RECUERDO



¿Recuerdas?
Yendo sin destino,
por la gran avenida.
Hablando de la vida y la muerte también.
Sin darnos cuenta que,
con hilos etéreos,
reanudamos un lazo,
tejido y concebido al alba del tiempo.
Nuestros cuerpos,
al caminar,
tropezando uno con el otro…
Nos reíamos,
sin comprender…
Sintiendo.

Tiempo más tarde,
bajo la lluvia otoñal,
por el mismo lugar.
Nuestras manos enlazadas.
Nos mirábamos y sonreíamos.
Sin palabras,
los corazones hablando,
para decirnos que,
es ahora el momento anhelado.
Tú y yo,
cada noche,
cada día,
tejemos un ropaje de amor y luz,
¿Recuerdas?
Recuerdo.


EN LA MEMORIA y 3º: LA CRUZ



Leer antes...

Día a día fui descubriendo el hogar que me cobijaba, todos sus recovecos dejaron de ser un misterio. Una puerta de madera inmensamente grande me atraía la atención, era el límite de mi pequeño mundo. Siempre había alguna voz que me recordaba que no debía traspasarla y mis pasos al oírla se volvían hacia lo ya conocido, hasta que un día en un descuido pude colarme entre las piernas de una mujer que llamó al portón. Salí disparado sin saber qué hacer ni dónde ir, nadie se dio cuenta de mi escapada, así que decidí escudriñar y descubrir los secretos que sigilosamente se me ocultaban. Caminé hacía un pilón que se encontraba junto a una pequeña plaza, la vida bullía a mi alrededor, nadie se percataba de mi presencia, por lo que me alejé aún más tomando una vereda hasta dejar las últimas casas de la aldea. Ante mí un campo esplendorosamente verde repleto de pinos erguidos como gigantes, éstos parecían decirme: ¡Alto! ¡No sigas!

Me senté sobre una roca admirando un valle cubierto con una espesa niebla. Me sorprendió ver cómo una construcción totalmente desconocida para mí sobresalía majestuosa sobre la bruma, una inmensa cruz parecía querer alcanzar el cielo. Me preguntaba: ¿Quién viviría en tan extraño lugar? Mis pies volvieron a desandar el camino, no dejaba de pensar en lo que había visto y me propuse en cuanto llegara a casa preguntar sobre él.
Una reprimenda es lo que recibí nada más traspasar el umbral de la casa. Cuando todo parecía en calma me atreví a preguntar y elegí a quién nada sabía de mi escapada, mi abuelo.
Acababa de entrar cuando le asalté con preguntas sobre la misteriosa cruz. Me sentó sobre sus piernas junto a la chimenea, respiró hondamente y comenzó a hablarme:
«Debo remontarme unos años atrás. Tú aún no habías nacido y ni siquiera tus padres se conocían. Tu abuela y yo vivíamos en un pueblo donde la vida parecía transcurrir lentamente, los días pasaban rutinariamente, todos parecían ser iguales, pero en las mentes y los corazones de las personas se iban gestando los mayores destructores que puedas imaginar: el odio, la envidia, la avaricia, el egoísmo. Un día, la peor de las noticias se extendió por todo el país, algunos políticos y militares decidieron erigirse en nuestros “salvadores”, liberándonos, según ellos, de la miseria humana y moral a la que quienes nos gobernaban nos estaban abocando. Un “nuevo orden” se iba a crear donde las injusticias no tendrían cabida. No todas las gentes parecían aceptar con agrado tan “generosa” actitud y lo que pretendían que fuera un nuevo día se convirtió en la más oscura de las noches, donde hermanos se enfrentaron entre sí, amigos dejaron de serlo y la muerte más la destrucción nos alcanzó a todos. El hombre se convirtió en una bestia cometiendo las mayores barbaridades que uno pueda imaginar. Una guerra fratricida comenzó, alcanzándonos por completo a todos.
»El valor y el miedo se fueron apoderando de todas las almas e hizo que saliera lo mejor y lo peor de cada persona. La guerra se alargaba y las venganzas y rencillas personales se convirtieron en denuncias de colaboración con uno u otro de los bandos enfrentados. El país se partió en dos, las cárceles se fueron llenando convirtiéndose en campos de exterminio donde la vida no tenía ningún valor. Yo, acabé en uno de ellos. Al cabo de unos meses los sublevados acabaron derrotando al gobierno legal. La guerra había terminado, pero no sus consecuencias, las cárceles siguieron llenándose, pues los que lucharon en el bando “perdedor” no merecían formar parte del “nuevo orden”.
»Pero el país necesitaba muchas manos para poder levantarse y reconstruirse y que mejor que las de los prisioneros para hacer los trabajos duros. Así pues las condenas a muerte se transformaron en años de trabajos forzados y éstos al cabo del tiempo en la libertad.»

―Pero ―le pregunté―, ¿y esa cruz que he visto hoy, que tiene que ver?

«La cruz que has visto está hecha con el sudor, la sangre e incluso la muerte de muchos españoles. Las manos de muchos de los que hoy aquí viven y las mías llevan años desgarrándose entre esas piedras.
»Unos pocos años antes que nacieras, tus padres se instalaron aquí. Necesitaban aún más manos y al tiempo que nos llegó la orden de libertad nos ofrecieron seguir aquí trabajando, permitieron que otros muchos obreros se unieran junto con nosotros, así fue como tus padres junto a tu abuela llegaron hasta aquí.
»La obra ya está acabada, es un monumento dedicado, según dicen, a los caídos en tan cruenta guerra, pero sólo los nombres de quienes murieron en el bando “vencedor” están aquí, el resto se pierden en el anonimato, pero permanecen en la memoria y en los corazones de quienes hemos sobrevivido. El tiempo acabará curando y cicatrizando las heridas aún a flor de piel y este mausoleo de la muerte será sólo un recuerdo de las atrocidades que nunca debieron ocurrir.
»A veces, las personas y las naciones hemos de tocar fondo para apreciar que la vida, la dignidad y la libertad son dones. Dones que nadie nos debe arrebatar, ni siquiera nosotros mismos y que nadie nos da, nos los ganamos día a día con el respeto a nosotros y a quienes nos rodean.
»Y ahora, pequeño preguntón, vamos a llenar la panza, que falta nos hace. En pocos días nos alejaremos de este lugar para siempre y tenemos que estar fuertes.»

―Sí, abuelo.

Crecí en una encrucijada de caminos. Dos fuerzas, aparentemente opuestas, se esforzaban por tener la razón y gobernar mi vida. Poco a poco me di cuenta que era el camino del corazón, donde se unen la verticalidad y la horizontalidad, el punto central en la cruz, donde ambas fuerzas estaban en equilibrio, quietas, silenciosas y sin poder destructivo; es ahí donde acabé encontrándome y liberándome de la pesada carga de siglos viviendo en el temor. Acabé confiando en la potencialidad que dormitaba en mi interior dándome así la oportunidad de ser capaz de vivir aquí y ahora, en un eterno presente que de tenerlo tan cerca era incapaz de verlo. Comprendí que la Vida, con mayúsculas, es Ser conscientes del papel que jugamos en cada momento, siendo artífices por completo del mundo que nos rodea, que la dicha o la desgracia no es más que el fruto de nuestro poder creativo; por lo tanto dejé de nadar contracorriente, de hacerme daño y tras la muerte iniciática del ego, dejé mi cuerpo flotar en las aguas, que hasta entonces creí agitadas, de la Vida. Hoy la corriente mueve mi alma en todas direcciones pues ya no soy sólo un cuerpo, sino el mismo océano.




EN LA MEMORIA 2º: LATIDOS






¡Cuántos latidos acaecidos desde el primer instante!

¡La Vida multiplicándose en estallidos inconmensurables!

¡Un espectáculo inigualable en cada rincón del universo!

La existencia va tomando formas diversas, cada vez más intrincadas y aun así plenas de simplicidad.

El Creador y su Creación… ¿Dónde acaba y dónde empieza?
No hay en Él ni el menor atisbo de separación.
Siempre ha sido así, es y será… Uno.


En sus sueños vislumbra creaciones aún más delicadas…

Un latido, dos, tres…
―¡Ya llega!
Un largo túnel oprime mi pequeño cuerpo.
Consigo percibir un punto de luz a lo lejos.
Gritos desgarradores me hacen empequeñecer aún más.
Unas manos frías me toman. Un golpe seco me zarandea y despierto casi ahogado por el llanto.
Sensaciones incomprensibles me aturden, cierro mis ojos agotado ante el esfuerzo realizado.
A mi lado movimientos rápidos, sonidos nuevos que intento comprender, ¡vana tentativa!
―¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?

Antes me sentía flotar y ahora todo es pesado y tosco.
Despierto. Unos brazos me sostienen meciéndome suavemente. La luz parece llenar todo el espacio que me rodea. Necesito más calor, siento un dolor agudo en mi pequeño cuerpo.

―¡Tiene hambre!

Un instante después algo caliente siento rozando mis labios, comienzo a succionar instintivamente y el dolor desaparece paulatinamente. Vuelvo a entrar en un profundo sueño, imágenes incomprensibles surgen de la nada, todo se vuelve confuso…

―¡Rápido, avisa al doctor!

Entre vómitos y llantos consigo abrir los ojos, el dolor es intenso, mi consciencia no puede soportarlo y entro en un oscuro túnel sin fin…

Los días y las noches a duras penas voy pasando. Los intentos del doctor no parecen tener las consecuencias deseadas. La desesperación es palpable en el ambiente y mi pequeña alma parece haber tirado la toalla, el cuerpo que me aloja, el que con tanto mimo y dedicación me he esforzado en dar forma durante meses junto con mis padres parece haber llegado al final. Todo esfuerzo resulta ser inútil. Los viajes a distintos hospitales han sido en vano. No parecía haber solución y una mala noticia aumentó la desesperación: un niño de la aldea con los mismos síntomas acababa de fallecer.

¿Qué impedía que este pequeño ser pudiera seguir existiendo?
Yo no quería abandonar mi pequeño mundo tan temprano, tenía que esforzarme aún más. Un ligero sueño me fue venciendo. Un instante y me vi envuelto por una luz, un bálsamo de paz inundó mi ser. Comencé a recordar el propósito de mi vida… Sabía que no sería fácil llevarlo a cabo. Contemplé las dificultades que me acompañarían durante años; pero no estaba solo, unos lazos invisibles me unían a la Luz de la Vida. Por fin todo volvía a cobrar sentido nuevamente.

Mi corazón latía agitado, arrítmicamente. El tiempo parecía detenerse cuando, de pronto, el estruendo de una voz traspasó la portezuela, aún jadeando, mi abuela comunicó a mis padres que una curandera de un pueblo cercano podría ayudarme.

―Nada se perdía por intentarlo, ―les recalcó alborozada.

Mis ojos contemplaban absorto las altas montañas, mientras el traqueteo del coche que nos llevaba nos acercaba apresuradamente a la vivienda de tan “especial” persona. Parca en palabras me tomó en sus brazos posándome en una desvencijada mesa. Tras explorarme con sus manos me envolvió el vientre en gasas.

―Dejádsela puesta siete días y traédmelo.

Las papillas a partir de entonces dejaron de ser una tortura para mí, los vómitos cesaron súbitamente. El color de la vida volvió a cubrirme.
La siguiente visita a la curandera cambió el gesto en todos, lo peor parecía haberse quedado atrás y la esperanza dio un giro a mi vida. Podía seguir aprendiendo a vivir, a comprender, a amar. 

(Continúa: En la memoria 3º)




EN LA MEMORIA 1º: HOY, LA OBRA HA COMENZADO



Hoy, una luz alumbra mis días.
El alba tras la noche oscura señala mi camino en el horizonte.

Hoy,
tras un largo trecho recorrido
todavía me encuentro al principio de mi vida.
Mirando de reojo el pasado mis ojos se humedecen
y aun así mi sonrisa surge nuevamente.

Hoy,
sin saber qué me depara el destino
aprecio el viento que me empuja hacia delante.

Hoy,
vuelvo a sentir mi vida en manos del Creador
-nunca me dejó solo un instante.

Hoy,
bajo mis pisadas,
percibo el barro hundiéndose una vez más.
Hoy,
vuelvo a dar un salto en el vacío.


Nuestro Padre-Madre tiene un Plan.
En su Espíritu, en la inmensidad de la eternidad.
En el silencio de su Corazón una Palabra emerge:
Vida.

Y la Vida brota de la oscuridad,
envolviéndola con luz y calor.
El Creador
cierra sus ojos y surge el primer latido,
los abre y sonríe:
la Obra ha comenzado.

(Continúa: En la memoria 2º)



A MIS HERMANOS



Al parecer me quedan “dos días” –me lo dijo un ángel–, no sé si es mucho o poco tiempo y, ya que no es posible un encuentro físico, quiero que sepáis que a pesar de lo vivido, mi alma sigue preguntándose por qué hemos llegado a esta situación de silencio y alejamiento.

Nacimos en el seno de una familia que se estaba construyendo sobre los escombros de una guerra civil. Crecimos con el hambre llamando a la puerta, nuestros padres hicieron lo que pudieron y supieron, ni tú ni yo tenemos capacidad para juzgarlos –tendríamos que estar en sus pieles para saberlo y no es el caso–. Posiblemente no hayamos cometido los mismos errores, ni acertado en lo que ellos sí supieron.


Me queda de la infancia impresiones, dejo a un lado los recuerdos –que de todo hay–. Viví durante ese tiempo, imagino que como los demás, como tú, en un mundo alejado de la realidad siempre que podíamos… En realidad no sé si nos apoyamos unos a otros por sentido familiar, o pura supervivencia, pues según crecíais ibais “desapareciendo”, quizás de la “quema” en busca de una felicidad que no habíais encontrado. El contacto siguió de un modo formal entre unos y otros, yo siempre creí que era sincero y no consecuencia de un automatismo que desconozco.

Crecí, como todos, en el momento oportuno, desperté de un sueño que a veces se convertía en pesadilla, enfrentándome a los mismos demonios que vosotros conocisteis. Quizás por eso asimilé rápidamente la crudeza de una realidad que nunca hubiera elegido libremente y me comprometí conmigo mismo en hacer lo posible para que desapareciera un mundo de oscuridad y miedo. Creí oportuno dejar un buen trabajo prometedor por la incertidumbre. Sentí la existencia de un Dios que llamaba a mi puerta. Le preguntaba y esperaba respuestas. Quería comprender por qué tanto sufrimiento, su causa. Un día subí a un tren entrando en el primer peldaño de mi madurez y me di de bruces con otra realidad, pronto me di cuenta que ese no era mi camino. ¿Rezar mientras el mundo tiene hambre? ¿Prepararme para ser un fiel ejecutor de quienes decían servir al amor y servían a sus propios intereses? No podía esperar a que llegara el paraíso o nos fuéramos a él. Volví a casa, pero ya no era el mismo y ninguno lo entendisteis, tampoco os preocupaba, estabais viviendo vuestras vidas, no es un reproche, yo vivía la mía. Aquí me di cuenta que éramos como muchos animales, que cuando se valen por sí mismos salen del nido para no volver ni recordar lazos pasados. Con una salvedad, si hay algo que podáis acaparar que no os pertenece entonces sí existe la familia, triste pero real, y no lo neguéis. Os creíais con el derecho de recuperar parte de lo que habíais aportado a la familia, eso os ha hecho y hace aún que os miréis con recelo. Dejé claro que no iba a participar en tal insensatez. Os vino bien, menos a repartir. Consideraba y aún lo siento así, que hay valores más importantes en la vida.
La revolución que necesitábamos, aun siendo consciente que era necesario un cambio interno, creí, ya no, que era necesario un “empuje” externo. Y volví a ver cara a cara un rostro humano, que aunque viejo, no conocía bien: la codicia, la ingratitud, la mentira, la soberbia, el egoísmo llevado a sus extremos. Nada vale más que una vida humana, ni el mejor pensamiento. Comprendí que el medio y el fin han de ser uno: sólo el amor llama al amor oculto en cada uno.

Por entonces nuestras vidas seguían su propia ruta. Supe de vosotros aunque no lo supierais. Siempre “la abuela”, puro corazón, se encargaba de ello. Con ella todo era un bálsamo de paz, un oasis entre tanto desierto… Separaciones, secretos no confesados… Nuestros demonios parece que seguían trabajando en cada uno aflorando cuando así sentían necesidad. Habéis criado hijos, algunos ya sois abuelos. Y cada uno a su modo, buscando la paz, una paz que no encontramos en nuestra niñez y que ha marcado nuestras vidas. He aprendido a no juzgar, ni siquiera a mí mismo, el perdón sincero es la mejor medicina que uno pueda darse. Somos consecuencia de tantas confluencias en el tiempo y el espacio que únicamente en nuestro silencio más honesto podremos ver con claridad en qué nos hemos convertido hoy; si seguimos los dictados de nuestra alma o no, sólo uno lo sabe.

Os llevo en mi alma, como siempre os he llevado  y sé, con seguridad, que nuestros caminos se volverán a cruzar una vez más. Nos daremos otra oportunidad para curar viejas heridas. Elegiré no recordar, quiénes fuisteis, quién fui, pues mi mayor deseo es sentirnos amantes de un momento que supere a todos. Sentir que hay algo en vosotros, en mí, que nos hará reír a carcajadas y, por fin, ir de la mano como debimos hacer un tiempo atrás.

Y, ahora, como dijo el místico: “Muero porque no muero”.

P.D. ¡Nos vemos un día de estos, cuando así lo decidamos!




ÁNGELES Y DEMONIOS



Un día me encontré frente a una puerta custodiada por un ser al que no conocía, o eso creía. 
Resulta que éramos “viejos amigos”, él sabía todo de mí y yo nada de él. Creció conmigo acompañándome desde mi primer hálito de Vida ‒sí con mayúsculas, pues me refiero a la que comenzó fruto del amor de unos seres de los que apenas tenemos una mínima conciencia de su existencia‒, y dio lugar a un encadenamiento de encarnaciones donde ambos experimentamos el contacto con la materia densa. Él siempre en la sombra, realizando su labor en silencio, no por ello menos importante que la mía, siendo yo quien daba la cara siempre en cualquier acontecimiento y llevándome tanto los halagos como las reprimendas oportunas. Tanto en la sima, como en la cima de la vida no se despegaba de mí. ¡Y yo sin saberlo! Ahora caigo en la cuenta de ciertos pensamientos que “escuchaba” cuando no estaba ocupado en asuntos mundanos; unas veces me impelían a tomar el camino de la derecha y en otras el de la izquierda, o el “fácil” tanto como el “difícil”, lo que ocasionaba cierta confusión en mí, ya que de seguir el consejo de “la voz silenciosa” iría, en muchas ocasiones, casi con seguridad directo a la hecatombe. Era dejarme llevar por algo considerado ajeno a mí, confiando, sin más apoyo, en el absurdo de lo irracional. 
Durante tiempo lo he llamado “la voz”, sin tener el menor atisbo de qué se encontraba tras esta denominación. He oído hablar sobre ángeles y demonios desde la infancia, incluso rezaba a mi modo para que no me ocurriera nada desagradable cuando no estaba al cobijo de mis padres, llamando a los primeros para que me protegieran de los segundos. Según fui creciendo quedó en el pasado tal actitud que consideraba “infantil”.
Mi personalidad se fue consolidando y me sentía fuerte ante las embestidas de la vida. Era yo quien tomaba las decisiones sin ningún tipo de injerencia externa, cuando en realidad ‒esto lo supe después‒ siempre estuve acompañado. En momentos en que me encontraba abatido, por algún motivo, era él quien me consolaba de un modo que, evidentemente, no achacaría a nada extraordinario, ya que él se esforzaba para que alguien se acercara con la palabra justa para sacarme de tal estado; también era él quien me inducía a “errar”, tentándome a tener una actitud egoísta, claro que la última palabra siempre era la mía.

Todo formaba parte de un “juego” en el que él era el artífice de ambos papeles aparentemente antagónicos con un objetivo muy definido: provocar en mí una pronta revolución ante la senda lenta de la evolución. Y resulta que era yo quien había dicho “sí” a este reto. ¡Ahora entiendo el cúmulo de sinsabores a los que he tenido que enfrentarme durante esta encarnación! No eran fruto del azar ni de ningún karma negativo. No, ahora comprendo que la negatividad no tiene una entidad real, que tras el caos, el miedo, el sufrimiento, no se encuentra ningún dios iracundo deseoso de saciar su apetito, sino que es la consecuencia de la resistencia a crecer, a madurar, a revolucionar, del ser que somos.

Y es así como un día alguien pronunció mi nombre. No, no ocurrió en este plano de la realidad, pero no por ello fue menos real. Como tampoco fueron irreales los acontecimientos que lo precedieron…
Sin saber cómo me encontré con sucesos que escapaban a la lógica más racional. Alguien había pretendido que cayera en una trampa bien urdida ya que tenía información que sólo yo disponía. ¿Cómo iba a saberlo él? La manipulación de la materia era para éste un juego de niños, así como influenciar sobre ciertas mentes. Todo fue preparado para que cayera en la “tentación”. Actuaba tanto de protector ‒esto lo supe más tarde‒ como de agresor. En una ocasión fui calumniado injustamente en un blog, me confundieron con otra persona que había vertido comentarios ofensivos bajo un seudónimo, pensaron que era yo quien estaba detrás. Al día siguiente de la acusación pública, los comentarios de este blog que me calumniaban aparecieron como una “sopa de letras”, totalmente ininteligibles.  Publicaba en aquel tiempo un blog, algunas entradas fueron alteradas en su orden, teniendo en su nueva disposición una razón de la que no tuve antes conciencia. Cuando acabé de escribir la última, salí a dar un paseo, quedando mi ordenador apagado. A la vuelta lo abrí y vi con sorpresa la modificación, pensé que era un fallo general, pero no. Solamente fueron esas entradas, escritas en distintos días. En un principio este era su orden por título ‒explícito de su contenido‒: ”La blanca paloma”, ”La oración en el huerto”, “Háblame”, “Resurrección”. La entrada de “La blanca paloma” pasó a ocupar el último puesto, tras “Resurrección”. Curiosamente este sería el puesto lógico ya que el episodio de "La blanca paloma" ocurrió cuarenta días tras la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
Una persona fue informada, a más de diez mil kilómetros de donde resido, sobre ciertas vivencias que desconocía de mí. ¿Por quién? ¿Quién se lo susurró al oído? Nadie lo sabía. Algo que no era de este mundo andaba por medio. Me confundió. Su intención no era, lo supe después, todo lo bondadosa que parecía. Y, como siempre, era yo quien tenía la última palabra, la “tentación” era atractiva. Me encontré ante la disyuntiva de elegir entre dos caminos, tras una larga travesía por el desierto. La decisión correcta, ¿cuál sería? Marcaría un antes y un después en mi vida. Opté por el olvido de mis deseos más sublimes. Lo consideré un fracaso, pero estaba dispuesto a acatarlo, quizás en un futuro volvería a tener otra oportunidad…
Sin saberlo, había tomado la decisión correcta. La “prueba” había sido culminada con éxito.

En el interior de la Tierra, en una sala inmensa… La voz que me llamó correspondía a un ser que, vestido con un traje negro, impoluto, salía de un portón tiznado, consecuencia de antiguas llamaradas procedentes del otro lado. Alrededor mío se encontraban algunas personas conocidas y otras no. Aunque me hice el remolón, acabé yendo hacia él. Me di cuenta que yo estaba vestido con pantalón negro y camisa blanca, al igual que quien se encontraba a mi lado; otros vestían completamente de negro; algunos, su apariencia era occidental, como la mía, y otros, oriental. Tras pasar el umbral ‒de esto tomé conciencia mucho más tarde, pues permanecía bloqueado‒ me encontré con un repaso de mi Vida. Es así como estuve al corriente de la realidad y función de lo que en mi infancia llamaba “ángeles y demonios”, de quien me acompañaba y susurraba en silencio, quien ponía tanto los obstáculos como los puentes en mi vida, pues correspondía a la “otra polaridad” de mi ser: él, el que me llamó. Frente a mí contemplé a “ese ser”, era también “yo”, y ambos nos hicimos uno, lo que siempre fuimos. Y ahora, ya siendo uno solo, di un paso adelante hacia un fuego consumidor con el que me fundí.
Al salir, tras la noche oscura del alma, la Luna llena iluminaba el paisaje.

A. Stéphanos

UNA VOZ EN EL SILENCIO



Os preguntaréis por qué permanezco en silencio. Bien, os diré que vuestras voces impiden que seáis capaces de escuchar por un segundo lo que unos a otros queréis transmitiros. No podéis dejar un solo instante de vacío entre una palabra y otra. Balbuceáis como pretenciosos estudiantes queriendo imponer con voces acaloradas vuestras ideas. Gritáis porque sois incapaces  de  convencer. Algunos,  incluso  estalláis  con  ira  hacia  vuestros  contertulios. Pretendéis tener la razón, pues vuestra posición es la más privilegiada ya que miráis al otro por encima del hombro. ¿Dónde se encuentra vuestra cordura?

¿Os seguís preguntando por qué permanezco en silencio? Espero que os quedéis sin fuerzas; que vuestras gargantas estén rotas; que vuestra mente ya no os proporcione ni una sola idea más. Pero
aun así seguís inmersos en una discusión sin fin…

Unos lleváis un título bajo el brazo otorgado por una prestigiosa universidad, otros lleváis impresas  a  fuego  las  palabras  que  vuestros ancestros os inculcaron, algunos más usáis la razón de la fuerza, pero todos sois incapaces de aquietar vuestro ego. Os puede, os puede el ego porque  estáis  programados  para  ganar;  la derrota no está en vuestras opciones, y sin embargo,  es  la  que  os  llevará  al  mayor descubrimiento  que  seáis  capaces  de  sentir, experimentar, vivir. La derrota os convierte en seres humanos; deja vacías vuestras alforjas y os permite caminar ligeros; digo más: os permite emprender el primer vuelo de vuestra alma consciente. Podréis contemplar desde cierta altura la mezquindad a la que habíais llegado, consecuencia de vuestra ceguera, vuestra soberbia, y encontrar la salida.

¿Queréis seguir teniendo razón? ¡Adelante! Seguid inmersos en un mar de argumentos. Buscad reglas que os permitan legitimar por encima de otros vuestra posición. Embaucad a cuantos queráis, seguro que os mostraréis sonrientes, lanzando al viento cuantas palabras quieran escuchar y que vuestros corazones se han negado a adivinar.

¿Os seguís preguntando por qué permanezco en silencio? Porque espero pacientemente vuestro silencio. Quiero escuchar el latido de vuestros corazones como tambores que abandonaron toda posibilidad de ser banda sonora de una muy antigua guerra. Quiero escucharlos al unísono. Algunos ya mostráis una melodía agradable. Una melodía que se expande en la noche y que, como un susurro, penetra en todos y cada uno de vuestros corazones, esperando que la luz acaricie vuestros párpados señalando que ha llegado el alba.
No es mañana, es ahora. ¡Ahora!

¿Todavía os preguntáis por qué permanezco en silencio? Porque tú aún no has llegado al fondo de ti mismo. Sigues dando vueltas como una noria, evitándote, huyendo. Mas
vayas donde vayas contigo vas. ¡Ah! ¿Eres incapaz de perdonarte, de perdonar a otros? Hacerlo no te convierte en un ser débil, manipulable. Al contrario…, ¡es lo que te convierte en Humano! Y, por fin, libre.

¿No sabes hacia dónde dirigir tus pasos? ¿No confías en nadie?  Cree en ti, es todo cuanto necesitas.  No  eres  un  proyecto,  eres  una realidad que toma forma, plena consciencia que sabe, porque siente en su pecho el calor del Sol  que  sólo  desea  expandirse,  compartir..., amar.  Ser,  sin  artificios,  dogmas,  barreras, limitaciones...

Recuerda, puedes volar. Es un salto al vacío que es  plenitud.  Un  vuelo  al  espacio  infinito.  El abandono del temor que da lugar al gozo y al amor. No estás aquí por casualidad, lo decidiste tú.
No  es  la  más  alta  cumbre  lo  que  has  de alcanzar, sino la mano tendida en tu caminar. Estás aquí para recordar quién eres.
Atrás quedaron los momentos tristes, la incertidumbre, el dolor. Sonríe, sonríe, no dejes de sonreír.

Olvidé presentarme. ¿Quién soy?... Nadie. Por ello permanezco en silencio. ¿Cuánto tiempo? Depende de ti.




UN PEDAZO DE PAN


Miramos al futuro con incertidumbre, como a una nebulosa que no deja ver qué contiene. Pero el futuro no es más que un proyecto, un sueño, un deseo, una ilusión… por cristalizar. Hay quienes se esfuerzan por quitarnos el futuro, creando el desánimo, el desaliento, la aceptación de un destino ya escrito de antemano en el que nada tenemos que hacer, sólo aceptarlo, sin más. Unos pocos manejan nuestras vidas a su antojo desde que abrimos nuestros ojos por primera vez, o eso quieren que creamos. Han establecido un sistema de vida, de pensamiento, de actuación, donde el “pez grande se come al chico”; ser el primero es tener éxito e ir detrás ser un fracasado; “has nacido para ser obediente”; “no seas creativo, ya está todo inventado”; la función de la mujer es tener, criar, hijos y servir al hombre, su “protector”…
Hay quienes nos roban el presente, alimentándose de nuestra energía como vampiros de la sangre. Tanto unos como otros, son los mismos, obedecen a un mismo fin: mantenernos inmóviles, paralizados… ¡Muertos en vida! Podemos encontrarnos con ellos en cualquier momento del día, mas, posiblemente, no se nos ocurrirá encontrarlos cuando… nos miramos al espejo. Si de verdad queremos que  este mundo dé un giro de 180 grados tenemos que empezar  por nosotros mismos.
Creemos que el mundo es demasiado grande como para que se haga realidad un mundo nuevo, siete mil doscientos millones de personas son demasiadas… Cada una, una célula, de un organismo llamado Tierra. ¿Creemos que estamos aislados unos de otros en este cuerpo? ¿Lo que uno piensa, desea, hace, no afecta al resto? ¡Afecta y mucho!
El trabajo interior que podemos realizar hace posible que nos “desprogramemos” del “virus” que nos afecta desde hace ya demasiado tiempo, tanto que nos hemos creído como real lo que no tiene por qué serlo. Y, dicho trabajo interno nos devuelve la dignidad que creíamos perdida, nos hace recobrar la alegría de ser y existir. Es entonces cuando, consecuencia del esfuerzo, no de un día, sino de toda una vida, afectamos, aun sin saberlo, al virus que aprisiona a otras células… La sanación es posible, del mismo modo que lo fue la “enfermedad”. Todo ha partido de nosotros mismos, es sólo consecuencia de nuestra libertad de elección, el llamado “libre albedrío” bíblico. Cuando uno sana, despierta, es consciente, sólo por ese hecho tiene consecuencias en el entorno tanto cercano como lejano, igual que lo que le ocurre a una célula afecta a todo un cuerpo.
En el proceso de cambio podemos sonreír, pero no con una sonrisa artificiosa, sino la que brota de un alma amante. Porque es de amor de lo que estoy hablando, aunque esta palabra no haya surgido hasta ahora. El amor es la solución, pero éste se traduce en hechos, empezando por la simple sonrisa. De ahí se desencadena toda una serie de actos generosos porque uno se sabe integrante al igual que los demás de una entidad viva, en cambio constante, que está unida a otras “tierras”, a soles, galaxias… Somos hermanas y hermanos…
Pero no, no me evado de este mundo, el hecho de saberme unido al Universo no me hace perder el horizonte cercano: un mundo que necesita urgentemente sanación. No tengo ningún poder más que el del amor que soy capaz de generar. Sé que este cuerpo que habito tiene sus días contados, pero el alma que lo ocupa es inmortal. Nada puedo probarte, ni lo pretendo, es una verdad que todos llevamos dentro y que descubrimos cuando  es el momento adecuado. Más importante que un cuerpo es tu ser, el que trasciende, pero ambos no dejan de ser uno. Y el amor, tras la primera sonrisa, viene acompañado por un pedazo de pan, porque cuando se pasa hambre lo esencial es saciarla. Y esta humanidad tiene hambre y sed y también necesita amor, ambas necesidades pueden cubrirse a la par, son inseparables. Implicarse, llenarse las manos de barro, es ahora más necesario que nunca. El amor si no es acción no es nada, carece de esencia y, cada uno, podemos llevarlo a cabo donde hemos elegido vivir de muchas maneras… ¡Es tanta la necesidad!
Construyamos el futuro con las acciones del presente.
No olvides creer en ti y soñar.



EN OTRA REALIDAD



No, no fue un sueño, cuando vi cómo te alejabas. Anduvimos juntos desde la infancia como dos hermanos. No sé si fue el destino prefijado por nosotros mismos o el azar lo que hizo que nuestros padres acabaran viviendo próximos unos de otros. Lo cierto es que compartimos los mismos juegos; asistimos a la misma clase en el colegio del barrio; reímos y lloramos juntos descubriendo un mundo que nos abría sus puertas, nos integramos en la pandilla de amigos como si fuéramos uno solo, incluso nos llamaban “los gemelos”. Fui tu confidente en muchas ocasiones, así como Clara, la chica que te gustaba y con la que deseabas en unos pocos años formar una familia. Soñabas despierto un futuro ideal… Todo era idílico hasta que se cruzó en tu vida aquel ser inmundo. No sabíamos la causa de la inquina, ya que era nuevo en el barrio y un completo desconocido para todos. Le recibimos con los brazos abiertos en la pandilla, pero, desde el primer día, mostró señales inequívocas de rechazo hacia ti. Percibió el aprecio un tanto especial que todos te teníamos y, al parecer, no podía soportar no ser él el centro.  

Aquella noche, llegabas a tu casa, cansado de una larga jornada de trabajo. Era tu primer día en la fábrica de coches y te sentías dichoso ya que tus sueños se estaban fraguando. Bajaste, tras una frugal cena, al parque donde solíamos encontrarnos la pandilla. No llegaste a encontrarnos. El destino tenía otros planes. Al cruzar la calle, donde las farolas apagadas eran habituales, alguien decidió que tu felicidad se quebrara. Sin tiempo de respuesta recibiste tal paliza que diste con los huesos en el hospital. Recuerdo cuando fui a verte, quedé horrorizado y tragué saliva, apreté los dientes y una ira como nunca tuve recorrió mi ser. ¿Cómo un ser humano es capaz de semejante acto? ¿Qué hay en su mente? ¿En su alma? –Me preguntaba con lágrimas en los ojos‒. No podías verme, ni escucharme. Tu cuerpo estaba inerte, casi sin vida, atado a este mundo por una máquina que respiraba por ti.

Pasaron los días, los meses, y mi “gemelo” seguía esforzándose por vivir en una habitación de la séptima planta. Los médicos no daban esperanzas de su recuperación, ni siquiera sabían si en caso de salir del coma podría articular palabra, pensar, sonreír. Clara no faltaba un solo día. Tomaba su mano fundiéndola con la suya y, callada, me miraba. Yo les miraba sintiendo lo que sus almas sentían.

Puede que sus cuerpos no pudieran expresarse abiertamente, pero ellos no estaban en este mundo, vivían en uno donde vislumbraban otra vida, una donde ambos recibieron la bendición del cielo el día que se casaron. En el que, ya ingeniero, desarrolló un vehículo alimentado con energía solar, desde niño lo estuvo concibiendo. Ya dos hijos alegraban los días de los enamorados. A ambos les encantaban los atardeceres violáceos…

Clara salía del hospital pletórica, colmada de felicidad. Yo estaba admirado de su entereza en las circunstancias por las que estaba pasando. Ella, me contaba, cómo “hablaba” con él y le trasmitía sus vivencias en otra realidad.

Una mañana, bien temprano, recibí una llamada de teléfono que me sobresaltó. Una sensación desagradable recorrió todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies. Clara estaba al otro lado, sollozando y, de un modo casi ininteligible me comunicó que él estaba a punto de abandonar este mundo. No supe, ni pude decir nada. Salí corriendo hacia el hospital intentando no llegar demasiado tarde. No quería que se fuera sin estar a su lado. Como una visión recorrí todos los momentos de nuestras vidas en común. Él es el hermano que nunca tuve y… ¡estaba alejándose para no volver! No podía soportarlo y rompí a llorar cuando salía del ascensor rumbo a su lecho. Como pude enjugué mis lágrimas. Clara estaba sentada, apretada a él. Los rodeé con mis brazos y, ocurrió algo inesperado: mi “gemelo” abrió los ojos, nos miró y sonrió. Dos lágrimas brotaban de éstos. No sé cómo, pero supe que estaba feliz en ese instante, que se sentía dichoso del amor que profesábamos por él. Cerró los ojos. Miré a Clara y, para mi sorpresa, estaba inerte. ¡Ambos lo estaban! ¡No! Grité. Estiré mi mano alcanzando el timbre de alarma. Estaba abatido… ¡Quería morir!

Días más tarde, tras el lance, decidí alejarme del barrio que me vio crecer para siempre. Emprendí rumbo a lo desconocido intentando comprender por qué. Soñaba con ellos: los tres corríamos alegres por una campiña, al fondo unas majestuosas montañas colmadas de nieves eternas parecían decirnos, ¡bienvenidos al hogar!

No sé cómo, pero sé que ellos están juntos y que los tres compartimos una realidad donde el tiempo y la distancia, donde la muerte, no son más que una ilusión.

Os amo, Clara y Bernardo.




LA ESPERA



Sentado a la orilla del camino estaba un ángel apaciblemente aguardando…
Pasé a su lado y pregunté curioso: ¿a quién esperas?
A ti, –respondió‒. Toda la eternidad te he estado esperando.



ANOCHE CONTEMPLÉ UN ÁNGEL



Anoche,
a las cinco de la mañana
contemplé un ángel.

En el silencio escuché tus palabras
susurrándome al oído,
me hablabas de vida,
 de paz,
esperanza e ilusión.

Me miraste con los ojos del alma
y me abrazaste.
Me elevaste a las nubes del amor.

El universo, armonía.
Sonrisa, tu expresión.
Mundos creados y extinguidos.
¡Luz!
Todo era albor y calor en tan serena fusión.

Palpé tu corazón materializado con la esencia del sol.
En mis manos mantuve tu diamante.
Todo lo iluminaste.
Me dejaste ser uno contigo.
La eternidad vivida por un instante.

Anoche,
a las cinco de la mañana
contemplé un ángel.




TENEMOS ALGO EN COMÚN: EL PERDÓN



Sonó el timbre con fuerza, retumbó en la habitación donde descansaban Marta y Matías sobresaltándoles.

El día había sido agotador, pues los disturbios ocurridos en las calles de la ciudad tras la huelga general que se había convocado contra el gobierno pidiendo trabajo, pan y libertad, acabaron con estallidos de violencia.
Hubo varias explosiones frente al congreso, los ánimos estaban caldeados. A duras penas consiguieron llegar a casa después de pasar por varios controles policiales, viendo cómo eran detenidas varias personas sólo por su aspecto sospechoso: unos 
vaqueros y una incipiente barba.

EL ANCIANO



Hoy vi al anciano. Me miró y siguió su camino.
Muchas preguntas ruedan en mi cabeza: hacía bastante tiempo que no sabía de él, incluso llegué a pensar que no le volvería a ver más. Pero  me equivoqué una vez más. Aquí estaba, en este mundo, como siempre se ha mostrado: un libro abierto y a la vez enigmático. Es fácil abrirlo, mas difícil que descubra sus tesoros a cualquiera.

Caminé unos pasos tras él. Los suyos eran firmes y lentos, como quien sabe su destino pero sin prisa por alcanzarlo. Intuyendo que le seguía se paró en seco, me miró y me invitó a acompañarle. Aceleré hasta alcanzarle. Mi corazón latía con fuerza, pero no por el esfuerzo sino por lo que representa para mí su compañía. 

Matusalén le llamo, aunque no sé su verdadero nombre. Siempre le he conocido siendo un anciano. Cuando digo este nombre, simplemente sonríe y sigue su disertación sobre cualquier tema que le pregunte, pero hay uno que, en especial, le gusta conversar: nuestro origen.

Hace tiempo le pregunté sobre el tema. Me informó que nuestro origen es múltiple, por un lado consecuencia de la evolución de las especies, por otro están involucrados seres provenientes de otros mundos físicos como el nuestro y, además entidades que denominó “espirituales”, aclarando que son pura energía. Me perdía con sus explicaciones y me remitía a que indagara en los viejos libros que han sobrevivido al tiempo, entre ellos “La Biblia”. Eso sí, leyéndolos con espíritu científico, extrayendo lo que hay escrito entre líneas. ¿Cómo iba a leer entre líneas? Él, me contestaba, que llegado el momento entendería.

–¿Cómo está tu vida ahora? –me dijo.
–Bien, –le contesté.
–¿Sólo bien? Pues no has avanzado mucho.
–¿Por qué me dices que no he avanzado mucho, acaso tendría que haber alcanzado alguna cumbre que desconozco?
–No se trata de ninguna cumbre. Tendrías que estar en crisis. Si me dices que estás bien es que te estás haciendo el “remolón”.
–Bueno, tal y como está la situación, no creo que pueda hacer más de lo que estoy haciendo. No hace falta que te lo detalle, sabes tú de mí más que yo mismo.
–No lo dudes, –me replicó riendo a carcajadas.
Inmediatamente se puso muy serio. Me desconcertaba una vez más y me hacía bajar las defensas.
–Ya sabes de mi compromiso contigo, con la Vida, pero hay veces en que uno no ve una senda a la que seguir sin tener duda alguna.
–¡Siempre pones peros! ¿No te das cuenta que la situación no requiere de “peros” sino de “síes”? Sí, a confiar en el ser humano. Sí, a la esperanza de lo que, en lo más profundo de tu ser, ya sabes que has alcanzado y, sólo te queda materializarlo. Sí, a recordar, no viejas glorias, sino que en ti se encuentra ya la fuente donde mana el agua para los que tienen verdadera sed. Bebe de ella cada vez que tu alma tenga necesidad. 
–Soy humano, –le objeté–. Vivo entre dudas, miedos, esperanzas. Debe ser la atracción de la materia con la que estoy hecho que no quiere que tome otro rumbo lejos de ella.
–Es cierto que eres humano. De eso se trata: de ser auténticamente humano. Traer “humanidad” donde antes no había; proporcionar una cualidad consecuencia de la fusión de energías, aparentemente opuestas, que antes ambos carecían. Tú, eres hijo de la tierra, pero no olvides que también lo eres del “cielo”. Y ya sabes que no me refiero a ese cielo azul que ves cada día, sino al espíritu sin forma, al que ningún humano puede imaginar y, sin embargo, siente irremediablemente inherente a él. De él adquieres la fuerza que te impele a habitar mundos inertes; darlos calor y juntos “pintar” un cuadro fruto de vuestra imaginación y, sobre todo, lleno de amor: el que ambos sois capaces de generar.

Respiré profundamente, procurando que sus palabras quedaran bien grabadas en mí.

–Ahora, –continuó–, estáis en este mundo, no por casualidad, sino por un acuerdo libremente aceptado, “pintando” un cuadro, que aunque con algunos trazos imprecisos, sigue la imagen que ambas polaridades, habéis imaginado. Sabes que no está acabado, aún quedan muchas pinceladas, algún retoque. Mas lo que nunca has de olvidar es el amor que has de poner cada vez que pintas… Es lo que, en definitiva, os llevaréis cuando decidáis pintar un nuevo cuadro. Jovencito, es hora de que siga mi camino. Ya sabes dónde encontrarme  cuando me necesites, y cuando no me necesites, también.

Nos levantamos ambos, nos miramos, sonreímos y seguimos nuestro camino en dirección opuesta… sin mirar atrás. 

Recordé cómo es el cuadro cuando esté acabado. Me dije: “Sí, confío porque ya Es”.

( En memoria de mis abuelos)



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