HACIA MÍ MISMO



Decisiones cruciales en la vida no todos los días se toman,
menos mal,
demasiadas tensiones,
pero cuando llega el momento
no hay que darles la espalda y mirar a otro lado.

Todo el camino recorrido hasta aquí,
mirarlo da vértigo.
Cuánto esfuerzo ha supuesto ascender sólo unos metros
desde aquel día en que partimos,
ese día en que nuestros padres tomaron otra decisión crucial:
¡que naciéramos¡

A partir de ahí,
unas veces acompañados y otras en soledad frente al mundo
tomamos decisiones,
cada vez más conscientemente de las consecuencias y
responsabilidades que contraerían.

Las circunstancias empujan en la mayor parte de las veces a decidir.
Nos sentimos arrastrados por una corriente,
mas no tenemos el control,
¿o sí ?

¿Quién controla mi vida?
Soy yo
quien tiene la última palabra.
Las circunstancias condicionan pero no determinan.

Acertada o desacertadamente he ido ascendiendo,
unas veces por caminos ya trillados por otros.
Y otras,
como las cabras,
saltando de piedra en piedra,
arriesgándolo todo.
La cima es aún lejana,
pero real en mi horizonte.

No temo,
está ya grabado en mi mente con letras de fuego:
“La vida no es temor sino Amor”.
Mas este Amor lleva a veces a tomar decisiones cruciales
con consecuencias no deseadas y
aún menos comprendidas.
Miro atrás y veo que quien me ha ayudado a llegar hasta aquí
ha sido este Amor.
Él me guía y me lleva de la mano.
Confío en Él,
porque aprendí a confiar en mí.

Solamente tengo mis manos y la fuerza de mi corazón.
La vida es descubrir quiénes somos en realidad.
El dolor,
el sufrimiento,
no son más que una mera ilusión.
Sí, parece eterna a veces,
mas igual que llega se va,
la estela que deja se diluye en la nada.

Ahora me siento sobre una piedra,
a respirar y contemplar el camino andado
y el que me queda por recorrer.
Un instante más y me levanto,
tomo mi bastón de peregrino y sigo ascendiendo…
hacia el infinito,
hacia mí mismo.




SANYASIN



Desde que el tiempo es tiempo de un modo u otro seguimos los pasos de alguien, el camino que han trazado otros. Vamos, poco a poco, dándonos cuenta que llega un momento en que ya no vemos los pasos de nadie y sólo vemos nuestras propias pisadas. De un modo u otro "sabemos" que en nuestro interior están las respuestas a nuestras preguntas... Experimentamos. Nos caemos, nos levantamos una y otra vez. Creemos quedarnos sin fuerzas y ya no sabemos a quién pedir ayuda. Estamos solos. Nos decimos: ¡Puedo! Tras un titánico esfuerzo nos levantamos y una sonrisa, ¡por fin!, surge de nuestra alma. Nuestro corazón, ahora, late con intensidad. Hemos comprendido, no con la mente sino con “algo” que nos inunda, que “hemos llegado”.


Mas no es un lugar en lo alto de ninguna montaña, no está en otro continente, ni en el fondo del mar, ni en las estrellas. Es un estado del ser en el que nos sentimos identificados con Todo. Comprendemos todos los pasos dados hasta ahora, de la mano de nuestros padres, en compañía de amigos… Entendemos que hemos pisado tantas y tantas veces estas mismas tierras en otros tiempos ya lejanos, intuidos, olvidados. Todo lo construimos para que este instante llegara. Ya no necesitamos más ídolos de barro, ningún bastón de apoyo.


¿Y, ahora qué? Todo giraba antes a nuestro alrededor, no sólo el Sol, la Luna, sino también el universo entero. Ahora, sabemos, sin necesidad que nadie nos lo diga, que “todos somos el universo”, que cada rincón de él es accesible del mismo modo que nuestro cuerpo físico lo es.
Amamos. Este amor es el que ha obrado el “milagro”. Amamos a quien ahora tendemos nuestras manos, pues ya no esperamos nada, damos. Ésta es toda nuestra sabiduría. Nos hemos desprendido de todo cuanto nos ataba, nos petrificaba, nos mantenía en un temor constante. La confianza, la esperanza, la generosidad, la bondad, nacidas en nuestras entrañas, en el fondo de la tierra, son semillas que abonadas con nuestros actos de miles y miles de años han sabido germinar; brotando, rompiendo ésta, buscan la luz; creciendo y floreciendo. Ahora tenemos una nueva vestidura. Nos sabemos algo más que un cuerpo de carne y hueso: estamos hechos de la misma esencia del sol que nos ilumina cada día.


Ya no necesitamos una mano a la que asirnos, ni siquiera un dedo que nos señale el camino pues nos hemos convertido en el propio camino. Hemos comprendido que ya no vamos a ninguna parte, que hemos llegado. Y lo importante, ahora, es SER. Y el SER, todo cuando necesita es… ACTUAR. Nos hemos convertido en el tan traído y llevado “Yo Soy”. Comprendemos porque amamos, y porque amamos, actuamos.


“Yo Soy Aquí y Ahora”, ésta es nuestra sabiduría. Nos hemos convertido en sanyasin. Somos nuestros propios maestros. Y, ahora, empezamos a vivir dueños de nuestro destino plenamente conscientes en cualquier tiempo y lugar en que la Vida nos sitúe, pues cualquiera de ellos es la mejor oportunidad que nos damos para seguir evolucionando, conociendo y amándonos.



COMO LAS ESTRELLAS



Pasan los días, los años. Recuerdo lo vivido y lo que no pude o no quise vivir.
¿Volver atrás? ¿Añorar el pasado? 

Quisiera volver a sentir el calor de quienes conocí y dejaron huella en mi vida.

¿Qué ha sido de los que me quisieron y los que me rechazaron? 

¿Habrán alcanzado el objetivo de su vida?

¿Serán felices?

¿Seguirán dejando la huella de sus pies en esta Tierra o, habrán abandonado esta Escuela de la Vida?

Es curioso, al menos, cómo siguen vivos en mi recuerdo. Cierro mis ojos y ahí están: imágenes, lugares, conversaciones, sentimientos, emociones… ¿Pero son sólo eso, recuerdos?

Quienes siguen en este mundo y quienes han traspasado el velo, dejando a un lado las leyes físicas conocidas, han dado muestras de que no hay límite, barrera, que no se pueda franquear. En momentos cruciales, quienes están separados, se han encontrado y manifestado una vez más la amistad que les ha unido. No ha sido impedimento vivir en diferentes continentes; una enfermedad que obligue a estar encamado; desconocer dónde residen en la actualidad… Ambas almas saben que hilos les unen por encima de cualquier impedimento, incluso la muerte no es nada para ellas. ¿Cuántos no hemos escuchado historias sobre apariciones de quienes abandonaron su cuerpo físico, viajado a otras realidades…, a otros tiempos de nuestra historia como si fuera el presente? Quizás creamos que son “batallitas”, hasta que un día, algo que se escapa a la razón, nos sucede a nosotros. Entonces emprendemos una ruta que ya no tiene vuelta atrás. Hemos experimentado que hay algo más, algo que no nos lo han contado, pertenece ya a nuestras vivencias y… queremos respuestas. Dependiendo en la sociedad que vivamos, lo permisiva que sea, podremos hablar abiertamente o no de ello, puede que sea un tabú, “algo” que no se puede tocar… o, algo peor: ya hay respuestas, que no podemos discutir, sólo acatar sin preguntar.

Pero, el ser humano, una de sus cualidades, es que es curioso y atrevido…, los caminos trillados no nos sirven. Queremos llegar más lejos, subir más alto… donde nadie antes ha llegado.

Desde niño me he preguntado qué hay tras la muerte. La he visto muy de cerca, cómo de un instante a otro quien me miraba a los ojos, me daba la mano, dejaba de verme y su mano perdía su fuerza…, emprendía un viaje a lo desconocido. Para unos el último viaje, para otros un nacimiento a otra vida.
Nadie puede probar en una probeta la existencia de la vida tras esta vida. Nadie puede tampoco negar la existencia del amor; ni siquiera el científico, sabe que no entra en una probeta, pero sí en él. 

Aún me hago preguntas. Cuando tengo una respuesta, surge de ésta nuevas preguntas que me llevan más lejos. Lo destacable no es que haya podido ver a quienes han dejado esta dimensión, sino que toda respuesta tenía esta frase implícita: “Ama, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza”. Es a través del amor, del desapego, como he encontrado el sentido de mi vida: un sendero donde no hay límites entre tú y yo, en el que reconozco que todos somos diferentes y únicos, del mismo modo en que no hay dos estrellas exactas en el firmamento, cada una genera su propia luz y la expande al encuentro de otros astros.

Cuando observo una noche estrellada intuyo que la vida se crea y recrea continuamente y así siento que ocurre con cada uno de nosotros. Quienes he encontrado en mi vida siguen vivos, a pesar de que en este momento no oiga sus corazones palpitar, quizás lo hagan en sintonía con el mío y solamente escuche UNO.




ES HORA


Cuando la Vida me llamó y me dijo,
“Ya es hora de tu regreso”,
sentí que un fuego abrasador recorría todo mi cuerpo.
Siempre esperé este momento y sin embargo le temía.
Un salto al vacío, a la nada.
La pérdida de todo lo que soy.
Los recuerdos ya no aparecen.
Las imágenes no me dicen nada y se alejan.
Sólo siento el silencio,
la angustia del instante en que no hay nada,
peor que la más triste soledad.
Parece hacerse eterno el momento,
ni siquiera la oscuridad existe.
Simplemente… nada.
¿Qué espero?
Mi mente se agotó.
Nada espero,
ni aún siquiera desespero.
Me siento
y en mi silencio cierro mis ojos
y sólo escucho mi corazón,
mi única compañía.
¿Un instante?
¿Una eternidad?
No sé,
todo se borró,
desapareció.
Mi cuerpo ya no es mi cuerpo,
mi alma ya no es mi alma.
Soy,
sin cuerpo,
sin alma.
El Todo y la Nada.
Soy en el no ser.
Existo sin existir.
Vivo en la muerte y la muerte me da la vida.
Permanezco en la impermanencia.
Soy el Todo.
Soy la Nada.
Soy.


MI VIEJO PARQUE



Las luces del parque apagadas,
un nuevo amanecer despierta.
Cántico de los gorriones,
olor a tierra mojada.
Mi alma paseando por mi viejo parque.

Como el primer día,
aquella hermosa mañana
paseabas 
con tu vestido mecido por el viento.

Te miré,
me miraste.
Sonreíste,
Sonreí.
Silencio, 
con el mío asentí. 

Como hoy en día,
paseas por mi viejo parque.
Aún me miras,
No te pierdo de vista.
Me sonríes,
Te sonrío.
Silencio.

Como el primer día,
como hoy en día,
paseamos de la mano 
por nuestro viejo parque…
El paraíso.



LOS PAYASOS



Juan salió de la ciudad, su mirada se volvió por un instante y, tras el cristal del coche, veía como se alejaban los edificios y sus gentes.
Por su mente, en unos segundos, volvieron innumerables recuerdos y vivencias; fueron tantas las personas que pasaron por su vida, en ésta y otras localidades. Su corazón parecía resquebrajarse.
¡Cuántos quedaron en el camino! Y, qué pocos los que permanecían tras los obstáculos que fueron apareciendo.
No era momento de analizar, de pensar, sino de seguir en silencio por las carreteras, con sus curvas, sus largas rectas, desniveles, paradas, descansos, aglomeraciones…, sus paisajes.
Sabía qué se iba a encontrar por esas carreteras de Dios. Su oficio, que le llevó a conducir durante años, le fue fraguando y conociendo qué había tras tantos rostros con que se había encontrado: las ilusiones, frustraciones, temores, alegrías, desgracias…, esperanzas.
El ser humano era para él un libro abierto, había llegado al corazón de cada uno. Y sabía las dificultades con que éste se encontraba para salir airoso ante las crisis que le provocaba el crecimiento interno, al que cada uno de ellos se había comprometido a efectuar, consciente o inconscientemente.
Sereno, permaneció en el asiento, aunque unas lágrimas caían por sus mejillas. Volvió la vista al frente, leyendo el cartel anunciando la distancia a la próxima ciudad. “Cuarenta kilómetros” –le decía a su acompañante–. Se miraron y un brillo surgió de los ojos de ambos.
Conectó la radio, una canción sonaba: “Send in the Clowns”.
Buen oficio hemos elegido – le dijo su acompañante.
–Sí, –replicó Juan–. Entramos en escena, como los payasos en el circo. No es fácil que la sonrisa brote del alma, más con amor no hay nada imposible.


Dedicado a l@s payas@s,que comparten contigo su alegría.



AMOR SIN MEDIDA


¿DÓNDE ESTÁ EL REINO?



  Un día un discípulo le preguntó al Maestro: “¿Dónde está el Reino del que tanto nos hablas?” Éste le miró fijamente y tras una sonrisa se alejó por el camino, al llegar a un olivo se sentó junto a él. El tiempo transcurría hasta hacerse interminable para quien le hizo la pregunta.
  Pasó una noche, un día completo. El Maestro permanecía inmutable. El inquieto discípulo estaba no sólo sorprendido, sino que no comprendía qué estaba pasando, él sólo tenía el deseo de encontrar la respuesta a la pregunta que tanto le inquietaba.
   Una nueva noche llegó y al alba de un nuevo día el Maestro se levantó. El discípulo aún dormido no se dio cuenta, permanecía seguramente dando vueltas en sueños a sus inquietudes. El Maestro se acercó, le tocó la cabeza con su mano y se alejó.
  Cuando despertó el discípulo, al ver que su Maestro no estaba junto al olivo, comenzó a sollozar. Anduvo por los alrededores buscándole con desesperación, hasta que apesadumbrado cayó al suelo. Se reprochó el haberse quedado dormido, pues no sabía cuándo podría volver a ver al Maestro, pues recordaba sus palabras en las que comunicó a todos que iría a la “Casa del Padre” y que ellos por ahora no podrían acompañarle.
   El discípulo sin saber qué dirección tomar, se alejó de aquel lugar. Unas horas después, ya caída la noche, se paró a un lado del camino. Encendió un pequeño fuego para proporcionarse un poco de calor en tan fría noche, más que cualquier otra que haya vivido. De pronto, una Voz comenzó a percibir, al principio casi inaudible y después tan nítida que se levantó mirando a su alrededor, pero a nadie vio.
   La Voz le señaló:
«El Reino que anhelas está tanto en ti como en cada ser, siempre lo estuvo y lo estará, pero tu deseo perturbador te ha convertido en ciego y sordo. Has pasado junto a personas que te necesitaban, te pedían socorro, y tú no tenías tiempo de ayudarlos pues debías ir junto al Maestro para hacerle una pregunta muy fundamental para ti. Fue para ti más importante que el mensaje que os he transmitido: ninguna promesa ni objetivo está por encima de las necesidades de tus hermanas y hermanos.     
  »El Reino del que os hablo está en el amor con que desempeñas tus pequeñas actividades cotidianas, en como tratas y cuidas a cada uno de los pequeños que he puesto en tu camino. Ninguna circunstancia de tu vida ha sido ni es fruto de la casualidad, todo está engranado para que tú, junto a tus hermanas y hermanos, crezcáis espiritualmente a través de los tiempos.
   »No hay ninguna prisa en llegar a ninguna parte, pues todo está a vuestra disposición según lo vais necesitando. Recuerda que el ser más pequeño en el Reino de Dios es más grande que el más poderoso de este mundo y que en la Casa de mi Padre no hay primeros ni últimos.
   »Da pequeños pasos, siempre poniendo al otro por delante de ti. Tus verdaderas necesidades están siempre cubiertas, más de ti depende percibir la felicidad que está viva en la simplicidad. Valora la oportunidad que tienes de vivir este momento sin preocuparte del mañana. Es ahora el instante que tienes. Ama sin medida y siempre, siempre con Corazón y  Verdad. Que tus actos sean el fiel reflejo de tu alma.
   »La travesía del desierto es necesaria, en ella te encontrarás cara a cara con todos tus temores y anhelos. Serás tentado sin apenas darte cuenta de ello, se te ofrecerá un poder sobre la vida y la muerte. Tus deseos te dirán que con un simple “sí” estarán a tu disposición. Pero éste no es el Reino de mi Padre, es el reino de este mundo material, efímero e intangible. Pero todo esto has de descubrirlo por ti mismo.
   »Y por último, recuerda que sólo la Verdad te convertirá en un ser libre, en un habitante por derecho propio del Reino de nuestro Padre allá donde se encuentre tu alma, no importa si en este u otro lugar, si en compañía o en soledad.»

  El fuego se fue apagando a la vez que la Voz. El discípulo después de un largo silencio se dijo que nunca más desearía nada para sí, que se lo tenía merecido por su inmadurez y vanagloria.
  El viento, al mecer los árboles, susurraba una vieja canción al compás del latido de un corazón que empezaba a vivir en armonía con el Universo. El Amor y la Verdad  consiguen el “milagro”: un nuevo ser surgía del profundo mundo de los sueños a la realidad de la Vida.




NUESTRAS HOJAS EN BLANCO


Un día decidimos, cada una y uno por nuestra cuenta y riesgo, salir del rebaño; quizás no tuviéramos ni idea de qué hacer ni hacia dónde dirigir nuestros pasos. Nos habían pintado cielos que no nos acabábamos de creer, llenos de dogmas, normas... muros y más muros. Todo parecía estar ya calculado y sólo nos quedaba hacer nuestro papel en una obra que no era la nuestra.
Y nos decidimos a escribir nuestra propia historia en un libro cuyas hojas estaban en blanco. Hoy hay unas pocas hojas escritas, nos ha costado, pero sabemos que surgen de nuestro ser más profundo y auténtico. No nos mueve ninguna ambición ni vanidad, sólo el deseo de compartir tanto nuestras experiencias como ofrecer la de otros tantos que también escriben su propia obra.
No formamos, ni lo pretendemos, ningún tipo de organización, sí sentimos que formamos parte de un organismo muy vivo al que cada uno posiblemente le demos un nombre diferente, lo que no tiene ninguna importancia. Cada uno tenemos nuestra propia visión de cómo compartir. Aprendemos sobre la marcha, pues no hay esquemas prefijados, erramos y rectificamos. No pretendemos que nadie nos crea, más bien queremos que cada uno busque las respuestas en su interior, son éstas las que tienen verdadero valor.
Vivimos tiempos difíciles, todos en los que se nos plantean varias opciones a elegir lo son. Y debemos unir nuestras fuerzas, cada uno desde donde vive, aportando nuestra energía del modo que creamos conveniente para traer a este mundo real el mejor de nuestros sueños: un mundo de armonía y paz. Sabemos, sé, que los pasos que damos en este sentido se encuentran con obstáculos, mas ninguno es insalvable.
Nos hablan, escuchamos, leemos, que vienen catástrofes. No hay mayor catástrofe que ser ciego y sordo al ofrecimiento de apertura de consciencia que la Vida nos ofrece, hoy y ahora. Si nos unimos, el paso sólo será como una dulce brisa que sintamos recorrer nuestros cuerpos.
Es todo cuanto pretendemos, que el viento del Espíritu que somos nos eleve a toda la humanidad y demás seres sintientes junto con la Madre Tierra que nos acoge a una realidad más acorde con nuestra apertura de corazón.
Estamos todos invitados. Tomemos nuestras hojas en blanco y escribamos.

UNA VIDA



Cuando el día y la noche se encuentran, en mi alma quedaron grabadas estas palabras:

«Una y otra vez reaviváis mi muerte y resurrección. Unos creéis que existí, otros no.
»Morí clavado en una cruz, no por vuestras imperfecciones sino porque era un peligro para el imperio romano y aún más para la jerarquía judía. Todo aquel que hace temblar los cimientos de una estructura caduca se enfrenta a las consecuencias. Mi mérito, si queréis verlo así, es haber “vencido” a la muerte y dejaros un mensaje sencillo;  por ello costoso, para quienes han complicado su vida, lastrando su alma con el poder terrenal. 

»“Amaos los unos a los otros” es todo. No necesitáis analizarlo, sino descubrirlo y vivirlo. Cuando os dije: “Lo demás lo tendréis por añadidura”, es porque es su consecuencia natural. Buscáis mi “reino”, cuando éste no sólo vive en vosotros, sino que sois vosotros. Si  aún no lo veis es porque estáis ciegos. Una tela cubre vuestros ojos, la que os impide ver más allá de vosotros mismos. Fijaos en el otro, quien tenéis a vuestro lado y os sonríe, llora, camina en silencio o grita. No os pido que os pleguéis a sus deseos sino si tienen hambre, sed… Id con ellos donde hay en abundancia. Enseñadles con vuestro ejemplo la verdadera felicidad de quien ya nada desea para sí. Colaborad unos con otros para hacer el pan y el vino y dad a cada uno según su necesidad. Construid vuestras viviendas entre todos. Cuando hayáis cubierto vuestras necesidades básicas para sobrevivir, entonces sentiréis que hay otro hambre, otra sed… el de vuestras almas, que os daréis cuenta que al ayudaros unos a otros la estáis colmando.

»Con estos cimientos no necesitaréis más guía, más lámpara, que la voz interna de vuestra conciencia. Casi sin daros cuenta, vuestros problemas se irán disolviendo como azucarillo en el agua. Iréis percibiendo la realidad de mi reino, que es el vuestro, donde cada uno sois a la vez el rey y el mendigo. Vuestros papeles se intercambiarán una y otra vez hasta que descubráis que la vida se redescubre y llega un poco más lejos siempre. Que la muerte no es más ni menos que el alba de un nuevo día… La vuestra y la mía, ocurren una, mil, un millón de veces. Sonriendo pasaréis de un estado al otro como el agua se eleva al cielo con el calor del Sol. Y este Sol vive en cada una, en cada uno de vosotros aun antes de existir y así será por siempre.

»Sois, somos, Una Vida creando Infinitas Vidas… Un misterio que no lo es cuando veis con los ojos del alma.»



DE LA OSCURIDAD A LA LUZ


Quiero compartir con todos este relato que surgió, como casi todo, sin querer, sin buscarlo, con el deseo que aporte un poco de luz en la oscuridad.


En la tribu 
Hace ya tanto tiempo que no recuerdo cómo empezó todo. Reminiscencias aún me quedan del instante en que comencé a percibir todo cuanto me rodeaba; mis manos palpaban cuanto alcanzaba; mis ojos se sorprendían ante el espectáculo que descubría sin cesar a mi alrededor; escuchaba sonidos incomprensibles por doquier; descubrí mi rostro al verme reflejado en el agua, era semejante al de otros seres que, como yo, vivíamos en una caverna. Nos protegíamos en ella no sólo de las inclemencias del tiempo, sino también de otros seres que caminaban
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