LA INTUICIÓN
Intuyo que no estoy solo,
que me acompañas en cada pensamiento,
en cada sentimiento
y en todo lo que hago.
Pero no,
no estoy hablando de alguien extraño,
ni ajeno.
No hablo de un dios,
un espíritu,
un alma inalcanzable.
No, no quiero más proyectos,
ni quimeras,
ni paraísos perdidos o encontrados.
Se acabó la búsqueda;
el encuentro casual en un sueño,
en una sonrisa,
un grito,
una palabra,
una esperanza,
una intuición,
una certeza.
No quiero seguir la búsqueda...
porque ya te he encontrado.
Hablo de ti,
de NOSOTROS,
del ser que ES.
Hablo de la REALIDAD.
De UNO y el misterio de la multiplicidad.
Siempre SOMOS,
PRESENTE,
sin más.
Se acabó el misterio,
nada permanece oculto eternamente,
ni TÚ…
LA VIDA ES GOZO Y SIMPLICIDAD
No sé si sucedió realmente o únicamente es fruto de mi imaginación, de los sueños no vividos. En este instante me llegan sensaciones acaecidas en algún momento de mi existencia donde la inocencia era la bandera de mi vida; donde a mi alrededor fluía sin sobresaltos la cotidianidad de otras gentes, el ir y venir de rostros alegres. Recuerdo correr en el campo colmado de espigas de trigo doradas y cómo me sentaba a desgranar alguna que otra; me entretenía machacando las semillas divagando sobre su destino en la mesa tras pasar por las manos que las convertirían en el ansiado pan de cada día. Puede que la pobreza fuera también la compañera de banco y de plato. Sonreía y reía a carcajadas sin motivo aparente. Corría gritando, dando gracias a la Vida por ser y sentir. No deseaba nada más que disfrutar de cada instante; contemplar el atardecer sentado sobre alguna roca, unas veces en el llano, otras sobre la más alta cumbre, impregnándome del calor de los rayos de sol que habían penetrado en su interior. Y esperar expectante la llegada de un nuevo amanecer. Rodeado de la naturaleza aprendí lo que la palabra escrita es incapaz de expresar, ésta me decía: “La Vida es gozo y simplicidad”.
Un día, en una de tantas inmersiones en el océano de la materia, dejé mis campos sumergiéndome en las profundidades más sombrías, donde la luz es una quimera. Encontré tristeza por doquier, hasta tal extremo me influyó que olvidé mi origen e incluso temí perder mi identidad. Los pensamientos, las emociones, estaban impregnados de una sustancia semejante al alquitrán que lo abarcaba casi todo: no era visible a los ojos de nadie, mas impedía que los movimientos fueran gráciles, haciendo la existencia pesada e incluso insoportable. Quería huir de allí, sin encontrar la salida, ni siquiera mirando hacia arriba. A veces me venían a la mente imágenes de un campo dorado y un cielo azul, aunque no tardaban en verse envueltos por la oscuridad de una noche que no parecía tener fin.
Sin saber cómo, en el crepúsculo de mi alma, cerré los ojos, el silencio era lo único que distinguí durante un largo espacio de tiempo hasta que acabé percibiendo una ínfima luz que surgía del fondo de mi ser. Latía como lo hace el corazón, su sonido me hizo olvidar donde estaba, hasta hacerme sentir que flotaba; no ascendía hacia un cielo exterior, sino que me adentraba absorbido por una espiral hacia lo que creí ser su centro. Todo estaba inundado de luz, y yo supe que era la misma luz. Contemplé mi cuerpo, ya no era el mismo que ocupaba un momento antes. Podía tocarlo y ver cómo, de pronto, se transformaba una y otra vez, como si fuera una noria de rostros girando sin cesar: todos ellos eran yo y, a su vez, ninguno lo era. Vislumbré un universo donde las galaxias giraban a diferentes ritmos, acercándose y alejándose unas de otras, respondiendo a un orden que desconocía. Este universo dio paso a otros, donde la grandeza y la insignificancia se confundían… Y cuanto veía era yo. Como vino, lo vivido, se fue.
Amanecía y los primeros rayos de sol atravesaron la ventana de mi dormitorio.
Y en las profundidades del océano vi por primera vez seres que emitían luz propia. Abrí los ojos y recordé lo que en un momento de mi existencia la naturaleza me enseñó: la Vida es gozo y simplicidad.
Sonrío.
MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO
No poseo la tierra que piso, ni la brizna de hierba que se arquea bajo mis pies. Ni el rocío del alba me pertenece.
El Sol me regala su luz y no es mi siervo, ni siquiera nos podemos mirar cara a cara… Soy yo quien aparta la vista achicándome, mientras él se crece por momentos.
Los días y las noches se suceden, no se detienen ante una orden mía.
¡No puedo parar el tiempo! Ni siquiera mi cuerpo respeta mi pretensión de ser eternamente joven, sigue un ritmo que escapa a mis deseos.
Observo cómo todo cambia a mi alrededor, ni yo soy ahora el mismo que fui…
Definitivamente… mi reino no es de este mundo.
DE LA FUENTE... SUSURROS
De la Fuente Eterna, origen, causa y fin de todo lo conocido y lo cognoscible no dejan de llegarnos susurros que golpean suavemente nuestras conciencias. Nuestra realidad cotidiana está siendo sacudida, nuestros pilares cuestionados. Nuestras manos se están vaciando, toda posesión y estabilidad alejándose. Nos estamos atreviendo a levantar la voz como nunca antes lo hicimos. Nuestros pensamientos son conocidos al instante en cualquier rincón de nuestra madre Tierra. Y el susurro está convirtiéndose en la Voz de los “sin voz”. Escuchamos, estamos alerta, trabajamos casi en silencio. Extendemos nuestra inquietud, sumándola a la de tantos y tantos que están comprendiendo que… algo está pasando. Buscamos comprender qué es. Indagamos hasta el hastío. Toda información nos parece poca, hasta acabar con nuestra mente saturada. Entonces necesitamos un poco de silencio, quietud, soledad. Las palabras escritas, las que hemos escuchado en tantos medios revolotean sin cesar, hasta que decimos ¡basta! Y todo parece desaparecer.
Nos encontrábamos encerrados entre cuatro paredes, solos ante el Universo y de pronto sentimos que las paredes, las barreras, han desaparecido y surcamos libremente por nuestra mente, pero no una mente limitadora, esquemática, lineal, sino una mente que trasciende nuestros cinco sentidos y nos conecta con otras mentes. En tal estado los susurros provenientes de la Fuente son ahora perceptibles, no sólo en palabras sino en imágenes, símbolos, sensaciones, que nos dicen que… todo está bien, que somos los artífices de nuestro destino y como tales debemos mostrar que la adversidad es sólo pasajera, irreal, ilusoria, efímera; que nosotros tenemos en nuestras manos la potestad y la voluntad de crear cuanto deseemos; que el dolor es consecuencia de una mente que se cree separada de otras mentes; que la llave que abre la puerta de la felicidad está en nosotros mismos con solo… desearlo. ¿Una quimera? Tal vez lo sea para algunos, para otros, entre los que me incluyo, estamos despertando a una conciencia global que está trascendiendo la esfera de nuestra Tierra. El Cosmos se está convirtiendo en nuestro Hogar y de Él nos llegan energías, que como gotas de lluvia, limpian nuestro planeta y que además están cambiando la velocidad, el ritmo y la frecuencia vibratoria a todo cuanto en él se encuentra. La sanación está ya a disposición de tod@s.
LA NATURALEZA DE BUDA
Caminaba Buda ensimismado en la contemplación de un pajarillo intentando sacar una semilla de la vaina, cuando se le acercó un joven discípulo. Buda le miró y con un gesto de su mano le rogó silencio y quietud. Señaló al pajarillo. El joven miraba intentando comprender qué debería aprender de tal acontecimiento.
Buda y el joven, sentados, esperaron que el pajarillo acabara de extraer la semilla. Tras los movimientos insistentes de su cabeza, de un lado a otro, consiguió sacarla y ponerla en su pico. Mirando a su alrededor, extendió sus alas y emprendió el vuelo rumbo al nido en el que se encontraban sus crías. Repitió el proceso varias veces hasta que todas sus crías saciaron su hambre.
Buda le dijo al joven: “Así es la naturaleza de Buda”.
“No entiendo”, –dijo él.
–“Buda es la semilla que te alimenta, en su germen lleva ya al Buda realizado en la forma que sueñas, sólo has de dejarla crecer. Si eres una cría de pajarillo, llevas en ti al gran pájaro-Buda; si eres un niño, llevas en ti al hombre-Buda. Buda existe desde siempre, únicamente has de dejar que sea en ti lo que desde siempre ES”.
El joven se levantó agradeciendo a Buda su enseñanza.
Buda hizo lo mismo. Según se alejaba su cuerpo envejecía tan deprisa que el joven se asustó al ver cómo, a poca distancia, se convirtió en polvo. Tomó éste, lo apartó del camino dejándolo en tierra; alcanzó una semilla de un árbol y la posó junto al polvo, enterrándolo todo en un pequeño agujero. Trajo un poco de agua que dejó caer suavemente en él.
Se alejó por el camino y, al volver la vista atrás, vio un brote surgir donde antes no había más que una diminuta semilla. Unos pasos más y sus ramas se alzaban por encima de la copa de otros árboles. Unos pajarillos revoloteaban posándose y anidando en él.
“Así es la naturaleza de Buda”, –pensó.
AL FINAL
Paseábamos por una amplia avenida de nuestra antigua ciudad, un día de septiembre. Todo estaba aparentemente en calma. Era un día más, en el que dos viejos amigos se reúnen, salvo por una pincelada: nuestros cuerpos chocaban una y otra vez al caminar. Nos mirábamos y sonreíamos sin comprender. Seguimos dando pasos sin un destino concreto, simplemente por el placer de pasear; distraer nuestras mentes de los problemas cotidianos hasta que éstas quedaran vacías y, quizás, flotar sobre los adoquines y elevarnos dejando abajo la ciudad. No, no ocurrió. Nuestros cuerpos seguían rítmicamente siendo atraídos y despedidos como si siguieran las notas de una canción que resonaba en mi interior: “Al final de este viaje”.
Sin saberlo, estábamos viviendo un momento esperado desde hacía tiempo, planificado donde las almas sin edad son libres de ser y de amar. No lo supimos en ese momento. Nuestros corazones seguían latiendo cálidamente. Nuestras manos se rozaron, siguiendo una voz silenciosa, hasta enlazarse…
Nuestras miradas se encontraron y, por primera vez vi en tus ojos una profundidad que me hizo perder el equilibrio. Fue como viajar a otra realidad: tú y yo siendo dos fuegos que se funden en uno, un instante de eternidad…
Han pasado un año, dos, quizás mil o ninguno. Hoy seguimos paseando juntos, de la mano. Ahora lo sabemos: lo que nació sin edad no tiene fin y, al final de este viaje, estaremos, tú y yo, intactos.
SOY TÚ, SOY YO
Soy el fuego que abraza tu alma cuando sientes frío.
Soy la mano que toma la tuya cuando estás perdido en la oscuridad.
Soy el viento que sopla la vela de tu vida cuando no tienes rumbo.
Soy la semilla enterrada que riegas con tus lágrimas,
unas veces de tristeza, otras de alegría,
que brotará y crecerá hasta alcanzar la cumbre de tus ojos.
Soy la vida en busca de la Vida.
Soy Tú cuando tú ya has dejado de serlo.
Soy Tú, soy Yo...
ALGO ME DICE
Todo principio implica un final. ¿Y si tú y yo no hemos tenido tal principio?
Algo me dice, ¿intuición?, que mi existencia está más allá del juego de la dualidad. No dudo que este cuerpo, al que llevo unido ya algunos años, tiene fecha de caducidad. No me quita el sueño el momento del desprendimiento, es sólo un tránsito más, uno de tantos de los que he tenido y de los que pueda tener.
Algo me dice que no estoy limitado por un conglomerado de materia, que ésta asociación es únicamente consecuencia de un pensamiento que tuve un “día”, donde el tiempo y el espacio no son más que la argamasa con la que construyo mis sueños.
Despierto una y otra vez, de un sueño, otro; me sumerjo en tantos que ya he perdido la cuenta… Y en cada uno de ellos me creo y me recreo.
Y sé que tú también sueñas…
Y sé que tú también despiertas.
AMISTAD
Me pregunto qué es la amistad: ¿compartir un poco de nuestro tiempo, dos tiempos, tres… con otras personas? Cuando utilizamos medidas mal asunto. La amistad en la que creo no usa ninguna matemática, se siente o no y… basta.
Estoy cansado de tomas y dacas; de… “si yo he hecho por ti, tú has de hacerlo por mí”. Sólo conozco una amistad: darse sin esperar, porque sólo fluyendo mi vida cobra sentido. Puede que no se entienda. Yo tampoco, la siento y sigo mi intuición. Siento a quienes se quedaron en el camino, o tomaron otros; a quienes me tachan de asocial. Lo que no soy es hipócrita.
Mi amistad nace del alma y no de convencionalismos, costumbres. Tengo un hilo que me une a ti mientras ambos lo deseemos, nada más.
VINE, VI Y ME FUI
Ni recuerdo, ni creo que sea importante, pero un día me vi envuelto en una vorágine de vaivenes, prisas; en un sin vivir en el que encontrar un lugar donde estar un poco centrado, donde descubrir una mínima razón a tanta sinrazón es un esfuerzo colosal y del que ni siquiera sabía que tuviera alguna recompensa. No es que la buscara, pero toda acción implica una reacción…
Y puede que no sea en el sentido deseado, dado que por lo general nos gusta que todo esté en su sitio, el futuro planificado sin grandes sobresaltos: nacer, crecer, envejecer y morir. Todo dentro de un orden, pero ¡ay!, no creo que tengamos una idea mínimamente realista y objetiva del “orden” que gobierna nuestras vidas. Pretender asir algo, y que perdure es un trabajo inútil. Antes o después tendremos que soltarlo y dejar que siga su camino, aun a nuestro pesar. Querer apoderarnos de algo, o de alguien, puede que nos proporcione cierta estabilidad, mental, emocional y hasta física, pero es lo mismo que pretender que el agua del río fluya hacia la montaña y no hacia el océano del que surgió. Vivimos en un caos casi permanente debido a nuestra obstinación por retener la Vida, cuando ésta es fluir libremente y de la que nosotros somos una ligera partícula en la que el cambio constante es nuestra permanencia en un “orden” que no requiere de ningún esfuerzo, sino de la placidez de dejarse mecer por un viento que sopla desde que el tiempo es tiempo y aun… antes.
Vine, vi y me fui… con viento fresco.
TRAS LA AUSENCIA
Después de este tiempo de ausencia escribo mis primeras palabras, aunque mejor dejaría un espacio en blanco. No sé por dónde empezar, si recapitular o mirar sólo hacia delante, quizás sea esto lo mejor, y si algo quiere salir a la luz, que lo haga, sin acritud y sin apego…
Tras una intensa batalla del alma sólo queda la impresión de que todos hemos perdido algo en el camino. Puede que perder sea todo cuanto necesito para en el vacío encontrar sentido al sinsentido del comportamiento humano en algunas ocasiones. Siempre he creído en el ser humano, en nuestra capacidad de resurgir una y otra vez de nuestras cenizas y de que la maldad innata no existe, sino actitudes que se mueven entre los extremos del egoísmo y el altruismo, hasta encontrar el punto exacto de paz interior. Pero me cuesta, por la fuerza de los hechos, cómo algunas personas han entregado su alma y cuerpo a la actitud más egoísta que jamás haya conocido hasta extremos inimaginables y que ni siquiera quiero recordar. Puede que el infierno no exista, pero hay quienes lo han materializado en sus vidas y pretenden que este mundo se mueva a su antojo.
Me niego con todo el dolor de mi alma a seguir un juego del que no he sido creador ni corresponsable. Con seguridad dicha decisión implica tomar partido y decir ¡no! Alargar el sistema dual de “tú y yo”, en vez de alcanzar mi anhelado “nosotros”. Siento haberme creado enemigos, pero yo sólo me debo a mi alma, y es a ésta a quien debo lealtad.
Lo siento, siento que el infierno viva en algunas personas. Que su fuego se consuma a sí mismo… hasta que un día despierten, sin llama, y, a pesar del daño que han hecho, encuentren la paz más allá de su egoísmo y maldad.
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