LUCE EL SOL




En mi noche la Luna me arropa con su manto. 
Descanso en calma.
La Inmensidad se hace Presente.

Este instante… 
con paz, 
serenidad, 
confianza…
en mi alma.

Luce el Sol.
Con ÉL,
 de la mano, 
siempre…



EL SIRIO


Hace unos años tuve un encuentro casual con un sirio, no era de nacimiento, sí de adopción, pero, según me dijo, Siria es un país donde no te preguntan cuál es la tierra que te vio nacer, ni por qué se decidió migrar; están acostumbrados desde cientos de años a acoger con los brazos abiertos a quienes han decidido instalarse allí, sin más.


De donde él provenía, los conflictos interreligiosos estaban a la orden del día, al igual que el sometimiento a unas fuerzas opresoras que nada respetaban, ni la vida ajena. Las escusas para invadir su tierra de origen encerraban un gran complejo de inferioridad escondido en grandes palabras como prosperidad, libertad, orgullo, raza… El único afán era la posesión de las voluntades ajenas, humillarlas hasta ver  seres desposeídos de lo más preciados: la libertad de ser y pensar. 

Me contaba que ellos vivieron de un modo sencillo, no necesitaban grandes posesiones, la tierra se trabajaba entre todos y lo que ella producía se repartía equitativamente. Nadie decía: “esta tierra me pertenece”. Ni siquiera tenían una bandera, ni la necesidad de sentirse formar parte de una gran nación. Lo poco que tenían cabía en un morral. Así fue hasta la invasión… que por añadidura trajo la división entre los autóctonos. Un cáncer que fue royendo la vida apacible. Algunos, de corazón débil, engañados por los oropeles, se pusieron del lado del invasor, fueron más crueles que éstos.

«No poseíamos armas –me decía–, la palabra era la que resolvía las diferencias que iban surgiendo durante edades. Ni siquiera necesitábamos de un dios que nos guiara a ninguna parte; nos sentíamos parte de la naturaleza, de la tierra que nos amamantaba día a día, y por ello estábamos agradecidos siempre. Todo cuanto necesitábamos saber se encontraba en nuestro interior.

»Con la invasión –continuó–, llegaron dioses de barro, gentes que nos decían a quién adorar, a quién escuchar sin rechistar y algo más aterrador aún: a quien obedecer sin preguntar. Su lenguaje embaucador hizo mella en muchos, provocando duros enfrentamientos entre nosotros. No atendían a razones y acabaron usando la fuerza del puño para convencernos…, algo que no consiguieron en muchos, nuestras manos estaban abiertas para agarrar el azadón, para tenderla a quienes nos necesitaba y no para dañar.
»Hoy, nuevamente, la historia se repite una vez más, es un bucle, una lección no aprendida. Unas células de nuestro corazón, nuestra alma, que no desean crecer, madurar, y quieren seguir el juego del dolor y sufrimiento, del miedo. 
»Hoy, vivo exiliado, aunque cualquier tierra ya es mi tierra, ofreciendo lo que llevo en mi morral.
»Hoy, muchos de mis hermanos han emprendido el mismo camino, piden ayuda, como yo la pedí en su momento… El éxodo continúa. No dejes que los dioses de barro nublen tu mente y corazón, que tu mano abra la puerta a quien llame y no cierres el puño para golpearlo. Mañana podrías ser tú quien llame a mi puerta.»
No volví a verle, cada vez que alguien llama a mi puerta, la abro. Puede que un día llame a su puerta… para darle las gracias.



UN REGALO



Quizás no sepamos de dónde venimos ni a dónde vamos,
ya parece un largo camino recorrido y aún más el que nos queda por recorrer.

Construirse a sí mismo no es nada fácil.
Unas veces la senda parece un paseo por un vergel
y otras sólo conseguimos dar un paso tras un esfuerzo titánico
y sin saber si ha merecido la pena tal sacrificio.
Mas cuando damos el paso,
éste nos abre las puertas en que vemos el siguiente a dar,
entonces la esperanza se convierte en algo real y tangible
y podemos decir que sí,
todo esfuerzo no ha sido en vano.

La vida es un regalo, más un regalo que se gana a pulso.
Cuando nos resistimos a crecer,
queremos permanecer reteniendo aquello que nos da un sentido a la vida
y todo lo que nos va bien.
Y deseamos dar un gran salto hacia adelante,
o peor,
hacia atrás
cuando el viento no va a nuestro favor,
pero el pasado… ya no vuelve.
Sólo nos queda un camino: crecer.

Nos sentimos empujados por los acontecimientos,
o eso es lo que creemos,
cuando en realidad somos nosotros quienes los creamos,
unas veces por nuestra dejadez y otras por nuestro ímpetu.
Siempre ante nosotros se abren diferentes posibilidades
y la última palabra es la nuestra,
también nuestra responsabilidad.

Nadie decide por ti si no quieres.




Y NADA MÁS


Pasan noches, días
y tú no estás.
¡Soledad!
¡Qué ingrata compañía para quien no te ha llamado!
¿Y el futuro?
¿Sin ti?
No lo imagino.

Te veo,
volver
por la  misma senda que marchaste,
en un instante intemporal;
radiante,
sonriente,
feliz.

Yo también sonrío.
Tu mano con la mía.
Tus pasos y los míos,
por fin,
dejan estelas en la mar.
Huellas que vienen y van,
una brisa de eternidad…
¿Somos los mismos?
Sin preguntas,
sin respuestas.
Somos… y nada más.



UN PEREGRINAJE



Sigo, hoy, con una sola certeza: es real. Cristo no es un delirante sueño de unos pocos locos. Sé que Es, ahora, en este instante. No puedo demostrar nada, tampoco es mi intención, pues corresponde a un “viaje” que todos emprendemos cuando sentimos que es el momento oportuno de hacernos una pregunta, diferente para cada uno, pero en esencia la misma, consecuencia de una percepción íntima en lo más hondo de nuestro ser de que hay “algo” que trasciende nuestras células, nuestros pensamientos, y que tenemos la certeza de que “Es”.  Comenzamos un peregrinaje en “su” busca, descubriendo qué es el amor. Gozamos, sufrimos, nos entregamos sin medida. Nos caemos y nos levantamos, no siempre con las mismas fuerzas, pero “algo” en nuestro interior nos dice: ¡adelante, levántate! Y el Amor, con mayúsculas, aparece en miles de rostros, en todo cuanto nos rodea. Y nos canta: “ama, es cuanto necesitas”.

Sé que es real y vive en Todo, incluso en mí. El Eterno se funde en su creación, nace Cristo, un estado del Ser que se hace real en el espacio y el tiempo.


PUEDE SER



Me encontré tumbado en el suelo sin saber cómo llegué hasta este lugar: una oquedad, oscura y fría. Abrí los ojos y empecé a estirar mi cuerpo que parecía entumecido, no sé si por el largo tiempo transcurrido acurrucado o por el temor a encontrarme en un lugar desconocido y nuevo para mí. Palpé a mi alrededor y parecía estar encerrado, una pared circular de piedra me rodeaba; sólo escuchaba mi corazón palpitar. ¿Cómo había llegado hasta aquí? No recuerdo nada, ¿es un sueño? Me senté intentando tranquilizar mi mente agitada. No durará mucho tiempo, me dije. Acabaré despertando…

En medio de la oscuridad comencé a percibir pequeños puntitos brillantes pegados a las paredes, a continuación éstos parecieron tomar vida danzando de un lugar a otro. Se acercaban a mí, pareciendo que me observaban se aquietaban y nuevamente se alejaban cruzándose unos con otros. Algunos chocaban entre sí, produciendo estallidos de luz que me divertían… Era un juego inocente de ¿alguna inteligencia? Eso parecía. Cuando, de pronto, todos se quedaron quietos, como obedeciendo a una orden inaudible e inapelable. Al unísono bailaron aproximándose a mis pies –yo permanecía sentado– formando una pequeña esfera de luz que tocaba la tierra. Ya no eran una multitud, sino una nueva entidad. Me vi reflejado en ella, pues parecía un espejo. Mi reflejo se introdujo absorbido por una fuerza que desconocía en ella y mi conciencia, repentinamente, abandonó mi cuerpo y siguió el mismo camino.

Ya no me encontraba en una cueva a oscuras sino que yo era la misma luz. Extendía mis manos y tocaba materia, era cristal de roca y ¡sorpresa!, mis manos estaban hechas de la misma naturaleza. Nada había inerte a mi alrededor, todo rezumaba vida. Entonces noté que emanaba del suelo un rayo de luz que entraba en mí. Me levanté asustado. No sé cómo conseguí calmarme y dejé hacer… Cerré los ojos y sentí cómo la luz ascendía lentamente, inundándolo todo, como el agua llena un arroyo seco con la primera lluvia de otoño. 

¡Paz! Nada me importaba ya, si era sueño o no, era indiferente. Disfruté como nunca lo había logrado. Mi ser se expande al ritmo del fluido de luz. Ascendí con ella y en ella, y la luz tomó forma: fuego. Un fuego que vivifica, encendía y despertaba rincones dormidos. Serpenteando se movía en mí; al acercarse a mi corazón, tonalidades rojas y amarillas se fundían en una danza loca e imparable hasta que un estallido ocurrió… Ya no había luz, ni siquiera una pequeña llama… Oscuridad, silencio, vacío… ¡Nada! Intentaba tocar algo, era imposible, ¡no tenía manos, ni cuerpo!, y sin embargo existía. 

No sé cuánto tiempo pasó, o si pasó siquiera el tiempo… pero ocurrió que estaba en mi habitación, sentado en posición de loto en un viejo sillón. Una mano me acarició suavemente. Sonriendo me dijo: “Hoy has llegado lejos, tu rostro fue cambiando, mostrando a otros, de otros tiempos, otros lugares… Incluso donde la forma se pierde en el infinito”.

Yo contesté: –Puede ser…




EL VIENTO HABLÓ



Tanto tiempo sintiendo tu ausencia. Me sentaba, meditabundo, mi mirada perdida en el horizonte, esperando…
Pasaba los días, los años, y tú no aparecías.
Cada día, sentado en la misma piedra, seguí, confiando que tu silueta se acercaría a la mía.
¡Me faltas tú! ¡Lo gritaba al viento!
Y el viento habló…

Fue en el callejón del Gato, una tarde de otoño en la vieja villa, donde te vi… Los dos entramos en él al mismo tiempo, ambos desde el lado opuesto, como sus espejos, como fue nuestra vida hasta ese instante. Tu vestido azabache mecido por el viento atrajo mi atención, mas fueron tus ojos verdes y tu sonrisa al cruzarnos la que te delató… ¡Eras tú, siempre tú!
Me miraste como sólo el amor sabe hacer. 
Mi alma me lo decía… Te reconocí y el fuego de tu cabello lo confirmó. Tu alma te lo dijo también.

Al alba de un nuevo día ya nada era igual que ayer. 
Nuestras manos se enlazaron para nunca más soltarse.

La piedra de mis confidencias, hoy, permanece vacía…



PRESENCIA SOLAR



Hay veces en la vida que me he sentido huérfano, no reconocía a mis padres como tales, lo digo con toda la sinceridad del mundo. Me sentía tan lejos de cuanto me rodeaba: conversaciones, expectativas de futuro, intereses cotidianos… que me reafirmaba en mi pensamiento. 

Con los años he comprendido que estaba en lo cierto y a la vez equivocado. 

Me explico: reconocí a mi madre y padre como tales, aquellos que ofrecieron sus células para que formaran juntas un cuerpo que desde el principio tomara vida, latiendo un diminuto corazón y alrededor todo un sistema solar: su sol, sus planetas, sus satélites, asteroides… Cuando, pasado el tiempo, aún en la infancia, miraba absorto las estrellas pensaba: “Hay está mi hogar, mi padre”. Era absurdo, pero así lo sentía…, a pesar que todo indicaba que sólo hay lo que se ve y dura cierto tiempo, después se disuelve en la nada… 

Cuando, un día, temprano, en que iba a ir de excursión con los demás compañeros de clase por primera vez al Museo del Prado, me acerqué a casa de mis abuelos maternos, pues mi madre estaba allí, aunque no recuerdo por qué fui, quizás para recoger un bocadillo, me encontré por primera vez con la muerte. Mi abuelo, en su habitación, tumbado en su cama, pálido, con los ojos cerrados, junto a él una botella de oxígeno ya desconectada. Mi madre, mi abuela, mi tío… todos en silencio. Seguro que les saqué de aquel momento lleno de tristeza e incomprensión… Marché sin decir palabra. 

Prácticamente no recuerdo nada más de ese día, salvo que era viernes… Llegó la noche, me acosté como cualquier día, pero no fue un día más, por primera vez lloré amargamente sin que nadie se diese cuenta, era algo tan íntimo…, tan mío. La visión de la muerte me impactó, y aún más no poder volver a jugar con mi abuelo, Mariano se llamaba. No me encajaba en lo más hondo de mi joven alma este momento de la vida; no tenía sentido vivir unos pocos, o muchos años, y que todo quedara en nada tras pasar por este mundo, que para muchos es duro y cruel, salvo en algunos momentos de alegría. “Hemos venido a sufrir”, escuchaba una y otra vez, y dentro de mí me rebelaba ante tal idea nefasta.

Crecía en mí un impulso cada vez mayor sobre mi ascendencia, algo me decía una y otra vez que mi intuición infantil no estaba equivocada y aún más importante, que la muerte no era nada. No sabía por qué, pero así lo sentía y vivía.

¿Cómo encajarlo? No había nada que encajar, sólo vivir, experimentar la vida en las facetas que me iba encontrando. Sentir el amor, el dolor, la pasión, dejarme llevar por emociones nuevas… Mi alma bullía  pletórica. Entonces comenzaban a emerger pensamientos que intentaba asimilar. Un interés por mi “otro” padre crecía en mí, de tal modo que mi vida cambió…

Busqué darle forma y sentido y sin saber cómo, vi. Nunca he manejado ninguna facultad extrasensorial, si ha sucedido, soy ajeno a su mecánica y voluntad. Vi, ante mí, a unos dos metros, unas escenas en tres dimensiones y a todo color en las que yo me encontraba inmerso. Eran vivencias que no había vivido aún, supe que se referían al futuro, no a un día concreto sino que tendrían lugar a lo largo de los años… muchos años. Entonces tenía recién cumplidos dieciocho…

Sentí que en mí vivían dos almas, una joven y una vieja… Ambas se han encontrado y alejado a lo largo de los años; se han peleado; intentado dominar la una a la otra como si fueran un ángel y un demonio… Hasta que me di cuenta que ambas eran en realidad una sola. Que el “conflicto” no era más que consecuencia del contacto desde aún antes de nacer de “algo” que soy yo, con la materia formada por una semilla de vida que también soy yo. Fundir dos aspectos de mí mismo, aparentemente opuestos, no es nada fácil… Es cuestión de voluntad y ambos tienen una fuerte personalidad… Comprendí que el sufrimiento es la fricción violenta, hasta que experimenté la caricia y la sonrisa. Dejé mis armas, el odio, la rabia, la ira… contra el mundo, contra mí. Desarmado me dije: “Haz ahora lo que quieras conmigo, no quiero más guerras, más sufrimiento”. Y como una ilusión, mi “otro” yo, desapareció y me di cuenta que siempre fui yo, uno, el que experimentaba la Vida.

Vida, ¿cuántas veces pronunciamos esta palabra?, ¿comprendemos su sentido, su más profundo sentido? Supe que la muerte no existía, era también parte de la ilusión… Sólo hay VIDA. ¡Bendita Vida!

Y, ahora, sé que también soy hijo del Sol, del que vemos todos los días y del que le da la Vida, un Sol que no se ve, que vive en mí, en todos, que no es dos sino Uno. Y esta Presencia Solar es la VIDA, eterna VIDA…, la que siempre Es.

Esta Presencia es una semilla que crece, hecha con la misma esencia del Sol, un fuego que alumbra aun en la oscuridad. Una semilla germen de un futuro que Ya ES. A la que solo hemos de alimentar con amor, el único que la hace elevarse hasta florecer.




DAD UN PASO



No me busquéis entre los muertos, mirad en vuestros corazones, ahí estoy Yo.
Estoy hecho de la misma naturaleza que vosotros, nada me distingue salvo… unos pocos pasos más en el camino andado.
Unos pasos que nada son, pues tomáis el relevo de otros que hollaron antes la misma senda.

Dad un paso, no os preocupéis si erráis, pues Yo sé qué hay en vuestros corazones.
Sé que os empuja un viento cuya fuerza procede de la Luz que ilumina vuestras almas, la misma que la mía.

Dad otro paso y si os pesan las alforjas, dejadlas a un lado del camino y continuad sin ellas.
Dad uno más y si vuestras ropas os incomodan, caminad desnudos.
Os proporcionaré una nueva vestimenta hecha con la esencia del Sol.

Caminad, caminad siempre, no os detengáis. Y si lo hacéis, cansados, doloridos, hastiados..., entregádmelo, os devolveré la paz y la esperanza que necesitáis.
Si la noche no os deja ver el camino, caminad a ciegas. La llama que arde en vuestro interior os guiará, en ella están todos, estoy Yo.
Sois, somos… Uno.



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