Hemos conseguido pasar la frontera con Polonia.
Horas de espera. Largas colas.
Mujeres polacas nos han ofrecido algo de comida. Una sopa caliente ha conseguido calmar el hambre. Una familia nos ha ofrecido ir a su hogar. Sin dudarlo hemos ido con ellos. Al fin mis hijos podrán descansar…
Los tanques han entrado ya. Disparan sin un objetivo preciso. Atrás soldados rusos. Enfrente, mis soldados, nuestros hijos y hermanos, luchando como los héroes que son. Han repelido el ataque. Está en juego la vida y la libertad de millones de ucranianos.
Mi hijo fue con ellos, aún no sé nada de él. Solo tiene dieciocho años. ¡Es mi niño y ahora es todo un hombre! Estoy orgullosa de él.
Dudé si dejarle marchar. ¿Pero merece la pena vivir encadenados, humillados, arrodillados? Tenemos dignidad. Si morimos lo haremos en pie, frente a frente, con valentía.
Hace dos días preparaba la comida para mi hijo y mi esposo. Ahora preparo cócteles molotov. Si se atreven a entrar en el edificio lo van a pagar caro.
No me educaron para matar. Nunca imaginé lo que está pasando. Escuchaba noticias sobre guerras lejanas, conflictos interminables entre semejantes. Y, ahora, en mi tierra caen las bombas.
Europa nos ha dejado solos. No lo esperábamos. Solo piensan en salvarse y no saben que son los siguientes. Hay un psicópata con poder. La historia se repite cuando suspendemos en memoria. La táctica del avestruz es un error.
Ha salido el sol, empieza un nuevo día. Mañana no sé si estaré…