AMAR LA VIDA



Nacemos sin conciencia de qué es la vida. Pasamos nuestros primeros años viviendo en el momento, sin preocuparnos por el mañana. Pero el tiempo no se detiene, nuestro cuerpo va cambiando, aumentando su tamaño; nuestra consciencia del entorno y de nosotros mismos no se queda atrás. Hay un momento en que nos hacemos una pregunta: ¿qué es la vida? Parece que no hay que preocuparse por ella, hasta que nos encontramos con la muerte, ya sea de un familiar, un vecino, amigo… Normalmente éstos han vivido largos años y lo consideramos natural, pero… les ocurre a otros, como si nosotros estuviéramos exentos. La enfermedad nos puede llegar en cualquier instante, sin previo aviso, y mostrarnos nuestra futilidad ante la maquinaria del gigantesco universo en el que vivimos y, entonces, conocemos de primera mano el temor, sí, el que nos muestra que esto que llamamos “vida” tiene fecha de caducidad. Puede que no haga falta dicho instante para darnos cuenta del valor de vivir, o puede que tengamos que vernos cara a cara con la parca para amar la vida. Quizás sea el último sentimiento que tengamos antes de que la luz se apague, o sea el primero que valoremos en nuestro reciente descubrimiento… 
Amar la vida es lo que necesitamos para que tras el “apagón” volvamos a dar al interruptor que nos lleve nuevamente al primer día en que pisamos esta Tierra, esta vez “sabiendo”. Para renacer no es necesario morir, solamente ser capaces de amar, y primero a uno mismo, los demás… a la par.



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