VIENTO
¿Dónde estás humanidad?
¿Dónde los perros sin rabo?
¿Dónde los niños con infancia robada?
¿Dónde los justos con maletín y corbata?
¿Dónde mi padre y madre, enterrados en vida?
¿Dónde estás alma desgarrada?
Antes del alba te levantas maquinalmente,
un día y otro también.
Vas y vienes, vienes y vas.
Comienzas adolescente y acabas con el pelo cano,
un día y otro también.
Yendo y viniendo sin saber por qué.
Un día la parca llama a tu puerta,
no te levantas.
No por vaguedad.
Tu cuerpo enjuto, gastado, no puede más.
¡Empuja! ¡Abierta está!
¡Pasa hermana muerte y llévame al más allá,
donde encuentre una hogaza y un poco de paz!
¿Dónde estás humanidad?
Te perdí la pista en la pubertad
cuando supe que mi sangre me la robaban sin más.
¿Cuál mi delito?
¿Nacer paria y crecer esclavo en el más acá?
Esclavo, paria… ¡Qué más da!
Tus palabras ya no me dañan.
¿Y tú quién eres, mi dueño?
¡Iluso!
Soy libre.
Viento sin cuerpo ni alma.
Voy de allá para acá.
Y tú, dueño de nada,
anclado con monedas de oro y nada más.
¡Adiós!
¡Hasta nunca!
Me voy,
tú te quedas acá,
en este reino de humo,
ilusión…
y nada más.
LA CEGUERA Y LA REALIDAD
Tres ciegos se adentraron en la selva, especulando sobre las grandes verdades del universo y las diferentes filosofías de sus ancestros y maestros, cuando, de pronto, se encontraron con un obstáculo que les impedía el paso.
Uno de ellos dijo:
Por el tacto parece una roca, es dura y además grande, no creo que podamos pasar por aquí.
El segundo aclaró:
Por lo que percibo no es grande, es alargado. Además se mueve y parece que quiere agarrar mi mano. Creo que es una serpiente. ¡Vayámonos de aquí, o nos morderá!
El tercero se adelantó. No tocó ni una roca, ni una serpiente. Palpó dos grandes troncos ante él que le impedían el paso. Les rectificó:
No os preocupéis son sólo árboles. ¡Demos un rodeo para seguir nuestro camino!
Cuando los tres ciegos se dieron la vuelta se escuchó un gran estruendo seguido de temblores de tierra. Asustados, se abrazaron pensando que era el final de sus vidas... Sin embargo nada de eso ocurrió.
El terrible sonido provenía de un elefante que, tumbado en mitad del camino, se despertó de un largo y plácido sueño, ajeno a las terribles experiencias vividas por los ciegos.
Levantándose y sostenido por sus grandes patas comenzó a andar moviendo su trompa para apartar las moscas que le molestaban. Se alejó del camino en busca de su alimento diario: unas deliciosas hojas de un árbol cercano…
Allá quedaron los asustados ciegos hasta que el silencio les trajo un poco de serenidad, reanudando su camino sin acertar qué es lo que en realidad ocurrió. Sus mentes no paraban de elucubrar.
Unos minutos más tarde se encontraron con una niña que canturreaba.
¡Preguntémosle! –dijo el primero.
¡Sí, sí! ¡Quizás sepa algo! –Contestó el segundo.
¿Qué va a saber una pequeñaja? ¡Más que nosotros seguro que no! –Les replicó el tercer ciego.
¡Niña! ¿Has escuchado algo parecido a una explosión seguido de temblores en la tierra? –Se atrevió a preguntarle el primero.
¡Oh, no, venerables! Sólo he visto pasar a Simba, mi elefante, por el camino, haciendo sonar su trompa alegremente.
¡Tonterías de niña! ¡Nosotros sabemos que no ha podido ser un elefante! –Al unísono contestaron los tres.
Refunfuñando, siguieron su camino volviendo a deliberar sobre las grandes cuestiones de la vida.
A lo lejos, en sentido opuesto, se alejaba la niña junto a Simba, su elefante y amigo…
¡BAILAD!
Una noche de un día, cuya fecha quedó en el olvido, viniste a darnos un mensaje, unas palabras que entonces carecían de sentido y que sólo años más tarde comprendimos en toda su dimensión: “Bailad juntos”. Tu hija me contó el extraño sueño, no parecía que se refiriera a que nos pusiéramos a bailar en ese momento. Fue años más tarde, cuando, sin ningún tipo de “presión mundana” decidimos firmar un papel que confirmara el compromiso que nuestras almas se dieron tiempo atrás.
Unas horas antes, noche de luna llena, nuestros cuerpos bailaron al son que nuestras almas les marcaban. No, no hubo testigos, o así lo creímos. Y llegaste tú, amiga de nuestras almas, a poner la “guinda” en el pastel. Cuando el cuerpo reposa y el alma se libera por un momento de su opresión, llegaste ante nosotros y contemplaste, en silencio, cómo nuestras almas, una frente a la otra, abrazadas, bailaban sin cesar, girando como dos derviches en una danza que parecía no tener final. Y sin embargo la tuvo: un reloj marcando las doce y los cuarenta grados de un termómetro, colgados de la pared de una realidad distinta, era cuanto se distinguía aparte de nuestras almas; los dos desaparecimos sin dejar rastro tras una implosión que oscureció aún más la morada. El universo nos recibió, al otro lado del velo, como Uno más.
Horas más tarde dijimos ¡Sí!, rubricando lo que el espíritu unió para siempre en un instante de eternidad.
LAS GOLONDRINAS
Hoy, cansado de tanto andar, descanso.
Ahora, saturada la mente, me aquieto.
Sosiego.
La brisa mece la higuera al compás de una sintonía que no alcanzo a escuchar.
Silencio.
Una golondrina se posa por primera vez junto al olivo.
Sin temor me observa y canturrea. Otra revolotea y se une a ésta.
Ambas emprenden una conversación muy animada, quizás el preludio de un cortejo primaveral.
Observo. Sus miradas con la mía se cruzan. Parecen sonreír.
Una ráfaga de viento enturbia el instante.
Vuelan… Se alejan y sé con seguridad que volverán.
Mi mente sosegada.
Alivio.
Ahora, doy gracias por este presente en la eternidad.
Mi alma vuela con ellas, una vez más.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)