Sin permiso tomé conciencia de mi vacuidad.
Tras mi primer llanto, el cual no recuerdo, el dolor se instaló en mi débil cuerpo. Amargo compañero de vida.
¿Qué sentido tiene la existencia cuando la felicidad es un instante que se esfuma aun antes de saborearlo?
Contemplo a mi alrededor caras largas, tristes, sacando fuerzas de las entrañas para traer el pan de cada día. ¿Sonrisa, dónde estás?
Me abstraigo, escucho mis adentros, un corazón que palpita. ¿Quién te lo pide? No, no controlo nada, ni el aire que respiro. Aún así lo necesito para poder volar, lejos, muy lejos, en un mundo imaginario donde ya no hay preguntas… ni dolor. Simplemente ser.
Tic, tac. Tic, tac. Los años pasan. Me estrello con la realidad y ésta me dispersa en pedazos. Me duele el alma más que mi cuerpo, ya enjuto.
Ahora apoyado en mi cayado, camino, no hay destino, sólo contemplar cómo la vida se va. Estoy cansado, hermana parca, llévame ya.