SIN RUIDO



Me voy como llegué,
sin hacer ruido.

Susurros al alma fueron mis palabras,
esparcidas por el viento,
rumbo al Sur, al Este,
al Norte y al Oeste...
A tu corazón.

Cuando amanecí anhelé el atardecer.
Contemplo la última puesta de sol.
Es más que un deseo,
una necesidad vital.

Cumplí mi papel,
fiel al eslabón de una cadena sin fin.
Vuelvo al océano de la vida,
en silencio.

Tal como llegué, partí...
Sin hacer ruido.


HAY UN PLAN



  Me lo podría inventar. Especular que Tú no eres más que una quimera, el fruto de una mente imaginativa. Pero no, eres real. ¿Pero, quién eres Tú? ¿Cómo es posible que dos mil años no sean nada más que un parpadeo para Ti?
  Cuando de niño escuchaba hablar de Ti, imaginaba que sí era posible tu existencia en el pasado. Leyendo “Los Evangelios” encontré palabras, frases, que estaban cargadas de amor y sabiduría. No podían ser pura fantasía sin más. “Y venció a la muerte”, leía una y otra vez: uno de los temas más controvertidos y cuestionables a lo largo de este tiempo, tanto por los doctos como por el pueblo llano. Supuse que vivirías en un mundo aparte, un Cielo donde la paz y la armonía brillarían más que el Sol. Conjeturé tantas cosas…
  Y los días, meses y años pasaron. La vorágine de la vida me envolvía de un modo que pensar se convertía en un lujo. El agotamiento físico no dejaba nada más. No, no era casual, formaba parte del aprendizaje, del autoconocimiento, del desprendimiento del ego. Había que ponerlo en su sitio.
  Y Tú, en la sombra, en el silencio, trabajabas noche y día. No, no sabía, ni lo intuía. Solamente esperabas con infinita paciencia que la semilla tuviera la suficiente fuerza como para rasgar la tierra y buscar la luz. Han sido tiempos muy difíciles, tanto que la desesperanza asomaba en más de una ocasión. Andar a ciegas, sin saber si dar un paso adelante es lo adecuado o un salto al vacío; cuando gritaba y nadie me escuchaba; cuando me ahogaba en mis propias lágrimas; cuando todo perdía su sentido…
  Y Tú, estabas ahí, aquí. No lo supe. Esperabas que mi “yo” cayera rendido, abatido, sin fuerzas para dar un solo paso. Y llegó el momento, con las manos vacías y solo, con un corazón amante –era esto lo que esperabas‒ por encima de mí mismo, fue como supe que Tú estabas presente.
  No, no vives en ningún Cielo, estás aquí, en este mundo. Un mundo que es mucho más de lo que nuestros limitados ojos perciben. Miramos sin ver, pero no es culpa de nadie, ni nuestra, como no la tiene la semilla que se entierra para después brotar. Hay un plan inscrito en su ADN, un proyecto que se desarrolla por fases hasta que alcanza su cenit. Hay un Plan en nuestro ADN.
  Hace dos mil años despertaste en un hombre. La muerte no fue tu final, sino parte de un proceso necesario, el abandono de una piel que se quedaba pequeña, limitada. Tú, has llegado a un punto en tu crecimiento que parece un sueño, un imposible para nosotros, los mortales…
  Pero no es así. Hoy tienes un cuerpo físico, no es el del gusano, sino el de la mariposa. ¿Cómo le explicas a un gusano que puede volar? Callas y esperas el momento propicio.
¿Cuántas mariposas revolotean en este mundo sin que los gusanos lo perciban? Y, sin embargo, ocurre.

  Un día, unos pocos años atrás, bajo la sombra de un olivo te mostraste. Fue un momento muy particular, vital. Y decidiste darte a conocer...
  Y hablaste, fueron pocas frases. Palabras de confianza, de amor, de entrega, de presente y futuro…
  Y, desapareciste de la vista, pero te quedaste para siempre, donde “el fuego no quema”. Entonces comprendí que nunca te fuiste.


LA LLAVE



Pasado, presente, futuro.
¿Qué sois?
¡Nada!
Viajo por el tiempo como ave enjaulada.
¿Cómo romper estos barrotes?
Me ahogo,
necesito respirar... Volar.
Mis alas quebradas están.
¿Quién tiene la llave de mi ansiada libertad?
¿Tú?
¿Yo, quizás?
¿Soy un sueño,
nada más?
Anhelo despertar.


CLARA Y FRANCISCO… EN EL CORAZÓN



Se conocían Clara y Francisco desde niños. No se relacionaban directamente aunque sus corazones latían fuertemente al cruzarse por las calles de Asís, pero aún no era el momento. Pasaron muchos años, tiempo de madurar y encontrar un lugar, un sentido y un por qué en el mundo que les tocó vivir. Francisco quería convertirse en un caballero, un noble… pero la nobleza no se gana con sangre. Vivió la sinrazón de la guerra y sus consecuencias. Y cuando ya se encontraba hundido, cuando todo estaba acabado para él, encerrado en una prisión, pidió al cielo un poco de luz. La luz llegó a él en forma de librillo. Un librillo prohibido escrito en su lengua: el Evangelio. Se lo “bebió” y dejó que su ser se impregnara de su esencia. Comprendió la futilidad de su vida hasta ese instante. 

ÉL se dijo… “hoy he vuelto a nacer”. Y así fue, el destino, su cambio interno, su alma, hizo que saliera con vida de las mazmorras que le comían día a día. Ya no era el mismo, sus amigos no le reconocían… sus ojos tenían un brillo que no era de este mundo. Habló con su padre, que no le comprendió, pues tenía bien claro qué quería para él… insistía en que fuera un noble a pesar de lo pasado. Pero el sueño de Francisco estaba bien lejos de tal propósito… Su vida sería un compromiso con la sencillez, la humildad y la entrega al fuego que se había encendido en su corazón. Su madre conectaba con él, aunque no le alcanzaba a comprender del todo… y le dejó hacer.

Piedra a piedra junto a los desarrapados, los despreciados, los parias, los más pobres, empezaron a reconstruir la iglesia de Cristo.  Esa casa era sólo un símbolo de lo que él quería, no se aferraba a ninguna piedra, a ninguna imagen, sabía que sólo el cambio en los corazones era lo auténticamente necesario para entrar en la verdadera “casa” de Dios. Era una llamada de atención ante el cristianismo instituido y corrompido que rodeaba la vida de su ciudad y del resto de la cristiandad.

Clara no era ajena a estos sucesos. Los vivía en silencio y con gran alegría. Ella no dejaba de ayudar a quienes necesitaban alimento espiritual y físico, pero también sintió en su ser la “llamada”. Y Francisco tampoco era ajeno a los sentimientos de Clara. Ambos decidieron en su silencio crecer como auténticos amantes. Y su amor lo sublimaron convirtiéndolo en un fuego que quemaba toda impureza en sus almas. Supieron en sus carnes la realidad del Espíritu.

 Y un buen día Clara le dijo a Francisco que ya estaba preparada para pasar por el umbral de la “Casa”. Él le dijo: “Bienvenida a tu casa, nuestra casa, la de todos. Nada poseemos, nada nos pertenece y aun así lo damos todo por nuestras hermanas y hermanos”. Sin más, ambos se unieron a los que poco a poco, como gotas de agua, estaban formando un hogar lleno de vida. No querían estructuras para sostenerse, les bastaba lo que cada día Dios les ofrecía… Otros no siguieron este camino de sencillez, mas a pesar de ello sentaron una base que aun hoy en día siguen escuchando corazones inquietos e insatisfechos, deseosos de amar por encima de todo, incluso de ellos mismos. Hoy están más vivos que nunca donde la llama sigue iluminando: en el corazón.


DONDE ME PERDÍ



El cuerpo desangelado.
El alma con la mirada perdida en el horizonte.
Recordando, olvidando.
Nubes vienen y van…
De paso, siempre de paso.
¿Qué hay más allá?
Quizás nada,
puede que todo.
¿Quién sabe?
¿Tú lo sabes?
¿Lo sé yo?
No basta creer…,
alcanzar la línea y cruzarla.
Un paso más y seguir,
hasta llegar donde me perdí,
donde tú estás
y yo no comprendí.



COMO TU PADRE



Nací en las entrañas de mi tierra,
milenios hace.
Crecí con el calor del Sol.
Mis raíces en ti, Madre.
Con tus elementos me adornaste,
mas un día,
me revelaste,
un tesoro escondido en mi interior,
joya de diamante.
Me susurraste:
“Susténtalo, un día serás como tu Padre”.





LA BÚSQUEDA DE KAMALINI



  Caminaba Kamalini por las intrincadas callejuelas de la gran urbe, a la que entraba por primera vez. Le hablaron de un yogui que había trascendido su alma del mundo de maya, quería ver y escuchar de primera mano el mensaje de un buda viviente. Al contrario de lo que pensaba, y a pesar de su insistencia, nadie sabía darle indicaciones de dónde se encontraba tan singular personaje, como mucho le referían sobre diferentes templos con imágenes budistas, pero nada sobre un Buda viviente. Hasta llegó a pensar si todo habría sido el fruto de un sueño.

  Pasaron varios días de búsqueda infructuosa. Había recorrido la urbe palmo a palmo y nada, ni rastro del ser que buscaba.
  Una noche, dormida Kamalini sobre el banco de un parque, se le acercó un mendigo. 
―Por favor –le dijo con voz pausaba y cansada–, ¿puedo pasar la noche aquí? Señalando con su mano, arrugada por el paso obligado de los años, el banco en el que reposaba Kamalini.  
 Ella, un tanto sorprendida, miró a su alrededor y vio que otros bancos estaban vacíos, algunos incluso tenían pedazos de cartones abandonados por algún vagabundo. Se sentó y le cedió parte del banco, dejando aún calientes los cartones sobre los que había dormido. El mendigo se tumbó dándole las gracias. Dejó una bolsa desvencijada y vacía a sus pies, quedándose profundamente dormido.

  Kamalini no consiguió cerrar sus ojos, pasó la noche observando al mendigo. Su cuerpo estaba enjuto, marcado posiblemente por una vida dura; su pelo, canoso y escaso, le llegaba a los hombros, y junto a una exigua barba le daban un porte algo singular. 
Debía de tener al menos setenta años, por las arrugas de su semblante     –se decía Kamalini.
  ¿Qué hace que una persona pase, quizás sus últimos días, abandonado en un lugar como este parque? ¿Habría encontrado el sentido de su vida o, ésta sería un auténtico fracaso? ¿Acabaré del mismo modo mis días? Y así, con estas y otras preguntas semejantes de Kamalini, el alba de un nuevo día llegó.

  El mendigo abrió sus ojos. Mirando a Kamalini, metió sus manos en la pequeña bolsa que portaba y sacó un pedazo de pan, partió dos pedazos iguales. 
 ―Toma –le dijo el mendigo–, comparto contigo aquello que he encontrado en mi bolsa. 
 Ella un tanto sorprendida, pues vio claramente que en la bolsa antes no había nada, aceptó con agrado el pan. En silencio, ambos, sin ninguna prisa, acabaron su ligero desayuno…, quizá fuera lo único que saborearían a lo largo del día.

  El mendigo preguntó a Kamalini el porqué de su estancia en la ciudad, pues por sus facciones sabía que no era del lugar. Ella le contó sus motivaciones, él escuchaba atentamente sin pestañear. Kamalini se dio cuenta que la expresión del rostro del mendigo no correspondía a la que había visto minutos antes, su piel se encontraba tersa y el brillo de sus ojos desprendían una serenidad sin igual. Casi sin darse cuenta, el mendigo extrajo de su bolsa un saquito con semillas de trigo y puso un grano en la mano de Kamalini. Ella miró su mano y le miró a él, no comprendía.
  El mendigo sonrió. 
 ―¿Buscas a Buda vivo? –le dijo. 
  Kamalini asintió con la cabeza.
  ―Guarda el grano de trigo en esta bolsa –continuó el mendigo–, ofreciéndole la suya.  
  Siguió hablándole el mendigo: 
  ―Todo aquello que pides con humildad, busca en la bolsa y lo obtendrás; más antes has de dar, compartir con los demás, algo tuyo hasta que ya nada poseas. Todo deseo lleva consigo el apego y la posesión.  Querrás defender aquello que crees que te pertenece llegando incluso a hacer daño al prójimo razonando con argumentos “válidos” tal actitud. Nada justifica el más mínimo daño a tu hermano. 

 El mendigo se levantó, miró a los ojos a Kamalini.
 ―Recuerda –le dijo–, que la energía nunca ha de detenerse, de hecho nunca se detiene. Todo es energía viva, luz, tú y yo, todos. Le sonrió y se alejó dando la espalda a Kamalini, con un “volveremos a vernos”.

  Ella se fijó en el rastro de luz que el mendigo iba dejando tras de sí. En un instante, todo su ser se convirtió en un haz luminoso hasta, poco a poco, hacerse imperceptible en la lejanía.
  Kamalini se levantó abrumada por lo acontecido. Abrió la bolsa. Metió la mano sacando el grano de trigo y, cuál fue su sorpresa, al ver que éste brillaba con una luz que no era de este mundo.

   Una paloma se acercó a Kamalini, con un giro de su cabeza parecía pedirle un poco de comida.  Kamalini sonriendo se arrodilló, posó su mano junto al suelo, la abrió y la paloma suavemente con su pico tomó el grano. Retrocedió y se marchó volando, dejando una estela de luz en el aire.

 Kamalini continuó su marcha, esta vez alejándose de la ciudad, sin deseo y con una bolsa vacía. Sin darse cuenta, su cuerpo brillaba como el Sol que nos alumbra cada día.


LA ROPA



En el armario tengo alguna ropa, de invierno, de verano, de entretiempo... Según considero necesario me pongo una u otra. Alguna ya se quedó inservible y estoy pensando en adquirir una nueva con la que estar más cómodo, pues al lugar al que voy, con lo viejo, no puedo permanecer largo tiempo, sólo una breve visita de cortesía. ¡Ah, y está confeccionada con hebras de luz!


VER



Cuando quiero ver, 
cierro los ojos y escucho en mi silencio. 
La razón se funde con mi corazón.


DEL HOMO SAPIENS AL HOMO SPÍRITUS



Mucho hemos andado desde que el primer ser pensante se irguió sobre esta Tierra. Millones de años nos separan y sin embargo para la historia de nuestro Universo quizás sea como un segundo.

¿Fuimos nosotros mismos los que vivimos entonces luchando simplemente por sobrevivir? ¿También los mismos que decidieron formar grupos, clanes, tribus… para en común, uniendo fuerzas y, por qué no, inteligencia, poder perdurar como una familia, donde ancianos, jóvenes, mujeres y niños convivían en paz? ¿Quizás también fuimos los que un día exploraron tierras inhóspitas buscando respuestas que en la tribu no encontrábamos?

¿Fuimos nosotros los que nos preguntamos si la vida es algo más que sobrevivir, algo más que vegetar… hace, también, millones de años?
¿La vida es sólo una sucesión de vidas y muertes a lo largo de las edades? ¿Trascendemos a tal destino? ¿Hay algo que une todo cuanto ha acontecido, acontece y acontecerá en este mundo?
¿Procedemos originariamente de esta tierra o somos semilla de estrellas? ¿Estamos aislados, desconectados, de la realidad de cuanto acontece en el Universo?

En el desarrollo de nuestra capacidad de pensamiento hemos encontrado muchas respuestas encaminadas a hacernos la vida más placentera. Si miramos atrás, ha habido un gran avance tecnológico en muy poco tiempo. Objetivamente, es un milagro lo que estamos viviendo si lo comparamos con sólo, doscientos años atrás. ¿Qué pensaría uno de aquellos habitantes con lo que encontraría hoy, caminando por las calles, entrando en una vivienda de una gran cuidad…?

Hay algo que no parece haberse desarrollado a la par: las respuestas a las preguntas esenciales… ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Desde el albor de los tiempos estas preguntas nos acompañan, generación tras generación. Muchas respuestas, pero, ¿cuántas han convencido a todos? ¿Cuántas han degenerado acabando siendo grandes mentiras que han servido para que una casta se haya erigido en los únicos intérpretes y poseedores de la “verdad” manteniendo a la inmensa mayoría en la ignorancia, por no decir también oprimidos socialmente?

Hoy, el ser humano, está capacitado para encontrar por sí mismo respuestas. Hoy no necesitamos que nadie nos lleve de la mano. Hoy, tras muchos fracasos, errores, callejones sin salida, podemos encontrar, no la gran verdad, sino, si somos capaces, una pequeña verdad que nos sirva para dar un paso, un gran paso, en nuestro desarrollo espiritual.

Cuando hemos tenido la muerte ante nosotros, no hay uno solo que no se acongoje, no se inquiete y seguramente sienta temor. ¿Cuántos hemos tenido alguna experiencia que trascienda esta realidad cotidiana? Muchas y muchos. Hay una realidad que convive con nosotros desde que el tiempo es tiempo y nos toca, ya es hora, darle nuestra interpretación sin temor a equivocarnos.

Nos toca, con humildad, del mismo modo en que nuestro cerebro se ha ido incrementando y siendo más inteligente, desarrollar más nuestra “alma”, nuestra capacidad de sentirnos unidos a toda la vida que nos rodea, empezando por lo más cercano y abarcando la más lejana estrella.

Quizás sea dentro de cada uno donde encontremos la senda de nos une al Universo. Quizás nuestra alma no tenga un órgano donde residir… porque abarque la totalidad.

Quizás, solo quizás, seamos los artífices de cuanto existe. Pero es algo que cada uno debemos descubrir, que nadie nos puede enseñar.
La espiritualidad, posiblemente, sea el camino. Como dijo alguien hace unos dos mil años: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Suena a palabras sencillas, lógicas. ¿Por qué complicarlo?
Empezamos hace eones a pensar, nos autoproclamamos “homo sapiens”, toca ahora sentir, convertirnos en “homo spíritus”.


CAMINANDO



-¿A dónde vas?
-A ninguna parte.
-¿De dónde vienes?
-De ningún lugar.
Camino, nada más.


FRAGILIDAD




Unas manos eligen varias piedras,
en su mente una idea: unirlas de algún modo.
¿Por qué no en vertical?
Frágil equilibrio.
¿Cuánto tiempo durarán en pie?
Minutos, quizás horas...
Una ola, antes o después, las volverá a diseminar,
puede que acaben enterradas bajo la arena de la playa.
Demasiadas preguntas.
No más interrogantes.
Ahora, sólo contemplo una forma que antes no existía,
eternamente cambiante... como la vida misma.
Mañana, al alba, las mismas piedras se unirán.
Otra figura efímera será una realidad.




EQUILIBRIO FUGAZ



Piedra sobre piedra.
Un instante de difícil equilibrio.
Una ola las tumbará.
Volveré otra vez a colocar una sobre otra,
ya no será igual,
nunca lo es.
Tampoco yo soy el de mañana ni el de ayer.
Simplemente soy fugaz.


RECUÉRDAME



Te alejas.
Tu paso acompasado me lleva a otro tiempo, otro lugar.
Sabes que no es una despedida,
ni siquiera un ¡hasta pronto!
Siento, tú lo sabes,
que algo de ti
permanece vivo en mí,
como el primer día.
Fuego que aviva mi alma
en el crepúsculo y al alba.

No, no mires atrás.
No dejes que mis lágrimas sea lo último que veas.
Recuérdame como yo a ti...
Hoy te tengo un poco más...
Como tú a mí.



MI AMADA



Te alejas,
tiempo,
como el horizonte en lontananza.
De niño qué deprisa pasabas,
ahora quiero retenerte,
vana esperanza.
Dame un hora,
o un solo minuto.

Quiero abrazarte
como el rocio al alba.
Amarte.
Sentir tus labios,
tu boca callada,
como la primera vez,
en esta última jornada.

Ven,
dime que me amas,
luz de mi alma.

-Te amo.

Hasta siempre...
mi Amada.




QUIZÁS



Una voz,
una ventana abierta,
y tú mirándome sonriente.
Dijiste mi nombre.
Sonreíste.
Sonreí.

Fue el primer día de muchos,
henchidos de gozo.
Rompimos muros
forjados entre tu alma y la mía.

Fuimos uno en un instante de eternidad.
Hoy,
un recuerdo,
puede que algo más.
¿Recuerdas?
Quizás.



SIN RUIDO




Me voy como llegué,
sin hacer ruido.

Susurros al alma fueron mis palabras,
esparcidas por el viento,
rumbo al Sur, al Este,
al Norte y al Oeste...
A tu corazón.

Cuando amanecí anhelé el atardecer.
Contemplo la última puesta de sol.
Es más que un deseo,
una necesidad vital.

Cumplí mi papel,
fiel al eslabón de una cadena sin fin.
Vuelvo al océano de la vida,
en silencio.

Tal como llegué, partí...
Sin hacer ruido.




EL MONASTERIO



  Una larga jornada llegaba a su fin. En el horizonte ya podía contemplar el monasterio al que me dirigía.  Tras él, imponentes montañas colmadas de nieve perpetua, su visión me trasladaba al pasado, cuando siendo aún joven traspasé las puertas por última vez creyendo que nunca más volvería al que fue y sigue siendo mi hogar.
  Un alto en el camino hasta el alba… Junto a unas rocas, que me servían de protección ante el viento reinante, decidí pasar la noche. El Sol había desaparecido y poco quedaba para que el silencio nocturno fuera sobrecogedor, como siempre lo es aquí. Pocos caminantes se atreven a atravesar los desfiladeros que te sumergen en esta incógnita región del Himalaya, y aún menos saben de la existencia del monasterio. Éste nunca ha acogido a peregrinos y pocos han sido los monjes que han traspasado sus puertas; no es un centro de aprendizaje al uso, sino más bien el corazón, el alma, de un entramado que se extiende por los confines del mundo de un modo que pasa desapercibido a los ojos humanos.
  Abrí los ojos ante un nuevo amanecer. Buitres revoloteaban en un cielo raso oteando el terreno, esperando que algún animal moribundo les sirviera de festín…, son pacientes. Tras un frugal desayuno emprendí la marcha. Aunque es primavera, el frío calaba los huesos y caminar es un buen modo de calentar el cuerpo. El corazón palpitaba con intensidad. Hacía tiempo que no sentía en mi ser esta agitación. Aceleré el paso, pues quería llegar antes del atardecer, aún quedaba un escollo por salvar y pretendí solventarlo con la luz del día. Llegué, tras horas de marcha, ante una bifurcación que a cualquiera confunde. Por un lado, una ladera escarpada y al fondo un valle que incita a recorrerlo, llevándote nuevamente a la civilización; por otro un muro de piedra infranqueable cuya inmensidad impone. ¿Quién se atrevería en su sano juicio a escalarlo? Nadie… salvo unos pocos locos o quienes saben qué se esconde detrás… Sólo un pálpito hace que uno se arriesgue a intentarlo. Lo hice hace ya tantos años que casi no recuerdo que casi me cuesta la vida y, sin embargo, fue la mejor decisión que tomé. ¿Locuras de juventud? Quizás algo más… 
  Ahora mi cuerpo ya no es el mismo, está enjuto, gastado por los años… Parado frente a la pared tomé aliento. Miré hacia arriba, parecía un guardián receloso ante cualquier forastero. Me senté, mi respiración jadeante poco a poco fue calmándose. Cerré los ojos y esperé… 
  La barrera dejó de existir. Ante mí, dos pilares sostenían un portón con dos hojas colosales policromadas con distintas tonalidades de ocre amarillo, anaranjado y rojizo. Se abrieron de par en par, con un chasquido que helaba la sangre. Nada podía ver excepto la oscuridad. Me incorporé lentamente, como quien se encuentra ante un lugar sagrado, no por reverenciarlo, sino por la pequeñez que mi alma sentía ante lo que escondía. Con paso decidido me adentré, las puertas se cerraron tras de mí. Nada podía contemplar y aun así seguí caminando en línea recta entre tinieblas. Es como adentrarse en las profundidades del alma, en los rincones donde lo inconfesable se manifiesta y… ¡vaya si lo hace! 
  Paré. Volví a percibir cuanto aconteció en mi larga existencia como si estuviera ocurriendo ahora mismo. Esta vez, fue diferente: me sentí como un observador impávido. No, no me dejé arrastrar por las emociones, ni las de otros ni las mías. Comprendí que los hechos no son relevantes, ya que éstos son humo que el viento lleva lejos hasta desaparecer; queda la sabiduría que la experiencia lleva implícita si somos capaces de captarla, o seguir sumidos en la ignorancia de uno mismo hasta una próxima ocasión.
  La luz fue haciéndose dueña del lugar, si es que puede llamarse de este modo al espacio donde me encontraba. Pudiera parecer fruto de la mejor novela fantasiosa -el alma sabe-, mas no lo es. Mi cuerpo dejé de sentirlo, aunque no es el término más adecuado, ya que “mi cuerpo” en este momento de eternidad es todo cuanto haya podido existir, existe o existirá. Duró un segundo tal estado, para nuevamente “recuperar” la forma con la que me identificaba, o eso creía… Toqué con mis manos mi rostro, mis piernas y, aquí estaban.
  Un patio empedrado ante mí me acercaba a una edificación modesta, hecha de madera y piedras, artesanalmente encajadas. Entré en su interior, parecía que todos sus habitantes habían desaparecido, o quizás estaban afanados en otras labores lejos de aquí. De pronto, escuché mi nombre, era una voz lejana que me hizo sonreír. Giré la cabeza y ahí estaba él, mi viejo maestro. Se aproximaba dando grandes zancadas. Estaba contento de verme… Nos abrazamos como sólo lo hacen los amigos de verdad, los hermanos del alma. Una lágrima caía de mi mejilla, de pura alegría. Respiré profundamente queriendo eternizar el tiempo.
  Estaba igual que entonces. No sé cómo lo conseguía, o tal vez sí…
  ‒Voy a preparar un poco de té, ‒me dijo.
  ‒Gracias, aún tengo helado el cuerpo, ‒sonriendo le contesté.
  Un destello de luz atrajo mi atención. Me acerqué. Era un espejo y, cual fue mi sorpresa al verme reflejado en él. ¡Mi rostro no era el mismo y, aun así, me reconocía!
  Llegó él con dos tazas. Me invitó a sentarme.
  ‒¿Te pasa algo? ‒me dijo.
  Me costó pronunciar palabra. Tomé un poco de té y le contesté con una pregunta:
  ‒¿Qué me ha pasado, lo sabes?
  ‒¡Claro! Eres tú, el que siempre has sido, eres y serás. Tienes una apariencia, pues estamos en el universo de las formas. ¿Por qué ésta y no otra?, me dirás. Pues porque es con la que te sientes más identificado, aunque se remonta a un tiempo remoto es la que vas construyendo día a día, existencia tras existencia. Recuerda que todo es cambio y en éste permanecemos inalterables.
  Me guiñó un ojo y siguió tomando el té en silencio. Yo hice lo mismo.
  ‒Ahora descansa. Ha sido un largo día, mañana verás a los demás monjes. Saben de tu llegada y están deseando verte. Hay mucho que hacer… ‒me aseveró.
  Sí, mucho, me dije en silencio.



TENGO MIEDO



Aquí al lado escucho las bombas caer.
Cada vez más cercanas.
El sonido es atronador.
Mi hermano llora temeroso,
sin comprender por qué.
Yo tampoco lo entiendo.
Acaba de estallar una en la casa de al lado...
Mi hermano me abraza,
le protejo con mi cuerpo.
Tengo miedo... Él aún más.

Escucho un largo silbido.
Presiento lo peor...

¡No oigo nada!
¡No veo!
¡Mi hermano!
¿Dónde está?
¡Khalîd¡
No responde.

No puedo describir lo que siento.

A tientas le busco entre los escombros
de lo que era nuestro hogar.
A tientas te encuentro, Khalîd.

Un inenarrable escalofrío recorre
mi cuerpo y mi alma.
¡Muerto! ¡Está muerto!
¿Por qué?

Siria, mi pueblo se desangra y no sé por qué.
Tú, que lees estás líneas,
¿tienes la respuesta?

¿Puedes hacer algo por mí?
¿Por ti?

Las bombas caen,
cada vez más cercanas...
Y ya no sólo en Siria...



EL NUEVO MUNDO




¿Qué futuro queremos?

Los árboles se agitaban violentamente. Por el horizonte se aproximaban nubes, intensamente negras, que hacían presagiar una tormenta. Los pájaros comenzaron a volar como si hubieran visto al diablo. Los lobeznos corrieron a refugiarse junto a la loba que les miraba con inquietud, no comprendían pero intuían que algo terrible estaba a punto de suceder.

En las calles de una gran ciudad la vida cotidiana transcurría con “normalidad”. Por las aceras era imposible caminar. Todos andaban sumidos en sus pensamientos, con las bolsas repletas de regalos. Se acercaba la navidad. Los coches iban de un lado a otro del asfalto como si llegaran tarde a su cita con el semáforo siguiente.

En el parque, el bebé disfrutaba del calor

COMO AYER



Tocaste mi alma, etérea.
Te quedaste para nunca más partir.
Imaginarte,
desearte cada mañana,
al amanecer.
Y en tus ojos contemplar el universo,
una vez más...
como ayer.


ESTE INSTANTE



No,
no nos separa la tierra
ni el mar.
Cierro mis ojos
y ahí estás tú...

Tus manos,
las mías.
Tus ojos,
los míos.
Un solo cuerpo,
el nuestro.

Calla.
No digas nada.
Cierra tus ojos
y siente la brisa...
Mi caricia.

Este instante,
un eterno crepúsculo...
El de nuestro despertar.



MI SOLEDAD Y YO



Decidí unos días de soledad, la montaña de mi infancia me esperaba. Cargué mi macuto a la espalda con lo imprescindible.
El tren blanquiazul, tras muchas paradas, me dejó en mi estación de destino.
¿Cuál camino tomar? No importaba, sólo sabía que debíamos de dirigirnos a la cumbre… mi soledad y yo, viejos compañeros que nos llevamos bien. La verdad es que nunca nos sentimos solos, en los peores momentos siempre estamos para ayudarnos en lo que haga falta.
Tomé la ruta de la izquierda, unas casas de piedra daban paso a un camino entre zarzas y moreras, delicia del campo que no desaproveché. 
Comienzo a subir la pendiente saliendo del camino trazado. El olor de las jaras y pinos perfumaba el aire, la  paz llegaba a mis pulmones y la repartí a cada célula de mi cuerpo; la alegría me hacía dar pasos más grandes y decididos. 
Canturreaba alguna melodía escuchada en algún tiempo atrás. 
Los mirlos me silbaban: “¡Qué tal montañero!” Les devolvía el saludo con un silbido, cada uno seguíamos en nuestros pensamientos. 
No había prisa por llegar a ninguna parte, en realidad no iba a ninguna parte, la cumbre era solo un pretexto para engañar a mi cerebro para que no me dejara tirado de cansancio, unas chocolatinas y algunas almendras le servían. La belleza estaba en caminar, en la sensación de sentirme arropado por la naturaleza, percibir todo lo que me rodeaba como una extensión de mí mismo, y yo como su propia prolongación. En mi diálogo con la soledad no dejábamos títeres con cabeza y al final siempre acabábamos hablando de lo mismo: ¿a quién se le ocurrió la brillante idea de la Vida?
Unas horas de caminata nos llevaron a la cumbre de la montaña. Majestuosa la vista, por un lado inmensas montañas aún más altas y, por otro, una puesta de Sol de las que quitan el hipo. 
Mi soledad y yo nos sentamos a contemplar el espectáculo sobre una inmensa roca de granito. Le dije: “Qué, esto no se ve todos los días”.  Me sonrió con su complicidad acostumbrada y siguió contemplando los rayos de luz entre las nubes perdiéndose en el horizonte.
Unas vacas rumiaban apaciblemente ajenas a mi presencia, sabidas de que no había ningún peligro.
Seguí canturreando feliz. Mi soledad le daba el silencio necesario para que fuera armónico el sonido. Saqué mi pequeño libro azul, palabras de un viejo amigo que nunca quiso escribir Él, por algo sería.

Noche cerrada, los grillos parecían bastante alegres esa noche, debían sentirse un poco menos solos al tener un espectador de su concierto. Una cena sobria repartida con las hormigas del lugar y… a sentarme a admirar las estrellas. ¿Algo más que hacer? Era más que suficiente, todo un privilegio. El sueño me fue venciendo, así que le di las buenas noches a mi soledad y me sumergí en el saco de dormir, el mejor techo que se puede desear estaba pintado ante mis ojos.
 Unos ligeros toques sobre el saco me arrancaron de un dulce sueño, al parecer el techo tenía gotera y me invitaba a beber las gotas de lluvia que se colaban por ella. No tenía más refugio que a mí mismo, así que cambié la postura de tumbado por la de  ”tienda de campaña”, o sea, sentado estilo monje budista. Un viejo plástico, que siempre me acompañaba nos cubrió, a mi soledad y a mí. Y así pasamos lo que quedó de noche sentados sobre una roca, sintiéndonos Uno con todo lo que nos rodeaba: las hormigas, los grillos, los pájaros, las vacas, las rocas, la vegetación… 
Todos, empapados de la Vida, amanecimos dando gracias por ver salir el Sol un día más.
Mi soledad y yo continuamos nuestra marcha, como siempre… Nunca solos.



LA LLAVE


Pasado, presente, futuro.
¿Qué sois?
¡Nada!
Viajo por el tiempo como ave enjaulada.
¿Cómo romper estos barrotes?
Me ahogo,
necesito respirar... Volar.
Mis alas quebradas están.
¿Quién tiene la llave de mi ansiada libertad?
¿Tú?
¿Yo, quizás?
¿Soy un sueño,
nada más?
Anhelo despertar.


AL AMANECER



Se alejan las palabras,
las imágenes se borran.
Nada veo.
Doy un paso, otro...
Y tú no estás.
Mi alma me abandona.
Y aquí quedo,
solo.
¿Volverte a ver?
Quizás mañana,
al amanecer.

UNA VEZ MÁS


Las palabras no bastan.
Prefiero el silencio
y dejar
que escuches mi latido
acompasado con el tuyo.
Cuando el mío se pare
seguiré viviendo en ti.
Estaré en tus sueños.
Cuando despiertes,
tras tu último aliento,
recogeré tus lágrimas y
regaré otra tierra con ellas.
Seremos,
una vez más,
semilla de estrellas.


EL CORDÓN



Sumergido en las profundidades de la tierra,
escarbo con mis desnudas manos el barro
hasta alcanzar tus entrañas.
Vuelvo a tu seno, madre.
Déjame cortar el cordón que me une a ti...

Me ahogo, padre.
Sólo muriendo, vuelvo a vivir.
Otros mundos me esperan,
lejos de aquí.



VEN



¿Tan lejos te encuentras?
No conozco tu rostro.
¿Dónde te busco?
A veces pienso
que sólo vives en mi imaginación.
Pero callo y te siento junto a mí.

Me susurras palabras de amor.
Como el viento,
acaricias mi piel.
Como la lluvia,
recorres mi cuerpo.
A veces pareces fría,
distante,
mas tu llama alumbra mi noche.

Llega el alba.
Vuela,
cual mariposa.
Ven para quedarte...
Alma mía.




SIMPLEMENTE SOY



Yo existo y no necesito demostrarlo.
No es un acto religioso.
Soy la suma de billones de células.
Cuando éstas se disgregen,
yo me disolveré con ellas y,
sin embargo,
seguiré existiendo,
como ya lo he hecho antes.

Tomaré "barro" y seré nuevamente uno con él...
Como lo he sido infinidad de veces.
Soy simplemente la Vida.
No hay nada que demostrar...
Sólo disfrutar.


PIENSO EN TI


Despierto en medio de la noche.
Llueve.
El olor a hierba fresca perfuma mi habitación
y tú no estás.

¿Piensas en mi?

Tú tenías quince años, yo apenas dieciséis.
Tu voz despertó en mí mi alma dormida.

Aún recuerdo tu pelo azabache,
tus ojos,
tu sonrisa,
tu ternura...
tu candidez.

Cierro mis ojos.
Pienso en ti.
Estás aquí.
¡Salgamos fuera!

La lluvia empapa nuestros cuerpos,
nuestras almas desnudas,
como aquel día.

Dímelo otra vez...

Pienso en ti.

Yo también...



AL OTRO LADO DEL PUENTE



Con los ojos del alma
contemplo una nueva Tierra.
Decidido voy hacía ella.
No, no estoy solo.
Tú estás conmigo.
Vosotros también.

Aún somos más,
multitud.
Nos damos las manos,
saltamos,
bailamos...
Cantamos.

Un estrecho puente...
Al otro lado nos esperan
quienes nos precedieron
y prepararon el camino,
dándolo todo a cambio de nada.
No, no están muertos...
sino llenos de vida,
la que nos espera...

¡Ven, no temas!
También hay un lugar para ti.
Toma mi mano.
Dame la tuya.
¡Podemos cruzarlo!

Olvida tanto dolor.
Sonríe.
La vida cobra sentido...
Amando.

¡Aún hay tiempo!
¡Ven!
No traigas equipaje...
Al otro lado del puente
te espera un traje de luz.

No, no es un sueño.
Está sucediendo,
ahora,
¡en este mismo instante!

La vida cobra sentido...
Amando.



CONFIESO



Confieso haber vivido singulares experiencias:
el perfume de una rosa,
el calor de una mano…
y tantas y tantas vivencias.

Confieso,
haber olvidado cuanto he aprendido;
haberme perdido en laberintos de piedra;
ser el ocaso de un alma perdida.

Confieso,
haber gozado del alba de un nuevo día;
sufrido el adiós de un alma amiga;
buscado con desesperación quien mi espíritu ansía.

Confieso,
la amnesia de mi primera partida;
mi temor a marchar por sendas esquivas.
¿Cuál galaxia me vio nacer?
¿Por dónde mi crepúsculo camina?

Confieso,
haber errado y los cielos circundado;
haber odiado, en mi infierno quemado;
haberme perdonado y sin lágrimas haber llorado.

Confieso que mis preguntas ya no son nada.
Sin principio ni final,
ahora sé que simplemente soy…
y nada más.



HOY PISABA LA ARENA


DESCONOCIDA



A ti, desconocida,
no veo tus ojos, tu sonrisa...

¿En que laberinto de mi vida te perdí?
Vuelves a mi vida,
no es casualidad.
¿Es ahora mi momento?
Susurras al oído una melodía.
Aún hay tiempo, me dices.
¡Qué locura la mía!

Necesito sentir tus labios,
acariciar tu piel...
Apagar mi sed.
Llévame contigo,
a los confines del amor,
donde el horizonte se pierde
y siempre luce el sol.

Toma forma, alma mía.
Seamos uno, los dos.



ALMA MÍA



Respirarte,
sentirte,
tocarte,
gozarte... alma mía.
¿Qué más para sentirme vivo?


LA AMISTAD



Un amigo es quien te llega a conocer,
porque ha sabido esperar el momento
en que abres tu corazón.
Te mira a los ojos y nada te dice,
porque todo lo calla.

Te observa en silencio, con bondad.
Te pide ayuda,
porque sabe que estás siempre dispuesto.
Te da aquello que más le costó conseguir,
aun sabiendo que nunca lo recuperará.

Ve como pasan los días,
los meses, los años,
siempre a tu lado.
Te trata con respeto,
compartiendo tus silencios,
escuchando tus susurros
y limpiando las lágrimas que brotan de tus ojos.
Rie contigo y se alegra de tu buena estrella.
No le importa tu forma sino tu fondo.

Camina junto a ti y tú junto a él,
de la mano,
sabiendo que somos nubes…
que un buen día nos convertimos
en la lluvia que se derrama
en el espacio para llegarte a ti
que lees estas gotas de…
sincera amistad.



MI TIEMPO



Siete de enero, cinco de mañana.
El frío atenaza en el exterior.
Un grito desgarrador rompe el silencio.
Carreras a uno y otro lado de la habitación.
Se acerca el momento.
Quiero salir, lo necesito, por ella y por mí.
Demasiado tiempo atrapado mi cuerpo en otro cuerpo.

Ya llega la comadrona y el doctor.
Todo está listo, sólo falto yo.
Intento salir pero no puedo.
Veo luz al final de un túnel.
Necesito un empujón.
¡Madre! Grito sin voz.
Un cordón me une a ti...
¡Aprieta! Oigo tras la coraza que me aisla del mundo exterior.
No vengo para quedarme,
ni siquiera para sufrir.

¡Madre! ¡Ya es la hora!
Mi alma desciende el último peldaño.
Doy un paso y... la luz ciega mis ojos.
El primer llanto...
Que no será el último,
presagia el "doc".

¡Olvida! ¡Olvida!
Esta vez la voz sale de mi interior.
Y yo, olvido... quien fui, soy y seré.

Han pasado muchos años,
escribo páginas en blanco,
casi gastado mi tiempo.

Padre, hace frío.
¡Madre, necesito tu calor!

Ahora veo otro tunel...
Doy un paso.
Subo un escalón.
Miro atrás y quien fui no recuerdo.
Al fondo la luz.



TU TERNURA




Recuerdos vivos desgarrando mi piel.
No, no es una herida,
siguiera siento dolor.

Aún recuerdo tu voz,
siento tus besos,
tu ternura.
Eres un bálsamo,
una caricia a mi alma.

Cierro mis ojos,
contemplo tu rostro,
tus brillantes ojos.
Déjame tocarte una vez más.
Vuelve al lugar del que nunca te fuiste...
Mi amor.



SUEÑA



Contemplo un horizonte sin fin,
más me acerco,
más te alejas.

Soy tu ensueño.
¡No despiertes,
sin ti nada soy!
Rio,
lloro,
sufro...
Amo.
Disfruto la vida por ti,
a veces un sin vivir.

Llega el alba.
Luz en tu dormitorio.
¡No despiertes!
Sueña...
Eres mi existir.
Sin ti, moriré.



LA NOCHE


Noche oscura.
Disfrazada te acercaste a mí.
Cierto que no te reconocí 
y embelesado caí en tu red.
Olvidaste un detalle,
del pasado aprendí.
Mi amanecer tardó toda la noche en llegar.
No,
no vendo mi alma,
ni hoy,
ni ayer.


TU VOZ


Permanecería callado,
pero no puedo.
Necesito escuchar tu voz, 
sentir tus latidos,
palpar tu alma inasible.
Deja que se habran tus heridas
y brote la semilla dormida al calor de mi piel.
No, no cierres la puerta.
Ábrela de par en par
para que sea tu luz mi amanecer
y mi sombra la tuya.


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