Caminaba Buda ensimismado en la contemplación de un pajarillo intentando sacar una semilla de la vaina, cuando se le acercó un joven discípulo. Buda le miró y con un gesto de su mano le rogó silencio y quietud. Señaló al pajarillo. El joven miraba intentando comprender qué debería aprender de tal acontecimiento.
Buda y el joven, sentados, esperaron que el pajarillo acabara de extraer la semilla. Tras los movimientos insistentes de su cabeza, de un lado a otro, consiguió sacarla y ponerla en su pico. Mirando a su alrededor, extendió sus alas y emprendió el vuelo rumbo al nido en el que se encontraban sus crías. Repitió el proceso varias veces hasta que todas sus crías saciaron su hambre.
Buda le dijo al joven: “Así es la naturaleza de Buda”.
“No entiendo”, –dijo él.
–“Buda es la semilla que te alimenta, en su germen lleva ya al Buda realizado en la forma que sueñas, sólo has de dejarla crecer. Si eres una cría de pajarillo, llevas en ti al gran pájaro-Buda; si eres un niño, llevas en ti al hombre-Buda. Buda existe desde siempre, únicamente has de dejar que sea en ti lo que desde siempre ES”.
El joven se levantó agradeciendo a Buda su enseñanza.
Buda hizo lo mismo. Según se alejaba su cuerpo envejecía tan deprisa que el joven se asustó al ver cómo, a poca distancia, se convirtió en polvo. Tomó éste, lo apartó del camino dejándolo en tierra; alcanzó una semilla de un árbol y la posó junto al polvo, enterrándolo todo en un pequeño agujero. Trajo un poco de agua que dejó caer suavemente en él.
Se alejó por el camino y, al volver la vista atrás, vio un brote surgir donde antes no había más que una diminuta semilla. Unos pasos más y sus ramas se alzaban por encima de la copa de otros árboles. Unos pajarillos revoloteaban posándose y anidando en él.
“Así es la naturaleza de Buda”, –pensó.