Fui soldado por amor a mi pueblo. Si aprendí a manejar un arma no fue para matar, sino para defenderlo.
Nunca pensé que tendría que enfrentarme con mis hermanos rusos, pero la locura de una bestia, Putin, no merece el calificativo humano, ha hecho que seamos enemigos. He visto sus rostros, jóvenes, casi niños, empuñando un fusil. ¿Les movió el mismo amor a su país?
¿Qué órdenes les han dado? ¿Masacrar? No han venido a liberarnos sino a ponernos bajo un yugo, el mismo del que se liberaron mis padres. Somos una sociedad libre, queremos vivir con nuestra propia identidad y decidir nuestro destino. ¿Por qué volver atrás?
Están disparando a discreción. Las balas me pasan por encima, a centímetros. Disparo, pero no quiero apuntar a matar. No soy un criminal. Se acerca un tanque y no trae buenas intenciones. Si no nos replegamos lo vamos a pasar muy mal. Miro alrededor, ¿hacia donde ir? Necesito pensar rápido.
¡Vámonos, ya! Grita el sargento.
Corremos hacia una casa derruida. Me falta el aliento. El tanque cada vez más cerca. No llego. Una detonación y…
“Ya nos toca salir, estamos bajo un intenso bombardeo. Mamá y papá, los amo. Todo estará bien”.
Las últimas palabras a sus padres. Hoy, ha muerto.