Vagué por la vida viviendo sin existir. De un lado a otro dando tumbos. La mirada al pasado me producía melancolía; al futuro, incertidumbre y temor. Sentía un vacío insoportable, y no por hambre, sino en mi alma, aunque me preguntaba una y otra vez si tenía alma o era simplemente un amasijo de carne y huesos. He contemplado cómo se han ido, al igual que las hojas de un olmo cayendo de la rama en otoño, todos aquellos que he querido e incluso a los que he odiado. ¡Qué locura de sentimientos! ¡Qué vaivén que me lleva a la desesperación, al borde del abismo! No, no quiero saltar, y sin embargo, cuántas veces he tenido un pie en el aire…
He sido cobarde, lo reconozco. He dado siempre un paso atrás, puede que otros digan que es valentía. ¿Es la insoportable levedad de no ser, de pasar por la vida sin una alegría que llevarme conmigo como compañera de viaje?
Así he pasado años, que los he vivido como siglos, hasta que ¿sin pretenderlo?, cosas del destino
-pensaba-, me encontré, al despertar una mañana, un leve cosquilleo sentido en mi pecho. No, no era mi corazón, que a pesar de no latir con fuerza, lo distinguía con nitidez, era cómo si algo extraño quisiera salir de mí. ¿Serán mis últimas horas de vida? ¿Habré sido poseído por una entidad desconocida? Estos y otros pensamientos más retorcidos, pasaban ante mí mente sin que pudiera hacer nada… Y fue ese “nada” lo que me transportó a un estado de mi ser irreconocible. Me dejé llevar…
Ante mí, distintos personajes haciendo su vida cotidiana, vistiendo un ropaje de épocas pasadas y futuras que sólo he visionado en películas; hablando en lenguas que no sabría reconocer y, que a pesar de ello, comprendía cuanto decían… Es como si estuviera dentro de ellos, como si fuera ellos, a la vez cercanos y distantes. Hay personajes en la literatura, en el cine, con los que me he podido sentir identificado con mayor o menor intensidad, pero nunca lo que he vivido en dicho estado que no sabría cómo calificarlo.
Y, como una ráfaga de viento helado que atravesó mi alma, mi personalidad presente se disolvió como un azucarillo en una taza de café caliente; las otras personalidades en otras vidas, ¿no vividas?, corrieron la misma suerte. Todas se fundieron en un océano de “nada”, en el vacío más absoluto. Es como si te arrancaran el alma cuando sientes que el amor de tu vida desaparece para nunca más volver…
A pesar de ello, o gracias a ello, supe, sin que ningún órgano viviente pudiera ser un impedimento limitador y engañoso, que soy en el “no ser” más vivo y activo que cuando algunas hormonas recorrieron mi cuerpo en la juventud. No puedo expresar con palabras lo que sentí, el gozo que, algo mucho más grandioso que mi alma, brotaba como agua de manantial. Y yo, un simple humano, perdido en claroscuros, me identifiqué con la fuente inagotable.
Hoy, mi alma siente.
Hoy, en mi pecho, donde se cruzan los caminos, un insignificante hormigueo, me recuerda la insoportable levedad de no ser… Siendo el que siempre Es.