Me lo podría inventar. Especular que Tú no eres más que una quimera, el fruto de una mente imaginativa. Pero no, eres real. ¿Pero, quién eres Tú? ¿Cómo es posible que dos mil años no sean nada más que un parpadeo para Ti?
Cuando de niño escuchaba hablar de Ti, imaginaba que sí era posible tu existencia en el pasado. Leyendo “Los Evangelios” encontré palabras, frases, que estaban cargadas de amor y sabiduría. No podían ser pura fantasía sin más. “Y venció a la muerte”, leía una y otra vez: uno de los temas más controvertidos y cuestionables a lo largo de este tiempo, tanto por los doctos como por el pueblo llano. Supuse que vivirías en un mundo aparte, un Cielo donde la paz y la armonía brillarían más que el Sol. Conjeturé tantas cosas…
Y los días, meses y años pasaron. La vorágine de la vida me envolvía de un modo que pensar se convertía en un lujo. El agotamiento físico no dejaba nada más. No, no era casual, formaba parte del aprendizaje, del autoconocimiento, del desprendimiento del ego. Había que ponerlo en su sitio.
Y Tú, en la sombra, en el silencio, trabajabas noche y día. No, no sabía, ni lo intuía. Solamente esperabas con infinita paciencia que la semilla tuviera la suficiente fuerza como para rasgar la tierra y buscar la luz. Han sido tiempos muy difíciles, tanto que la desesperanza asomaba en más de una ocasión. Andar a ciegas, sin saber si dar un paso adelante es lo adecuado o un salto al vacío; cuando gritaba y nadie me escuchaba; cuando me ahogaba en mis propias lágrimas; cuando todo perdía su sentido…
Y Tú, estabas ahí, aquí. No lo supe. Esperabas que mi “yo” cayera rendido, abatido, sin fuerzas para dar un solo paso. Y llegó el momento, con las manos vacías y solo, con un corazón amante –era esto lo que esperabas‒ por encima de mí mismo, fue como supe que Tú estabas presente.
No, no vives en ningún Cielo, estás aquí, en este mundo. Un mundo que es mucho más de lo que nuestros limitados ojos perciben. Miramos sin ver, pero no es culpa de nadie, ni nuestra, como no la tiene la semilla que se entierra para después brotar. Hay un plan inscrito en su ADN, un proyecto que se desarrolla por fases hasta que alcanza su cenit. Hay un Plan en nuestro ADN.
Hace dos mil años despertaste en un hombre. La muerte no fue tu final, sino parte de un proceso necesario, el abandono de una piel que se quedaba pequeña, limitada. Tú, has llegado a un punto en tu crecimiento que parece un sueño, un imposible para nosotros, los mortales…
Pero no es así. Hoy tienes un cuerpo físico, no es el del gusano, sino el de la mariposa. ¿Cómo le explicas a un gusano que puede volar? Callas y esperas el momento propicio.
¿Cuántas mariposas revolotean en este mundo sin que los gusanos lo perciban? Y, sin embargo, ocurre.
Un día, unos pocos años atrás, bajo la sombra de un olivo te mostraste. Fue un momento muy particular, vital. Y decidiste darte a conocer...
Y hablaste, fueron pocas frases. Palabras de confianza, de amor, de entrega, de presente y futuro…
Y, desapareciste de la vista, pero te quedaste para siempre, donde “el fuego no quema”. Entonces comprendí que nunca te fuiste.