SOMOS GENTE CORRIENTE



Nos esforzamos día a día para que quienes están a nuestro cuidado tengan lo necesario para crecer y progresar como seres humanos dignamente. 
Nos levantamos cada mañana antes que el sol salga por el horizonte para traer el pan de cada día a una mesa sencilla.
Tenemos dignidad, no “vendemos” nuestro cuerpo, ni siquiera lo “alquilamos”. Nuestras manos se manchan, se hieren, encallecen, pero nuestra alma sonríe porque valoramos lo esencial de la vida: hacer todo con amor. No hablamos de amor continuamente, nos cuesta pronunciar tal palabra… preferimos una sonrisa y una mirada a los ojos de quienes encontramos en nuestro caminar; mas sabemos el fuego que arde en nuestro interior.
No pretendemos destacar, salir en las noticias. Trabajamos desde el anonimato creando unos cimientos bajo tierra, a gran profundidad, pues el edificio que estamos construyendo llegará a ser más alto que cualquiera pueda imaginar. Podemos formar parte o no de alguna organización que trabaja por un mundo mejor. Nos sentimos unidos igualmente, ya que nos sabemos miembros de una humanidad que está descubriendo la fraternidad. 
Traemos en nuestra memoria genética la acción. Somos hacedores, encargados tanto de destruir como de construir; de hecho nos encargamos de que caigan y se disuelvan aquellos organismos que impiden el crecimiento, tanto de la humanidad como de cualquier otra forma de vida en este planeta. No es por azar que salga a la luz la podredumbre, es necesario que descubramos nuestra enfermedad para dar el tratamiento adecuado, evitando así arrastrar de por vida una enfermedad larvada que pueda volver a dañarnos. Construimos donde sabemos que se está a la escucha, donde ya se ha tocado “fondo” y sólo queda “ascender”… aunque el “viaje” es interior.
Tenemos muy claro nuestro objetivo. Somos firmes en nuestro proceder, capaces de tender una mano allá donde sea necesario aun a costa de nuestra vida si fuera necesario; cada día nos entregamos al otro, porque es ya parte integral de nuestro ser. 
Nuestros rostros revelan la profundidad de nuestras almas, algunas ya muy “viejas”, otras muy “jóvenes”, mas todas amantes. Nuestras manos trasmiten igualmente el calor del fuego interno, pues sabemos que uno solo nos alimenta. Nuestros pies descalzos se funden y acarician la tierra sin dañarla.
Nos hemos forjado tanto en la alegría como en la tristeza; en la fe tanto como en la desesperanza; en la ilusión tanto como en la decepción; en el gozo al igual que en el sufrimiento; en el conocimiento del mismo modo que en la ignorancia… Somos hijas e hijos de la Tierra tanto como de otras “Tierras”. Hijas e hijos de la experiencia, de la fusión del Ser con el Ser: la Dualidad reflejo de la Unidad.
Somos únicos, importantes, valiosos, capaces, valerosos, sublimes… Dignos de existir eternamente. Somos el equilibrio en busca del equilibrio. No eres, no somos, ni más ni menos que nadie. No nos infravaloramos ni sobrevaloramos pues tú eres semejante: la Hija, el Hijo, de la Vida Una. 
No adoramos a nadie pues en cada uno nos sabemos el SER UNO. Tampoco necesitamos interlocutores entre nuestro ser y nosotros, pues hemos comprendido que no hay “dos” sino Uno en “dos”. Que el “dos” crea al Uno continuamente, que el Uno se recrea eternamente; se conoce y se reconoce en el “dos” siendo Uno. Somos nuestros propios sacerdotes.
Nacemos y renacemos continuamente, pues nunca dejamos de existir. Tan solo experimentamos las múltiples facetas del Ser. La muerte no tiene cabida en nuestro corazón y nos alegramos tanto en la “venida” como en la “ida”, pues siempre estamos en los dos lados… que son uno solo.
Nuestra historia es la tuya. Somos gente corriente y vivimos en todos los estratos de la sociedad.



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