LA MUERTE NO ES EL FINAL



La primera vez que me encontré con la muerte fue por casualidad. Vi cómo unos hombres llevaban a hombros un féretro, una fila de mujeres y hombres lo seguían en silencio por las calles del pueblo. Me uní a la comitiva, sólo por la curiosidad que un niño puede tener ante algo que nunca había visto anteriormente, hasta llegar al lugar de destino: el cementerio. Pusieron el ataúd directamente en un hoyo preparado al efecto. Observé los rostros entristecidos de quienes lo acompañaron y, giré la cabeza observando cómo destacaban cruces de metal sobre las lápidas que cubrían el lugar. Era un sitio lúgubre y, me pregunté si aquí acaba todo…

La segunda vez me tocó de cerca. Sabía que mi abuelo estaba enfermo, vivía a unos veinte metros de la casa de mis padres, y fui a verle. Esa mañana iba de excursión con el colegio al museo del Prado y quería saludarlo antes de marchar. Recuerdo asomarme a la habitación y fijarme en la cama donde reposaba, al otro lado destacaba una bombona de oxígeno, pero no estaba conectada a él. Le miré y vi su rostro pálido y su nariz afilada. No me atreví a entrar y me fui camino del colegio, tenía una cita que ya no me importaba en absoluto.
El dolor que sentía me acompañó todo el día sin poder expresarlo, hasta que, por la noche, en el silencio de mi aposento, rompí a llorar. Nadie se enteró ni quise que lo hicieran mis padres y hermanos… Era demasiado íntimo. Y me volví a preguntar si éste era el final.
Me prometí encontrar la respuesta…

Años más tarde me encontré acompañando los días finales de mi suegro, una trombosis le dejó en estado vegetativo. Y fue el inicio de la respuesta… Una hija suya se encontraba a miles de kilómetros y aún no tenía noticia de su estado; le llamamos por teléfono para comunicárselo, pero no hizo falta, ya sabía que algo estaba pasando con su padre. Contó que él se le apareció en el salón de su casa, sentado sobre un sillón y, cuando ella fue hacia éste desapareció. Evidentemente no era su cuerpo físico lo que vio, ya que reposaba en la cama de un hospital, inconsciente. El día que ella llegó al hospital y tras verle, fue a descansar a la casa de un hermano. Mientras tanto, otro hermano y yo le estábamos acompañando en la habitación; al anochecer su corazón se paró. Llamé para comunicarlo al resto de la familia y, nuevamente, su hija me dijo que acababa de verle frente a ella en la casa de su hermano. Tal y como lo entendí su padre se acercó a despedirse… 

¿Hay algo que vive en este cuerpo humano que puede trascender la muerte? Lo vivido me decía que sí. Y quise saber más…

Un año más tarde, en una noche invernal… Las dos de la mañana. Mi hija no se dormía y  no dejaba de llorar en su cuna. Mi esposa dormía profundamente. La cogí y la coloqué en la cama entre ambos. Se quedó dormida al poco tiempo.
Yo me quedé desvelado, era imposible dormir. De pronto, estando tumbado en la cama, comencé a incorporarme acompañado de una extraña sensación. Giré mi cabeza al lado donde se encontraba mi hija y cuál fue mi sorpresa al ver que mi brazo que se encontraba bajo su cuello comenzó a atravesar su cabeza, ¡era transparente! Me moví un poco más y vi que mi cabeza estaba sobre la almohada, en ese instante, habiendo ya pasado completamente mi brazo, éste dejó de ser translúcido. Eran dos cuerpos iguales. Una sensación indescriptible de paz como nunca he experimentado me inundó completamente.
La habitación comenzó a llenarse de una luz tenue, como de luna llena, antes estaba completamente a oscuras. Mi "otro" cuerpo, instintivamente, comenzó a moverse con intención de levantarse. Me sentía como mero observador y dejé hacer.
Miré hacia la ventana, que estaba completamente cerrada con contraventanas de madera. En un impulso lento, pero firme, comencé a "levantarme" en su dirección. Pensé: “vaya torta que me voy a dar”. Pero no, no fue así. Mis brazos los coloqué delante de mi cabeza para protegerme y cual fue mi sorpresa al sentir como se introducían a través de la madera y el cristal, como si no hubiera nada, sólo un ligero cosquilleo.
Al instante siguiente, me vi en el espacio exterior de la terraza: un patio interior de un edificio de 13 plantas. Yo estaba en el 12º... flotando, mirando hacia abajo, sin sensación de miedo a caerme, como si fuera lo más normal. Levanté la mirada hacia las paredes del patio y seguidamente atravesé éstas, en un instante me encontré en un parque que se encuentra a unos trescientos metros. El espectáculo era precioso, abajo las copas de los pinos con un brillo como nunca he visto y arriba el firmamento, completamente lleno de estrellas, brillando como nunca, difícil en una ciudad como Madrid, más en esa época del año.
Mi destino siguiente era el barrio donde pasé mi infancia, pero no llegué, "oí" a mi hija llorar. En un abrir y cerrar de ojos, me encontré sentado sobre mi cama. Poco a poco mi "cuerpo" se tumbó y quedó completamente "encajado" en el que se encontraba tumbado.

¿Este acontecimiento encajaba en la respuesta a mi inquietante e insistente pregunta? ¿Era ese “doble” lo que sobrevive a la muerte o, también se disuelve con el cuerpo físico al final de la vida?
Fueron dos hechos los que me dieron la respuesta a estas preguntas:
El primero cuando mi hija comienza a hablar nos cuenta que se acordaba de cuando estuvo en la “tripita”, y no sólo eso sino que recuerda que nos vio cuando la concebimos. “Yo estaba en el aire y os vi”. Nos contó cómo fue… ¿Cómo alguien que ni siquiera tiene un cuerpo puede ver? Su mente, desde luego no estaba aún “contaminada”.
Y segundo cuando una amiga del alma se atrevió a compartir lo que guardaba celosamente desde hacía unos años. Para ella era muy doloroso, pero dio el paso:
«Descubrí que estaba siendo víctima de una gran mentira y caí en una profunda crisis que me condujo a una situación desesperada.
Una noche de verano, sola en mi habitación, decidí acabar con mi vida. Ya nada merecía la pena, carecía de sentido seguir sufriendo. Esperé a que mis padres durmieran.
Me senté sobre la cama. Cerré la ventana. Corrí las cortinas y me sumí en un profundo silencio lleno de dolor. Cuando iba a hacer real mi triste deseo levanté la mirada atraída por un punto de luz que a unos dos metros de mí y por encima de mi cabeza comenzó a  crecer, parecía provenir de la ventana que daba a la calle. ¿Qué extraño?, pensé. ¡Si está todo cerrado!
La luz ¿ajena? a mis pensamientos continuó expandiéndose, formando la silueta de un cuerpo ¿humano?
La visión seguía pasmándome, helando mis movimientos.
La luz menguó, pero no así la forma que tenía ante mis ojos, fue “solidificándose”.
Era alta, unos dos metros. El pelo le llegaba hasta los hombros,  de un castaño reluciente. Sus facciones expresaban dulzura y a la vez firmeza y seriedad, sin translucir si era hombre o mujer, quizás los dos sexos y ninguno a la vez. Sus ojos rasgados y de mirada profunda. Vestía una túnica blanca larga que no dejaba ver sus pies y sin llegar a tocar el suelo. Permanecía suspendido en el aire.
Una imagen que parecía haber salido de una estampa religiosa, pero que era real.
 ―¿Qué vas a hacer, Paloma?  Escuché sin que el “Ser” moviera los  labios.
 ―¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres? 
―¿Has pensado en las consecuencias que tendrá tu acto en aquellos que te aman, en tus padres cuando por la  mañana abran la puerta de tu habitación al ver que no sales?  ¿El sufrimiento que innecesariamente les vas a ocasionar, lo has pensado?
Sin dejarme reaccionar, continuó con voz dulce y afectuosa:
“Yo soy tu creador, tu Dios. Yo… habito en ti. Eres un eslabón de una cadena que no debes cortar, tu vida no es fruto de la casualidad. Debes irte cuando sea el día señalado y no antes. No es la primera vez que vienes a este mundo, ya has estado aquí antes.”
Empecé a llorar desconsoladamente y decidí no cometer  tan grave error.
El Ser de Luz continuó: 
“Ama. Ama. Ama. Volveré.”
El silencio envolvió la habitación.
El Ser de Luz fue disolviéndose y, como vino se fue.»

Si no es porque la conocía desde la infancia y sabía bien de su honradez y humildad no me lo hubiera creído, pero eso fue lo que le ocurrió. Era una pieza clave en el puzle que estaba armando en mi mente. ¿Realmente nuestro origen y destino no es de este mundo, de esta dimensión? ¿Es nuestro cuerpo físico semejante a un traje que dejamos cuando ya no nos es útil?
Un tiempo más tarde, estando por la noche, despierto, de pronto me veo en el espacio, sin forma, lejos de la Tierra, en medio del firmamento. Contemplo el Universo y sé que soy el Universo, mi conciencia abarca todo cuanto existe, cualquier lugar es su centro y estoy en todo. Todo está bien, en armonía. Todo lo sabía y sentía… y volví a mi “pequeña” conciencia, en un ¿rincón? del Universo.



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