir que unas lágrimas brotaran. 
Un joven, casi un chiquillo, mirándole le preguntó:
– ¿Qué ocurre, por qué lloras Maestro?

Él, le miró fijamente, cerró sus párpados, puso su mano derecha sobre su corazón y con voz pausada le respondió:
–Acabo de ver a mi Maestro partir a la casa de mi Padre.

Con una leve sonrisa se alejó…




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