Cuanto más ascendía por la
montaña, más tenía la sensación de ir hacia el interior, pero de qué. Miraba el
imponente paisaje, montañas cuyas cumbres lucían nevadas, impolutas. ¿Quién
podría sobrevivir en estas tierras?
Hacía largo tiempo que había
iniciado este viaje, pero nada sale como uno desea, quizás algo en mí me
guiaba, y yo, ya sin objetar nada, me dejaba llevar.
Cuando niño, uno imagina una vida
de adulto donde todo está en orden, siguiendo las estelas dejadas por los
antepasados, dando sólo un paso más en la supervivencia de la especie humana.
Quizás no haya grandes pretensiones, salvo algún sueño que uno siente que nunca
se hará realidad, un destino anodino. Pero en lo más profundo de mi ser algo se
revela y se niega a aceptar tal existencia…
Casi sin darme cuenta me vi
envuelto en una espiral de situaciones que derrumbaron mi estatus mental.
Acontecimientos, que sin pretenderlos, me “hablaban” de otra realidad que
convivía con ésta. No ha sido obra de un día ni dos, sino de años, décadas… Un
hecho inexplicado llevaba, no a otro, sino a un “acoso y derribo” y cuando todo
parecía volver a la estabilidad, vuelta a empezar. Ocurrían en días y fases
lunares concretas, queriendo decir que hay una inteligencia tras ellos, que la
casualidad nada tiene que ver en todo esto. Me negaba una y otra vez a
encajarlo, de nada me servía.
De este modo emprendí un viaje
precedido de un extraño sueño, en que mi muerte parecía ser el eje central, me equivoqué…
Me llevó a rincones del planeta,
que más bien eran mis propios “rincones”. Pude ver cara a cara toda la
podredumbre que se escondía agazapada, esperando el momento propicio para ver
la luz y apoderarse de ella. ¡La luz! ¡Qué palabra…! La luz que parecía guiarme
se apagaba, de tal modo que durante un tiempo sólo percibía sombras, las mías.
No me dejaban vivir en paz…, el mundo se había convertido en mi enemigo y luché
contra él. Y éste me tragó.
Era necesario emprender este
peregrinaje a la fuente pasando por las cloacas. Me resistía a vivir una agonía
perpetua y saqué fuerzas de mi flaqueza. Supe el valor de la voluntad, había
vivido demasiado tiempo sin conocerlo, guiado por fuerzas ajenas a mí, por la
inercia de una civilización que vive su propia tribulación, que también era la
mía.
Cuando toqué fondo, en la noche
más oscura, en que mis propios demonios se presentaron cara a cara, antes
ocultos tras una apariencia angelical, supe que iba a morir. Mi muerte fue sólo
el comienzo. Un chasquido, un fogonazo de luz, hizo que todo cambiara… Un acto
de voluntad… ¡la mía!, determinó el giro inesperado. Y las sombras
desaparecieron como si nunca hubieran estado. Mi inconsciencia, mi existencia
dormida estaba despertando a otra realidad y ésta estaba aquí, donde siempre
estuvo.
Así es como me encontré
ascendiendo a la cumbre de mi montaña interior.
Y en este paisaje, aparentemente
inerte, supe que estaba y está lleno de vida. Esperas que la experiencia de la
ascensión sea tan personal que en ella no haya nadie, quizás por la fuerza de
la costumbre, de la “vieja costumbre”, pero no fue así. Ni siquiera iba sólo,
pues otras y otros peregrinos estaban, un tiempo, como yo, caminando por
estrechas sendas, y cuando éstas desaparecían, escalando con las propias manos,
siempre con la mirada puesta, no en la cumbre, sino compartiendo con quienes
estaban al lado, viviendo su propio ascenso, su metamorfosis. Ya no importaba
el destino, el trayecto en la montaña se había transformado en el propio fin.
De este modo experimenté en mí el renacimiento, me convertí en la misma
montaña, me fusioné con ella y comprendí que estaba formada y habitada por
quienes emprendieron su propio peregrinaje a la fuente tiempo atrás.
La Luz ilumina el interior de la
montaña, fuera, en su cumbre, la nieve perpetua refleja los rayos del sol como
un faro que nos guía en la noche oscura del alma. Tras ésta, hay un amanecer
colmado de vida, la muerte ha quedado atrás.