SIN RUIDO



Me voy como llegué,
sin hacer ruido.

Susurros al alma fueron mis palabras,
esparcidas por el viento,
rumbo al Sur, al Este,
al Norte y al Oeste...
A tu corazón.

Cuando amanecí anhelé el atardecer.
Contemplo la última puesta de sol.
Es más que un deseo,
una necesidad vital.

Cumplí mi papel,
fiel al eslabón de una cadena sin fin.
Vuelvo al océano de la vida,
en silencio.

Tal como llegué, partí...
Sin hacer ruido.


HAY UN PLAN



  Me lo podría inventar. Especular que Tú no eres más que una quimera, el fruto de una mente imaginativa. Pero no, eres real. ¿Pero, quién eres Tú? ¿Cómo es posible que dos mil años no sean nada más que un parpadeo para Ti?
  Cuando de niño escuchaba hablar de Ti, imaginaba que sí era posible tu existencia en el pasado. Leyendo “Los Evangelios” encontré palabras, frases, que estaban cargadas de amor y sabiduría. No podían ser pura fantasía sin más. “Y venció a la muerte”, leía una y otra vez: uno de los temas más controvertidos y cuestionables a lo largo de este tiempo, tanto por los doctos como por el pueblo llano. Supuse que vivirías en un mundo aparte, un Cielo donde la paz y la armonía brillarían más que el Sol. Conjeturé tantas cosas…
  Y los días, meses y años pasaron. La vorágine de la vida me envolvía de un modo que pensar se convertía en un lujo. El agotamiento físico no dejaba nada más. No, no era casual, formaba parte del aprendizaje, del autoconocimiento, del desprendimiento del ego. Había que ponerlo en su sitio.
  Y Tú, en la sombra, en el silencio, trabajabas noche y día. No, no sabía, ni lo intuía. Solamente esperabas con infinita paciencia que la semilla tuviera la suficiente fuerza como para rasgar la tierra y buscar la luz. Han sido tiempos muy difíciles, tanto que la desesperanza asomaba en más de una ocasión. Andar a ciegas, sin saber si dar un paso adelante es lo adecuado o un salto al vacío; cuando gritaba y nadie me escuchaba; cuando me ahogaba en mis propias lágrimas; cuando todo perdía su sentido…
  Y Tú, estabas ahí, aquí. No lo supe. Esperabas que mi “yo” cayera rendido, abatido, sin fuerzas para dar un solo paso. Y llegó el momento, con las manos vacías y solo, con un corazón amante –era esto lo que esperabas‒ por encima de mí mismo, fue como supe que Tú estabas presente.
  No, no vives en ningún Cielo, estás aquí, en este mundo. Un mundo que es mucho más de lo que nuestros limitados ojos perciben. Miramos sin ver, pero no es culpa de nadie, ni nuestra, como no la tiene la semilla que se entierra para después brotar. Hay un plan inscrito en su ADN, un proyecto que se desarrolla por fases hasta que alcanza su cenit. Hay un Plan en nuestro ADN.
  Hace dos mil años despertaste en un hombre. La muerte no fue tu final, sino parte de un proceso necesario, el abandono de una piel que se quedaba pequeña, limitada. Tú, has llegado a un punto en tu crecimiento que parece un sueño, un imposible para nosotros, los mortales…
  Pero no es así. Hoy tienes un cuerpo físico, no es el del gusano, sino el de la mariposa. ¿Cómo le explicas a un gusano que puede volar? Callas y esperas el momento propicio.
¿Cuántas mariposas revolotean en este mundo sin que los gusanos lo perciban? Y, sin embargo, ocurre.

  Un día, unos pocos años atrás, bajo la sombra de un olivo te mostraste. Fue un momento muy particular, vital. Y decidiste darte a conocer...
  Y hablaste, fueron pocas frases. Palabras de confianza, de amor, de entrega, de presente y futuro…
  Y, desapareciste de la vista, pero te quedaste para siempre, donde “el fuego no quema”. Entonces comprendí que nunca te fuiste.


LA LLAVE



Pasado, presente, futuro.
¿Qué sois?
¡Nada!
Viajo por el tiempo como ave enjaulada.
¿Cómo romper estos barrotes?
Me ahogo,
necesito respirar... Volar.
Mis alas quebradas están.
¿Quién tiene la llave de mi ansiada libertad?
¿Tú?
¿Yo, quizás?
¿Soy un sueño,
nada más?
Anhelo despertar.


CLARA Y FRANCISCO… EN EL CORAZÓN



Se conocían Clara y Francisco desde niños. No se relacionaban directamente aunque sus corazones latían fuertemente al cruzarse por las calles de Asís, pero aún no era el momento. Pasaron muchos años, tiempo de madurar y encontrar un lugar, un sentido y un por qué en el mundo que les tocó vivir. Francisco quería convertirse en un caballero, un noble… pero la nobleza no se gana con sangre. Vivió la sinrazón de la guerra y sus consecuencias. Y cuando ya se encontraba hundido, cuando todo estaba acabado para él, encerrado en una prisión, pidió al cielo un poco de luz. La luz llegó a él en forma de librillo. Un librillo prohibido escrito en su lengua: el Evangelio. Se lo “bebió” y dejó que su ser se impregnara de su esencia. Comprendió la futilidad de su vida hasta ese instante. 

ÉL se dijo… “hoy he vuelto a nacer”. Y así fue, el destino, su cambio interno, su alma, hizo que saliera con vida de las mazmorras que le comían día a día. Ya no era el mismo, sus amigos no le reconocían… sus ojos tenían un brillo que no era de este mundo. Habló con su padre, que no le comprendió, pues tenía bien claro qué quería para él… insistía en que fuera un noble a pesar de lo pasado. Pero el sueño de Francisco estaba bien lejos de tal propósito… Su vida sería un compromiso con la sencillez, la humildad y la entrega al fuego que se había encendido en su corazón. Su madre conectaba con él, aunque no le alcanzaba a comprender del todo… y le dejó hacer.

Piedra a piedra junto a los desarrapados, los despreciados, los parias, los más pobres, empezaron a reconstruir la iglesia de Cristo.  Esa casa era sólo un símbolo de lo que él quería, no se aferraba a ninguna piedra, a ninguna imagen, sabía que sólo el cambio en los corazones era lo auténticamente necesario para entrar en la verdadera “casa” de Dios. Era una llamada de atención ante el cristianismo instituido y corrompido que rodeaba la vida de su ciudad y del resto de la cristiandad.

Clara no era ajena a estos sucesos. Los vivía en silencio y con gran alegría. Ella no dejaba de ayudar a quienes necesitaban alimento espiritual y físico, pero también sintió en su ser la “llamada”. Y Francisco tampoco era ajeno a los sentimientos de Clara. Ambos decidieron en su silencio crecer como auténticos amantes. Y su amor lo sublimaron convirtiéndolo en un fuego que quemaba toda impureza en sus almas. Supieron en sus carnes la realidad del Espíritu.

 Y un buen día Clara le dijo a Francisco que ya estaba preparada para pasar por el umbral de la “Casa”. Él le dijo: “Bienvenida a tu casa, nuestra casa, la de todos. Nada poseemos, nada nos pertenece y aun así lo damos todo por nuestras hermanas y hermanos”. Sin más, ambos se unieron a los que poco a poco, como gotas de agua, estaban formando un hogar lleno de vida. No querían estructuras para sostenerse, les bastaba lo que cada día Dios les ofrecía… Otros no siguieron este camino de sencillez, mas a pesar de ello sentaron una base que aun hoy en día siguen escuchando corazones inquietos e insatisfechos, deseosos de amar por encima de todo, incluso de ellos mismos. Hoy están más vivos que nunca donde la llama sigue iluminando: en el corazón.


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