¡BAILAD!



Una noche de un día, cuya fecha quedó en el olvido, viniste a darnos un mensaje, unas palabras que entonces carecían de sentido y que sólo años más tarde comprendimos en toda su dimensión: “Bailad juntos”. Tu hija me contó el extraño sueño, no parecía que se refiriera a que nos pusiéramos a bailar en ese momento. Fue años más tarde, cuando, sin ningún tipo de “presión mundana” decidimos firmar un papel que confirmara el compromiso que nuestras almas se dieron tiempo atrás. 
Unas horas antes, noche de luna llena, nuestros cuerpos bailaron al son que nuestras almas les marcaban. No, no hubo testigos, o así lo creímos. Y llegaste tú, amiga de nuestras almas, a poner la “guinda” en el pastel. Cuando el cuerpo reposa y el alma se libera por un momento de su opresión, llegaste ante nosotros y contemplaste, en silencio, cómo nuestras almas, una frente a la otra, abrazadas, bailaban sin cesar, girando como dos derviches en una danza que parecía no tener final. Y sin embargo la tuvo: un reloj marcando las doce y los cuarenta grados de un termómetro, colgados de la pared de una realidad distinta, era cuanto se distinguía aparte de nuestras almas; los dos desaparecimos sin dejar rastro tras una implosión que oscureció aún más la morada. El universo nos recibió, al otro lado del velo, como Uno más.
Horas más tarde dijimos ¡Sí!, rubricando lo que el espíritu unió para siempre en un instante de eternidad.


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