Baja el agua por el arroyo
cristalino. Estoy absorto mirándolo sin darme cuenta que la realidad que
percibo, el aire que respiro, no son de este mundo. Las montañas nevadas pintan
un paisaje de ensueño, de un tiempo quizás pasado o por realizarse… No sé ni
quiero saberlo, solamente deseo seguir en este instante eterno, retenerlo mientras
pueda antes de despertar, antes que se disuelva en la nada. Sin pensarlo, me
lanzo a la laguna, destino del torrente que busca el remanso de paz y quietud
ansiado. Siento como si volviera al seno materno, flotando en el vacío, protegido,
amado, deseado.
No estoy solo, otros, como yo,
surgidos de quién sabe qué origen, nadan, se sumergen hasta las profundidades
insondables con un solo deseo: ir un poco más allá, más lejos de lo que nadie
antes se atrevió a soñar.
Levanto la mirada hacia el cielo plagado
de estrellas, nebulosas, galaxias remotas, que me invitan en una cita que mi
memoria ha olvidado y mi alma reclama. Como un rayo emerjo despedido de las cálidas
aguas, directo a otras inmersas en un océano sempiterno de luz y color.
¡Qué pequeño es mi mundo! ¡Cuánta
belleza oculta en el universo deseosa de ser encontrada, sentida, amada… fecundada!