LOS PAYASOS



Juan salió de la ciudad, su mirada se volvió por un instante y, tras el cristal del coche, veía como se alejaban los edificios y sus gentes.
Por su mente, en unos segundos, volvieron innumerables recuerdos y vivencias; fueron tantas las personas que pasaron por su vida, en ésta y otras localidades. Su corazón parecía resquebrajarse.
¡Cuántos quedaron en el camino! Y, qué pocos los que permanecían tras los obstáculos que fueron apareciendo.
No era momento de analizar, de pensar, sino de seguir en silencio por las carreteras, con sus curvas, sus largas rectas, desniveles, paradas, descansos, aglomeraciones…, sus paisajes.
Sabía qué se iba a encontrar por esas carreteras de Dios. Su oficio, que le llevó a conducir durante años, le fue fraguando y conociendo qué había tras tantos rostros con que se había encontrado: las ilusiones, frustraciones, temores, alegrías, desgracias…, esperanzas.
El ser humano era para él un libro abierto, había llegado al corazón de cada uno. Y sabía las dificultades con que éste se encontraba para salir airoso ante las crisis que le provocaba el crecimiento interno, al que cada uno de ellos se había comprometido a efectuar, consciente o inconscientemente.
Sereno, permaneció en el asiento, aunque unas lágrimas caían por sus mejillas. Volvió la vista al frente, leyendo el cartel anunciando la distancia a la próxima ciudad. “Cuarenta kilómetros” –le decía a su acompañante–. Se miraron y un brillo surgió de los ojos de ambos.
Conectó la radio, una canción sonaba: “Send in the Clowns”.
Buen oficio hemos elegido – le dijo su acompañante.
–Sí, –replicó Juan–. Entramos en escena, como los payasos en el circo. No es fácil que la sonrisa brote del alma, más con amor no hay nada imposible.


Dedicado a l@s payas@s,que comparten contigo su alegría.



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