UNA VISIÓN



Me he preguntado sobre la realidad de la existencia de vida tras ésta. Haciendo un recorrido a vuela pluma sobre lo acontecido hasta hoy, tengo que manifestar rotundamente que sí hay vida, que la muerte del cuerpo físico no es el final. Sé que quienes están en contra exigen pruebas fehacientes, que no sirven unos testimonios sin más. Pienso que la prueba irrefutable la tenemos cuando, cara a cara, nos encontramos con la parca. Paciencia…
Pero, mientras tanto, casi de soslayo, trastocando las leyes de la naturaleza conocidas, algo acontece que nos desarma ante la evidencia. Y, uno se pregunta: ¿me he vuelto loco?
¿Cómo explicar racionalmente visiones del futuro, cuando casi siquiera presentía las horas siguientes al despertar de un nuevo día? Con dieciocho años recién cumplidos me planteaba qué hacer con mi vida, estudiaba, trabajaba, pero no llenaba mi ser. Me parecía que faltaba algo vital. Y fue así, que un día me acerqué a un centro misionero de mi ciudad, quería conocerlos con un poco más de profundidad. Nunca antes había tenido un interés especial por la religiosidad organizada, soy bastante independiente y no me gusta seguir los pasos de nadie, aunque admito que hay personas históricas que han llamado mi atención, quizás porque caminaban donde nunca otros lo hicieron. 
“Casualmente” me encontré inmerso en un retiro espiritual junto a chicas y chicos jóvenes con los que intercambiábamos dudas e inquietudes propias de la edad. Tras una charla amena y una comida generosa, nos fuimos retirando a las habitaciones individuales a descansar, antes de proseguir nuevamente con testimonios de misioneros que estaban dando su vida por los demás alejados del primer mundo. 
Sentado sobre la cama, con la mente en blanco y sin saber cómo, la habitación se transformó en una inusual sala de cine. Ante mis ojos y a unos dos metros, contemplé absorto escenas en tres dimensiones en las que me veía involucrado en primera persona. Sabía, sin comprender cómo, que se referían al futuro de mi vida y la de otros, de gentes que conocería y de otras que no y, que sin embargo, estarían conectadas. Algunas tardarían poco tiempo en materializarse y otras tendría que esperar años para ello. Unas eran explícitas y otras envueltas en simbolismo, que sólo comprendería cuando llegara el momento adecuado. Cuando acabó la “película” quedé conmocionado, sin saber qué hacer y pensar. Me preguntaba si era real lo que había visionado: yo estaba seguro de estar despierto y plenamente consciente, con los pies bien anclados en tierra. Nunca antes me había ocurrido nada fuera de lo común y tampoco conocía de ningún hecho sobrenatural que le hubiera pasado a otros. ¿Qué estaba pasando?
Tenía que compartirlo con alguien de total confianza, pero no conocía a nadie… Quería comprender. Salí del dormitorio a tomar el aire y me encontré con un misionero que estuvo dando una charla por la mañana. Su figura era menuda, de avanzada edad, y a pesar de ello desprendía una gran energía. Pasaba sólo unos días en España antes de volver a su misión en una remota zona de Méjico. Su acento mejicano unido a su origen italiano le daba un aire muy particular.
Me saludó y me preguntó cómo estaba. En cierto modo, habíamos conectado ya durante la charla. En un instante, me dije “¿por qué no él?”. Le abrí mi corazón y mi “visión”. Se quedó sin palabras cuando acabé. Sin duda, y sin yo saber por qué, me creyó. Tras el impacto inicial sólo me dijo que siguiera adelante con el “camino” que había emprendido.
Volví a mi rutina durante unos meses, pero todo cambió cuando decidí ingresar en la orden misionera. El destino parecía estar marcado y eso que yo trataba de que no fuera así, pero los acontecimientos seguían un curso trazado de antemano… ¿por quién?
Mi estancia con ellos no fue lo larga que yo esperaba. Me preguntaba cómo podía permitir un Dios justo lo que acontecía a mi alrededor… Entré en una profunda crisis que me llevó por otros derroteros durante un tiempo, uno donde viera con mis propios ojos el resultado. Estaba, a mi pesar, escrito. Con los años he comprobado cómo se ha cumplido gran parte de lo que visioné. Y, sin pretenderlo, me encontré cómo el pasado remoto, sí, aquel que acontece antes de nacer y morir, volvía al presente de un modo que no imaginaba. No supe extraerlo de la visión hasta que llegó el momento adecuado. La reencarnación es una realidad y el olvido una “gracia divina”. Lo que planeamos materializar en esta encarnación es únicamente una continuación, un paso más, en una “ascensión” hacia uno mismo.
Un día alguien me dijo: “Confía”. Confío, porque he visto.
Esta Tierra, este mundo que habitamos, está inmerso en un profundo cambio. Es un ser vivo, como tú y yo. Es más, somos tú y yo. Un cambio es sinónimo de crecimiento. Estamos creciendo y ello implica dejar atrás una adolescencia que ya no nos corresponde. Pretender alargar en el espacio y el tiempo tal estado es ir contra la corriente del Río de la Vida. Es nuestra elección que sea breve, como lo es el paso de la adolescencia a la juventud. Somos un Ser vivo que está cambiando, no solo la piel, sino que, además, está dejando ver su alma… Y, algunas y algunos lo muestran ya. 
Y, concluyo, escribiendo que, al “uno mismo” al que vamos es maravilloso. A pesar de los momentos de sufrimiento, angustia, incomprensión, duda, el camino que emprendimos y queda casi olvidado en el tiempo, merece la pena haberlo emprendido. Ahora importa el presente.



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