Llaman a la puerta. ¿Quién será?
-Somos inspectores de policía, sentimos comunicarle que su hija ha sido encontrado sin vida.
Recibir una noticia así es imposible de asimilar, razonar. Hace que te derrumbes como si el mundo se hubiera detenido...
Volver atrás, un día, dos… Imposible. ¿Y ahora qué?
¿Cómo afrontar que se te vaya una hija para nunca más volver a verla, tocarla; escuchar sus risas, sus proyectos? Han truncado sus ilusiones y las mías. Vivo sin vivir en mí.
Me han enterrado en vida. ¿Por qué lo han hecho? No merecía este final. Recuerdo sus primeros pasos. El día que le se cayó un diente y venía preocupada a punto de llorar. ¿Por qué, Dios mío, por qué?
¡Qué agonía!
Respirar, necesito aire… Me ahogo en un mar de lagrimas… No dejo de repetirme… ¿Por qué?
Ha pasado el tiempo, pero yo no por él. Vivo el mismo día una y otra vez.
Hoy me llamó aquel atento inspector para decirme que el asesino salía de prisión. “Estoy a tu disposición para lo que sea". Se lo agradecí.
Mis tripas se revolvían una vez más. Él en la calle y mi hija… ¿Dónde está mi hija? La llamo, sueño con ella y la veo en cada cosa que hago. No estoy loca o sí, no lo sé.
Pongo el televisor, necesito un poco de distracción, desconectar.
¡Y, ahí está él, cambiado, casi irreconocible, pero es él… El asesino!
¿Qué ven mis ojos y escuchan mis oídos? ¿Víctima? ¡La víctima mi hija, mis hijos, yo…!
Asco, repugnancia. ¡Rabia! ¿Cómo pueden entrevistar al asesino de mi niña? No es un héroe, no ha salvado a nadie, es un A S E S I N O.
Apago el televisor, no puedo más.
Vuelvo a la habitación de mi niña. Está todo igual, como aquel fatídico día que la envié a por pan.
Vuelvo a soñar…