En tiempos de Jesucristo, unos dos mil años atrás, todo parecía sencillo para quienes buscaban la verdad. Sabían de las leyes judaicas, del intrincado entramado donde se dictaba cómo era una vida recta a ojos de los rabinos, donde sólo cabía acatarlas. Unos pocos rebeldes, movidos por un espíritu renovador, tuvieron la valentía de enfrentarse a ellos. El poder omnipotente estaba en el invasor romano, y dejaban los asuntos religiosos del pueblo judío sometido en sus propias manos…
Siempre y cuando no fueran contra Roma.
“Jóvenes inquietos, no son peligrosos”, decían.
“Sencillez, sin leyes ni comedias”. Su mensaje calaba en el pueblo llano, cansado de la hipocresía de los fariseos y saduceos.
Éstos se repartían los cargos del poder religioso y político en su propio beneficio. Eran una casta privilegiada.
¿Cambiar el sistema de vida? Vana ilusión. Y estos pocos locos de corazón creyeron lo imposible.
Hablaban al gentío, les llegaban al corazón: “Amaos".
¡Radicales! Comenzaron a atacarles cuando despertaron a las conciencias dormidas. Cuestionar a quien tenía la verdad absoluta y el privilegio de ser interlocutor de Yahvé, era traspasar el límite.
Sí, eran radicales, pues iban a la raíz. En cada uno estaba vivo el espíritu de Dios, ¿por qué no despertarlo, escucharlo y seguir el propio dictado?
El Poder vio peligrar su régimen. Una cuestión era que los esenios vivieran retirados en el desierto siendo inofensivos y otra que éstos y zelotes, atraídos por un líder que nunca lo quiso ser, apoyarán su causa.
Había que tomar medidas drásticas. Dar un escarmiento.
Arrestado el líder, Rabí le llamaban, fue sometido a un juicio sumarísimo. Sentenciado a muerte sin dilación, fue crucificado como un ladrón. Un poco sí lo era, les robó un pueblo dormido.
Tras su muerte, los verdaderos ladrones siguieron su vida en el poder.
Pasaron los siglos…
Otros fariseos ocuparon su lugar. Creando, modificando, actualizando, leyes religiosas para adaptarse a los tiempos.
Pero poco, en el fondo, ha cambiado. Sus normas son como una tela de araña, sólo atrapa a pequeños insectos, los grandes se la saltan.
El dinero mueve montañas y el poder terrenal relega la espiritualidad al último lugar. Si tienes posibles, serás como esos insectos grandes, formarás parte de la casta.
¿Hace falta recordarles a los doctos de la Iglesia por qué están ahí? Atrapados en su propia tela de araña han olvidado que un día fueron jóvenes rebeldes. ¿En qué os habéis convertido? No seáis hipócritas, sobran leyes y condenas.
Ama, es sencillo.