ELLOS



No sé con certeza quiénes sois. Ya no dudo de vuestra existencia.
Hace años, bastantes, no me preocupabais en absoluto, hasta que alguien me dijo que se veían unas luces extrañas sobrevolar el Cerro de los Ángeles en Madrid. El comandante de aviación José Antonio Silva observó un objeto discoidal en el lugar.
Recuerdo como nos paró la policía en un control, ya entrada la noche en el puente de Legazpi. “¿Dónde vais? –preguntaron–. Les dijimos el destino. Se miraron algo extrañados y nos dejaron pasar. Nada raro vimos, sí luces en el cielo que correspondían a la ruta de entrada al aeropuerto de Barajas.
Un ovni en forma de puro sobrevoló Madrid y fue visto por muchas personas, entre ellas conocidos míos, de los que no dudé de su testimonio.
Mi interés por el tema lo aparqué sin haber llegado a ninguna conclusión, me centré más en aportar mi granito de arena en solucionar los problemas sociales que nos acuciaban entonces y que hoy, por desgracia, continúan.
Pasó una década, algunos hechos que me hacían preguntarme su origen, pero nada relacionado con ovnis. Cuando… tengo un extraño sueño en que soy requerido a acompañar a dos personas que no son de este mundo              , que, según ellos, tenían cierto interés sobre mí desde hacía años. “Tienes una información que necesitamos” –dicen–. Les contesto que no voy con ellos, insisten y acabo aceptando con la condición que compartan conmigo tal información. Acabo en una cama semejante a la de un quirófano. “Va a ocurrir una catástrofe”, es cuanto me dicen. Ahí queda todo, aparentemente… Es la festividad de San Francisco de Asís.
Una amiga, tres días después, cuenta un sueño, tan extraño como el mío, sucedido la misma noche:
«Me encontraba en el campo, cuando veo que una nave que estaba suspendida en el aire, frente a mí, se acerca. Aterrizó a pocos metros de mí. Tenía forma de dos platos unidos. De pronto una puerta se abrió, salieron dos seres. Llevaban un traje  ajustado al cuerpo, plateado, cubriéndoles desde el cuello hasta los pies; su cara estaba descubierta, sus ojos eran rasgados, tipo oriental, el pelo era rubio y les llegaba hasta los hombros.
Me quedé paralizada de miedo. Se acercaron y me preguntaron: "Dónde está Ángel". Les contesté que no sabía dónde estaba (mentí pues sí lo sabía). La siguiente escena que vi era como te introducían en la nave, los tres a pie; de pronto me vi dentro de ésta, flotando. Tú estabas en una mesa de operaciones  con muchos cables por el cuerpo. Había muchas pantallas parecidas a las de la televisión. Vi como te marcaban en la frente un triángulo con el vértice hacia arriba. Me miraron y me dijeron que tenías un cuerpo que no valía mucho, pero que la mente sí valía. También me dijeron que el día 17 habría una catástrofe. Pregunté de qué tipo y dónde, pero no me lo dijeron.»

Ocurrió la catástrofe, lejos, en San Francisco… Ambos fuimos despertados bruscamente en el mismo instante sintiendo lo que estaba pasando y una angustia terrible.
Meses después veo un programa de tv. de Jiménez del Oso en el que se relata un encuentro en la tercera fase. Unos seres llevan en su frente marcado un triángulo “Δ” con un círculo en el centro.
¿Qué tenía que ver yo con ellos? ¿Por qué?
Sucesos posteriores difíciles de explicar racionalmente se suceden. ¿Se activó algo que permanecía inerte? No sé. Todo quedaría en nada, a no ser por sus implicaciones en este plano físico. Esto es lo que me hacía saber que no era el fruto de alucinaciones.
Ellos siguen al tanto de todo cuanto sucede en este planeta, así como creo que lo están de cuanto sucede en mi entorno y en mí. Son reales, aunque su realidad poco tenga que ver con la nuestra. Creo que estamos conectados con Ellos como lo están los amantes.

¿Quiénes son Ellos?


AL RAYAR EL ALBA



Salí al jardín, miré al cielo nocturno y, en lo alto, esplendorosa, la Luna llena parecía hacerme un guiño, cerca el planeta Júpiter. Ambos, en silencio, cumplían una noche más un ritual que desconozco y que me gustaría desentrañar.
Volví a mis aposentos. Un poco de paja hacía de colchón y una haraposa túnica me protegía del viento que se colaba por la abertura que hacía de entrada a la cueva. La oscuridad, mi compañera, no la temía en absoluto. Desde que tengo recuerdos me acostumbré a ella, me es útil para, con mayor facilidad, entrar en rincones de mi alma que la luz cegadora no me deja contemplar.
Ocurrió una noche, en mi adolescencia, repasando lo acontecido durante el día. “Nada de otro mundo”, me decía, cuando, de repente, me vi en otro escenario totalmente desconocido para mí…

«Rodeado de gente que parecía dirigirse a un destino que yo desconocía, me uní a ellos. No era yo un chiquillo, sino un anciano que apoyado en un bastón daba pasos lentos. Junto a mí, a mi ritmo, un joven, al que llamaré Apu. Me recordaba, en una conversación amena, que nada debería temer, ya que todo estaba preparado para mí. Una gran cúpula cristalina apareció en el horizonte. “¡Allá nos dirigimos!”, me dijo él sonriendo; parecía que lo que fuera a suceder le incumbía personalmente. ¿Era algún familiar mío?
Minutos después entrábamos, como si de un ritual ancestral se tratara, por un portón, que como una neblina espesa, ejercía de guardián que parecía aprobar nuestro ingreso. Mi cuerpo vibraba hasta tal punto que parecía que iba a detonar desintegrándose, mas no sucedió…
Quienes me precedían tomaron asiento en un amplio círculo que nadie había señalado, pero que todos parecían conocer de antemano. Apu, me indicó que me sentara en el centro de éste. Le pregunté por qué. Con gesto de aprobación, sin decir palabra, me señaló el lugar preciso. Quizás ya estaba cansado del largo trayecto, o que los años ejercían su poder, acepté sin dilación. Levanté mi cabeza mirando al cielo que la cúpula trasparente dejaba observar con nitidez: un gigantesco sol daba destellos, fuego salía de sus entrañas que atravesando el firmamento viajaba hasta este lugar iluminándolo todo. La oscuridad no tardó en llegar…, millones de estrellas brillando.
Un silencio estremecedor se apoderó de la sala y de mí. Un fulgurante rayo de luz proveniente del cielo nocturno atravesó el cristal llegando a la altura de mi cabeza, iluminándome por completo. Dejé de sentir mi cuerpo y de ver cuanto acontecía alrededor a excepción de Apu, que pareció situarse frente a mí. Acabé visualizando solamente sus ojos, profundos, negros… Sin saber cómo entré en ellos, o eso me parecía.
Intuyendo que viajaba por su mente me encontré en un lugar totalmente desconocido: montañas nevadas, grandes árboles elevándose hacia el firmamento. Una aldea atrajo mi atención: gentes deambulando de un lado a otro afanosas. Una puerta de madera se abre, niños entran y salen repetidamente alborozados, ajenos a la tristeza que observo en dos adultos que acaban de traspasarla. “No tenemos qué darlos de comer, aún no me han pagado el trabajo que hice”, escuché  a uno de ellos, un hombre ajado por los esfuerzos realizados, aunque  joven aún.
–Ellos serán tus futuros padres, si lo aceptas, –percibí la voz de Apu.
Sabía de la responsabilidad que conllevaba tal decisión, de los pros y contras, de la dureza de la prueba a la que me sometería si mi respuesta es afirmativa.
–Contempla algunos acontecimientos que vivirás junto a ellos. No te desanimes por lo que veas, pues bien sabes que sólo el alma es capaz de aprender en tales condiciones y dar generosamente cuanto lleva, sin pedir nada a cambio. Tanto ellos como tú sois viajeros desde hace millones de años con un destino que entrevéis esplendoroso. Es necesario moldear vuestros espíritus en contacto con energías que claman liberarse de ellas mismas. Son la luz que pide más luz, el amante que demanda a su amada, la semilla que anhela germinar.
Tras visualizar el porvenir más próximo, respiré hondamente. Sabía que ahora era sólo un observador, que lo contemplado era inocuo… hasta que me fundiera con la luz. Entonces todo cambiaría… Olvidaría, sí, quien era, quien soy, para entregarme en cuerpo y alma a una experiencia de vida, no para enriquecerme sino para ser la propia Vida, más consciente, más plena de Sí. No es fácil expresarlo, sólo quien ha sido amante sabe de qué se trata.
Me alejo. Ahora, nuevamente, contemplo los ojos de Apu, quizás más brillantes que nunca, puede que sean las lágrimas que los inundan sin poder derramarse…
Mi decisión también le implica a él, puede que también tome el mismo camino, que no nos reconozcamos e incluso que nos ignoremos. Puede…
¡Sí! Brota de mis entrañas, como el alba que ilumina un nuevo día.
Apu, sonriendo, tapa su rostro con sus manos, impidiendo que vea cómo se rompe en pedazos su ser.
–Es sólo por un tiempo –le digo–, y ya sabes, que nada nos separa en realidad, que siempre que lo necesitemos podemos encontrarnos.
La luz que me envuelve se hace más opaca, casi hasta dejarme sin respiración. Me cuesta mantenerme lúcido. Un sopor recorre mi cuerpo, ya no lo siento. Sólo un tímido hilo de luz me une a éste…, me alejo. Ahora veo a Apu resplandeciente, un aura dorado henchido de vida surge de su pecho abarcándole y sobrepasándole. Mi visión se amplifica y a cuantos contemplo en la sala los veo como a él: ya no son sólo ellos sino un sol que resplandece sin deslumbrar.       El círculo se aleja de mi vista.
Escucho: “¡Hasta pronto!”
¡Hasta pronto! –como un eco, repito.
Sin cuerpo, en espíritu, viajo hacia mi destino… Una aldea envuelta en montañas. Faltan pocas horas para que claree. Un grito desgarrador recorre la aldea, el dolor de una madre. El primer llanto de un niño le acompaña. Unos tibios rayos de luz atraviesan la ventana de la sobria cabaña anunciando un nuevo día. Amanece.»

Ahora, anciano, al rayar el alba, me dirijo con paso firme al encuentro de mi destino.




ANILLO DE ORO



No sé por qué nunca quise llevar sobre mi cuerpo abalorios o joyas, ni siquiera una imperceptible cadena alojada al cuello, he sentido siempre cierto rechazo instintivo a estos. No me incomoda en otras personas, al contrario, me agrada. Incluso, el día que me casé, cuando la jueza pidió que nos pusiéramos los anillos, le dijimos que no los teníamos, no por olvido sino por deseo expreso de ambos. Se quedó sorprendida.
El caso es que hace dos días llega a mis manos un anillo de oro, no para quedarse sino con destino a la fundición. De pronto, surge en mi mente: ¿por qué no?, pruébatelo. Como se suele decir: “me vino como anillo al dedo”. Curiosamente no sentí ningún tipo de rechazo, al contrario, parecía que lo había llevado siempre. Mi esposa, a la que no tengo, mayormente, que manifestarle mis pensamientos, pues se anticipa a ellos, me dijo: “¿Por qué no te lo quedas?”
La decisión final no dependía tanto de mí sino de que su dueño quisiera que su destino cambiara. No hubo problema por su parte. Así, pues, lo que durante decenios fue un imposible se transformó en un “sí” sin ninguna duda.
Esto puede parecer que carece de importancia y, en cierto modo no la tiene, salvo por el día en que llega a mis manos. Acababa de escribir el relato titulado “Campo de sueños”, sobre aquellos días que se quedan grabados en el alma a fuego y de cómo éste transcurría con normalidad. Estaba claro que aún no había sonado el reloj de pared anunciando las doce y dando por concluida la jornada del diecisiete.

Hace unos años, dicho día, un sueño tuvo lugar en el que un ser me llamaba, yo estaba acompañado por varias personas, unas semejantes a mí y otras que parecían provenir de otra realidad. Hacía caso omiso a dicho requerimiento, presentía que aquello por vivir tras la puerta donde se encontraba él  iba a desestabilizarme, dolerme… Quienes me acompañaban aprobaban que diera un paso adelante y traspasara la puerta. Así lo hice. En el fondo, los desafíos no me asustan. La mayor parte de lo ocurrido allí no quedó registrado en la memoria de quien lo soñó, sí el resultado final: saldría victorioso de la prueba a la que me sometí, tuvo lugar un proceso alquímico, “el plomo se trasmuta en oro”.
Podría haber sido un sueño más, pero era una señal, un aviso de lo que estaba gestándose. Todo cuanto creía estable empezó a tambalearse, absolutamente todo. Mi ser experimentó la muerte sin necesidad de que muriera físicamente. Ésta es infinitamente más dolorosa, pues era mi ego quien estaba luchando por sobrevivir, por gobernar mi existencia.
No sabía del poder que albergaba en mí, y del que habita en este mundo. Ocurrieron hechos que me manifestaron la realidad de fuerzas que, aparentemente, no existen. Cada uno de nosotros con nuestros pensamientos somos capaces de crear entidades que pululan junto a nuestras vidas, que nos influyen, aunque no determinan. Puede que éstas carezcan de personalidad, son formas-pensamientos que nosotros alimentamos noche y día, generalmente siendo inconscientes de ello. Son nuestros “hijos”. Cuando, algunos de ellos, se dan cuenta que ya no queremos alimentarlos, que sienten que les llega el final, se manifiestan con toda su crudeza: disfrazados te ofrecerán todo un reino en el que tú serás el regente. Recordé el pasaje del Evangelio en que Jesús es tentado en el desierto. ¡Qué verdad esconde!
Físicamente ocurren acontecimientos en los que tienes que entregarte por completo, donde sale lo mejor y lo peor de cada uno. No caben equívocos, las decisiones tibias no entran en este “juego”. También tengo que dejar claro que no sólo son negativas estas formas-pensamientos. Somos nosotros quienes determinamos su inclinación en la balanza, en esencia son neutras. Nuestra voluntad es determinante. No sabemos la capacidad que tenemos de trasformar la materia, somos aprendices de alfarero trabajando la arcilla y, ellos son como ésta, maleable. Podemos imaginar y dar forma tanto a dioses como a demonios. Esto es solamente el abecé de cuanto nos ofrece el universo. Este mundo en el que nos manifestamos es una creación conjunta. Cuanto vive en él “antes” es imaginado por una entidad y ésta le da la vida de una forma que sólo los amantes saben hacer: fundiéndose ambos, olvidándose de sí mismos. Es el Amor la causa y la consecuencia. Ambos van conociéndose y generando vida sin cesar.
Es el amor, el olvido de mí mismo, la clave que me hizo decantarme y rechazar el “reino” que se me ofrecía. Es cierto que morí de algún modo, aunque lo que sucedió fue que la pieza de barro que estuve moldeando dejó de ser deforme y adquirió una belleza que no imaginaba. Mi ego no desapareció, ocupó el lugar que le correspondía. Entró conmigo, con mi alma, tras la puerta, fundiéndonos ambos con lo que encontré al otro lado: el fuego ocultaba la visión del Ser que Es, que Soy, que Somos. Di un paso más…

Hace dos días que llevo un anillo de oro y me agrada.



CAMPO DE SUEÑOS



Hay días que se quedan grabados, que nunca se olvidan, y de ellos los que, curiosamente, una cifra se repite una y otra vez. Hoy es uno de estos últimos. Me alegro que esté trascurriendo con normalidad, puede que los duendes ya se hayan cansado y todo quedó en el pasado. Recuerdo algunos de ellos, parecen tan lejanos… Quizás capté el mensaje subliminal y haya pasado a otra etapa, una en que la vida trascurra con cierta calma.
A veces me pregunto si fueron reales, porque sólo están en mi mente, nada de ellos puedo aprehender, traer al presente. Claro, que, lo que viví ayer mismo ya no está, y sin embargo, tanto éste como todos mis días han ido construyendo como granos de arena, la duna en que me he convertido, y como tal, estoy a merced de los vientos. Vientos que soplan al ritmo que mi alma impele. Pasaron los tiempos en que eran otros soplos los que conformaban mi efigie, empujado por lo que llamaba “destino” o el azar…

«No era yo más que una oveja que junto a otras era llevada de unos pastos a otros, conducido por un pastor, reconozco que éste era “un buen pastor”. Un día me pregunté por qué… ¿No era posible alejarme, aunque sólo fueran unos pasos, más allá de lo que la senda, marcada por siglos de transitar, aconsejaba como seguro? Veía hierbas creciendo en la lejanía, junto a la montaña.
»Un día me decidí. Le dije ¡hasta pronto! al pastor. Él, con una sonrisa, me dio su aprobación. Yo sabía que no la necesitaba, pues sentía que era el momento de explorar el mundo exterior, aun así también sonreí. No miré atrás, con paso decidido me alejé, con la mirada concentrada en la montaña lejana.
»La soledad no la conocía. Al principio fue duro, estaba acostumbrado al roce, al cariño del rebaño. Todos formábamos una familia y éramos felices al abrigo del pastor. Ahora era solamente un recuerdo, eso sí, lo revivía una y otra vez, cuando la tristeza –nuevo sentimiento para mí– me inundaba. Me alimenté de cuanto encontraba hasta llegar a mi destino. No todas las hierbas me sentaron bien. Enfermé, creyendo que encontraría el final de mi vida en cualquier momento. No sé qué fuerza hizo que siguiera caminando. Recordaba palabras de aliento de mi viejo pastor cuando la sequía hacía que nos costara encontrar hierba fresca: “Confiad”… Y, siempre, terminábamos llegando a algún vergel desconocido hasta entonces. Parecía conocer con antelación nuestro futuro.
»Miré atrás, por si acaso alguna oveja siguió mis pasos, pero no fue así. Estaba ya a los pies de la montaña. Me alimenté, descansé y dormí profundamente.»

«Soñé: pastaba en un valle desconocido, donde convivían animales que nunca había visto, grandes y pequeños, y todos estaban afanados  en tareas que no comprendía; yo era uno de ellos. Ya no andaba a cuatro patas, sino que me mantenía sobre mis dos traseras… ¡Qué extraña sensación! Pero lo más sorprendente fue cuando me acerqué a un arroyo y me vi reflejado en el agua… ¡Oh! ¡Mi rostro! ¡Es semejante al del pastor! Creí desfallecer…
¿Cómo es posible? ¿Estoy soñando? Pero es tan real…
»Se acercaron varios animales con apariencia similar. Me tranquilizaron con una palmadita en la espalda. ¡Bebe y ven con nosotros! –dijeron.
»Les acompañé, como antaño seguía a mi pastor. Vestían ropas que nunca había visto a él llevar. Dos se pusieron a izquierda y derecha. No temas nada –manifestó uno de ellos–. Me fijé en los ojos de ambos, unos eran como los míos, redondos; pero los del otro, que era más alto, me daban cierto recelo: eran oblicuos y con una mirada profunda que hacía que todo mi cuerpo vibrara. Me sonrió, dándose cuenta –no sé cómo– de lo que me estaba sucediendo.
»Somos como tú –dijo el alto– y también formamos una familia, aunque nuestras apariencias sean tan diferentes. Venimos de rebaños distintos y durante mucho tiempo también nos guio un pastor. También, en un momento decisivo de nuestras existencias, tomamos la misma decisión crucial que tú tomaste: crear nuestro propio destino. Comprendimos que éste no sería fácil. Lo cómodo era seguir al pastor, nuestros días eran plácidos, ¿por qué dejarlo?
»En cada uno de nosotros –continuó–, llegado el momento, sentimos curiosidad, que más adelante se convierte en un impulso que nos impele a dar un paso más y otro. Forma parte de nuestro deseo de perfeccionamiento, un sentimiento innato que ha estado adormecido, como una serpiente enroscada esperando los primeros rayos de sol de un nuevo día. Ese calor ya no parte del que nos damos unos a otros en el rebaño, ni siquiera del que el pastor nos regala con sus cuidados, parte de nosotros mismos, ya que en cada uno hay un diminuto sol que poco a poco se expande, al ritmo que le marca nuestra voluntad, nuestros deseos más puros y nuestra acción compasiva. Acabamos comprendiendo que explorando otras tierras, hacemos un viaje interior, que todo cuanto ocurre fuera está aconteciendo dentro. Nos convertimos en peregrinos de nosotros mismos. Todo cuanto sucede a nuestro alrededor, a nuestros congéneres, nos está pasando a nosotros. El sol que nos habita, el “pastor” que nos guía ahora, nos enseña día a día que hay que llevar luz y calor a rincones oscuros, aparentemente deshabitados, inexplorados. Éste te da el alimento suficiente para existir, ya no necesitas de otro alimento, ni tienes que ocupar tu precioso tiempo en sobrevivir. Ahora todo tu esfuerzo consiste en ser portador de alegría, la de quien nada busca porque cuanto existe lo lleva en él.
Has visto cómo en el rebaño del que procedes iban muriendo quienes llegaban a viejos, quienes caían en las fauces de lobos, quienes no tenían acceso al alimento. No creas lo que tus ojos han visto. Tu verdadero cuerpo es este que ves, tiene una apariencia, pues todo tiene forma; el otro, el que dejas atrás, no es más que la consecuencia del aprendizaje que un día lejano emprendiste… una ensoñación. Tu familia es esta, somos también las “ovejas” que te acompañaban, salvo que ahora nos hemos convertido en “pastores”. Hay, otras tierras, donde pastan ovejas sin pastor, sin dirección, sin destino. Esperan, sin saberlo, que un pastor les enseñe. Más no necesitan seguirlo a fértiles campos, sino que les muestre el sol que les alimente por siempre. ¿Quieres ir?
»Me quedé pensativo ante las palabras que atentamente había escuchado. ¿Quién era yo, sino una oveja que lo único que pretendía era explorar otros campos? Sabía que la decisión de abandonar el redil me podría traer problemas y alguna que otra satisfacción. No me importaba. Cansado estaba de vegetar y ver cómo vegetaban las demás. ¿Era esto todo cuanto nos daba la vida? Y, de pronto, me encuentro que la vida es mucho más de cuanto conocía, que la muerte no existe, sino que todo vibra a ritmos diferentes y ello hace que sólo perciba un pequeño fragmento de mí mismo, aquel que me satisface durante un tiempo y al que presto toda mi atención. Estos seres me estaban mostrando que yo soy pura vibración; que tengo el poder de materializar cuanto imagino, creando un mundo donde se manifiesta y disolviéndolo cuando dejo de prestarle interés. Muerte y vida no son más que esto: un campo de sueños… del que quien Soy permanece despierto.
»Sin saber cómo desperté en un pastizal. No tenía hambre. La montaña, imponente, perdió mi interés de ascenderla y ver qué había al otro lado. Dirigí mis pasos al valle, al encuentro de alguna oveja con la que compartir un poco de calor y alegría, la de mi alma.»

Hay días que se quedan grabados… Hoy es diecisiete.




UNA PUESTA DE SOL



Contemplar una puesta de sol puede ser un momento inigualable, ni siquiera las que pude ver en el pasado ni las que posiblemente veré en el futuro serán como ésta. No, no es un día especial, más allá de que todos lo son si se saben apreciar, es un instante, unos pocos minutos en que he sido capaz de abstraerme del entorno, irme con las nubes que rodeaban la luz que dejaban tímidamente escapar y llegar hasta mí.
En ese momento el Sol y yo estábamos conectados, su luz no me era ajena. Entrando por mis ojos llega, lentamente, a todos los rincones de mi cuerpo y siento que una a una, todas mis células entran en un estado de dicha. ¿Me trasmite el Sol algo más que un poco de su luz? Diría que sí.
Mi alma, a la que no encuentro un lugar concreto de residencia, ni siquiera en el cerebro, ni en el corazón, es colmada por el gozo que mi cuerpo siente. Y expandida, cual globo inflado con todas las fuerzas que un niño pueda poseer, abarcando más allá de mis límites, escapa al ser soltado por una mano inocente haciendo espirales en el espacio. Sin saber cómo, mi cuerpo ya no es mi cuerpo, sin límites, sin forma definida, vuela libre el alma directo al astro de mis días. Me acerco atraído por una fuerza irresistible, millones de destellos de luz van y vienen y yo soy uno más. Súbitamente, algo me frena en seco, estoy parado, en pie, mi cuerpo vuelve a estar conmigo, pero no es el mismo, siento ríos de vida que ascienden y descienden en mí. La vida que por mí trascurre es como una gota de agua que danza en una ola camino a la orilla del mar. ¿Este es mi hogar? -me pregunto.
Oigo los latidos de mi corazón, no es un músculo más, es la más pura percepción del amor que pueda experimentar: vacío, plenitud, se intercalan en una cadencia melódica. Escucho otros latidos, que aun sabiendo que no me pertenecen, también los siento como míos. Veo semblantes, sonrientes, amigables. Recuerdos se agolpan queriendo distraerme, entristecerme. Sin palabras me hablan, calman mi ansiedad, aquietan mi ser. Ojos que clavan su mirada recorren mi alma, de abajo arriba… Vibro, todo vibra en mí. Distingo mis manos, mis pies, como siempre han sido, como siempre serán, no tienen edad. No soy sólo quien acaba de llegar, sino quien nunca se fue, quien siempre está. Miro a mi alrededor y contemplo una tras otra mis “escapadas”, mi descenso al valle de lágrimas que en tantas ocasiones se ha convertido la Tierra, mi Tierra. Me siento responsable de cuanto allí sucede. Si hubiera actuado de forma diferente, hoy sería un auténtico edén.

Yo, ahora, no soy solo yo, soy todos los que van y vienen: los que están abatidos, los inconscientes, los amantes, los asesinos, los altruistas, los peregrinos, los ignorantes y sabios… Soy todos por igual, no soy hombre ni mujer y soy ambos a la vez. Aprendo, de la alegría tanto como del dolor, pues tales no son más que los momentos en que mis manos están trabajando el barro; las veces en que tuve que empezar una y otra vez las vasijas que quiero crear, para que sean éstas el aposento fidedigno que he ideado. Cada chispa de luz que he creado es el fiel reflejo de mí, y sin embargo, son únicas, diferentes. Una gota de luz y una vasija, ambas se buscan, se desean y se encuentran; juntas son capaces de realizar el sueño de mis sueños. Son la diástole y la sístole de mi corazón, el sol que ilumina todo mi ser, en el que vivo.

Tengo otras “tierras”–escucho, sin percibir la procedencia–, otra arcilla para moldear, ¿cuando alcances cierta destreza querrás ocuparte de ella? No estarás solo, irás con muchos más, pues mi sol, vuestro sol, os acompañará. Partiréis en una noche del alma, llegaréis al alba. Vuestras manos se mancharán. No os lavéis, dejad que el barro entre por los poros de vuestra piel hasta que llegue a la última de vuestras células. Ya no seréis los mismos… Este es vuestro destino, mas no el final.


El Sol se pone tras la lejana montaña, los últimos rayos se reflejan sobre el mar. En unas horas un nuevo amanecer… una vez más.


SIN NOMBRE



Sé que estás ahí. Tú sabes que estoy aquí.
Puede que no fuera una casualidad. Quizás los acontecimientos estuvieran encadenados para que ocurriera el encuentro.
Mi memoria lo ha ocultado. Cuesta cualquier esfuerzo por recordar y, sin embargo, sé que tú estabas allí. Mi razón te niega. Mi alma te anhela.
No eres otro, sé que soy yo quien se encontró consigo mismo. ¿Locura? ¿Imaginación? ¿Realidad? No, no estoy para dar una respuesta. El alma sabe.
No ocurrió en un instante, en un lugar concreto, a una hora determinada. Fue un proceso paulatino. Años de ir encajando piezas sueltas, formar con ellas posibilidades que al poco tiempo eran descartadas una y otra vez. Puede que esperaras el momento propicio en que yo estuviera atento, sin distracciones; o puede que esperaras que ya nada deseara, que abandonara la búsqueda. Llevas años insinuándote, apareciendo y desapareciendo, dando toques de atención. ¿Es ahora? ¿Ya fue?
¿Cómo traducir en palabras lo que escapa a la razón, lo que no ha ocurrido en este espacio temporal y, a pesar de ello, tan real…? Todo juicio me lleva a un callejón sin salida.
Tú sabes, yo sé.
Llevo tiempo intentando comprender qué pasó aquel día y, sobre todo, por qué.
No voy a obtener respuesta, no es eso lo que buscas. Pues tú, yo, sabemos. No se trata de alcanzar ninguna cima. Se trata del alma humana, de conseguir que se inflame y, esto solamente sucede paso a paso, peldaño a peldaño. Ni ascendiendo ni descendiendo, sino yendo al centro, donde todos los caminos se encuentran, donde tú y yo dejamos de existir separadamente.
Antes del primer día, de la primera noche  ya éramos, mejor dicho “soy”. Mi morada, no está en un lugar determinado y, a pesar de ello, tengo donde refugiarme, donde reposar cuando cansado estoy. Tengo una apariencia que me distingue de otros, no para reforzar una personalidad, sino para multiplicar las de todos eternamente.
Soy desde un principio que nunca existió y, aun así, renazco una y otra vez. Ni siquiera espero que la muerte me lleve, lo hago en cada momento en que soy más consciente de quien soy. Hoy, una vez más, cual recién nacido, me he llevado en brazos, con amor, al otro lado. Tú has muerto, yo he muerto; tú has renacido, yo también.
Te conocen por muchos apelativos, muchos hablan de ti. Yo callo tu nombre.
No eres sólo una palabra más o menos hermosa, una ensoñación, una quimera. No eres sin más la luz y la oscuridad, sino la causa y final de ambas. Hoy, aquí y ahora, vives en todo corazón que palpita. Tomas innumerables rostros como tuyos; sueños como tuyos. Despiertas en cuantos lo solicitan, y esperas, pacientemente, el alba de un nuevo día para quienes sueñan aún. Despiertos o dormidos, nada es diferente de ti, pues tú no distingues una mano de otra, ambas son tu creación, en ellas te manifiestas por igual.
Ahora sé lo que mi razón no comprende.
Más allá del tiempo y el espacio, donde éste se crea y recrea, esperas, pacientemente, que la chispa se convierta en llama, la llama en fuego y el fuego en incendio que extinga el alma y la fusione con el sol que no quema.
Hoy, llevaba en mis brazos un recién nacido,  sin nombre. Luce como el sol.


EL RÍO


Le preguntó el discípulo al maestro: “¿Cuándo alcanzaré tu sabiduría? Ambos hemos nacido a la vez, vivido en la misma aldea, andado las mismas sendas, abandonado una vida placentera a cambio de convertirnos en mendigos. ¿Dónde me quedé rezagado?”
El maestro le contestó: “No soy tu maestro. Soy, como tú, un viajero, un peregrino, en busca de la verdad. Es cierto que nuestras vidas han sido paralelas. Los dos decidimos el mismo día salir rumbo a lo desconocido. Hemos escuchado las enseñanzas de Buda en boca de grandes hombres y practicado éstas según nuestra comprensión durante años. Siempre me has visto como a un hermano mayor. Te he tendido la mano cuando flaqueabas. En la enfermedad te he cuidado. Abrigado cuando tenías frío. En cierto modo me he hecho responsable de ti. Todo ello me ha enseñado que la práctica budista está siempre ante nosotros, a nuestra disposición. Tú sí has sido un verdadero maestro para mí. No estoy ni un paso por delante de ti, ambos somos las dos orillas de un mismo río: desde un lado queremos llegar al otro, cuando la liberación, la iluminación, es convertirse en el mismo río. Esto es lo que me has enseñado: tú y yo somos un solo ser con dos ojos para ver”.


EL IGNORANTE


AL FINAL DE LA VIDA

Me he preguntado infinidad de veces qué hay tras el final de la vida, sí, cuando un cuerpo da su último hálito vital.
La primera vez fue cuando, sin saberlo, fui a visitar a mis abuelos que vivían a escasos metros de la casa de mis padres, apenas tenía doce años. Entré y tras unos tímidos pasos me encontré de cara con la muerte: mi abuelo estaba tendido sobre la cama, su piel blanquecina y un silencio sepulcral entre quienes estaban allí me dieron la respuesta a una pregunta que ni siquiera llegué a plantearme… ¿qué estaba pasando?
No cayó ni una lágrima de mi rostro, no podía. Esa noche de primavera, en silencio, en mi cama, lloré sin contención. Nadie se enteró. Ese día me marcó profundamente.
Hoy sigo haciéndome la misma pregunta. Han ocurrido tantas vivencias que me han traído y llevado por los extremos del pensamiento racional. La razón me dicta una lógica, mi corazón otra. No tengo, llegado a este momento de mi existencia, ninguna prueba ni a favor ni en contra. Los testimonios, las experiencias, parece que el tiempo las ha ido borrando y ahora sólo tengo sensaciones y llego a preguntarme si todo no es más que un largo sueño en medio de una aparente realidad a la que no puedo aferrarme. Todo se desvanece y sólo quedo yo, o lo que creo ser, viendo cómo los días vienen y van. Y un día me tocará encontrarme con ese instante, temido, deseado, odiado y hasta amado, en que tú, parca, y yo, nos veremos las caras.
Quizás me encuentre con la luz, o con la oscuridad. Puede que el último pensamiento estalle y se disuelva en la nada, o sea creador de un mundo en que pueda respirar por primera vez, como un recién nacido, dar los primeros pasos asombrado observando cuanto suceda a mi alrededor. Ocurra lo que ocurra, mi paso por este mundo no habrá sido en vano, pues me alegraré de ser el abono del que se nutra una brizna de hierba. Unos ojos, no importa de quien, se maravillarán ante ésta y quizás un pensamiento nazca en su ser: ¿qué hay tras el final de la vida? Puede que encuentre la respuesta, o puede que, simplemente, camine disfrutando de la Vida.

EN LA BOCA DEL LOBO

Soy curioso. Me gusta asomarme a la ventana, mirar el horizonte y cuestionarme si hay algo más allá de éste. Así que suelo saltar por la ventana, aunque hay una puerta que suele ser más cómoda para salir de casa, serán los genes o quién sabe.
Cuando emprendo la ruta sin marcar de antemano me encuentro que hay bifurcaciones, preguntas que me hago y aparentemente me desvían del destino marcado… ¿o quizás es este el verdadero destino? Ni sé ni quiero saber.
Resulta que, aunque con recelo, me acerco a callejones oscuros a ver qué hay en ellos. Silenciosos, enigmáticos, inquietantes… Me gusta el peligro, desobedecer las señales de prohibición, los avisos de ¡cuidado!
Sé que me meteré en problemas, posiblemente innecesarios. La verdad es que ya me ha ocurrido, no una, sino infinidad de veces. Y me preguntaba, y aún lo hago, si merece la pena salirse de la línea marcada. Si no fuera por estas decisiones, hoy no sería quien soy. Y no me refiero a un nombre, sino a alguien que siente que merece la pena vivir, a pesar de todos los sinsabores del camino emprendido el día que decidí salir por la ventana por primera vez.
Me he metido “en la boca del lobo” sabiendo que saldría malherido, tocado y posiblemente hundido. He seguido mi intuición, las señales que sentía que me decían “por aquí”. ¿Eran verdaderas señales o mi ego que quería inflarse? Mi ignorancia de la vida es mi motor. Normalmente, tiempo después, he descubierto quién me movía en unas y otras ocasiones, qué señales eran auténticas y cuales no. Y descubrí que todas partían de una misma fuente, que no había ninguna dualidad. Que al otro lado del horizonte, en los callejones, en la boca del lobo…, en la luz y en la oscuridad e incluso en la tranquilidad del hogar, la respuesta estaba ahí, siempre ante mí donde quiera que me hallara.
Hay quienes pregonan que somos corderos a merced de lobos hambrientos, que hay que convertirse en lobo. Lo siento, me niego, como me niego a dejar que el destino marque mi vida. Seguiré marcando mis días y mis noches, mis mejores y peores momentos. Seguiré metiéndome en la boca del lobo, no para salvar a nada ni a nadie, sino para terminar de conocer al enemigo que vive dentro de mí mimetizado en el lobo hambriento que tengo delante.
Considero que no hay errores en las decisiones tomadas, todas nos acaban trayendo las respuestas a las preguntas que nos hacemos lo largo de nuestra vida.

UN SUEÑO


Hoy amaneció nublado, quizás el Sol no tenía ganas de mostrar los rayos que otros días nos iluminan, o, algo peor, puede que no quisiera yo verlo.
No tengo el poder sobre las nubes y mucho menos sobre el astro rey, pero sí hay días en que poner el pie izquierdo, o derecho, en el suelo, cuesta.
Y si ningún rayo de luz atraviesa la ventana pues hago como el oso en invierno…, sigo envuelto en mí.
Hoy no tenía nada importante que hacer, un día como otro cualquiera.
Las noticias del mundo exterior no cambian, por desgracia, para la inmensa mayoría. 
Es un día más, uno más, entre miles ya vividos por mis huesos.
Pienso en qué acabará todo esto. Qué secreto se mostrará que desperecemos de una vez.
Hay veces en que pienso que esta vida es un sueño y que un buen día despertaremos.

POSESIÓN DE LA VERDAD


Cuando creo que ya tengo una base sólida,
pilares bajo tierra a gran profundidad,
sucede que la tierra no es estable,
que tiene vida y se niega a paralizarse,
a estar “muerta en vida”.
Si pretendo asir, atar, encadenar, un solo instante,
vano intento;
un acontecimiento, 
puede que aparentemente vanal,
me “dirá” lo equivocado que estoy. 
La base se desmorona una vez más,
no para destruirme,
sino para que crezca,
que me desprenda de lo que inmoviliza mi ser.
Los dioses de barro que me mantenían en pie desaparecen,
secándose y convirtiéndose en arenisca,
como un mándala tibetano,
que un ligero viento se llevará lejos de mí.
¿Dioses?, ¿para qué?
La verdad que me sostenía ya no está, 
ahora no es nada en mi vida.
Nada poseo, 
ni la ignorancia,
ni la verdad, 
¿para qué?

Ahora, simplemente, soy.


UNA OLA LLEGA

En un mar que se agita a su libre albedrío,
intento tras intento,
nado,
unas veces a favor y otras contracorriente.
Las olas vienen,
no sé su procedencia ni su destino,
simplemente fluyen,
¿es necesario saber más?
Así,
día a día,
mi cuerpo,
mi alma,
aprende y olvida. 
Una ola llega,
me voy con ella…
donde me quiera llevar.



EL SILENCIO QUE UNE LAS PALABRAS

  Frente a mí la secuencia de todos mis sueños y lo acontecido en la vigilia de mis días. Todo en un presente donde convivían sin mezclarse vivencias. Es como si lo experimentaran diferentes yoes a la vez, los que fui dejando atrás, según iban pasando los años vividos. Me preguntaba si realmente había hecho todo aquello. No me identificaba con muchos de ellos, mas era yo, no había ninguna duda. Mis diferentes cuerpos, pues así lo sentía, daban fe de ello. No sólo habían cambiado éstos, sino mi forma de ver, encarar, comprender, la vida. Y junto a todos los acontecimientos, aunque lo viví aparte -así lo percibí-, las ilusiones, los deseos irrealizados y los que pudieron ser si yo hubiera dicho “sí” a lo que se me “regalaba”. Todo un mundo de placeres, poder y gloria serían míos si… 
  Las piedras que ante mí se encontraban cobraban vida, me hablaban, e incluso me manifestaban que les ordenara lo que quisiera, ellas lo harían de buen grado. Los árboles mecidos por la brisa, susurraban su subordinación ante quien consideraban su rey. 
  No, no podía ser real. Nada de lo que estaba viviendo podría serlo -me decía en silencio-, cuando, ante mí, reflejado cual espejo, sobre el agua de una pequeña charca, vi a alguien. Me asusté. Era otro yo, fue tomando forma humana, pero un yo con un gesto con el que no me reconocía: sonrisa burlona, gesto altivo y mirada penetrante, tanto que comencé a temblar.    Me dijo: “Soy tú, el que has creado a través de tu vida, la consecuencia de todas tus experiencias, tus sentimientos ocultos, anhelos, frustraciones. Soy quien te ofrece en bandeja de plata este mundo en el que vives. Todo cuanto desees son órdenes para mí. Sólo has de permanecer aquí para siempre. Renacerás una y otra vez en cuerpos cada vez más perfectos, serás sabio entre los sabios, construirás lo que en tus sueños has visto, todo con sólo decir 'sí, quiero' ".
  Me sentí mareado. ¡Sí! ¡Sí! Escuchaba una y otra vez, con una cadencia que me atormentaba. 
  ¿Era esto un sueño más?
  La negrura más absoluta cayó sobre mí, como una espesa niebla. Silencio. Un silencio aún más tenebroso llenaba el espacio, si es que era éste un lugar. No sabía qué podría ocurrirme después… Hasta que, cansado, me dejé caer desplomado, o eso creí… Vi mi propio cuerpo tendido, inerte, sin vida. Me acerqué a él y comprobé que no había el mínimo atisbo de vida. Mis mejillas se convirtieron en el canal por el que descendían mis lágrimas. Tanto tiempo juntos y ahora estaba solo, sin un punto de apoyo, sin nada a qué asirme. 
  Todos mis yoes se disolvieron, absorbidos por una espiral a la que no veía final. Y con ellos, mis sueños, deseos, vivencias, dolores, alegrías. Todo cuanto había construido durante tanto tiempo, ahora se alejaba. ¿Qué quedaba de mí? Ni siquiera observaba en mí ninguna vislumbre de forma, ni manos, ni pies, ¡nada! Y sin embargo podía pensar. De algún modo existía.
  ¿Había dicho “sí”, acaso? No, aún no salió nada de mis entrañas, o lo que creía que podrían serlo.
  En un instante, no sé cómo, dije “no”. Todo aquello era una ilusión. Me revelé. Lo que de verdad me mantenía vivo era el amor que fui capaz de ofrecer a cambio de nada. Éste no había sido llevado por la espiral, estaba conmigo y supe que yo era el amor que había construido a lo largo de las edades; eran unos “ladrillos” sin forma, ni consistencia alguna. Era el silencio que une las palabras, etéreo e intangible… 
  Miré a mi alrededor, un hombre y una mujer unían sus cuerpos en una danza sin fin, de tal modo que sus formas se fundieron en una sola. Yo, sin saber cómo, me uní con ellos y en ellos. Por un momento la oscuridad y la luz dejaron de ser tales: “el silencio que une las palabras” se hizo carne una vez más. 
  Nueve meses más tarde, fruto del amor, pude ver mis pies y manos una vez más. Esta vez dije “sí” sin dudarlo. Sí a la vida, al amor. No a la ilusión.



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