En la sala del olvido entré sin saber bien cómo el proceso anularía mis recuerdos, mi identidad acumulada a lo largo del tiempo. Mi “yo” quería revelarse, dar un paso atrás… pero la decisión era inapelable: volvería una vez más a “embarrarme”.
Un silencio angustioso, como una descarga eléctrica, recorrió mi ser ilimitado y, como un rayo, fui impelido a un viaje sin retorno hacia el interior. Pasé de ser consciente de la compleja inmensidad de mi existencia a constituir nuevamente una ínfima partícula “dentro” de mí mismo “casi” virginal. Solamente conservaba el propósito y la energía necesaria para materializarlo, nada más.
“Voluntad y propósito” me repetía, mientras se completaba el paso del “Todo a la Nada”. No quería sucumbir a la colosal atracción que ejercen los instintos naturales del cuerpo que iba a habitar por largos años y que prevalecieran, como ya ocurrió antaño, ante mi objetivo. Esta vez no lo planteé como un conflicto en el que debe ganar una de las partes implicadas, sino que célula a célula trabajaría incansablemente, dejándome llevar por el ritmo, lento, pero constante, de fusión celular-estelar que había ya experimentado en una anterior proyección, aunque de modo efímero. ¿Por qué dominar cuando puedo transmutar?
Lo que había hecho con mi cuerpo anteriormente, cómo lo traté, determinó cómo me relacionaba con mis congéneres. Vivía en un conflicto constante, intentando conquistar y someter a cuanto estaba a mi alcance, ya fuera humano o animal. Solamente conseguí formar parte de un mundo violento donde unos pocos imponíamos nuestra voluntad a los demás. No importaba el sufrimiento generado, pues seguía una ley que creía innata, la del más fuerte. La empatía se acababa cuando dejaba de verme en el espejo, reflejo de un ser que no era real, sino una caricatura de humanidad.
El mundo que nuevamente iba a experimentar, no era muy diferente al que dejé, quizás tecnológicamente más avanzado, aunque el ritmo de deshumanización aumentaba en un escenario que encogía mi ser, al sentirme causante de semejante desastre. Soy yo quien ha cambiado y no estoy, ahora, solo en este empeño: somos muchos quienes nos hemos dado cuenta de la necesidad de un cambio radical, pues está en juego la propia existencia humana. He visto algunos futuribles que podrían acontecer, espero y deseo que sólo uno de ellos se cumpla. Por eso estamos aquí, para embarrarnos.
El llanto de un niño se escuchaba en una sencilla habitación. La comadrona cortaba el cordón que le unía al cuerpo de su madre. Esta escena se repetía en los cuatro puntos cardinales. El lamento amplificado es un grito desgarrador, quizás el último. Millones de almas estamos dispuestas a que así sea y que la transformación, la boda cósmica, sea una realidad, aquí y ahora.