TRAS LA AUSENCIA



Después de este tiempo de ausencia escribo mis primeras palabras, aunque mejor dejaría un espacio en blanco. No sé por dónde empezar, si recapitular o mirar sólo hacia delante, quizás sea esto lo mejor, y si algo quiere salir a la luz, que lo haga, sin acritud y sin apego…

Tras una intensa batalla del alma sólo queda la impresión de que todos hemos perdido algo en el camino. Puede que perder sea todo cuanto necesito para en el vacío encontrar sentido al sinsentido del comportamiento humano en algunas ocasiones. Siempre he creído en el ser humano, en nuestra capacidad de resurgir una y otra vez de nuestras cenizas y de que la maldad innata no existe, sino actitudes que se mueven entre los extremos del egoísmo y el altruismo, hasta encontrar el punto exacto de paz interior. Pero me cuesta, por la fuerza de los hechos, cómo algunas personas han entregado su alma y cuerpo a la actitud más egoísta que jamás haya conocido hasta extremos inimaginables y que ni siquiera quiero recordar. Puede que el infierno no exista, pero hay quienes lo han materializado en sus vidas y pretenden que este mundo se mueva a su antojo.
Me niego con todo el dolor de mi alma a seguir un juego del que no he sido creador ni corresponsable. Con seguridad dicha decisión implica tomar partido y decir ¡no! Alargar el sistema dual de “tú y yo”, en vez de alcanzar mi anhelado “nosotros”. Siento haberme creado enemigos, pero yo sólo me debo a mi alma, y es a ésta a quien debo lealtad.
Lo siento, siento que el infierno viva en algunas personas. Que su fuego se consuma a sí mismo… hasta que un día despierten, sin llama, y, a pesar del daño que han hecho, encuentren la paz más allá de su egoísmo y maldad.


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