DE LA MANO

   




Olas, una tras otra acarician la orilla del mar. Varias gaviotas ajenas a su vaivén otean la superficie buscando saciar el hambre, hoy al igual que hace miles de años.

  Una silueta humana se adentra lentamente rompiendo una ola, otra, hasta perderse en el horizonte. ¿Encontrará lo que busca al otro lado atraída por la luz de un sol misterioso tras el horizonte? ¿Volverá para desvelarnos sus secretos? Quizás…

  Mientras espero, cierro mis ojos, el susurro adormecedor de las olas mece mi alma inquieta. Silencio, quietud, vacío…

  Mi corazón alarga su cadencia lentamente hasta ser imperceptible.

  Abro mis ojos, el paisaje ha cambiado, aún estando a la orilla de ¿otro mar?. Un ser sale de sus aguas, me saluda. Le saludo.

  -¿Dónde estoy? -me pregunta. He realizado una larga travesía hasta llegar aquí.

  Le sonrío sin dar respuesta. Yo, tampoco lo sé.

  -¿Queríais saber qué esconde la luz? -Una voz surge a nuestra espalda-. Pues bien, vuestro origen y destino.

  ¿Quién pronunciaba tales palabras? Me volví y, quien parecía ser un anciano, nos sonreía, asintiendo.

  Al acercarse, su tez rejuvenecía por momentos. Tuve que frotarme los ojos.

  -Soy tú, soy ella. Soy vosotros. Soy todo cuanto veis y soñáis. Soy la luz y la sombra que proyectáis, vuestro pasado y futuro. Y, sobretodo, vuestro presente allá dónde estéis.

  Me atraía la profundidad de sus ojos. Su rostro mostraba un secreto: su androginia.

  -¿Eres nosotros, nuestra fusión?

  -Soy eso y mucho más. Lo iréis descubriendo poco a poco. Dejad un espacio vacío, una abertura a lo imposible en vuestras mentes inquietas. Y, no olvidéis lo más importante: caminad juntos, de la mano.


  Las olas rompen el silencio. Las gaviotas graznan surcando el cielo. La otra orilla parece lejana…

  Nos alejamos del mar, adentrándonos en la cotidianidad. Nos espera un nuevo día en esta realidad, juntos, de la mano, una vez más.





HADA

 



Mis ojos admiraban el lugar al que no sabía cómo había llegado: un frondoso bosque con árboles inmensos que no dejaban pasar más que unos pocos rayos de luz, ardillas saltando de un lado a otro, pequeños arbustos, grandes piedras cubiertas por la hiedra y el musgo. Un paisaje espectacular cubierto por una ligera niebla que daba al lugar un aspecto de cuento de hadas; aunque parecía que el silencio estaba presente no dejaba de escucharse el canto de los pájaros, muy distintos de los que estaba acostumbrado en la ciudad.

Di unos pasos vacilantes entre los arbustos, frente a estos pareció moverse fugazmente una figura humana, pero no podía ser, nadie puede vivir en un lugar como éste, tan alejado de la civilización. Unas risas parecían provenir de todas partes a la vez y la figura rápidamente desapareció, caminé unos pasos en dirección al lugar en que creí ver a ésta, pero nada encontré.

Me senté sobre una piedra observando el singular paisaje. El canto de un ave que me resultó conocido me atrajo la atención, creí reconocer a un ruiseñor. Miré al lugar del que provenía el sonido y contemplé con gran asombro a una niña cubierta con un corto vestido que parecía confeccionado con hojas de árboles. Su rostro, con una sonrisa que le remarcaba los pómulos; unas orejas puntiagudas que le sobresalían del largo pelo color castaño caído por los hombros. Me fijé en su piel, de un ligero tono verdoso; brazos y piernas desnudas, y sus pies descalzos que parecían fundirse con el suelo del lugar. Aquello que me atrajo la atención de una manera particular eran sus ojos, grandes, negros, ligeramente rasgados, con una mirada que parecía atravesar cuanto observaba; se quedaron fijos en mí, parecía examinar mi mente. Me quedé por unos segundos petrificado sin poder mover un solo músculo del cuerpo.

Instantes después comenzó a hablar, aunque no le vi mover un solo músculo de la cara, ni los labios, sin embargo le escuchaba con gran nitidez. Dio un paseo por mi infancia, deteniéndose en ciertos momentos que conservaba con cierta nitidez. Sacó a la luz un viejo temor que aún conservaba: no podía ver y menos tocar ciertas muñecas de porcelana, siempre me parecía que se iban a mover.

Me dijo:

«Ese temor en cierta manera no es infundado, sino producto de los temores que tus ancestros te habían inculcado sobre terribles seres que vivían junto a ti y querían llevarte a no se sabe que terrible mundo. Pero la realidad es muy diferente. ¡Mírame! ¿De verdad provoco miedo en ti? Cuando de pequeño jugabas, en tus horas de aparente soledad, me veías y compartías tus mejores momentos conmigo y yo te hablaba del reino del que provengo. Estamos por todas partes, con niñas y niños, con los adultos que no han perdido su inocencia; muchos de nosotros nos dedicamos a conservar la naturaleza: los ríos, los bosques, los mares, el cielo. Nos habéis puesto muchos nombres: ninfas, sirenas, ondinas, duendes…, hadas. Somos los Elementales de la Naturaleza, llámame simplemente… Hada.

»Lo más importante es que sepas que somos reales como tú. Que nuestro reino está viviendo en el mismo mundo que el tuyo y, deseamos tanto como tú que sigamos progresando juntos. Hacemos todo lo que podemos para arreglar los estropicios que estáis ocasionando con vuestra inconsciente manera de tratar la naturaleza. Si seguís por ese camino acabaréis con toda la vida y la riqueza del planeta. También estamos limitados como vosotros, pero si colaboráis, juntos podremos resolverlo; hay otros reinos que crees que no tienen vida que están dispuestos a ayudarnos. Todo depende del esfuerzo que en común pongamos en marcha, pues, juntos lo lograremos.

»Terminó diciendo: Y recuerda no existen esos malignos seres, éstos sí son producto de tu imaginación y de los que quieren que no avancéis y consigáis ser felices. Muy pronto muchos otros nos verán, no importa cómo nos presentemos, somos la vida misma en una de las múltiples apariencias en que el Amor se presenta. Hasta muy pronto.»

El canto del ruiseñor volvió a resurgir con fuerza, me distrajo y. cuando volví a mirar Hada había desaparecido.

Hada, nunca te he olvidado, lo sabes muy bien.

A los pocos días ―esto ocurrió hace unos años―, paseando por una calle comercial, mirando un escaparate vi, sorprendido, la figura de un hada… era la base de una lámpara. Sin dudarlo la compré… sin lámpara.



EL ÉXODO CONTINÚA... CONTIGO

 



Tu pueblo, mi pueblo, sufre.
Aún vive perdido.
Arrancó su alma de la esclavitud física. Se adentró en el desierto con la esperanza de una nueva tierra.
Su alma hoy no es libre, está cautiva. Ya no está oprimida por otro pueblo, ahora es él mismo su propio carcelero.
Hoy mi pueblo camina ciego y perdido por el desierto. Hace siglos de la partida y el peregrinaje continúa.
No ha sido en vano lo andado. Hemos aprendido por el dolor, la perdida, la carestía, la necesidad, el gozo, el deleite, la esperanza… Algunos hemos tendido nuestras manos a quienes nos lo han pedido, pero no ha sido suficiente, aun necesitamos más manos, necesitamos las tuyas.
¡Si, las tuyas!
¡Únelas! No mires a quién.
Tu pueblo ha crecido lo suficiente para que te des cuenta que ya no hay distinción de raza, credo, clase, entre nosotros.
Ahora todos somos un solo pueblo que camina en este planeta que llamamos Tierra.

Ya no soy judío, cristiano, musulmán, budista, hinduista, animista… No soy ninguno de ellos y soy todos a la vez. He aprendido que los –ismos, los –istas, no me han dado la respuesta que buscaba.
Busco, sí, aún busco la tierra prometida a mis antepasados. Quizá esté todavía lejana, o más cerca de lo que nunca soñé. Mas sólo una cosa sé: que el camino quiero hacerlo contigo, sin prejuicios, normas ni condenas y ligero de equipaje. Si me buscas, me encuentras en cada recodo del camino, allá donde se sufre y se pregunta, donde un alma inquieta aún te espera… con una sonrisa.

Un día mi pueblo se liberó. Hoy mi alma pide lo mismo.
El éxodo continúa... contigo.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...