UN DÍA CUALQUIERA



Te levantas un día cualquiera. Todo parece rutinario, organizado, sin sobresaltos y… sin embargo, un instante, un segundo, ¡todo ha cambiado! Ya no habrá más rutina, todo lo que estaba construido se ha desmoronado como un castillo de naipes, quedan las cartas… caídas, que hay que recomponer una a una, pero ya nada será igual. La Vida te acaba de mostrar, puede que de una forma brusca, que lo pasado es eso, pasado. A partir de ahora hay que empezar de cero, aunque con la memoria de una “vida pasada” en esta misma existencia.

"Me he quedado sin el trabajo por el que me esforcé tantos años en conseguir…" "El camión que se quedó sin frenos acabó estrellándose contra el banco, en el que casualmente me encontraba esperando el bus que me llevaría a casa a descansar un día más…" "Me ha abandonado aquella persona que creía sería quien me acompañaría toda la vida…" "Perdí todo el dinero que había atesorado debido a una desacertada decisión…" "Comprendí…"


Sea como sea, la Vida hoy es diferente. Me ha llevado a estar cara a cara ante mí, desnudo, sin adornos, ni siquiera un objetivo… ¡vacío de cuerpo y alma! ¿Y ahora qué? ¿Aún espero algo o tiro la toalla? Ahora soy como un niño, sin edad, con la mirada expectante ante un incierto futuro, viniendo de un pasado que se me escapa por segundos, son vagos los recuerdos… y a cada segundo se desvanecen aún más.

Este instante que ahora vives es el que te has regalado para sentir la Vida de un modo que nunca imaginaste, ser consciente de aquello que pasó de refilón anteriormente y dejaste escapar. Ahora puedes abrir los ojos al verdadero ser que eres y que esperaba, en silencio, el momento en que pudieras mirarte cara a cara, ya sin miedos irracionales, sin posesiones efímeras… Como un recién nacido, tienes toda una vida por delante, una oportunidad de oro que no has de despreciar.

Un día cualquiera ya no serás quien fuiste: despertarás de un largo letargo, de sueños que se esfuman cada amanecer. Un día cualquiera saldrás, cual mariposa, del capullo en el que te encerraste. Morirás al pasado y saldrás volando, conociendo de primera mano una dimensión que te llevará a explorar al ser que eres, siempre fuiste y serás.



CAMINOS



Sentado en el parque.
Sopla el viento de la tarde presagiando una noche fría.
Sin ganas consigo levantarme dando los primeros pasos hacia el hogar.
Los viejos recuerdos se agolpan una vez más.
Los alejo, disipándose entre las hojas secas caídas en este otoño del alma.
Mis pisadas acaban borrando sus efímeras huellas.
Ya nada son.
Ahora, sólo tengo por delante un futuro incierto.
Un tiempo por vivir en uno de tantos caminos a elegir de vuelta a casa.
Nada temo.
Siento que es ahora cuando ya nada espero sino vivir en plenitud.
Sin equipaje, sin pasado ni porvenir, solamente siendo.


SEMILLAS



Hace algún tiempo de tu visita. ¡Cuántas preguntas desde aquel inolvidable día! No lo tengo marcado en el calendario, sí en mi memoria intemporal. Pensaba que era el fruto de imaginaciones febriles, pero no, era demasiado para ser casual…

Todo comenzó años atrás, cuando en plena adolescencia mi alma descubrió un sentimiento hasta entonces dormido…, la primera señal que sólo comprendí mucho tiempo después.

Descubrir quién soy fue entonces explorar el mundo que me rodeaba. Mi adolescencia se debatía entre dos mundos, a veces enfrentados, la seguridad dejada en manos de otros no era nada cuando salía de su ámbito. El mundo y yo, nadie más. Y tú permanecías en silencio, en realidad no sabía de tu existencia, sin embargo tú sí de la mía. Paso a paso ibas dejando pistas…

La segunda señal, ¡cómo olvidarla! Estaba todo tan claro y sin embargo yo tan ciego. Fue necesario ir viviendo en el tiempo y el espacio lo que contemplé en un relámpago de eternidad ante mí para comprender. Un tiempo de inflexión radical en mi vida. Dejé todo lo que era mi pilar hasta entonces, familia, amigos, la tierra que me vio crecer. Empecé a escribir en las páginas en blanco de mi juventud; las injusticias sociales no me eran indiferentes, busqué cómo paliarlas pero ninguna iniciativa tomada me satisfizo al completo. Toda acción generaba una reacción… imparable. 

Y las señales continuaban. Lo vivido en el no-tiempo iba tomando forma inexorablemente. ¿Podía escapar a un destino escrito de antemano? Hay veces en que dudo de dicha posibilidad, sobre todo porque era yo quien lo había escrito ¿tiempo atrás?

Cuanto más me alejaba de ti, más cerca me encontraba sin saberlo. ¡Tanto por recomponer, por vaciar en ese tiempo!

Un día de luna llena. ¡Otra inmersión en la eternidad! Tomaste una forma con la que podría comprender… Vaciaste mi alma cómo sólo sabe hacer quien ama, quien se pone en la piel del otro, quien es uno más allá de la dualidad. Dejaste una huella imborrable: una semilla que debía alimentar no con grandes hechos, sino simplemente con los pequeños actos cotidianos de la vida, que germinaría con el tiempo.

Y los años pasaron… Y ahí estabas tú, cuando menos lo esperaba, con un ropaje que no me era desconocido… ¡Lo llevé un día muy especial en mi vida! Tu sentido del humor… Ni siquiera entonces lo comprendí, creí que eras otro. Hoy sí lo sé… ¡Soy yo! La semilla convertida en planta abriendo sus pétalos al sol.

Todo este tiempo ha sido un viaje al encuentro, de mí mismo, del Ser que soy, el que ha creado esta realidad espacio-temporal en que estoy inmerso. ¿Por qué?, por amor.

Más semillas están brotando en otras tantas almas buscando la luz de su propio Ser.



EL BUSCADOR


Un día me levanté un poco aturdido por un sueño, que aunque no recuerdo en profundidad, me dejó más que pensativo. A partir de entonces me interesé por la existencia de vida en el cosmos y, sobre todo, por la posibilidad de que alguna civilización extraterrestre hubiera entrado en contacto con la nuestra.
Días más tarde abrí el periódico, pero esta no era una jornada más…: “Avistamiento de un objeto volante no identificado sobrevolando en pleno día la capital”, acompañado el texto por una imagen del ovni. Así me vi, sorprendido, y me dije “por qué no”. Quise investigar más... 

Me encontré en el lugar donde se tomó la fotografía. Miraba al firmamento esperando que se repitiera el fenómeno. No fue así. Aunque no fue un viaje perdido, éramos unos cuantos los que pretendíamos indagar. No nos conocíamos de nada, pero sentíamos que estábamos unidos por algún hilo invisible. 
Pasó el tiempo. Las relaciones, en algún caso, se hicieron más fuertes; en otros, los avatares de la vida hicieron que nos alejáramos… Acababa entrando en liza las diferentes interpretaciones de las causas del fenómeno, lo que en algunas ocasiones provocó discusiones que casi llegaban a las manos. ¿Nos estábamos volviendo locos? ¿Qué nos motivaba a seguir haciéndonos preguntas que posiblemente nunca encontraríamos las respuestas?
Por mi parte nunca desistí del todo, sí reconozco que el desánimo me ha acompañado en muchos momentos. Curiosamente, se repetía en mi mente escenas sueltas del viejo sueño. ¿Quién era el personaje  que veía? Era como un mensaje subliminal…, “sigue buscando”.
Hoy, muchos años más tarde, ya no miro al cielo. No es que haya perdido la esperanza, es que me equivoqué de enfoque… Miraba el dedo que señalaba y no hacia donde lo hacía. Era dentro de mí donde tenía que buscar.
¿Cómo lo supe? Después de perderme en laberintos de pasiones y profundos pozos negros mentales, olvidándome incluso de la familia que se estaba formando a mi alrededor, me pregunté: ¿soy feliz? Supe que no lo era y lo peor es que no me esforcé porque lo fueran ellos. Todo giraba en torno a mí, a mi deseo insaciable, a veces hasta obsesivo, de encontrar la verdad. ¿La verdad? ¿Qué es la verdad? ¿Podría cambiarme la vida este encuentro?
Lloré, desgarradoramente me hice añicos cuando enfermó la persona que creía hasta entonces darle todo mi amor. ¿Y ahora qué? ¿La verdad le sanará? Me decía una y otra vez.
Recé, renegué, pataleé… sin respuesta ninguna.
Un día, inolvidable para mí, le tomé las manos, miré sus ojos, preocupado porque quedaban pocos días de vida juntos y… ¡contemplé como era  absorbido hacia su interior! Una escena apareció ante mí: 
Ambos, de la mano, caminábamos por una pradera, alegremente comentábamos un suceso de un tiempo indeterminado que nos llenaba de gozo. Cuando apareció ante nosotros una figura humana… ¡la misma que recordaba de mi sueño! ¡No podía creerlo!
El ser nos sonrió y mirándome, me dijo: 
«Te dije un día que buscaras. Lo hiciste recorriendo medio mundo y no encontraste una respuesta satisfactoria. Jugaste al juego de la mente. Te dejaste llevar por tus deseos hasta incluso sentir la desesperación. Y, sólo has encontrado la respuesta, la ´verdad´, cuando has sido capaz de olvidarte de ti, de tus deseos, movido por la posible pérdida de quien te ha acompañado, muchas veces en silencio, atenta y amante durante… ¿eones?  En el olvido está la respuesta, porque siempre ésta has llevado en ti; solamente tenías que dar un paso, no al frente, sino hacia ti mismo, a tu alma, al ser que en realidad eres, al que ahora estás viendo frente a ti. ¿Locura? Locura es lo que has vivido. Ahora, tú has sanado. Ahora, estáis sanados…
»Tú, compañera de viaje, dirigiéndose a mi amada –sonrío ahora al recordarlo–, también me has buscado, incluso, esperado que un día llamara a tu puerta. Mirabas los ojos que se cruzaban con los tuyos con esperanza de que apareciera. ¡Nunca podría haberlo hecho de ese modo! ¡Yo soy vosotros en una vuelta más de la espiral de la vida! ¡Soy vosotros en este instante, sintiendo el calor de ´mis´ manos entrelazadas!
»¡Olvidad cuanto creéis saber!
»Es el amor vuestra verdad. Es el amor la sanación. Es el amor quien se encuentra una y otra vez, cuando así lo deseáis… de corazón. Las demás respuestas surgen por sí solas…»

Otra vez, sin saber cómo, me encontré frente a mi amada. No dije nada. Miré sus manos enlazadas a las mías. Ambos sonreímos.
Los días, los meses han pasado y, seguimos mirándonos a los ojos… Hoy es nuestro “cumpleaños”.



SENTIR


Nada como tener sed para apreciar el valor del agua.
Nada como sumergirse en mar,
sentir el contacto del agua acariciándome;
corrientes de agua fría, caliente,
meciéndome de un lado a otro.
Sentir, sentir, sentir…
Nada como sumergirme en la vida para estar vivo.


LOS PIES DESCALZOS


No son unos pies cualquiera, son los pies de la vergüenza de quienes le han empujado a caminar miles de kilómetros huyendo del sufrimiento, la barbarie, la muerte… y del silencio cómplice de quienes miran a otro lado.
No lo ha decidido él, un niño, sino sus padres, que aun con temor de no llegar a su destino, lo prefieren a seguir siendo humillados, tratados peor de como tratamos el ganado camino al matadero. Huyen de la guerra en Siria, podría ser de cualquiera, son muchas las que hay en este mundo.
Hace siglos, otro ser humano, con los pies descalzos, fue conducido al encuentro con la muerte. Lo clavamos en una cruz con nuestro miedo. ¿No hemos aprendido la lección? ¿Seguimos tratándonos unos a otros como enemigos? ¿Quién se proclama ser superior para decidir si tenemos derecho o no a existir? No hemos cambiado tanto, seguimos guerreando por unas tierras, acallando conciencias por un pedazo de pan, matando en nombre de no sé qué libertad. Hay veces que me cuesta reconocer que hay esperanza; que lo que le acontece a este niño no es más que una pesadilla a punto de terminar.
Creo en el ser humano, en la voz de los que permanecen en silencio, en quienes valoran la verdad y la dignidad por encima de un puñado de monedas.
Creo, aunque a veces me cuesta…

Lo que le ocurre a  él, a mí me sucede.


EN EL AIRE



Como un pájaro que abre sus alas por primera vez,
aleteo comprobando que todo está bien…
Me acerco al precipicio sin miedo.
La brisa acariciando mi rostro.
Mi mirada escrutadora otea el espectáculo sin igual
de un paisaje que nunca más se repetirá.

Es ahora o nunca…
Me inclino hacia delante,
dejándome caer.
Ya no hay vuelta atrás…

¡Vuelo!
El viento me eleva alto, muy alto.
Como un pájaro,
no necesito cavilar,
sólo dejarme mecer un poco más allá.
Mi destino, ¿qué importa ya?
En el aire estoy como un ave más.
Planeo,
sabiendo sin saber que hoy no es un día más.




EL TEMPLO



Me hablaron del Templo, mas nadie me daba indicaciones certeras de cómo llegar. Yendo de un lado a otro visité a los que creía “entendidos”. Llegué a convivir con algunos de ellos, esperando aprender de sus ejemplares vidas, mas, tras escudriñar a fondo, comprobé que distaban sus actos de lo que pregonaban con tanta vehemencia. Sus palabras embaucaban a cuantos llegaban sedientos de conocimiento.
Yo solía quedarme sentado a cierta distancia cuando nos comunicaban su sapiencia, queriendo tener una visión sin contaminar por el entusiasmo. Había quienes buscaban los primeros asientos, haciéndose notar… ¡Eh, que estoy aquí!, parecía que gritaban, aunque, muy sumisos, ningún sonido salía de sus bocas ¡Cuántos pretendían entrar en el Templo con algún salvoconducto que les sorteara los peligros del camino!
Los “entendidos” regalaban  a nuestros oídos cuanto deseábamos escuchar. Parecía que cada frase era la adecuada para calmar nuestra ansia. Por mi parte requería un gran esfuerzo mental adivinar qué expresaban realmente con sus palabras. ¡Cómo iba a pensar en algún tipo de engaño! ¡Imposible! Mas, algo me decía… ¡cuidado! Fuera intuición, amargas experiencias anteriores… No sé con certeza. Necesitaba saber cómo vivían lejos de tanto boato, cuando nadie está observándoles.
Alguno moraba rodeado de sencillez, lejos de la vida mundana. Su aposento no gozaba más que de un camastro que parecía sacado de los peores tiempos inquisitoriales. ¿Se flagelaría? No pude comprobarlo, pero sí evidencié en hechos nimios cómo despreciaba su cuerpo. La simplicidad era traicionada por cierta arrogancia.
Otros, inmersos de lleno en la vida ajetreada de ciudad, pregonaban que había que convivir donde estaban los problemas. Ni siquiera querían vestir, trabajar, de modo diferente, pasando así desapercibidos… salvo cuando se “transformaban” en sus rituales.  Cada cierto tiempo se reunían. Es entonces cuando descubrí que todo era una hipocresía, se sentían especiales  ante la muchedumbre del mundo exterior. “Pocos serán los que entrarán en el Templo y sólo lo harán los que nos sigan”, –escuchaba–. No podía creerlo. ¿Estaban endiosados, delirando?
Hastiado de pequeñas verdades y grandes mentiras me alejé de los “entendidos”. Sus templos eran de barro, no aguantarían un temporal… que con seguridad llegaría.
Y seguí escuchando hablar del Templo, pero ya me parecían palabras huecas, una ficción. Me fui a vivir donde nadie le importaba dicho vocablo. ¿Desencantado? Seguramente…
Días, meses, años, pasaron…
Me concentré en los detalles pequeños de la vida cotidiana; en una mano tendida, una sonrisa; en los silencios entre palabras; en el canto de los gorriones al amanecer, una flor. Mi cuerpo, mi mente y mi alma sanaron casi sin darme cuenta. Descubrí que el Templo no es un lugar, sino un modo de entender la vida y, sobre todo, de ser, donde tú y yo, ahora, ya no sólo somos tú y yo, somos al mismo tiempo una entidad: nosotros…

Y, nosotros somos el Templo.



AGUA SOY



¿Quién maneja el timón en el océano de mi vida?
Agua soy en gran medida,
me desenvuelvo en sus profundidades aún antes de nacer.
Un sinnúmero de partículas fluyendo sin parar,
día a día, año tras año…
Soy el capitán de un barco que aún no sabe su destino.
Navego en noches sin luna,
inmerso en tempestades
sin más guía que mi alma,
con la esperanza de ver,
más allá del horizonte,
un destello de luz,
que me lleve al encuentro con el puerto soñado.
Agua soy… y qué más.


EN LA TIERRA



Como las estaciones del año,
como los tiempos de mi vida, todo cambia.
Cuando pienso que todo es estable
una hoja cayendo del árbol me recuerda que estoy de paso.
Mis recuerdos,
mis amigos,
quienes quise, quiero y querré, estamos de paso.

Una flor acaba de abrirse revelando su desnudez y la joya que contiene.
Efímero su momento,
como el mío…
En la tierra caerá, caeré,
de sus entrañas resurgiré...





EN LA ETERNIDAD



Cada noche me abandona
con un ¡hasta pronto!
Un nuevo día se aleja una vez más.
¿Qué me deparará la oscuridad?
Tal vez no vea la madrugada que vi ayer.
Puede que mi cuerpo duerma al alba
el sueño que me lleve a otra realidad.
Quizás te vuelva a ver una vez más,
sin noche ni día,
donde tú y yo
quedamos aquella tarde de juventud.
¿Recuerdas?
Yo sí… en la eternidad.



EL FICUS Y EL ERMITAÑO



El viejo ermitaño salió de su cobijo, una pequeña oquedad en la montaña, como casi todos los días. Se sentó sobre una piedra ya habituada a él, muchos años de mutua compañía, contemplando un árbol, un ficus gigantesco. Silencio, sólo el viento agitaba silbando el árbol. El ermitaño le preguntó sin decir palabra: ¿Tu vida es útil a alguien? No esperaba, lógicamente ninguna respuesta…

Pero a sus oídos llegó un sonido que no era del viento. Escuchó: “Mi vida, larga ya, es más útil de lo que los humanos creéis, cuando el Sol se pone, yo absorbo lo que a vosotros os envenena y lo convierto en oxígeno, necesario para vuestra vida. Como ves, mi vida contemplativa, anclada en este lugar por muchos años aún, tiene sentido” –era el gran ficus quien le hablaba–. ¿Y tú, qué haces alejado del mundanal ruido por la humanidad, encerrado en una cueva?

Tras recuperarse de la impresión, nunca pensó que un árbol podría “hablar”. Le contestó: 

«Así es como piensan muchos de mí. Me alejé del mundo habiendo saboreado sus mieles, pero no saciaron la sed de mi alma y, busqué una fuente que lo lograra. Tras algunos años deambulando de un lado a otro sin calmarla, acabé con mis pasos en este lugar. Tú ya estabas aquí entonces… He luchado con mi mente largo tiempo, creí volverme loco, hasta que, por fin, cansado, encontré la calma; dejé de luchar y comprendí que mi mente podría ser mi aliada y no mi enemigo. La silencié y, escuché el sonido de un manantial, no en la cueva, sino dentro de mí. No era de agua sino de fuego, un fuego que no quemaba y recorría todo mi ser de abajo a arriba y de arriba abajo. Me convertí en ese fuego que, tan pronto se expandía como que se reducía a un punto de luz… y yo era esa luz.  Y siendo luz, viajé a través de la luz, pues todo cuanto me rodeaba era también luz, eso sí, de diferente intensidad. Llegué a donde viven los demás hombres, ellos no me veían, ni siquiera percibían su propia luz... Y vi sus sombras, como vi las mías tiempo atrás, su conflicto les amargaba la vida, eran infelices y compartían con otros su malestar. Y la ciudad donde viven está envuelta por una espesa capa de oscuridad, mas nadie la percibía, pero sus almas sí que la sentían. Y pensé, ¿qué puedo hacer por ellos desde mi rincón del mundo? Al instante de este pensamiento, se acercó a mí una persona que vagaba por la calle, evidentemente no me vio, y en medio de la oscuridad percibí una chispa de luz en su pecho. Seguí sus pasos,  él lloraba, sentí en mí su abatimiento, cerré mis ojos y dejé que mi alma se expresara, sin palabras. Mi luz alcanzó, no sé cómo, su chispa de luz y ésta se hizo más grande, más luminosa… Dejó de llorar y respiró profundamente, diciendo en voz alta: “Después de todo puede que haya vida después de esta vida y nos volveremos a encontrar”. Supe, sin entendimiento, que era a su amada a quien echaba de menos. Y a su alma hablé: “Ten por seguro que así es”.

»No me importa lo que piensen de mí los demás, “Gran Ficus”. Sé que mi vida tiene ahora sentido, he encontrado el manantial que buscaba, lo tenía tan cerca… Y, en silencio, sin ruido, sin aplauso, estoy más cerca del otro de lo que estuve cuando vivía entre ellos.»

–Y, no piensas volver a vivir entre ellos –le preguntó–, “Gran Ficus”. 

–Cuando mi alma así lo sienta. De momento sigo a tu lado, “Gran Ficus”, amigo “ermitaño”, viviendo nuestras “inútiles” vidas.

Dedicado al ángel que me inspiró.



LA DANZA DEL FUEGO


El frío hielo me quema.
La llama de la vela abrasa mi piel.
El fuego de la pasión me hunde lentamente en arenas movedizas.
Mis pensamientos chocan unos con otros,
su constante fricción me inflama.
¿Hay un fuego que no me consuma?

Escucho los latidos de mi corazón: tic, tac…
Su sonido me adormece.
Me dejo llevar. Tic, tac…
Un universo aparece en el vacío,
la vida fluye a borbotones. Tic, tac…
Una estrella fulgurante ilumina pequeñas esferas,
vueltas y más vueltas dan a su alrededor. Tic, tac.
Millones de estrellas giran sin cesar en una danza sin fin.
Galaxias… Una tras otra, encontrándose, alejándose. Tic, tac.

Siento frío, calor… Ahora nada y todo a la vez.
Consumido en un fuego que eleva sus llamaradas
creando figuras en las que me reconozco.
Soy, ahora, el fuego que crea y se recrea una y otra vez,
como los latidos de mi corazón. Tic, tac…



EL BOSQUE ENCANTADO


Al salir del pueblo, caminando vi un sendero que lleva al interior de un frondoso bosque.
La verdad es que nadie quiere hablar de él, ni los ancianos del lugar y ni tan siquiera los jóvenes. Tan sólo una mujer se atrevió a contarme una leyenda de lo que allí en un tiempo lejano pasó:

«Una niña muy curiosa al linde del bosque se acercó, se le hizo tarde y en medio de la oscuridad de la noche se perdió. 
Lloraba desconsolada cuando… una piedra conmovida le habló: "No te preocupes, yo te cuidaré. Tómame y llévame en tu bolsillo, mi dureza te cuidará". Con ella se introdujo dentro del bosque. Según andaba, sentía que sus huesos crecían y se hacían más fuertes. Apenas vislumbraba un sendero por el que, aun dudando, avanzó.
Unos minutos más tarde… 
–¡Hola!,-le dijo una flor-. ¡Siente mi perfume y llévame en tu interior! Así lo hizo y continuó andando.
Un pequeño ratoncito se le acercó. ¡Llévame contigo! -Le gritó. 
Ella se agachó acercando sus manos a un desvencijado tronco sobre el que él se posó. 
–¡Ven conmigo, haremos el camino juntos! 

Tras un largo rato caminando se preguntó: ¿por qué no hay más niños? 

De pronto, notó el latido de su corazón. Según pasaban los segundos palpitaba con mayor intensidad. Una sensación muy extraña que surgió en sus pies, que no identificó con nada conocido, fue subiendo hasta su pecho. Sintió miedo; llenaba su interior.
¿Qué me está pasando? -Se preguntó.
Frente a ella, una lucecita surgió de la nada. 

–Me has llamado y aquí estoy. 
La niña, muy sorprendida, siguió escuchando. 
–Cogiste la piedra, también la flor, viajas con pequeño ratón. Ahora si quieres llévame en tu corazón. 

–¿Quién eres? 

–Soy tu creador. Desde antes del principio de los tiempos, habito en ti. Siempre estoy contigo. Hoy te saqué de tu hogar trayéndote a este bosque. Dejándote en soledad para que descubrieras quién eres: una piedra, una flor, un ratón… Eslabones de una cadena sin principio ni fin, con un sólo sentido: jugar. 

Se quedó un instante en silencio. 
–Ya sabes quién eres -continuó-. Ahora sal del bosque, señalándole una salida. ¡Busca a otras niñas y niños y divertiros! Si te preguntan de dónde vienes, diles que miren en su interior, ahí estoy yo.

La niña muy contenta emprendió el camino de regreso. Cuando al pueblo llegó no la reconocieron y algo peor, tuvieron miedo... pues hacía cien años que desapareció.»

Sigo sin comprender por qué nadie quiere hablar del bosque.




LA AMADA Y EL AMADO



Salió a caminar, solitario, hacia la montaña por la senda que todos los días recorría. Su mirada estaba perdida, abstraída, desde que perdió al ser más maravilloso que conoció un día ya lejano, tanto que sólo recordaba de ella sensaciones. A veces pensaba que sólo fue un sueño, el más dulce que jamás tuvo y que se fue de su vida.

Su pensamiento viajó:
«Ella caminaba, alejándose. Con su pelo como el fuego, mecido por la brisa. Llevando una túnica blanca fundida con el viento, haciendo que volara más que caminar. Así desapareció de mi vida, fundiéndose con el horizonte.»

¿Cuándo te volveré a ver? –Pensaba sin cesar.

Nunca pudo explicarse por qué desapareció, qué había pasado, ni cuándo volvería a verla.

Siguió sumido en sus pensamientos, ascendiendo por la senda ya marcada por sus pies a lo largo de los años.

Oía los pájaros cantar. Una ardilla parecía sonreírle desde la copa de un ciprés, mirando curiosa cómo brillaba su longa barba ya canosa por la edad. Llevaba su túnica azul ya algo desgastada, pero que aún conservaba con cariño. Le daba una aureola un tanto extraña, nada acorde con los tiempos en que vivía, parecía una leyenda viviente.

Alcanzó un claro de la montaña desde el que solía divisar el inmenso valle, en él pasaba largas horas simplemente observando el firmamento. Las nubes con sus formas caprichosas le hacían sonreír, y también más de una lágrima derramar por su semblante perdiéndose en la espesura de su barba.
Sentía el frio suelo, henchido con el rocío que todo lo cubría. Posaba sus manos captando el mensaje que la tierra le trasmitía: serenidad.
Su mirada comenzaba a perderse en el horizonte, tras la nieve de las montañas, contemplando el infinito azul del cielo con nostalgia de quién sabe qué tiempos y lugares.

La luz del sol comenzaba a abrirse paso. Un rayo tímidamente se aproximaba a su cuerpo acariciándole, sintiendo cómo entraba por su pecho inundando todo su ser.
Una calma infinita le transportaba a un espacio donde las palabras, los pensamientos, los deseos, no tienen cabida; donde simplemente se ES, más allá de la vacuidad y la plenitud.

Una sensación que nunca antes percibió, empezó a tomar consistencia. Una luz blanquecina con destellos dorados increíbles –como el más maravilloso sol jamás imaginado– fue abarcando el espacio que le circundaba hasta cegarle por completo. Él, se fundió en la luz y vislumbró con los ojos que sólo el alma puede tener, a su amada.

Ahí se encontraba, frente a él, con su sonrisa de siempre, su piel tersa y suave; su túnica blanca –más que blanca, pura, clara, inmaculada– fundiéndose con su cuerpo, sin contornos. Sus ojos rasgados y azules, su pelo largo y radiante, puro fuego.

Sin duda era ella.

Nunca más volverían a separarse. Son ahora Dos en Uno, Uno en Dos.

Levantaron la vista, pues una luz les atrajo. Contemplaron un rostro del Sol desconocido hasta entonces, hacia Él se encaminaron en un nuevo tiempo del retorno al Hogar.



LA RAZÓN DE MI EXISTIR


Tantos años caminando, entrando en callejones que descubrí sin salida. Dar la vuelta atrás no es siempre de buen agrado, sobre todo para mi ego. ¡Cuánto orgullo dejado en el camino! ¿Qué buscaba con tanto ahínco? La razón de mi existir.
Exploré mi mente, mis emociones, mi cuerpo… henchidos de claroscuros. Ardua tarea la de domar un “caballo salvaje”. Considero que no vine a este mundo con la alforja vacía: guardado en el inconsciente, estaban las directrices…, la técnica de doma. Pero no es lo mismo verlo desde la distancia, que acercarse y atreverse a montarlo. La relación entre él y yo no debía ser la de amo y esclavo, sino la de dos amantes, que atraídos irremisiblemente, buscan la unión; impregnarse de las cualidades únicas que ambos aportan para crear  una nueva vida, un ser inigualable en el Universo. Hemos llegado a comprendernos, conocernos; conflictos, tensiones, han dejado su huella. Nos hemos perdonado mutuamente… y aprendido a desprendernos de cuantos prejuicios teníamos el uno del otro: ni la materia es despreciable, ni el espíritu engreído.
Ha llegado el tiempo de ver en qué nos hemos convertido, no en centauro, ni en Pegaso, tampoco en alguien intangible.
Un paso más en la evolución: una inexplorada dimensión se abre como las cortinas de un teatro ante la obra a representar.
Cuando dejamos estas vidas encadenadas, como el joven deja la universidad –tras años de esfuerzo, sacrificio, sinsabores, temores, acompañados del descubrimiento del magno sentimiento que podamos experimentar, el amor, que nos lleva a sentir el éxtasis, vislumbre de lo que somos–, nos encontramos con el “recién nacido”. Ya no es “él y yo”, ni “nosotros”, sino, simplemente, el ser, el que “ES”. La dualidad experimentada, no era más que la madre y el padre, los amantes gestando el fruto de su amor: su hijo. Ya no hay parto doloroso.  La muerte pierde su sentido de ser, ésta no era más que parte del proceso de crecimiento en el seno materno, el punto de unión entre un eslabón y otro.
¿Qué hay tras la luz cegadora en el momento del “parto”? La visión de uno mismo, no como un bebé, sino un ser sin edad, el mismo que emprendió un viaje iniciático en el tiempo y el espacio, con una salvedad: su capacidad de amar se ha acrecentado de un modo insospechable cuando comenzó. Y no está solo, junto a él hay otros seres que también emprendieron el mismo viaje. Es sólo el inicio, pues ya sin muerte por delante, sin dolor, emprenderán nuevamente un largo camino, sin callejones, por mundos inhabitados a los que entregarse en espíritu.

Así es como descubro quien soy, la razón de mi existir. No es éste mi primer viaje ni será el último.



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