UN DÍA CUALQUIERA




Te levantas un día cualquiera. Todo parece rutinario, organizado, sin sobresaltos y… sin embargo, un instante, un segundo, ¡todo ha cambiado! Ya no habrá más rutina, todo lo que estaba construido se ha desmoronado como un castillo de naipes, quedan las cartas… caídas, que hay que recomponer una a una, pero ya nada será igual. La Vida te acaba de mostrar, puede que de una forma brusca, que lo pasado es eso, pasado. A partir de ahora hay que empezar de cero, aunque con la memoria de una “vida pasada” en esta misma existencia.

"Me he quedado sin el trabajo por el que me esforcé tantos años en conseguir…" "El camión que se quedó sin frenos acabó estrellándose contra el banco, en el que casualmente me encontraba esperando el bus que me llevaría a casa a descansar un día más…" "Me ha abandonado aquella persona que creía sería quien me acompañaría toda la vida…" "Perdí todo el dinero que había atesorado debido a una desacertada decisión…" "Comprendí…"


Sea como sea, la Vida hoy es diferente. Me ha llevado a estar cara a cara ante mí, desnudo, sin adornos, ni siquiera un objetivo… ¡vacío de cuerpo y alma! ¿Y ahora qué? ¿Aún espero algo o tiro la toalla? Ahora soy como un niño, sin edad, con la mirada expectante ante un incierto futuro, viniendo de un pasado que se me escapa por segundos, son vagos los recuerdos… y a cada segundo se desvanecen aún más.

Este instante que ahora vives es el que te has regalado para sentir la Vida de un modo que nunca imaginaste, ser consciente de aquello que pasó de refilón anteriormente y dejaste escapar. Ahora puedes abrir los ojos al verdadero ser que eres y que esperaba, en silencio, el momento en que pudieras mirarte cara a cara, ya sin miedos irracionales, sin posesiones efímeras… Como un recién nacido, tienes toda una vida por delante, una oportunidad de oro que no has de despreciar.

Un día cualquiera ya no serás quien fuiste: despertarás de un largo letargo, de sueños que se esfuman cada amanecer. Un día cualquiera saldrás, cual mariposa, del capullo en el que te encerraste. Morirás al pasado y saldrás volando, conociendo de primera mano una dimensión que te llevará a explorar al ser que eres, siempre fuiste y serás.




CRISTO REVOLUCIONARIO



Hace dos mil años, en una sociedad donde unos pocos tienen el control económico, político, social, religioso –léase romanos y sus lacayos: la jerarquía religioso-política judía–, la libertad se limita hasta tal punto en que ésta consiste en conseguir el sustento diario y con el gravamen de la entrega de gran parte de la riqueza generada a quienes detentan el poder, tanto en tributos, como en especie.

Jesús se decantó por denunciar la opresión a que su pueblo era sometido, lo que le granjeó la enemistad del poderoso y la confusión entre aquellos  que le escucharon y siguieron. Gran parte de ellos le veían como un líder que les llevaría a la victoria frente a sus opresores. La espada colgaba de la cintura de muchos de ellos, algo que Jesús consintió, ¿por qué?
Sabía el contexto en el que vivía el pueblo judío y su labor educativa nunca pasaba por la imposición de ninguna pauta, ni siquiera que dejaran sus armas, apelaba a un trabajo de transformación que demandaba un gran esfuerzo por parte de sus seguidores y, ello, requería tiempo, mucho tiempo…

Cuando los hablaba de libertad, lo hacía de la que los emancipa de sus propios “demonios”. Si la jerarquía judía cometía todo tipo de injusticias, abusos, no les exoneraba a ellos de tales tentaciones cuando tuvieran la mínima ocasión. Si Él, tal como pedían muchos, se convirtiera en rey de los judíos, no por ese hecho y por arte de magia, su mundo sería de la noche a la mañana un paraíso. Al contrario, a la mañana siguiente todo seguiría igual. El trabajo que Él solicitaba era un cambio de dirección en sus corazones, sin este cambio todo estaría condenado al fracaso. Este cambio implicaba al otro como a un igual.

Ni siquiera le gustaba el papel que le estaban dando de “maestro” pues apuntaba una y otra vez a que ellos mismos eran sus propios maestros. No los dejó nada escrito ni fundó ninguna organización: la semilla que dejó germinaría con lentitud en su interior. Y, ésta, no era nada con la que se pudiera mercadear, dogmatizar, aprisionar... Sólo podría eclosionar. El Espíritu del que Él los hablaba les habitaba desde siempre. Su “Padre” no era más que ese Espíritu, y únicamente requería su reconocimiento, su consciencia en sus mentes y corazones de dicha existencia. La Hermandad, era una consecuencia lógica de dicho descubrimiento.

La muerte de Jesús en la cruz era resultado del temor del poderoso ante la posible pérdida de sus privilegios. Dicho acto, fue “aprovechado” por Él para acabar con el mayor temor de la humanidad: la extinción de la vida. El cuerpo físico fue fusionado con la semilla que le habitaba, “El Padre”, a un punto tal que nunca antes había sido alcanzado en este mundo. “Naciendo” de nuevo a la vida en un cuerpo de luz que sus seguidores pudieran visionar. Y se mostró ante éstos: “Mi Padre y Yo somos Uno”.  Abrió de este modo la puerta certera a la Eternidad de toda la humanidad.

“Ama a Dios –tu Padre, tu Espíritu–, sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Con este sencillo mensaje abrió una brecha en los duros corazones de quienes le escucharon. Iba más allá de una rebelión ante el poder opresor externo. No es sólo cuestión de cambiar a un tirano por otro en nombre de una supuesta liberación  patriótica. Llegaba a la raíz del problema que se haya en todo ser humano y al que él no era ajeno. Pero él supo verlo y trabajó hasta sublimar la materia con la que estaba hecho su cuerpo. El amor era y es su mensaje de liberación. Por eso no distinguía entre judíos y gentiles, sabía lo que le hermanaba con ellos, lo cual no le hizo ser un fiel súbdito resignado y silencioso. Su vida no estaba encauzada a “vegetar” sino a revolucionar el alma colectiva humana. El sufrimiento llevaba, y aún lleva, instalado en demasía en este mundo.

Su mensaje revolucionario está hoy más vivo que nunca. Hay tiranía y esclavitud. Hay luchadores blandiendo aún la espada en alto. Hay confusión y pesimismo. También hay esperanza y, quienes están trabajando en sí mismos, están resquebrajando el duro corazón colectivo, estableciendo puentes por encima de cualquier  limitación entre unos y otros, pues en todos habita la Semilla de la Vida… aunque para algunos sea sólo una utopía.

El paraíso del que Él hablaba está aquí, en el alma que ha encontrado la paz, aunque siga siendo un peregrino en el sendero al infinito. “Por sus frutos los conoceréis”.



RECORDÉ



Miré afligido al horizonte.
De pronto,
del mar,
surgió lentamente una brillante Luna llena.
La oscuridad de la noche poco a poco fue desapareciendo.
Y recordé…
Que el amor teje con hilos invisibles nuestras almas,
uniendo,
lenta pero inexorablemente,
unas con otras,
hasta que todas seamos una y multitudes,
multitudes y una.
La Luna me hizo un guiño.
Volví a mirar… sonriendo al horizonte.



EN UNO DE TANTOS PRINCIPIOS




En la sala del Consejo de Ancianos se estaba tomando una decisión crucial. ¿Era el momento adecuado para tomar contacto y establecerse en el planeta, que en gestación, alumbraría por fin seres capaces de acoger almas provenientes de otros mundos?

No todos estaban de acuerdo, el riesgo del fracaso era grande y el tiempo para que los autóctonos alcanzaran cierto autoconocimiento de sí mismos demasiado largo. ¿Esperar o emprender el “descenso”? Implicarse podría ser considerado como una agresión si no era bien comprendida la labor que se iba a encomendar a quienes aceptaran el reto.

A lo lejos una luz brillaba en el horizonte nocturno, no era una estrella, sino el planeta más próximo al suyo. Unos ojos lo contemplaban con inquietud y también con un profundo amor. El era un “explorador de la conciencia”, y sabía que allí se estaba debatiendo un profundo conflicto entre dos fuerzas aparentemente opuestas. La naturaleza animal había llegado al límite de su progresión, mas la humana estaba abriendo, por fin, los ojos a un mundo virgen. 

Desde aquí –se decía–, contemplar tal alumbramiento de vida era visto como un regalo sin igual. Sabía de las dificultades del proceso, él mismo las había vivido, y por ello, su amor, se acrecentaba más y más. La Tierra daba un paso de gigante. El Ser que la conformaba, al igual que el Ser que eran todos en su planeta, formaban parte junto con otros de Uno, que aunque les trascendía, se sabían fusionados a Él. Había experimentado en sí mismo la fusión con esta Presencia: sus conciencias se habían fundido. Una gota de agua no es distinta al océano en que vive –le gustaba repetir una y otra vez cuando era preguntado por los más jóvenes estudiantes de la conciencia.

Llamado por un anciano del Consejo, un viejo amigo suyo,   no tardó en presentarse. Su alma le decía que esta vez sí era el momento. No se equivocó. Tanto  él, como otras y otros, fueron invitados a participar en el proyecto “Tierra”. No lo dudó, aceptó. Pudo haber elegido un destino más allá de la Presencia, en sistemas solares y galaxias donde también tenía una cita pendiente… pero sería en otra “realidad”: su decisión era inapelable. 

Sabía que entrar otra vez en la dimensión del espacio-tiempo, tan “lejano” ya para él, era un acto que le devolvía a la experimentación del sufrimiento, de la separación de su ser, su conciencia, de la Presencia. Era el modo en que habían elegido algunos para asentarse en la Tierra. Empezar otra vez desde cero, como un autóctono de ésta. Otros optaron por la plena consciencia…

Así pasó durante millones de años de la Tierra por muchas experiencias. Encarnaciones, lo llamarían en su nuevo hogar, pero bien sabía que su vida es una sola. Olvidó su origen, pero no su propósito, que aunque dormido en un principio, esperaba el momento del despertar, como espera la semilla sembrada en invierno las lluvias y el calor de la primavera para brotar y florecer. Cuando una semilla germina, las que están a su lado, consecuencia de su vibración, emprenden el mismo camino… Esta era y es su misión. Es el calor del amor que les habita quien obra el “milagro”. Todo pensamiento, él lo sabía muy bien, crea vida, y el amor es el pensamiento más puro que cualquier ser pueda imaginar. La imaginación es el pilar de la vida.

Su despertar, como el de sus congéneres terrestres, fue gradual. Recordar su origen podría ser un obstáculo más que un trampolín. Vivir encerrado cuando se ha sentido la libertad puede hacer que la locura llegue por implosión. Algo diferente a sus parientes planetarios, pues estos sí que partían de cero realmente, aunque su florecimiento les abría la puerta del Ser que les dio la vida y su sentido de ser, nunca experimentarían tal agonía y sí su propia fusión, su personal “ascensión”.

Ya no sabía si pertenecía a este u otro mundo. En realidad ya no le importaba, se sentía y siente habitante de la Eterna Presencia. En sueños revivía una y otra vez escenas incomprensibles; acertijos que no llegaba a esclarecer. Cuanto más se preocupaba menos comprendía, así pues, dejó a un lado las elucubraciones y se centró en lo que consideraba esencial: ser. “Ser, es todo cuanto tienes que hacer” –escuchaba en el silencio.

Y siendo, recordó su origen. Y supo que tras ese origen, se ocultaban infinitos principios. Que tras cada noche, se gesta un nuevo amanecer. Oscuridad y luz son las dos caras de una misma moneda. 

Hoy, aquí, muchas flores están abriéndose gracias al sol que las calienta; dicho calor no proviene del que vemos cada día, sino del sol que alimentamos con el amor que somos capaces de compartir y habita muy dentro de cada una y uno, pues la Eterna Presencia todo lo habita, todo ES. Muchas de ellas un día decidirán dejar caer sus semillas en mundos inhabitados, a las que cuidarán y morarán, serán Uno con ellas…, será uno de tantos principios.


A MI PADRE



No tuvimos mucho tiempo para conocernos. Posiblemente vivíamos realidades diferentes a pesar de estar en el mismo mundo. Horas y horas pasaban cuando te marchabas de madrugada a traer “el pan de cada día”. Llegabas cansado, agotado… y este agotamiento sumado al dolor que siempre te acompañaba acabó por pasar “factura” a tu cuerpo. La guerra hizo sus estragos en el alma de tantas personas que les agotó las esperanzas, en la tuya.
Hoy tengo claro que sigo construyendo donde tú dejaste ladrillos apilados junto a las paredes que levantaste con tus propias manos. Son los pilares de un puente indestructible lo que tantas manos estamos trabajando.
Ahora lo ves todo más claro, dado que tu visión ha cambiado de perspectiva –es lo que tiene no estar atado a un cuerpo físico–. Ves con otros ojos, comprendiendo que no era banal tu paso por aquí. Eras y sigues siendo un eslabón necesario en la construcción de un mundo mejor.
¿Volverás por aquí?
Sé que no hay muro que nos separe a pesar de la “distancia”, que nada es cuando somos capaces de mirar un poco más lejos de lo que nos alcanza la vista. Hay realidades que sólo se ven con el alma amante. Y tú, hoy, eres real, envuelto en un cuerpo de luz. Aunque te recuerdo como eras, intuyo que eres mucho más…

¡Ah! Gracias papá. Tú ya sabes por qué.



REENCUENTRO DE ALMAS


El VIEJO BAÚL


Abrí el viejo baúl en el que guardo mis recuerdos, cuesta abrirlo, parece un poco atascado; veo que hay papeles que han perdido su brillo, algunos están enmohecidos, otros amarillentos e incluso los hay agrietados.

Por casualidad recogí una fotografía en la que se encontraban antiguos amigos que ya no volveré a ver. Reaparecían retazos de tiempos de alegría junto a ellos, otros que mejor no recordar, lo que me indicaba que viejas heridas aún no habían cicatrizado. Leí antiguas

cartas escritas desde la inocencia y me preguntaba: ¿Así pensaba y sentía?

¡Cuánto nos moldea la vida!


 Una piedra pequeña que ya ni recordaba y que sin embargo apretaba en mis manos en muchas ocasiones, ¡si ella quisiera hablar, cuánto diría de mis sentimientos encontrados! Unas notas de colegio, una imagen ante mí de filas de chicos esperando una botella de leche cantando “montañas nevadas, banderas al viento…”. Sí, era mi montaña pero nunca fue mi bandera, demasiado dolor en los corazones dejó como para ser admirada por mí. Una bola de cristal gastada por el contacto con la arena; una chapa con la imagen de Re, jugador del club de futbol Zaragoza, rechazado por los niños, tenía pocas letras y cuando nos jugábamos los cromos nos hacía perder. Un mechón de cabello… je, je, alguna niña lo echó en falta, aún se acordará de ese día, supongo que ya me habrá perdonado. El carmín, en forma de labios, impregnado en un pequeño pañuelo blanco, y un “te quiero” casi imperceptible en tinta de algún “bic”, que tantos dedos mancharon. Un billete del metro, recuerdo de mis primeras salidas en solitario a descubrir otros mundos. ¡Tantos recuerdos guardados! Algunos quedarán grabados a fuego en mi alma, otros, los menos, se quedarán en este baúl olvidado en un rincón de esta casa.



Miré por última vez el viejo baúl y lo cerré… A la mañana siguiente sonó la alarma del despertador. No quería llegar tarde a mi cita, un tren me esperaba con rumbo aún desconocido. ¿Con quién me encontraré en ese tren? Salí sin mirar atrás, tarareando: “Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti…”.


LA NOTA


Miré a mi alrededor, la estación estaba repleta de gente, era un día clave del año: Nochevieja. Muchos encuentros y despedidas, alegrías y tristezas. Ramo de rosas para una novia que desde el último permiso el militar no vio. Besos que nunca acaban al marido que el destino le hizo marinero, seis meses de ausencia son demasiado, a los que ninguno se acaba de acostumbrar. El grupo de estudiantes ansiosos de disfrutar de las pistas de esquí y de alguna noche loca en la discoteca. Un turista, un tanto despistado, fotografiando a los limpiadores del andén, confundiéndoles con dios sabe quién. Y en medio de toda esta multitud, me preguntaba: ¿qué demonios (dejémosles existir aunque sea sólo en estos momentos) hago yo aquí?

Sólo sabía que debía de tomar ese tren. El billete lo encontré en la mesita de noche con una nota en la que decía: "Urgente, sin falta, toma el tren, no es necesario que lleves equipaje, allí te esperan. Firmado por ´El Jefe´". Así que cuando “El Jefe” te dejaba una nota o cualquier otra señal inequívoca, uno sabía que no era el momento de hacer preguntas sino de pasar a la acción, las respuestas vendrían solas una vez que tomara el dichoso tren. Sin tiempo para largas despedidas, nunca bien aceptadas por todos, sin darme casi cuenta me encuentro ante la puerta del vagón nº 17, desde luego “El Jefe”, así le gustaba además que le llamara, tenía un magnífico sentido del humor… negro. No perdía detalle ni nada dejaba al azar, sabía lo que para mí significaba ese número, pero eso es otra historia.


Entré en el vagón deseando encontrarme a quien me esperaba según la nota. Sólo faltaban cinco minutos para que saliera el tren y quien suponía que subiría al tren no aparecía, por lo visto a alguien se le pegaron las sábanas. El silbato de la estación daba comienzo al cierre de las puertas automáticas. Este tren provenía del Este y no podía esperar ni un minuto más y los que ya venían en él deseaban más que yo que partiera. Las ruedas comenzaron a dar sus primeros giros con algún chasquido insufrible. Me asomé por la ventanilla intentando ver a alguien acercarse corriendo, pero nada, sólo pañuelos despidiendo a los que se van. Pasados cinco minutos la ciudad se perdía en un horizonte de asfalto y hormigón.



El traqueteo del tren me produjo sopor. Comencé a ver ovejitas: una, dos, tres… y entré en el mundo de los sueños. Me vi por encima del tren, contemplando la ciudad al fondo, y al otro extremo grandes montañas cubiertas de nieve eterna. De pronto me encontré en medio de ellas, acercándome rápidamente a lo que parecía ser un inmenso jardín, cerca edificios que parecían hechos de cristal. Una silueta de mujer. Parecía haberse fijado en mí. Me acerqué a ella, era luz y fuego a la vez, sonriendo me llamó por mi nombre. Al instante, sin saber cómo, nos encontramos en medio del espacio infinito. Había junto a nosotros más seres como ella, de ambos sexos y algunos que fundían a ambos. Me señaló una franja en el horizonte estelar. Me di cuenta que mis pies dejaban de pisar “algo” que sentía como metálico para encontrarme suspendido en un oscuro cielo franqueado por millones de lejanas estrellas mezcladas con galaxias que se acercaban a un ritmo vertiginoso. Sentí marearme. De pronto la escena cambió, frente a mí la mujer y alrededor… nada. Me dijo: “Fíjate en mis ojos y no lo olvides”. Más allá de un rostro - extremadamente bello- que no era de este mundo, sus ojos me impresionaron; pues mostraban lejos de cualquier duda a alguien conocido, aunque no sabría encontrar en mi memoria ningún dato que lo corroborara. Eran grandes, rasgados (otra vez), que en silencio lo decían todo.


Sobresaltado desperté del sueño, alguien agitaba mi hombro. ¡Despierta! Un poco trastornado me giré hacía quien interrumpió mi dulce sueño. Una mujer vestida con un sari hindú, me sonrió. Me fijé en la pintura que destacaba en el entrecejo, lo que me llevó a bajar un poco la vista hacia sus ojos. Extrañamente me recordaban a la mujer del sueño. ¡No me lo podía creer! ¡Sin duda era ella!


“El Jefe” nunca dejará de sorprenderme: “Allí te esperan”, decía la nota...


A lo largo del tiempo las almas nos vamos reencontrando. Hemos forjado entre todas una red, una cadena, que entrelazada está construyendo una realidad impresionando en ella lo mejor que somos capaces de crear. El amor que generamos hace que en silencio, casi imperceptiblemente, se vaya materializando. Claro que, antes, hemos de dejar en el olvido nuestro viejo baúl y ser capaces de interpretar las notas, las señales, que “El Jefe” nos deja en cualquier momento de nuestro diario existir.


Un tren nos espera, viene del Este…





LUCE EL SOL




En mi noche la Luna me arropa con su manto. 
Descanso en calma.
La Inmensidad se hace Presente.

Este instante… 
con paz, 
serenidad, 
confianza…
en mi alma.

Luce el Sol.
Con ÉL,
 de la mano, 
siempre…



EL SIRIO


Hace unos años tuve un encuentro casual con un sirio, no era de nacimiento, sí de adopción, pero, según me dijo, Siria es un país donde no te preguntan cuál es la tierra que te vio nacer, ni por qué se decidió migrar; están acostumbrados desde cientos de años a acoger con los brazos abiertos a quienes han decidido instalarse allí, sin más.


De donde él provenía, los conflictos interreligiosos estaban a la orden del día, al igual que el sometimiento a unas fuerzas opresoras que nada respetaban, ni la vida ajena. Las escusas para invadir su tierra de origen encerraban un gran complejo de inferioridad escondido en grandes palabras como prosperidad, libertad, orgullo, raza… El único afán era la posesión de las voluntades ajenas, humillarlas hasta ver  seres desposeídos de lo más preciados: la libertad de ser y pensar. 

Me contaba que ellos vivieron de un modo sencillo, no necesitaban grandes posesiones, la tierra se trabajaba entre todos y lo que ella producía se repartía equitativamente. Nadie decía: “esta tierra me pertenece”. Ni siquiera tenían una bandera, ni la necesidad de sentirse formar parte de una gran nación. Lo poco que tenían cabía en un morral. Así fue hasta la invasión… que por añadidura trajo la división entre los autóctonos. Un cáncer que fue royendo la vida apacible. Algunos, de corazón débil, engañados por los oropeles, se pusieron del lado del invasor, fueron más crueles que éstos.

«No poseíamos armas –me decía–, la palabra era la que resolvía las diferencias que iban surgiendo durante edades. Ni siquiera necesitábamos de un dios que nos guiara a ninguna parte; nos sentíamos parte de la naturaleza, de la tierra que nos amamantaba día a día, y por ello estábamos agradecidos siempre. Todo cuanto necesitábamos saber se encontraba en nuestro interior.

»Con la invasión –continuó–, llegaron dioses de barro, gentes que nos decían a quién adorar, a quién escuchar sin rechistar y algo más aterrador aún: a quien obedecer sin preguntar. Su lenguaje embaucador hizo mella en muchos, provocando duros enfrentamientos entre nosotros. No atendían a razones y acabaron usando la fuerza del puño para convencernos…, algo que no consiguieron en muchos, nuestras manos estaban abiertas para agarrar el azadón, para tenderla a quienes nos necesitaba y no para dañar.
»Hoy, nuevamente, la historia se repite una vez más, es un bucle, una lección no aprendida. Unas células de nuestro corazón, nuestra alma, que no desean crecer, madurar, y quieren seguir el juego del dolor y sufrimiento, del miedo. 
»Hoy, vivo exiliado, aunque cualquier tierra ya es mi tierra, ofreciendo lo que llevo en mi morral.
»Hoy, muchos de mis hermanos han emprendido el mismo camino, piden ayuda, como yo la pedí en su momento… El éxodo continúa. No dejes que los dioses de barro nublen tu mente y corazón, que tu mano abra la puerta a quien llame y no cierres el puño para golpearlo. Mañana podrías ser tú quien llame a mi puerta.»
No volví a verle, cada vez que alguien llama a mi puerta, la abro. Puede que un día llame a su puerta… para darle las gracias.



UN REGALO



Quizás no sepamos de dónde venimos ni a dónde vamos,
ya parece un largo camino recorrido y aún más el que nos queda por recorrer.

Construirse a sí mismo no es nada fácil.
Unas veces la senda parece un paseo por un vergel
y otras sólo conseguimos dar un paso tras un esfuerzo titánico
y sin saber si ha merecido la pena tal sacrificio.
Mas cuando damos el paso,
éste nos abre las puertas en que vemos el siguiente a dar,
entonces la esperanza se convierte en algo real y tangible
y podemos decir que sí,
todo esfuerzo no ha sido en vano.

La vida es un regalo, más un regalo que se gana a pulso.
Cuando nos resistimos a crecer,
queremos permanecer reteniendo aquello que nos da un sentido a la vida
y todo lo que nos va bien.
Y deseamos dar un gran salto hacia adelante,
o peor,
hacia atrás
cuando el viento no va a nuestro favor,
pero el pasado… ya no vuelve.
Sólo nos queda un camino: crecer.

Nos sentimos empujados por los acontecimientos,
o eso es lo que creemos,
cuando en realidad somos nosotros quienes los creamos,
unas veces por nuestra dejadez y otras por nuestro ímpetu.
Siempre ante nosotros se abren diferentes posibilidades
y la última palabra es la nuestra,
también nuestra responsabilidad.

Nadie decide por ti si no quieres.




Y NADA MÁS


Pasan noches, días
y tú no estás.
¡Soledad!
¡Qué ingrata compañía para quien no te ha llamado!
¿Y el futuro?
¿Sin ti?
No lo imagino.

Te veo,
volver
por la  misma senda que marchaste,
en un instante intemporal;
radiante,
sonriente,
feliz.

Yo también sonrío.
Tu mano con la mía.
Tus pasos y los míos,
por fin,
dejan estelas en la mar.
Huellas que vienen y van,
una brisa de eternidad…
¿Somos los mismos?
Sin preguntas,
sin respuestas.
Somos… y nada más.



UN PEREGRINAJE



Sigo, hoy, con una sola certeza: es real. Cristo no es un delirante sueño de unos pocos locos. Sé que Es, ahora, en este instante. No puedo demostrar nada, tampoco es mi intención, pues corresponde a un “viaje” que todos emprendemos cuando sentimos que es el momento oportuno de hacernos una pregunta, diferente para cada uno, pero en esencia la misma, consecuencia de una percepción íntima en lo más hondo de nuestro ser de que hay “algo” que trasciende nuestras células, nuestros pensamientos, y que tenemos la certeza de que “Es”.  Comenzamos un peregrinaje en “su” busca, descubriendo qué es el amor. Gozamos, sufrimos, nos entregamos sin medida. Nos caemos y nos levantamos, no siempre con las mismas fuerzas, pero “algo” en nuestro interior nos dice: ¡adelante, levántate! Y el Amor, con mayúsculas, aparece en miles de rostros, en todo cuanto nos rodea. Y nos canta: “ama, es cuanto necesitas”.

Sé que es real y vive en Todo, incluso en mí. El Eterno se funde en su creación, nace Cristo, un estado del Ser que se hace real en el espacio y el tiempo.


PUEDE SER



Me encontré tumbado en el suelo sin saber cómo llegué hasta este lugar: una oquedad, oscura y fría. Abrí los ojos y empecé a estirar mi cuerpo que parecía entumecido, no sé si por el largo tiempo transcurrido acurrucado o por el temor a encontrarme en un lugar desconocido y nuevo para mí. Palpé a mi alrededor y parecía estar encerrado, una pared circular de piedra me rodeaba; sólo escuchaba mi corazón palpitar. ¿Cómo había llegado hasta aquí? No recuerdo nada, ¿es un sueño? Me senté intentando tranquilizar mi mente agitada. No durará mucho tiempo, me dije. Acabaré despertando…

En medio de la oscuridad comencé a percibir pequeños puntitos brillantes pegados a las paredes, a continuación éstos parecieron tomar vida danzando de un lugar a otro. Se acercaban a mí, pareciendo que me observaban se aquietaban y nuevamente se alejaban cruzándose unos con otros. Algunos chocaban entre sí, produciendo estallidos de luz que me divertían… Era un juego inocente de ¿alguna inteligencia? Eso parecía. Cuando, de pronto, todos se quedaron quietos, como obedeciendo a una orden inaudible e inapelable. Al unísono bailaron aproximándose a mis pies –yo permanecía sentado– formando una pequeña esfera de luz que tocaba la tierra. Ya no eran una multitud, sino una nueva entidad. Me vi reflejado en ella, pues parecía un espejo. Mi reflejo se introdujo absorbido por una fuerza que desconocía en ella y mi conciencia, repentinamente, abandonó mi cuerpo y siguió el mismo camino.

Ya no me encontraba en una cueva a oscuras sino que yo era la misma luz. Extendía mis manos y tocaba materia, era cristal de roca y ¡sorpresa!, mis manos estaban hechas de la misma naturaleza. Nada había inerte a mi alrededor, todo rezumaba vida. Entonces noté que emanaba del suelo un rayo de luz que entraba en mí. Me levanté asustado. No sé cómo conseguí calmarme y dejé hacer… Cerré los ojos y sentí cómo la luz ascendía lentamente, inundándolo todo, como el agua llena un arroyo seco con la primera lluvia de otoño. 

¡Paz! Nada me importaba ya, si era sueño o no, era indiferente. Disfruté como nunca lo había logrado. Mi ser se expande al ritmo del fluido de luz. Ascendí con ella y en ella, y la luz tomó forma: fuego. Un fuego que vivifica, encendía y despertaba rincones dormidos. Serpenteando se movía en mí; al acercarse a mi corazón, tonalidades rojas y amarillas se fundían en una danza loca e imparable hasta que un estallido ocurrió… Ya no había luz, ni siquiera una pequeña llama… Oscuridad, silencio, vacío… ¡Nada! Intentaba tocar algo, era imposible, ¡no tenía manos, ni cuerpo!, y sin embargo existía. 

No sé cuánto tiempo pasó, o si pasó siquiera el tiempo… pero ocurrió que estaba en mi habitación, sentado en posición de loto en un viejo sillón. Una mano me acarició suavemente. Sonriendo me dijo: “Hoy has llegado lejos, tu rostro fue cambiando, mostrando a otros, de otros tiempos, otros lugares… Incluso donde la forma se pierde en el infinito”.

Yo contesté: –Puede ser…




EL VIENTO HABLÓ



Tanto tiempo sintiendo tu ausencia. Me sentaba, meditabundo, mi mirada perdida en el horizonte, esperando…
Pasaba los días, los años, y tú no aparecías.
Cada día, sentado en la misma piedra, seguí, confiando que tu silueta se acercaría a la mía.
¡Me faltas tú! ¡Lo gritaba al viento!
Y el viento habló…

Fue en el callejón del Gato, una tarde de otoño en la vieja villa, donde te vi… Los dos entramos en él al mismo tiempo, ambos desde el lado opuesto, como sus espejos, como fue nuestra vida hasta ese instante. Tu vestido azabache mecido por el viento atrajo mi atención, mas fueron tus ojos verdes y tu sonrisa al cruzarnos la que te delató… ¡Eras tú, siempre tú!
Me miraste como sólo el amor sabe hacer. 
Mi alma me lo decía… Te reconocí y el fuego de tu cabello lo confirmó. Tu alma te lo dijo también.

Al alba de un nuevo día ya nada era igual que ayer. 
Nuestras manos se enlazaron para nunca más soltarse.

La piedra de mis confidencias, hoy, permanece vacía…



PRESENCIA SOLAR



Hay veces en la vida que me he sentido huérfano, no reconocía a mis padres como tales, lo digo con toda la sinceridad del mundo. Me sentía tan lejos de cuanto me rodeaba: conversaciones, expectativas de futuro, intereses cotidianos… que me reafirmaba en mi pensamiento. 

Con los años he comprendido que estaba en lo cierto y a la vez equivocado. 

Me explico: reconocí a mi madre y padre como tales, aquellos que ofrecieron sus células para que formaran juntas un cuerpo que desde el principio tomara vida, latiendo un diminuto corazón y alrededor todo un sistema solar: su sol, sus planetas, sus satélites, asteroides… Cuando, pasado el tiempo, aún en la infancia, miraba absorto las estrellas pensaba: “Hay está mi hogar, mi padre”. Era absurdo, pero así lo sentía…, a pesar que todo indicaba que sólo hay lo que se ve y dura cierto tiempo, después se disuelve en la nada… 

Cuando, un día, temprano, en que iba a ir de excursión con los demás compañeros de clase por primera vez al Museo del Prado, me acerqué a casa de mis abuelos maternos, pues mi madre estaba allí, aunque no recuerdo por qué fui, quizás para recoger un bocadillo, me encontré por primera vez con la muerte. Mi abuelo, en su habitación, tumbado en su cama, pálido, con los ojos cerrados, junto a él una botella de oxígeno ya desconectada. Mi madre, mi abuela, mi tío… todos en silencio. Seguro que les saqué de aquel momento lleno de tristeza e incomprensión… Marché sin decir palabra. 

Prácticamente no recuerdo nada más de ese día, salvo que era viernes… Llegó la noche, me acosté como cualquier día, pero no fue un día más, por primera vez lloré amargamente sin que nadie se diese cuenta, era algo tan íntimo…, tan mío. La visión de la muerte me impactó, y aún más no poder volver a jugar con mi abuelo, Mariano se llamaba. No me encajaba en lo más hondo de mi joven alma este momento de la vida; no tenía sentido vivir unos pocos, o muchos años, y que todo quedara en nada tras pasar por este mundo, que para muchos es duro y cruel, salvo en algunos momentos de alegría. “Hemos venido a sufrir”, escuchaba una y otra vez, y dentro de mí me rebelaba ante tal idea nefasta.

Crecía en mí un impulso cada vez mayor sobre mi ascendencia, algo me decía una y otra vez que mi intuición infantil no estaba equivocada y aún más importante, que la muerte no era nada. No sabía por qué, pero así lo sentía y vivía.

¿Cómo encajarlo? No había nada que encajar, sólo vivir, experimentar la vida en las facetas que me iba encontrando. Sentir el amor, el dolor, la pasión, dejarme llevar por emociones nuevas… Mi alma bullía  pletórica. Entonces comenzaban a emerger pensamientos que intentaba asimilar. Un interés por mi “otro” padre crecía en mí, de tal modo que mi vida cambió…

Busqué darle forma y sentido y sin saber cómo, vi. Nunca he manejado ninguna facultad extrasensorial, si ha sucedido, soy ajeno a su mecánica y voluntad. Vi, ante mí, a unos dos metros, unas escenas en tres dimensiones y a todo color en las que yo me encontraba inmerso. Eran vivencias que no había vivido aún, supe que se referían al futuro, no a un día concreto sino que tendrían lugar a lo largo de los años… muchos años. Entonces tenía recién cumplidos dieciocho…

Sentí que en mí vivían dos almas, una joven y una vieja… Ambas se han encontrado y alejado a lo largo de los años; se han peleado; intentado dominar la una a la otra como si fueran un ángel y un demonio… Hasta que me di cuenta que ambas eran en realidad una sola. Que el “conflicto” no era más que consecuencia del contacto desde aún antes de nacer de “algo” que soy yo, con la materia formada por una semilla de vida que también soy yo. Fundir dos aspectos de mí mismo, aparentemente opuestos, no es nada fácil… Es cuestión de voluntad y ambos tienen una fuerte personalidad… Comprendí que el sufrimiento es la fricción violenta, hasta que experimenté la caricia y la sonrisa. Dejé mis armas, el odio, la rabia, la ira… contra el mundo, contra mí. Desarmado me dije: “Haz ahora lo que quieras conmigo, no quiero más guerras, más sufrimiento”. Y como una ilusión, mi “otro” yo, desapareció y me di cuenta que siempre fui yo, uno, el que experimentaba la Vida.

Vida, ¿cuántas veces pronunciamos esta palabra?, ¿comprendemos su sentido, su más profundo sentido? Supe que la muerte no existía, era también parte de la ilusión… Sólo hay VIDA. ¡Bendita Vida!

Y, ahora, sé que también soy hijo del Sol, del que vemos todos los días y del que le da la Vida, un Sol que no se ve, que vive en mí, en todos, que no es dos sino Uno. Y esta Presencia Solar es la VIDA, eterna VIDA…, la que siempre Es.

Esta Presencia es una semilla que crece, hecha con la misma esencia del Sol, un fuego que alumbra aun en la oscuridad. Una semilla germen de un futuro que Ya ES. A la que solo hemos de alimentar con amor, el único que la hace elevarse hasta florecer.




DAD UN PASO



No me busquéis entre los muertos, mirad en vuestros corazones, ahí estoy Yo.
Estoy hecho de la misma naturaleza que vosotros, nada me distingue salvo… unos pocos pasos más en el camino andado.
Unos pasos que nada son, pues tomáis el relevo de otros que hollaron antes la misma senda.

Dad un paso, no os preocupéis si erráis, pues Yo sé qué hay en vuestros corazones.
Sé que os empuja un viento cuya fuerza procede de la Luz que ilumina vuestras almas, la misma que la mía.

Dad otro paso y si os pesan las alforjas, dejadlas a un lado del camino y continuad sin ellas.
Dad uno más y si vuestras ropas os incomodan, caminad desnudos.
Os proporcionaré una nueva vestimenta hecha con la esencia del Sol.

Caminad, caminad siempre, no os detengáis. Y si lo hacéis, cansados, doloridos, hastiados..., entregádmelo, os devolveré la paz y la esperanza que necesitáis.
Si la noche no os deja ver el camino, caminad a ciegas. La llama que arde en vuestro interior os guiará, en ella están todos, estoy Yo.
Sois, somos… Uno.



LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE NO SER



Vagué por la vida viviendo sin existir. De un lado a otro dando tumbos. La mirada al pasado me producía melancolía; al futuro, incertidumbre y temor. Sentía un vacío insoportable, y no por hambre, sino en mi alma, aunque me preguntaba una y otra vez si tenía alma o era simplemente un amasijo de carne y huesos. He contemplado cómo se han ido, al igual que las hojas de un olmo cayendo de la rama en otoño, todos aquellos que he querido e incluso a los que he odiado. ¡Qué locura de sentimientos! ¡Qué vaivén que me lleva a la desesperación, al borde del abismo! No, no quiero saltar, y sin embargo, cuántas veces he tenido un pie en el aire…
He sido cobarde, lo reconozco. He dado siempre un paso atrás, puede que otros digan que es valentía. ¿Es la insoportable levedad de no ser, de pasar por la vida sin una alegría que llevarme conmigo como compañera de viaje?
Así he pasado años, que los he vivido como siglos, hasta que ¿sin pretenderlo?, cosas del destino 
-pensaba-, me encontré, al despertar una mañana, un leve cosquilleo sentido en mi pecho. No, no era mi corazón, que a pesar de no latir con fuerza, lo distinguía con nitidez, era cómo si algo extraño quisiera salir de mí. ¿Serán mis últimas horas de vida? ¿Habré sido poseído por una entidad desconocida? Estos y otros pensamientos más retorcidos, pasaban ante mí mente sin que pudiera hacer nada… Y fue ese “nada” lo que me transportó a un estado de mi ser irreconocible. Me dejé llevar… 
Ante mí, distintos personajes haciendo su vida cotidiana, vistiendo un ropaje de épocas pasadas  y futuras que sólo he visionado en películas; hablando en lenguas que no sabría reconocer y, que a pesar de ello, comprendía cuanto decían… Es como si estuviera dentro de ellos, como si fuera ellos, a la vez cercanos y distantes. Hay personajes en la literatura, en el cine, con los que me he podido sentir identificado con mayor o menor intensidad, pero nunca lo que he vivido en dicho estado que no sabría cómo calificarlo.
Y, como una ráfaga de viento helado que atravesó mi alma, mi personalidad presente se disolvió como un azucarillo en una taza de café caliente; las otras personalidades en otras vidas, ¿no vividas?, corrieron la misma suerte. Todas se fundieron en un océano de “nada”, en el vacío más absoluto. Es como si te arrancaran el alma cuando sientes que el amor de tu vida desaparece para nunca más volver…
A pesar de ello, o gracias a ello, supe, sin que ningún órgano viviente pudiera ser un impedimento limitador y engañoso, que soy en el “no ser” más vivo y activo que cuando algunas hormonas recorrieron mi cuerpo en la juventud. No puedo expresar con palabras lo que sentí, el gozo que, algo mucho más grandioso que mi alma, brotaba como agua de manantial. Y yo, un simple humano, perdido en claroscuros, me identifiqué con la fuente inagotable.
Hoy, mi alma siente. 
Hoy, en mi pecho, donde se cruzan los caminos, un insignificante hormigueo, me recuerda la insoportable levedad de no ser… Siendo el que siempre Es.


VACÍO


Entre tú y yo hay un espacio vacío
que permite que yo llegue hasta ti
y tú hasta mí.
El vacío es más real que tú y que yo.
Cuando ya no estemos,
cuando el último soplo nos abandone,
el vacío seguirá presente.
En él nos encontraremos cuantas veces lo deseemos
pues nada perturba lo que no es,
y sin éste,
tú y yo no existiríamos.
Las palabras sin espacio entre ellas pierden su sentido,
su razón de ser.
El espacio entre tú y yo es lo que somos.
Somos el vacío más allá de cualquier plenitud.





EXISTIR



El sol despertando de su sueño.
La luz que me ilumina.
El viento que me acaricia.
La nube que con su forma alienta mi imaginación.
El árbol que me regala su sombra.
El mar que me acoge en su regazo.
El cielo que en su inmensidad calma mi angustia.
La piedra que me cuenta increíbles historias ancestrales.
La tarde que me lleva a mi niñez.
La noche, mi amada desconocida...
Y tu mirada penetrante que me cuenta en silencio
lo maravilloso que es existir.



LA MUERTE NO ES EL FINAL



La primera vez que me encontré con la muerte fue por casualidad. Vi cómo unos hombres llevaban a hombros un féretro, una fila de mujeres y hombres lo seguían en silencio por las calles del pueblo. Me uní a la comitiva, sólo por la curiosidad que un niño puede tener ante algo que nunca había visto anteriormente, hasta llegar al lugar de destino: el cementerio. Pusieron el ataúd directamente en un hoyo preparado al efecto. Observé los rostros entristecidos de quienes lo acompañaron y, giré la cabeza observando cómo destacaban cruces de metal sobre las lápidas que cubrían el lugar. Era un sitio lúgubre y, me pregunté si aquí acaba todo…

La segunda vez me tocó de cerca. Sabía que mi abuelo estaba enfermo, vivía a unos veinte metros de la casa de mis padres, y fui a verle. Esa mañana iba de excursión con el colegio al museo del Prado y quería saludarlo antes de marchar. Recuerdo asomarme a la habitación y fijarme en la cama donde reposaba, al otro lado destacaba una bombona de oxígeno, pero no estaba conectada a él. Le miré y vi su rostro pálido y su nariz afilada. No me atreví a entrar y me fui camino del colegio, tenía una cita que ya no me importaba en absoluto.
El dolor que sentía me acompañó todo el día sin poder expresarlo, hasta que, por la noche, en el silencio de mi aposento, rompí a llorar. Nadie se enteró ni quise que lo hicieran mis padres y hermanos… Era demasiado íntimo. Y me volví a preguntar si éste era el final.
Me prometí encontrar la respuesta…

Años más tarde me encontré acompañando los días finales de mi suegro, una trombosis le dejó en estado vegetativo. Y fue el inicio de la respuesta… Una hija suya se encontraba a miles de kilómetros y aún no tenía noticia de su estado; le llamamos por teléfono para comunicárselo, pero no hizo falta, ya sabía que algo estaba pasando con su padre. Contó que él se le apareció en el salón de su casa, sentado sobre un sillón y, cuando ella fue hacia éste desapareció. Evidentemente no era su cuerpo físico lo que vio, ya que reposaba en la cama de un hospital, inconsciente. El día que ella llegó al hospital y tras verle, fue a descansar a la casa de un hermano. Mientras tanto, otro hermano y yo le estábamos acompañando en la habitación; al anochecer su corazón se paró. Llamé para comunicarlo al resto de la familia y, nuevamente, su hija me dijo que acababa de verle frente a ella en la casa de su hermano. Tal y como lo entendí su padre se acercó a despedirse… 

¿Hay algo que vive en este cuerpo humano que puede trascender la muerte? Lo vivido me decía que sí. Y quise saber más…

Un año más tarde, en una noche invernal… Las dos de la mañana. Mi hija no se dormía y  no dejaba de llorar en su cuna. Mi esposa dormía profundamente. La cogí y la coloqué en la cama entre ambos. Se quedó dormida al poco tiempo.
Yo me quedé desvelado, era imposible dormir. De pronto, estando tumbado en la cama, comencé a incorporarme acompañado de una extraña sensación. Giré mi cabeza al lado donde se encontraba mi hija y cuál fue mi sorpresa al ver que mi brazo que se encontraba bajo su cuello comenzó a atravesar su cabeza, ¡era transparente! Me moví un poco más y vi que mi cabeza estaba sobre la almohada, en ese instante, habiendo ya pasado completamente mi brazo, éste dejó de ser translúcido. Eran dos cuerpos iguales. Una sensación indescriptible de paz como nunca he experimentado me inundó completamente.
La habitación comenzó a llenarse de una luz tenue, como de luna llena, antes estaba completamente a oscuras. Mi "otro" cuerpo, instintivamente, comenzó a moverse con intención de levantarse. Me sentía como mero observador y dejé hacer.
Miré hacia la ventana, que estaba completamente cerrada con contraventanas de madera. En un impulso lento, pero firme, comencé a "levantarme" en su dirección. Pensé: “vaya torta que me voy a dar”. Pero no, no fue así. Mis brazos los coloqué delante de mi cabeza para protegerme y cual fue mi sorpresa al sentir como se introducían a través de la madera y el cristal, como si no hubiera nada, sólo un ligero cosquilleo.
Al instante siguiente, me vi en el espacio exterior de la terraza: un patio interior de un edificio de 13 plantas. Yo estaba en el 12º... flotando, mirando hacia abajo, sin sensación de miedo a caerme, como si fuera lo más normal. Levanté la mirada hacia las paredes del patio y seguidamente atravesé éstas, en un instante me encontré en un parque que se encuentra a unos trescientos metros. El espectáculo era precioso, abajo las copas de los pinos con un brillo como nunca he visto y arriba el firmamento, completamente lleno de estrellas, brillando como nunca, difícil en una ciudad como Madrid, más en esa época del año.
Mi destino siguiente era el barrio donde pasé mi infancia, pero no llegué, "oí" a mi hija llorar. En un abrir y cerrar de ojos, me encontré sentado sobre mi cama. Poco a poco mi "cuerpo" se tumbó y quedó completamente "encajado" en el que se encontraba tumbado.

¿Este acontecimiento encajaba en la respuesta a mi inquietante e insistente pregunta? ¿Era ese “doble” lo que sobrevive a la muerte o, también se disuelve con el cuerpo físico al final de la vida?
Fueron dos hechos los que me dieron la respuesta a estas preguntas:
El primero cuando mi hija comienza a hablar nos cuenta que se acordaba de cuando estuvo en la “tripita”, y no sólo eso sino que recuerda que nos vio cuando la concebimos. “Yo estaba en el aire y os vi”. Nos contó cómo fue… ¿Cómo alguien que ni siquiera tiene un cuerpo puede ver? Su mente, desde luego no estaba aún “contaminada”.
Y segundo cuando una amiga del alma se atrevió a compartir lo que guardaba celosamente desde hacía unos años. Para ella era muy doloroso, pero dio el paso:
«Descubrí que estaba siendo víctima de una gran mentira y caí en una profunda crisis que me condujo a una situación desesperada.
Una noche de verano, sola en mi habitación, decidí acabar con mi vida. Ya nada merecía la pena, carecía de sentido seguir sufriendo. Esperé a que mis padres durmieran.
Me senté sobre la cama. Cerré la ventana. Corrí las cortinas y me sumí en un profundo silencio lleno de dolor. Cuando iba a hacer real mi triste deseo levanté la mirada atraída por un punto de luz que a unos dos metros de mí y por encima de mi cabeza comenzó a  crecer, parecía provenir de la ventana que daba a la calle. ¿Qué extraño?, pensé. ¡Si está todo cerrado!
La luz ¿ajena? a mis pensamientos continuó expandiéndose, formando la silueta de un cuerpo ¿humano?
La visión seguía pasmándome, helando mis movimientos.
La luz menguó, pero no así la forma que tenía ante mis ojos, fue “solidificándose”.
Era alta, unos dos metros. El pelo le llegaba hasta los hombros,  de un castaño reluciente. Sus facciones expresaban dulzura y a la vez firmeza y seriedad, sin translucir si era hombre o mujer, quizás los dos sexos y ninguno a la vez. Sus ojos rasgados y de mirada profunda. Vestía una túnica blanca larga que no dejaba ver sus pies y sin llegar a tocar el suelo. Permanecía suspendido en el aire.
Una imagen que parecía haber salido de una estampa religiosa, pero que era real.
 ―¿Qué vas a hacer, Paloma?  Escuché sin que el “Ser” moviera los  labios.
 ―¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres? 
―¿Has pensado en las consecuencias que tendrá tu acto en aquellos que te aman, en tus padres cuando por la  mañana abran la puerta de tu habitación al ver que no sales?  ¿El sufrimiento que innecesariamente les vas a ocasionar, lo has pensado?
Sin dejarme reaccionar, continuó con voz dulce y afectuosa:
“Yo soy tu creador, tu Dios. Yo… habito en ti. Eres un eslabón de una cadena que no debes cortar, tu vida no es fruto de la casualidad. Debes irte cuando sea el día señalado y no antes. No es la primera vez que vienes a este mundo, ya has estado aquí antes.”
Empecé a llorar desconsoladamente y decidí no cometer  tan grave error.
El Ser de Luz continuó: 
“Ama. Ama. Ama. Volveré.”
El silencio envolvió la habitación.
El Ser de Luz fue disolviéndose y, como vino se fue.»

Si no es porque la conocía desde la infancia y sabía bien de su honradez y humildad no me lo hubiera creído, pero eso fue lo que le ocurrió. Era una pieza clave en el puzle que estaba armando en mi mente. ¿Realmente nuestro origen y destino no es de este mundo, de esta dimensión? ¿Es nuestro cuerpo físico semejante a un traje que dejamos cuando ya no nos es útil?
Un tiempo más tarde, estando por la noche, despierto, de pronto me veo en el espacio, sin forma, lejos de la Tierra, en medio del firmamento. Contemplo el Universo y sé que soy el Universo, mi conciencia abarca todo cuanto existe, cualquier lugar es su centro y estoy en todo. Todo está bien, en armonía. Todo lo sabía y sentía… y volví a mi “pequeña” conciencia, en un ¿rincón? del Universo.



ÉL


Eran días de incertidumbre, desasosiego, temor… ¿Qué nos deparaba el destino ahora que Él no se encontraba con nosotros? Revivíamos una y otra vez los años que estuvimos juntos. Tantos momentos que no supimos comprender, perdidos es nuestras discusiones e ilusiones mundanas; pero era así como debía ser, nuestras almas estaban en la forja. Golpe a golpe, en el calor del fuego, íbamos adoptando una forma determinada; y no era Él quien los daba, éramos nosotros mismos, llenos de orgullo y vanidad, quienes sin saberlo gestábamos un nuevo ser en nosotros. ¡Nos quemábamos tanto! Y sólo así fue posible llegar al intenso fuego que acabó con nuestras expectativas banales. El mesías que esperábamos se fue, diluido en las enseñanzas de nuestros mayores que ya no nos confortaban.

¿Quién era Él? ¿Qué hizo con nuestras vidas que nunca más fueron las mismas? ¿Le comprendimos cuando ya era tarde? Esperábamos un reino físico aquí, en la Tierra, y no sucedió… 

Durante cuarenta días después de su muerte estuvo desconcertándonos. Siempre nos decía que no le viéramos como a alguien superior a nosotros, que no hiciéramos caso de leyendas sobre Él. Nosotros teníamos información de primera mano, fueron tantas las veces que le interrogamos… 

Era claro en sus respuestas: 
–He nacido como vosotros, fruto de la tierra y del cielo. En cada uno de nosotros reside la esencia, la semilla que germina al ritmo de nuestros corazones. Mi madre y mi padre no son diferentes a los vuestros, ni yo soy diferente a vosotros, puede que mi corazón se haya abierto un poco más, pero sólo eso.

¡Tan lejos estaban sus respuestas de lo que escuchábamos una y otra vez desde niños!

–Mi reino no es de este mundo, como no lo son vuestras almas. Nacemos, andamos sobre estas tierras ensuciándonos los pies, hundiéndonos en el barro, sufriendo a veces sin saber por qué, con un futuro incierto tras la muerte. Nos desesperamos, humillamos, cuando creemos que otros nos arrebatan la dignidad. ¡Nadie puede arrebatarnos lo que no es de este mundo! Podrán lastimarnos, arrancarnos la piel a tiras, despedazarnos, pero nunca llegarán a apoderarse de nuestras almas. Esta no es la realidad de la que os hablo, es sólo un sueño del que estáis despertando. Donde yo voy, vosotros ya estáis. No lo recordáis pues así lo decidisteis, para que vuestro crecimiento fuera acelerado con el calor del fuego de vuestro corazón y el martillo de vuestra voluntad.

Nuestra voluntad titubeaba, se debatía entre dos mundos. Lo que veíamos cada día, la dominación, el desprecio, la impotencia…, nos hacía mella. ¿Cómo compaginar sus palabras con nuestro día a día, donde la vida no vale nada y es sometida al capricho de unos pocos? 

Él zanjó de golpe nuestras dudas… Se mostró tal y como era ante quienes le seguimos, días después de su muerte. ¿Cómo podía ser? Y sin embargo fue. Creíamos en su reino, lejos, más allá de lo conocido. Y ahí estaba Él, compartiendo momentos como si nada hubiera pasado. Calmo, sosegado y en paz. Una paz que nos calaba los huesos y hacía caer cualquier barrera. Su mundo estaba y está aquí junto a nosotros. “Lo que yo hago vosotros haréis, donde yo voy vosotros iréis”, nos repetía una y otra vez. Venció a la muerte…

Un día, cuando manifestó que ya no era necesaria su presencia, nos dijo que cuando flaquearan nuestras voluntades recordáramos su paz, la volviéramos a experimentar  como si sucediera otra vez en el presente. Y así acontecía. 

–La paz que os dejo la lleváis siempre con vosotros, es vuestra, como vuestro es el fuego que respira en vosotros. Reside donde está vuestro corazón y se extiende hasta donde vuestra voluntad alcanza. Su llama crece con el amor que sois capaces de dar, ella os mostrará el camino hacia un fuego mayor con el que os fundiréis  cuando ya nada deseéis para vosotros. 

Así supimos, cada uno en su momento, de qué nos hablaba. El fuego que nos quería trasmitir era la propia Vida; el que hace y deshace cuanto existe y se recrea una y otra vez; el que eleva a quien se hace humilde, lleva la luz donde la sombra impera. Un fuego que reaviva lo que creíamos marchito y purifica cuanto en nosotros aborrecemos.

Estamos de paso, como el invierno da paso a una nueva primavera que con seguridad llega. En muchas estaciones hemos de vivir aún, mas ya sin incertidumbre, sabiendo que el destino no está en el futuro sino aquí y ahora, donde Él está.



LA EXPANSIÓN DE LA CONCIENCIA



Es más que evidente que la dualidad en la que estamos inmersos forma parte de un proceso de “autoconocimiento divino” y no la consecuencia de algún castigo por parte de un dios ajeno y tirano. La expansión de la conciencia es un proceso sin fin ni principio de inspiración y expiración, el latido de la Vida nunca deja de existir.
Estamos entrando en un momento crucial en nuestras vidas. El ser conscientes del sentido profundo de nuestra dualidad, su razón de ser, nos está abriendo una puerta hasta ahora ni siquiera imaginada. Cuando en la espiral de la Vida unificamos nuestra personalidad, nuestro ego con su protector, el alma, trabajamos en dos mundos, dos realidades, de forma unificada. El ego ya no es obstáculo, sino el ejecutor de las energías que el alma recibe, pero… ¿de quién?, ¿de dónde?
La palabra “Espíritu” deja de ser simplemente un concepto abstracto para quien fusiona ego y alma, o en otras palabras: ya no hay dos voluntades sino una sola. Y, Espíritu y Voluntad son inseparables e indivisibles. La Triada, –Ego, Alma, Espíritu–, empieza a tener sentido para la mente y el corazón del que anhela ascender y elevar junto a él a sus congéneres a un reino de Paz y Amor. Cuando la Voluntad, el Espíritu –el fruto del fuego que no quema, sino que purifica–, se ha elevado a través de los diferentes chakras conectando la Tierra con el Cielo y permitiendo que la energía de la Vida circule libremente, tanto en sentido descendente como ascendente, nos hemos convertido por derecho propio en Creadores; en el Padre que, tanto y tan poco comprendido, nos habló Cristo.
A partir de dicho descubrimiento nuestra conciencia, nuestro ser, se siente identificado con el cosmos actuando, aquí y ahora, como el labrador que trabaja la tierra sabiendo que la cosecha ya ES. Somos dueños de nuestro destino. La creación que percibimos a nuestro alrededor es nuestra obra, bien es cierto que imperfecta aún debido a que estamos trabajando con energías cuyo control no es completo. Lo importante no es en sí alcanzar la perfección, sino el amor y la voluntad que ponemos en nuestra labor del día a día; pues la Vida es gozo, la complacencia del que ya nada ansía para sí; la simplicidad de quien se sabe alumno perpetuo en la escuela de la Vida.
Hasta alcanzar la cima de la más alta montaña de este mundo nuestra voluntad se somete a diferentes retos a lo largo del peregrinaje. Antes de la más alta cumbre –chakra–, seis hemos de coronar. En nuestra ascensión a través de cada chakra, centro de energía, receptáculo de nuestro cuerpo, se convierten éstos en nuestros maestros, trabajamos en ellos como estudiantes manipulando la Luz en sus diversas cualidades. Aprendemos su esencia, exploramos el mundo que se crea en ellos, disfrutamos creando vida, ésta cada vez más diversa.
Encarnación tras encarnación nos planteamos nuevos desafíos y también si así lo deseamos, fruto de nuestra voluntad y de la atracción que la materia, energía, ejerce sobre nosotros incluso creernos que ya lo sabemos todo e instalarnos en la comodidad y la autocomplacencia; nos convertimos de este modo en pasivos estudiantes, olvidándonos de nuestros objetivos; el gozo de la vida acaba dando paso a la dependencia de la materia, energía, que trabajamos, reteniéndonos y paralizándonos. La energía en cualquiera de sus aspectos está siempre en movimiento, si intentamos quedárnosla, poseerla, nos adentramos en un mundo donde el miedo acaba reinando, pues acabamos pensando que otros nos la quieren quitar. Creamos barreras, muros. El gozo se convierte en sufrimiento, muerte, destrucción.
Nos hemos convertido en seres insatisfechos debido a nuestra actitud, lógica consecuencia de nuestra libertad de elección, buscamos paraísos perdidos donde nunca los encontraremos. Nos hemos enraizado en determinados chakras, estadios de conciencia, creando un mundo ilusorio, dejando que el poder de la materia se convierta en nuestro amo. Es hora de cambiarlo. La materia es nuestra compañera de viaje, el libro en el que estudiamos y escribimos en sus páginas en blanco.
La libertad está a nuestro alcance, en estas palabras: “Yo recuerdo”. No hay que tener miedo a equivocarse al manejar con nuestras propias manos las energías del cosmos, están en nosotros porque así lo hemos decidido y somos capaces de construir con ellas un mundo fluido de Paz y Amor. El secreto, si es que lo hay, está en tu voluntad, en acordarse, en ser consciente que tú, que todos, somos Dios, el Creador, el Maestro. Y a partir de esta toma de conciencia ponernos a trabajar para traer a esta realidad (chakra) el mundo nuevo que hemos visionado en nuestros mejores sueños, porque nunca hemos dejado de soñar, de idear, en definitiva… de Amar.




POESÍA ENCADENADA



De pequeño, cuando la inocencia me alimentaba más que el pan con aceite, me levantaba contento sin que hubiera más motivo que abrir los ojos con los primeros rayos del sol. Un vaso de leche con cacao, unas galletas…, y listo para salir a la escuela dispuesto a aprender algo nuevo, importante, que alimentara mi alma inquieta.
Recuerdo la mejor enseñanza de mis profesores, no lo que estaba escrito en tinta negra, sino el amor que brotaba en ellos al desentrañar entusiasmados los misterios de la vida: cómo el átomo se abre de par en par, el vuelo anual de las cigüeñas de retorno al nido que les vio nacer, los viajes de aventureros dando la vuelta al mundo, las entrañas del cuerpo humano, la diversidad de culturas, razas y animales que habitan el planeta… ¡Tanto por descubrir! Sotero, Eduardo, Bernardo, María, Cristina… Algunos de sus nombres que siguen en mi memoria como si fuera ayer. ¡Gracias!
Una inquietud se manifestaba sin cesar y de la que no podía librarme: ¿quién soy?..., me preguntaba. Me sentaba, dejando que las horas pasaran sin percibirlo, sobre una piedra de granito, tallada por las manos gastadas de un anónimo picapedrero, cuyo fin era el bordillo de una carretera y acabó siendo el banco de ancianos y niños. Miraba al cielo esperando respuestas, mas éstas no llegaban. Silencio, apartados mis sentidos de la realidad contigua. Únicamente veía al Sol desaparecer en el horizonte acompañado poco después del lucero de la tarde. La noche no tardaba en llegar y una voz reconocida de mujer, tras una ventana del tercer piso, me sacaba de mi sopor… Hora de volver, el mundo de los sueños esperaba mi llegada.
Hay veces que teniendo la evidencia ante nosotros somos incapaces de percibirla, por su cotidianidad. No, aún no era el momento.
Llega la adolescencia y con ella muchos cambios que se superponían unos a otros. Un mundo dentro de otro mundo estaba oculto esperando las primeras luces del alba. Y éste se mostró, abriendo algunos de sus pétalos como una flor, irremediablemente,  unas veces con sacudidas violentas y en ocasiones con ternura arrebatadora.
No sabía quién era aún y me fijé en ti, flor anónima, quise conocerte sin saber de tu presencia hasta que escuché tu delicada voz de adolescente pronunciando mi nombre… Otra vez desde una ventana… ¿Quién te lo dijo?
Me olvidé de mi existencia, sólo tú llenabas el vacío que arrastraba mi joven alma. El tiempo no me importaba, ni las hojas brotando de las ramas de los chopos, ni la lluvia primaveral mojando mi cuerpo, sólo tú… Sin saberlo tenías la respuesta a lo que, en esos momentos era, para mí, una nimiedad. Otra vez tenía la evidencia ante mí y no supe verla. Tampoco era el momento…
Tiempos convulsos, cimentando  una identidad que buscaba su lugar en el mundo. Intenté encajar allá donde mis pies me llevaban, sin éxito. No encontraba lugar de reposo, ni para mi cuerpo cansado ni para mi alma indagadora.
Otra vez, un encuentro, ¿fortuito?, hizo que te viera a ti, con otro rostro, otro nombre, en otro tiempo. Esta vez no dijiste mi nombre, ni estabas tras una ventana… Esperabas sentada, en el interior de la Tierra, sobre un banco de piedra, a alguien. No olvidé mi pregunta de la infancia, ni mi existencia, al contrario, todos mis sentidos estaban más alerta que nunca. Otro mundo, hasta ahora desconocido, comenzaba a mostrarse…; nuevamente, como una flor revelaba los secretos que ocultaban sus pétalos más íntimos.
Ahora, comenzaba a encajar las piezas que años atrás eran sólo “casualidades del destino”. Lo que fui viviendo desde la infancia era la respuesta, palabras que no supe, entonces, escuchar ni entender, pronunciadas desde la ventana de lo más profundo de mi alma. Tuve que “unificar el tiempo”, condensarlo, para que, juntas, las palabras, fueran un mensaje de poesía encadenada escrita colmada de sentido.

Ahora es el momento…

¿Quién soy?
Soy todas las palabras,
increadas,
manifestadas…,
eternas.
Soy yo en ti.
Eres tú en mí.
Yo soy la Vida.
Poesía encadenada.




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