LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE NO SER



Vagué por la vida viviendo sin existir. De un lado a otro dando tumbos. La mirada al pasado me producía melancolía; al futuro, incertidumbre y temor. Sentía un vacío insoportable, y no por hambre, sino en mi alma, aunque me preguntaba una y otra vez si tenía alma o era simplemente un amasijo de carne y huesos. He contemplado cómo se han ido, al igual que las hojas de un olmo cayendo de la rama en otoño, todos aquellos que he querido e incluso a los que he odiado. ¡Qué locura de sentimientos! ¡Qué vaivén que me lleva a la desesperación, al borde del abismo! No, no quiero saltar, y sin embargo, cuántas veces he tenido un pie en el aire…
He sido cobarde, lo reconozco. He dado siempre un paso atrás, puede que otros digan que es valentía. ¿Es la insoportable levedad de no ser, de pasar por la vida sin una alegría que llevarme conmigo como compañera de viaje?
Así he pasado años, que los he vivido como siglos, hasta que ¿sin pretenderlo?, cosas del destino 
-pensaba-, me encontré, al despertar una mañana, un leve cosquilleo sentido en mi pecho. No, no era mi corazón, que a pesar de no latir con fuerza, lo distinguía con nitidez, era cómo si algo extraño quisiera salir de mí. ¿Serán mis últimas horas de vida? ¿Habré sido poseído por una entidad desconocida? Estos y otros pensamientos más retorcidos, pasaban ante mí mente sin que pudiera hacer nada… Y fue ese “nada” lo que me transportó a un estado de mi ser irreconocible. Me dejé llevar… 
Ante mí, distintos personajes haciendo su vida cotidiana, vistiendo un ropaje de épocas pasadas  y futuras que sólo he visionado en películas; hablando en lenguas que no sabría reconocer y, que a pesar de ello, comprendía cuanto decían… Es como si estuviera dentro de ellos, como si fuera ellos, a la vez cercanos y distantes. Hay personajes en la literatura, en el cine, con los que me he podido sentir identificado con mayor o menor intensidad, pero nunca lo que he vivido en dicho estado que no sabría cómo calificarlo.
Y, como una ráfaga de viento helado que atravesó mi alma, mi personalidad presente se disolvió como un azucarillo en una taza de café caliente; las otras personalidades en otras vidas, ¿no vividas?, corrieron la misma suerte. Todas se fundieron en un océano de “nada”, en el vacío más absoluto. Es como si te arrancaran el alma cuando sientes que el amor de tu vida desaparece para nunca más volver…
A pesar de ello, o gracias a ello, supe, sin que ningún órgano viviente pudiera ser un impedimento limitador y engañoso, que soy en el “no ser” más vivo y activo que cuando algunas hormonas recorrieron mi cuerpo en la juventud. No puedo expresar con palabras lo que sentí, el gozo que, algo mucho más grandioso que mi alma, brotaba como agua de manantial. Y yo, un simple humano, perdido en claroscuros, me identifiqué con la fuente inagotable.
Hoy, mi alma siente. 
Hoy, en mi pecho, donde se cruzan los caminos, un insignificante hormigueo, me recuerda la insoportable levedad de no ser… Siendo el que siempre Es.


VACÍO


Entre tú y yo hay un espacio vacío
que permite que yo llegue hasta ti
y tú hasta mí.
El vacío es más real que tú y que yo.
Cuando ya no estemos,
cuando el último soplo nos abandone,
el vacío seguirá presente.
En él nos encontraremos cuantas veces lo deseemos
pues nada perturba lo que no es,
y sin éste,
tú y yo no existiríamos.
Las palabras sin espacio entre ellas pierden su sentido,
su razón de ser.
El espacio entre tú y yo es lo que somos.
Somos el vacío más allá de cualquier plenitud.





EXISTIR



El sol despertando de su sueño.
La luz que me ilumina.
El viento que me acaricia.
La nube que con su forma alienta mi imaginación.
El árbol que me regala su sombra.
El mar que me acoge en su regazo.
El cielo que en su inmensidad calma mi angustia.
La piedra que me cuenta increíbles historias ancestrales.
La tarde que me lleva a mi niñez.
La noche, mi amada desconocida...
Y tu mirada penetrante que me cuenta en silencio
lo maravilloso que es existir.



LA MUERTE NO ES EL FINAL



La primera vez que me encontré con la muerte fue por casualidad. Vi cómo unos hombres llevaban a hombros un féretro, una fila de mujeres y hombres lo seguían en silencio por las calles del pueblo. Me uní a la comitiva, sólo por la curiosidad que un niño puede tener ante algo que nunca había visto anteriormente, hasta llegar al lugar de destino: el cementerio. Pusieron el ataúd directamente en un hoyo preparado al efecto. Observé los rostros entristecidos de quienes lo acompañaron y, giré la cabeza observando cómo destacaban cruces de metal sobre las lápidas que cubrían el lugar. Era un sitio lúgubre y, me pregunté si aquí acaba todo…

La segunda vez me tocó de cerca. Sabía que mi abuelo estaba enfermo, vivía a unos veinte metros de la casa de mis padres, y fui a verle. Esa mañana iba de excursión con el colegio al museo del Prado y quería saludarlo antes de marchar. Recuerdo asomarme a la habitación y fijarme en la cama donde reposaba, al otro lado destacaba una bombona de oxígeno, pero no estaba conectada a él. Le miré y vi su rostro pálido y su nariz afilada. No me atreví a entrar y me fui camino del colegio, tenía una cita que ya no me importaba en absoluto.
El dolor que sentía me acompañó todo el día sin poder expresarlo, hasta que, por la noche, en el silencio de mi aposento, rompí a llorar. Nadie se enteró ni quise que lo hicieran mis padres y hermanos… Era demasiado íntimo. Y me volví a preguntar si éste era el final.
Me prometí encontrar la respuesta…

Años más tarde me encontré acompañando los días finales de mi suegro, una trombosis le dejó en estado vegetativo. Y fue el inicio de la respuesta… Una hija suya se encontraba a miles de kilómetros y aún no tenía noticia de su estado; le llamamos por teléfono para comunicárselo, pero no hizo falta, ya sabía que algo estaba pasando con su padre. Contó que él se le apareció en el salón de su casa, sentado sobre un sillón y, cuando ella fue hacia éste desapareció. Evidentemente no era su cuerpo físico lo que vio, ya que reposaba en la cama de un hospital, inconsciente. El día que ella llegó al hospital y tras verle, fue a descansar a la casa de un hermano. Mientras tanto, otro hermano y yo le estábamos acompañando en la habitación; al anochecer su corazón se paró. Llamé para comunicarlo al resto de la familia y, nuevamente, su hija me dijo que acababa de verle frente a ella en la casa de su hermano. Tal y como lo entendí su padre se acercó a despedirse… 

¿Hay algo que vive en este cuerpo humano que puede trascender la muerte? Lo vivido me decía que sí. Y quise saber más…

Un año más tarde, en una noche invernal… Las dos de la mañana. Mi hija no se dormía y  no dejaba de llorar en su cuna. Mi esposa dormía profundamente. La cogí y la coloqué en la cama entre ambos. Se quedó dormida al poco tiempo.
Yo me quedé desvelado, era imposible dormir. De pronto, estando tumbado en la cama, comencé a incorporarme acompañado de una extraña sensación. Giré mi cabeza al lado donde se encontraba mi hija y cuál fue mi sorpresa al ver que mi brazo que se encontraba bajo su cuello comenzó a atravesar su cabeza, ¡era transparente! Me moví un poco más y vi que mi cabeza estaba sobre la almohada, en ese instante, habiendo ya pasado completamente mi brazo, éste dejó de ser translúcido. Eran dos cuerpos iguales. Una sensación indescriptible de paz como nunca he experimentado me inundó completamente.
La habitación comenzó a llenarse de una luz tenue, como de luna llena, antes estaba completamente a oscuras. Mi "otro" cuerpo, instintivamente, comenzó a moverse con intención de levantarse. Me sentía como mero observador y dejé hacer.
Miré hacia la ventana, que estaba completamente cerrada con contraventanas de madera. En un impulso lento, pero firme, comencé a "levantarme" en su dirección. Pensé: “vaya torta que me voy a dar”. Pero no, no fue así. Mis brazos los coloqué delante de mi cabeza para protegerme y cual fue mi sorpresa al sentir como se introducían a través de la madera y el cristal, como si no hubiera nada, sólo un ligero cosquilleo.
Al instante siguiente, me vi en el espacio exterior de la terraza: un patio interior de un edificio de 13 plantas. Yo estaba en el 12º... flotando, mirando hacia abajo, sin sensación de miedo a caerme, como si fuera lo más normal. Levanté la mirada hacia las paredes del patio y seguidamente atravesé éstas, en un instante me encontré en un parque que se encuentra a unos trescientos metros. El espectáculo era precioso, abajo las copas de los pinos con un brillo como nunca he visto y arriba el firmamento, completamente lleno de estrellas, brillando como nunca, difícil en una ciudad como Madrid, más en esa época del año.
Mi destino siguiente era el barrio donde pasé mi infancia, pero no llegué, "oí" a mi hija llorar. En un abrir y cerrar de ojos, me encontré sentado sobre mi cama. Poco a poco mi "cuerpo" se tumbó y quedó completamente "encajado" en el que se encontraba tumbado.

¿Este acontecimiento encajaba en la respuesta a mi inquietante e insistente pregunta? ¿Era ese “doble” lo que sobrevive a la muerte o, también se disuelve con el cuerpo físico al final de la vida?
Fueron dos hechos los que me dieron la respuesta a estas preguntas:
El primero cuando mi hija comienza a hablar nos cuenta que se acordaba de cuando estuvo en la “tripita”, y no sólo eso sino que recuerda que nos vio cuando la concebimos. “Yo estaba en el aire y os vi”. Nos contó cómo fue… ¿Cómo alguien que ni siquiera tiene un cuerpo puede ver? Su mente, desde luego no estaba aún “contaminada”.
Y segundo cuando una amiga del alma se atrevió a compartir lo que guardaba celosamente desde hacía unos años. Para ella era muy doloroso, pero dio el paso:
«Descubrí que estaba siendo víctima de una gran mentira y caí en una profunda crisis que me condujo a una situación desesperada.
Una noche de verano, sola en mi habitación, decidí acabar con mi vida. Ya nada merecía la pena, carecía de sentido seguir sufriendo. Esperé a que mis padres durmieran.
Me senté sobre la cama. Cerré la ventana. Corrí las cortinas y me sumí en un profundo silencio lleno de dolor. Cuando iba a hacer real mi triste deseo levanté la mirada atraída por un punto de luz que a unos dos metros de mí y por encima de mi cabeza comenzó a  crecer, parecía provenir de la ventana que daba a la calle. ¿Qué extraño?, pensé. ¡Si está todo cerrado!
La luz ¿ajena? a mis pensamientos continuó expandiéndose, formando la silueta de un cuerpo ¿humano?
La visión seguía pasmándome, helando mis movimientos.
La luz menguó, pero no así la forma que tenía ante mis ojos, fue “solidificándose”.
Era alta, unos dos metros. El pelo le llegaba hasta los hombros,  de un castaño reluciente. Sus facciones expresaban dulzura y a la vez firmeza y seriedad, sin translucir si era hombre o mujer, quizás los dos sexos y ninguno a la vez. Sus ojos rasgados y de mirada profunda. Vestía una túnica blanca larga que no dejaba ver sus pies y sin llegar a tocar el suelo. Permanecía suspendido en el aire.
Una imagen que parecía haber salido de una estampa religiosa, pero que era real.
 ―¿Qué vas a hacer, Paloma?  Escuché sin que el “Ser” moviera los  labios.
 ―¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres? 
―¿Has pensado en las consecuencias que tendrá tu acto en aquellos que te aman, en tus padres cuando por la  mañana abran la puerta de tu habitación al ver que no sales?  ¿El sufrimiento que innecesariamente les vas a ocasionar, lo has pensado?
Sin dejarme reaccionar, continuó con voz dulce y afectuosa:
“Yo soy tu creador, tu Dios. Yo… habito en ti. Eres un eslabón de una cadena que no debes cortar, tu vida no es fruto de la casualidad. Debes irte cuando sea el día señalado y no antes. No es la primera vez que vienes a este mundo, ya has estado aquí antes.”
Empecé a llorar desconsoladamente y decidí no cometer  tan grave error.
El Ser de Luz continuó: 
“Ama. Ama. Ama. Volveré.”
El silencio envolvió la habitación.
El Ser de Luz fue disolviéndose y, como vino se fue.»

Si no es porque la conocía desde la infancia y sabía bien de su honradez y humildad no me lo hubiera creído, pero eso fue lo que le ocurrió. Era una pieza clave en el puzle que estaba armando en mi mente. ¿Realmente nuestro origen y destino no es de este mundo, de esta dimensión? ¿Es nuestro cuerpo físico semejante a un traje que dejamos cuando ya no nos es útil?
Un tiempo más tarde, estando por la noche, despierto, de pronto me veo en el espacio, sin forma, lejos de la Tierra, en medio del firmamento. Contemplo el Universo y sé que soy el Universo, mi conciencia abarca todo cuanto existe, cualquier lugar es su centro y estoy en todo. Todo está bien, en armonía. Todo lo sabía y sentía… y volví a mi “pequeña” conciencia, en un ¿rincón? del Universo.



ÉL


Eran días de incertidumbre, desasosiego, temor… ¿Qué nos deparaba el destino ahora que Él no se encontraba con nosotros? Revivíamos una y otra vez los años que estuvimos juntos. Tantos momentos que no supimos comprender, perdidos es nuestras discusiones e ilusiones mundanas; pero era así como debía ser, nuestras almas estaban en la forja. Golpe a golpe, en el calor del fuego, íbamos adoptando una forma determinada; y no era Él quien los daba, éramos nosotros mismos, llenos de orgullo y vanidad, quienes sin saberlo gestábamos un nuevo ser en nosotros. ¡Nos quemábamos tanto! Y sólo así fue posible llegar al intenso fuego que acabó con nuestras expectativas banales. El mesías que esperábamos se fue, diluido en las enseñanzas de nuestros mayores que ya no nos confortaban.

¿Quién era Él? ¿Qué hizo con nuestras vidas que nunca más fueron las mismas? ¿Le comprendimos cuando ya era tarde? Esperábamos un reino físico aquí, en la Tierra, y no sucedió… 

Durante cuarenta días después de su muerte estuvo desconcertándonos. Siempre nos decía que no le viéramos como a alguien superior a nosotros, que no hiciéramos caso de leyendas sobre Él. Nosotros teníamos información de primera mano, fueron tantas las veces que le interrogamos… 

Era claro en sus respuestas: 
–He nacido como vosotros, fruto de la tierra y del cielo. En cada uno de nosotros reside la esencia, la semilla que germina al ritmo de nuestros corazones. Mi madre y mi padre no son diferentes a los vuestros, ni yo soy diferente a vosotros, puede que mi corazón se haya abierto un poco más, pero sólo eso.

¡Tan lejos estaban sus respuestas de lo que escuchábamos una y otra vez desde niños!

–Mi reino no es de este mundo, como no lo son vuestras almas. Nacemos, andamos sobre estas tierras ensuciándonos los pies, hundiéndonos en el barro, sufriendo a veces sin saber por qué, con un futuro incierto tras la muerte. Nos desesperamos, humillamos, cuando creemos que otros nos arrebatan la dignidad. ¡Nadie puede arrebatarnos lo que no es de este mundo! Podrán lastimarnos, arrancarnos la piel a tiras, despedazarnos, pero nunca llegarán a apoderarse de nuestras almas. Esta no es la realidad de la que os hablo, es sólo un sueño del que estáis despertando. Donde yo voy, vosotros ya estáis. No lo recordáis pues así lo decidisteis, para que vuestro crecimiento fuera acelerado con el calor del fuego de vuestro corazón y el martillo de vuestra voluntad.

Nuestra voluntad titubeaba, se debatía entre dos mundos. Lo que veíamos cada día, la dominación, el desprecio, la impotencia…, nos hacía mella. ¿Cómo compaginar sus palabras con nuestro día a día, donde la vida no vale nada y es sometida al capricho de unos pocos? 

Él zanjó de golpe nuestras dudas… Se mostró tal y como era ante quienes le seguimos, días después de su muerte. ¿Cómo podía ser? Y sin embargo fue. Creíamos en su reino, lejos, más allá de lo conocido. Y ahí estaba Él, compartiendo momentos como si nada hubiera pasado. Calmo, sosegado y en paz. Una paz que nos calaba los huesos y hacía caer cualquier barrera. Su mundo estaba y está aquí junto a nosotros. “Lo que yo hago vosotros haréis, donde yo voy vosotros iréis”, nos repetía una y otra vez. Venció a la muerte…

Un día, cuando manifestó que ya no era necesaria su presencia, nos dijo que cuando flaquearan nuestras voluntades recordáramos su paz, la volviéramos a experimentar  como si sucediera otra vez en el presente. Y así acontecía. 

–La paz que os dejo la lleváis siempre con vosotros, es vuestra, como vuestro es el fuego que respira en vosotros. Reside donde está vuestro corazón y se extiende hasta donde vuestra voluntad alcanza. Su llama crece con el amor que sois capaces de dar, ella os mostrará el camino hacia un fuego mayor con el que os fundiréis  cuando ya nada deseéis para vosotros. 

Así supimos, cada uno en su momento, de qué nos hablaba. El fuego que nos quería trasmitir era la propia Vida; el que hace y deshace cuanto existe y se recrea una y otra vez; el que eleva a quien se hace humilde, lleva la luz donde la sombra impera. Un fuego que reaviva lo que creíamos marchito y purifica cuanto en nosotros aborrecemos.

Estamos de paso, como el invierno da paso a una nueva primavera que con seguridad llega. En muchas estaciones hemos de vivir aún, mas ya sin incertidumbre, sabiendo que el destino no está en el futuro sino aquí y ahora, donde Él está.



LA EXPANSIÓN DE LA CONCIENCIA



Es más que evidente que la dualidad en la que estamos inmersos forma parte de un proceso de “autoconocimiento divino” y no la consecuencia de algún castigo por parte de un dios ajeno y tirano. La expansión de la conciencia es un proceso sin fin ni principio de inspiración y expiración, el latido de la Vida nunca deja de existir.
Estamos entrando en un momento crucial en nuestras vidas. El ser conscientes del sentido profundo de nuestra dualidad, su razón de ser, nos está abriendo una puerta hasta ahora ni siquiera imaginada. Cuando en la espiral de la Vida unificamos nuestra personalidad, nuestro ego con su protector, el alma, trabajamos en dos mundos, dos realidades, de forma unificada. El ego ya no es obstáculo, sino el ejecutor de las energías que el alma recibe, pero… ¿de quién?, ¿de dónde?
La palabra “Espíritu” deja de ser simplemente un concepto abstracto para quien fusiona ego y alma, o en otras palabras: ya no hay dos voluntades sino una sola. Y, Espíritu y Voluntad son inseparables e indivisibles. La Triada, –Ego, Alma, Espíritu–, empieza a tener sentido para la mente y el corazón del que anhela ascender y elevar junto a él a sus congéneres a un reino de Paz y Amor. Cuando la Voluntad, el Espíritu –el fruto del fuego que no quema, sino que purifica–, se ha elevado a través de los diferentes chakras conectando la Tierra con el Cielo y permitiendo que la energía de la Vida circule libremente, tanto en sentido descendente como ascendente, nos hemos convertido por derecho propio en Creadores; en el Padre que, tanto y tan poco comprendido, nos habló Cristo.
A partir de dicho descubrimiento nuestra conciencia, nuestro ser, se siente identificado con el cosmos actuando, aquí y ahora, como el labrador que trabaja la tierra sabiendo que la cosecha ya ES. Somos dueños de nuestro destino. La creación que percibimos a nuestro alrededor es nuestra obra, bien es cierto que imperfecta aún debido a que estamos trabajando con energías cuyo control no es completo. Lo importante no es en sí alcanzar la perfección, sino el amor y la voluntad que ponemos en nuestra labor del día a día; pues la Vida es gozo, la complacencia del que ya nada ansía para sí; la simplicidad de quien se sabe alumno perpetuo en la escuela de la Vida.
Hasta alcanzar la cima de la más alta montaña de este mundo nuestra voluntad se somete a diferentes retos a lo largo del peregrinaje. Antes de la más alta cumbre –chakra–, seis hemos de coronar. En nuestra ascensión a través de cada chakra, centro de energía, receptáculo de nuestro cuerpo, se convierten éstos en nuestros maestros, trabajamos en ellos como estudiantes manipulando la Luz en sus diversas cualidades. Aprendemos su esencia, exploramos el mundo que se crea en ellos, disfrutamos creando vida, ésta cada vez más diversa.
Encarnación tras encarnación nos planteamos nuevos desafíos y también si así lo deseamos, fruto de nuestra voluntad y de la atracción que la materia, energía, ejerce sobre nosotros incluso creernos que ya lo sabemos todo e instalarnos en la comodidad y la autocomplacencia; nos convertimos de este modo en pasivos estudiantes, olvidándonos de nuestros objetivos; el gozo de la vida acaba dando paso a la dependencia de la materia, energía, que trabajamos, reteniéndonos y paralizándonos. La energía en cualquiera de sus aspectos está siempre en movimiento, si intentamos quedárnosla, poseerla, nos adentramos en un mundo donde el miedo acaba reinando, pues acabamos pensando que otros nos la quieren quitar. Creamos barreras, muros. El gozo se convierte en sufrimiento, muerte, destrucción.
Nos hemos convertido en seres insatisfechos debido a nuestra actitud, lógica consecuencia de nuestra libertad de elección, buscamos paraísos perdidos donde nunca los encontraremos. Nos hemos enraizado en determinados chakras, estadios de conciencia, creando un mundo ilusorio, dejando que el poder de la materia se convierta en nuestro amo. Es hora de cambiarlo. La materia es nuestra compañera de viaje, el libro en el que estudiamos y escribimos en sus páginas en blanco.
La libertad está a nuestro alcance, en estas palabras: “Yo recuerdo”. No hay que tener miedo a equivocarse al manejar con nuestras propias manos las energías del cosmos, están en nosotros porque así lo hemos decidido y somos capaces de construir con ellas un mundo fluido de Paz y Amor. El secreto, si es que lo hay, está en tu voluntad, en acordarse, en ser consciente que tú, que todos, somos Dios, el Creador, el Maestro. Y a partir de esta toma de conciencia ponernos a trabajar para traer a esta realidad (chakra) el mundo nuevo que hemos visionado en nuestros mejores sueños, porque nunca hemos dejado de soñar, de idear, en definitiva… de Amar.




POESÍA ENCADENADA



De pequeño, cuando la inocencia me alimentaba más que el pan con aceite, me levantaba contento sin que hubiera más motivo que abrir los ojos con los primeros rayos del sol. Un vaso de leche con cacao, unas galletas…, y listo para salir a la escuela dispuesto a aprender algo nuevo, importante, que alimentara mi alma inquieta.
Recuerdo la mejor enseñanza de mis profesores, no lo que estaba escrito en tinta negra, sino el amor que brotaba en ellos al desentrañar entusiasmados los misterios de la vida: cómo el átomo se abre de par en par, el vuelo anual de las cigüeñas de retorno al nido que les vio nacer, los viajes de aventureros dando la vuelta al mundo, las entrañas del cuerpo humano, la diversidad de culturas, razas y animales que habitan el planeta… ¡Tanto por descubrir! Sotero, Eduardo, Bernardo, María, Cristina… Algunos de sus nombres que siguen en mi memoria como si fuera ayer. ¡Gracias!
Una inquietud se manifestaba sin cesar y de la que no podía librarme: ¿quién soy?..., me preguntaba. Me sentaba, dejando que las horas pasaran sin percibirlo, sobre una piedra de granito, tallada por las manos gastadas de un anónimo picapedrero, cuyo fin era el bordillo de una carretera y acabó siendo el banco de ancianos y niños. Miraba al cielo esperando respuestas, mas éstas no llegaban. Silencio, apartados mis sentidos de la realidad contigua. Únicamente veía al Sol desaparecer en el horizonte acompañado poco después del lucero de la tarde. La noche no tardaba en llegar y una voz reconocida de mujer, tras una ventana del tercer piso, me sacaba de mi sopor… Hora de volver, el mundo de los sueños esperaba mi llegada.
Hay veces que teniendo la evidencia ante nosotros somos incapaces de percibirla, por su cotidianidad. No, aún no era el momento.
Llega la adolescencia y con ella muchos cambios que se superponían unos a otros. Un mundo dentro de otro mundo estaba oculto esperando las primeras luces del alba. Y éste se mostró, abriendo algunos de sus pétalos como una flor, irremediablemente,  unas veces con sacudidas violentas y en ocasiones con ternura arrebatadora.
No sabía quién era aún y me fijé en ti, flor anónima, quise conocerte sin saber de tu presencia hasta que escuché tu delicada voz de adolescente pronunciando mi nombre… Otra vez desde una ventana… ¿Quién te lo dijo?
Me olvidé de mi existencia, sólo tú llenabas el vacío que arrastraba mi joven alma. El tiempo no me importaba, ni las hojas brotando de las ramas de los chopos, ni la lluvia primaveral mojando mi cuerpo, sólo tú… Sin saberlo tenías la respuesta a lo que, en esos momentos era, para mí, una nimiedad. Otra vez tenía la evidencia ante mí y no supe verla. Tampoco era el momento…
Tiempos convulsos, cimentando  una identidad que buscaba su lugar en el mundo. Intenté encajar allá donde mis pies me llevaban, sin éxito. No encontraba lugar de reposo, ni para mi cuerpo cansado ni para mi alma indagadora.
Otra vez, un encuentro, ¿fortuito?, hizo que te viera a ti, con otro rostro, otro nombre, en otro tiempo. Esta vez no dijiste mi nombre, ni estabas tras una ventana… Esperabas sentada, en el interior de la Tierra, sobre un banco de piedra, a alguien. No olvidé mi pregunta de la infancia, ni mi existencia, al contrario, todos mis sentidos estaban más alerta que nunca. Otro mundo, hasta ahora desconocido, comenzaba a mostrarse…; nuevamente, como una flor revelaba los secretos que ocultaban sus pétalos más íntimos.
Ahora, comenzaba a encajar las piezas que años atrás eran sólo “casualidades del destino”. Lo que fui viviendo desde la infancia era la respuesta, palabras que no supe, entonces, escuchar ni entender, pronunciadas desde la ventana de lo más profundo de mi alma. Tuve que “unificar el tiempo”, condensarlo, para que, juntas, las palabras, fueran un mensaje de poesía encadenada escrita colmada de sentido.

Ahora es el momento…

¿Quién soy?
Soy todas las palabras,
increadas,
manifestadas…,
eternas.
Soy yo en ti.
Eres tú en mí.
Yo soy la Vida.
Poesía encadenada.




EL SUEÑO Y EL DESTINO



Caminaba por el bosque, el frío y la noche le acechaban, sólo le quedaba superar el precipicio que todos los días recorría; pero hoy intuía que algo saldría diferente, aun así siguió sus pasos, no había luna y la oscuridad lo iba cubriendo todo.

El bastón le iba guiando sus pasos al borde del precipicio, un mal paso y él y toda su vida caerían sin remedio.

Seguía a tientas despacio, pero el destino quería participar esa noche.

Un búho asustado se le abalanzó haciendo que sus pies perdieran el equilibrio. Su cuerpo comenzó a tambalearse. Soltó el bastón y resbaló, cayendo junto con piedras que le iban golpeando por todas partes. Perdió la consciencia y creyó soñar viéndose subiendo por una escalera. A ambos lados, vacío y oscuridad. Frente a él una pequeña luz tenue que parecía llamarle, se sintió atraído por ella.
Según subía la luz aumentaba, hasta que sin darse cuenta se encontró rodeado de ella. El aire parecía echar chispas, era como el rocío de la mañana, todo a su alrededor vibraba. Sentía en su piel este contacto y al respirar su cuerpo rejuvenecía, su vello se erizaba y una inmensa paz colmaba cada célula de su cuerpo. Tocaba un suelo alfombrado de hierbas y hojas caídas de los inmensos árboles cuyas copas se perdían en el cielo.

Debo estar soñando, -pensó-. Siguió caminando hasta lo que parecía una inmensa pradera con gente yendo de un lado otro, sin que parecieran darse cuenta de su presencia.
Se acercó a un grupo que, apartado, permanecía sentado en círculo sobre la hierba. Sus integrantes estaban abstraídos en sus pensamientos, sin embargo vio cómo se iba formando una burbuja de luz, sólo contemplarla le hacía sentirse mucho mejor. Apreció como ésta le iba cubriendo por completo. Tras un instante de adormecimiento, contempló su existencia desde antes de haber sido fecundado por sus padres; el proyecto de vida en el que tantas ilusiones puso, comprendió en que se había quedado; sus estudios, sus amigos, sus esfuerzos en vano y los logros alcanzados. El día en que recogió el diploma que le marcaría toda su vida… Todo volvió al presente, detalle por detalle, alegrías y tristezas, conquistas y derrotas.

Tras contemplar su vida todo pareció haber desaparecido, el paisaje, la gente… Ahora se encontraba ante una inmensa sala cuyas paredes eran de cristal de roca, la luz se reflejaba formando múltiples arco iris de colores desconocidos. Un ser vestido con una túnica azul, pareció surgir de la nada, éste se acercó a él y le dijo:
«Bienvenido eres siempre a tu hogar, toma y ponte la túnica que te guardamos desde tu última partida al mundo de la ilusión. Como ves, algunas cosas han cambiado desde entonces, muchos han ascendido hasta aquí y aún más están a punto de hacerlo. La luz y el amor están venciendo sobre la ignorancia y el egoísmo, no te dejes llevar por las apariencias. Ese es su fuerte, que el desánimo os deje abatidos y débiles, dispuestos a sucumbir a los deseos más viles e inhumanos. No, hermano, la luz está tomando posiciones en los corazones de almas cansadas de sufrir, prestas por fin a escuchar sus dictados y éstos sólo les reclaman: “Dad amor allá donde la vida os sitúe”. Aún queda mucho por hacer y por ello has de volver. Esta vez recordarás quién eres y transmitirás la luz donde vayas.»

Unos pastores gritaban: ¡Está vivo, respira! 
Poco a poco volvió en sí, dolorido. Quizás alguna costilla rota. Suerte, ¿suerte?, que un ciprés fue amortiguando la caída y unos matorrales le acogieron.

Se levantó con ayuda de los pastores y junto a ellos comenzó a caminar, recordando el “sueño” que había tenido.

Unas palabras se repetían en su mente sin cesar:

“Dad amor allá donde la vida os sitúe”.



EL ALBA DE UN NUEVO DÍA




Se marchó como lo hace el sol cada atardecer.
La oscuridad, en este momento, ciega mis ojos.
Nada escrito distingo, sólo recuerdos.
Sus palabras, ahora, se hacen presentes.
Puedo escucharle como si estuviera a mi lado.
Sentirle como si nunca se hubiera ido.
Verle como sólo el alma sabe.

Tú me dices:
«Pon en la misma balanza los elogios y calumnias.
Ve más allá de la superficie y bucea en la profundidad de sus almas.
Habla al corazón desde tu corazón,
deja que la semilla que ahí habita madure a su tiempo con el calor avivado con amor.
No todas las flores nacen en primavera… ni todos los inviernos son gélidos.
Hay un tiempo en que todas las estaciones se funden en una.
Trasciende el instante en que luces y sombras se enfrentan.
Ve más allá de las almas moribundas,
del aparente caos,
de tu alma,
de tu propia muerte.
Siente la vida que late donde los demás no la perciben.
La oscuridad contiene la luz,
es la cavidad donde se gesta el futuro,
el que tu sueñas, el que yo vivo.»

Como te marchaste has vuelto,
como el alba de un nuevo día.

A. Stéphanos

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